Después de Sharón:

Nuestra paz y la de ellos

No hay que engañarse: la vida de Sharón no ha sido la de un hombre de paz. En el fondo tal vez es esto lo que lo ha unido tan estrechamente al destino del Estado porque Israel está marcado por la guerra; es entonces, cuando Sharón yace irremediablemente incapacitado para gobernar, que la ciudadanía israelí se siente desamparada; impresión que afecta por igual a partidarios y detractores, con excepciones. No muchas, seguramente.

Por Alberto Mazor (Desde Israel)

Lo dicho responde a que aquí, en Israel, casi siempre -y digamos metafóricamente que en el subconsciente colectivo- solo hemos creído en una paz: «la nuestra»; la acordada o impuesta según nuestros propios propósitos y conveniencias. Sobre todo desde que estar en paz, o no, depende de las atormentadas y tormentosas relaciones con los palestinos, convencidos y dispuestos a acabar con la conquista israelí en ya dos intifadas, de 1987 a 1993, la primera; la segunda desde el 2000.
La crispada historia de estas relaciones depende del cambio que supuso precisamente el paso de la pasividad de los palestinos a la resistencia violenta; acabó entonces la convicción israelí de que las conquistas de 1967 eran prácticamente definitivas. Después de cinco guerras con naciones árabes, renacía el temor de que el Estado de Israel tuviera que vivir bajo la amenaza permanente de que se le negara la existencia.
Todos los tratos, el camino sinuoso y tantas veces interrumpido, para establecer un arreglo de convivencia entre israelíes y palestinos, que se iniciaron en 1993 con los Acuerdos de Oslo, adolecían del mismo impedimento: nosotros queríamos nuestra propia paz, que llevaba anexada el convencimiento de que sería el resultado de hacer concesiones no obligadas, mientras que la parte palestina quería lisa y llanamente alcanzar la plena soberanía y recuperar la integridad territorial exigida en repetidas resoluciones de la ONU con eterna mayoría árabe y automáticos vetos de Estados Unidos.
Por ello estuvo siempre frustrada la voluntad de que israelíes y palestinos anduvieran el espacio del camino necesario para el encuentro definitivo.

Diferencias

Lograr la paz nunca significó lo mismo para las dos partes.
Así, los Acuerdos de Oslo, las reuniones de Camp David, de Sharm El Sheik, y tantas otras ocasiones que alentaban esperanzas de avance hacia una solución negociada, acabaron indefectiblemente en decepción.
El último intento fallido se produjo cuando el gobierno israelí de Ehud Barak propuso, en vez de acuerdos parciales y de plazos graduales, una negociación global en la que se pusieron todas las diferencias existentes sobre la mesa. Se ha dicho repetidamente -y no sin nada de razón- que Arafat, entonces Presidente de la Autoridad Palestina, con su actitud escurridiza y cambiante, frustró una gran oportunidad.
Algo hubo de esto, al parecer; pero no se debe olvidar que fue, entonces, como siempre: nuestra paz no era la de ellos. En aquel paquete negociador que Barak ofrecía no iba todo lo que había pendiente; Israel se guardaba para sí bastante más que una parte de lo que estaba en discusión.
¿A partir de este fracaso, qué quedaba por hacer? Fué entonces -septiembre del 2000- cuando Sharón irrumpió provocativamente en la explanada del Monte del Templo y desató la, ya planeada de antemano, Segunda Intifada.
Que sucediera una cosa o la otra en secuencia tan inmediata evidenciaba que los grupos radicales palestinos solo estaban esperando la ocasión para generalizar la lucha.
Estos acontecimientos ponían término al proceso negociador. El espíritu de Oslo, que había determinado la creación de la Autoridad Palestina y la elección de Arafat como su Presidente, perdió vigencia. La antorcha de la paz apagó su frágil llama y nuevamente se encendía la de la guerra.

La hora del ‘halcón’

Era la hora de Sharón, el bulldozer, el halcón, el combatiente de todas nuestras guerras, el audaz general que en la Guerra de Iom Kipur cruzó el Canal de Suez y puso sitio al grueso de las fuerzas egipcias, el que llevó a las unidades motorizadas hasta Beirut, el que fue declarado responsable indirecto de la matanza de los campamentos de refugiados palestinos de Sabra y Shatila, el boicoteador e incitador contra todo tipo de negociación con los palestinos, ya sea en Madrid, en Oslo o en Camp David.
Se dice que Sharón es más táctico que estratega; que por esto mismo, en el 2001, había llegado su momento, el de la acción inmediata sobre el terreno, el de las decisiones sin vacilar, concretas y contundentes.
El terrorismo palestino hacía estragos entre nosotros, minaba nuestra moral.
Mi kibutz, Metzer, que siempre supo mantener una línea modelo y ejemplar de convivencia pacífica con todos los vecinos árabes de ambos lados de la Línea Verde, fue víctima de un brutal atentado, en el cual un terrorista palestino asesinó a 5 personas, entre ellos 2 criaturas acribilladas a sangre fría delante de su madre.
La Intifada se extendía por Cisjordania y Gaza. Ante esta situación límite, Sharón emprendió dos operaciones paralelas; por una parte, actuar sin piedad contra los grupos radicales palestinos con el fin de doblegar su fuerza, tanto en la Intifada como en los atentados en Israel. Golpeó en Cisjordania y Gaza casi sin reparar en daňos y víctimas que ocasionara en la población no militante. Era la guerra sin cuartel. Su guerra. Al mismo tiempo, trataba de ahogar en la inoperancia a la AP.
Bajo el furor en la represión comenzó a aflorar la duda. ¿Sharón es solo táctico?
Aquel militar arrollador, aquel primer ministro elegido por el pueblo israelí en horas desesperadas como quien agarra un clavo ardiente, daba a entender que disponía del dibujo de un plan estratégico en lo militar y de más amplia proyección en lo político.
No estaba dando palos de ciego. El asedio a Arafat en la Mukata de Ramallah era la escenificación simbólica del ocaso de la AP en beneficio de los grupos radicales; algunos de los cuales se quemarían en una acción sin salida o acabarían asumiendo que podía estarles llegando la hora de integrarse en el juego político frente a quienes en el poder de la AP caían en el desprestigio.
Sharón aprovechó a fondo las oportunidades. El camino de la negociación estaba acabado. El general se apercibió de que tenía todos los ases en la mano. La muerte de Arafat señaló la hora decisiva. La AP entraba de hecho en estado de coma; las instancias internacionales se inhibían, dejando el campo abierto al primer ministro israelí. El ‘Mapa de Rutas’ era papel mojado. En estas condiciones, la desconexión de Gaza supuso la gran prueba de cara a Israel, a los palestinos, a las potencias internacionales, especialmente las occidentales. En Israel quedó demostrado de sobra que contra el empuje férreo de Sharón no había color que valga, ni anaranjado ni azul. La evacuación de Gaza y del norte de Samaria creó un caldo de cultivo en el que se acentuaban hasta rozar el caos las diferencias entre los grupos radicales y la AP, entre los radicales entre sí y hasta dentro mismo del partido gubernamental, Al Fatah.

Los temores

Mientras tanto, en el exterior, se demostraba que Sharón había sido capaz de dar un paso hacia la retirada de los territorios ocupados.
Era la consagración de la acción unilateral como sistema válido y la creencia, o el deseo de creer, que en manos de Sharón esto sería el precedente de nuevas retiradas en Cisjordania, alguna redistribución del territorio palestino mediante la supresión o el repliegue de varios asentamientos y el hecho consumado de una frontera ventajosa marcada por un muro de seguridad y contención.
Este plan, nunca especificado del todo por Sharón, su osada unilateralidad, el temple con que ha restablecido sustancialmente la tranquilidad en Israel frente al terrorismo, la confusión que ha creado entre los palestinos, han hecho que ‘Arik’ haya adquirido entre nosotros un crédito incomparable que se convierte en temor ante su inevitable inhabilitación física como líder; porque la fe que despertó quien ahora se debate entre la vida y la muerte, lo había elevado a la condición de irremplazable.
Aquel que quiera sustituir al «insustituible» tendrá que convencer a la opinión pública de que es el indicado para hacerlo, con la tarea embarazosa, además, de llenar los vacíos que iba dejando tras de sí el imparable general; especialmente en la Cisjordania que tenía en mente el táctico estratega.
Y es que como dijimos: nuevamente, lo que creemos que puede ser nuestra paz no es siempre, exactamente, la de ellos.