Hay también una gran comunidad negra, descendiente de los que fueron traídos como esclavos. También hay negros latinoamericanos, anoto, que se cuentan entre los aquí llamados “latinos”. Alrededor de 20 millones los negros norteamericanos, quizá más. Todos son parte de las llamadas minorías. Junto a ellos, seis millones de judíos, tan antiguos en este suelo que participaron en las guerras de la independencia, Y chinos, que llegaron para trabajar en el tendido de las líneas férreas. Y japoneses, árabes, coreanos…
Discriminados socialmente de un modo u otro, ya no lo son legalmente: todos (menos los inmigrantes ilegales, claro) son ciudadanos plenos. Y aún la discriminación social ya no es abierta: nadie los obliga a no vivir en barrios elegantes, ni a sentarse en secciones separadas en los restaurantes, ni de usar baños separados en los lugares públicos, ni se sentarse aparte en los transportes colectivos. Ya no hay en ninguna parte carteles que digan: “No se admiten perros ni judíos”, como había hace unos cuarenta años.
Han llegado: tienen (todos) millonarios en sus filas, y ocupan todo tipo de cargos en los gobiernos comunales, estatales y federales. Hasta en la Suprema Corte de Justicia, el Senado y hubo un candidato a la vicepresidencia (y es Senador) judío religioso.
Una mujer negra ocupa el cargo ministerial más importante al frente del Departamento de Estado. Y antes lo ocupó otra mujer judía.
Pero hay quienes siguen despreciando a todas las minorías. Que evitan todo contacto con ellos hasta donde les es posible. Incluso, hay quienes los odian abierta y ferozmente. Hasta el punto de matar, como ha ocurrido varias veces. Por eso, existe en la legislación penal un agravante especial para los “crímenes de odio”. Muchos están organizados: el Ku Klux Klan, los Cabezas Rapadas, los neonazis de diversas denominaciones. Inclusive realizan actos públicos al amparo de la Primera Enmienda a la Constitución, y, de vez en cuando, algunos de ellos atentan contra cementerios, templos o escuelas como en casi todas partes. O matan. Se dice que son varios centenares de miles los organizados. Y que llegan a cerca de diez millones los simpatizantes.
Ahora, varios de esos grupos han comenzado a moverse para reclutar nuevos miembros, mediante carteles, anuncios radiales, volantes lanzados en las calles, anuncios en los transportes públicos, cartas. La llamada Alianza Nacional, que agrupa a varias organizaciones, compra listas de direcciones de diverso tipo de entidades y envía cartas a sus miembros, invitándolos a unirse a sus filas. Solamente los Colegios de Abogados han recibido más de treinta mil misivas (Aquí, en la Florida, 2.500).
La mayor preocupación de los movimientos de Derechos Humanos es que pretendan organizarse como partidos políticos o como corrientes de opinión y que eso les permita ganar influencia en la política nacional.
Mark Potok, encargado de monitorear la actividad de estos grupos para el Southern Poverty Law Center, señala: “Nosotros defenderemos plenamente la Primera Enmienda. Pero ellos envenenan el ambiente con afirmaciones como que los judíos están detrás de todos los problemas, y que es necesario matarlos”.
En los trenes han comenzado a aparecer carteles azules y blancos con declaraciones como “El futuro es nuestro”, y anuncios del sitio Web de la Alianza Nacional y su número de teléfono.