Sharón entendió recién hace dos años lo que Ben Gurión -que no era ningún amante de los árabes- supo un día después del final victorioso de la Guerra de los Seis Días en 1967, lo que Beguin entendió recién en 1978 cuando recibió con bombos y platillos al presidente egipcio Anwar Sadat -a pesar de que los egipcios bajo sus órdenes mataron más israelíes que todos los palestinos juntos- y lo que Rabin entendió recién en 1993, cuando firmó los acuerdos de Oslo, después de haber dirigido como ministro de Seguridad la enérgica reacción contra la primera Intifada palestina: la vida, el desarrollo y el crecimiento de los pueblos no se detiene. No hay milagros, la Franja de Gaza no solo no va a desaparecer, sino que demográficamente continuará duplicándose cada generación.
Por eso llegó la hora de tomar decisiones: o se la anexa, o se llega a un acuerdo, o se busca una salida unilateral.
Anexar Gaza significa, simplemente, gobernar una zona con 20.000 israelies y 1.500.000 palestinos, la gran mayoría en campos de refugiados casi privados de derechos. Si se les concediera, por ejemplo, el derecho al voto, el panorama político israelí cambiaría radicalmente y de hecho pondría en peligro la continuidad del Estado judío, eso en el mundo moderno se llama ‘aparthaid’ y sus consecuencias ya son conocidas.
Llegar a un acuerdo con los palestinos en estos momentos parece imposible, más que nada por las intensas luchas internas de éstos para consolidar un gobierno estable después de la muerte de Arafat.
Solo quedaba, entonces, buscar una salida unilateral para así mover al proceso de paz de su estancamiento, posibilitar la reanudación del ‘Mapa de Rutas’, recibir el apoyo mundial e indicarle a la dirección palestina que llegó la hora de la verdad.
Tanto Ben Gurión, como Beguin, Shamir -fue a la cumbre de Madrid- Rabin, Peres, Netanyahu – ordenó la retirada de Hebrón- Barak y Sharón entendieron, cuando gobernantes, lo que no quisieron entender estando en la oposición.
No hay caso, cuando uno está en el gobierno, es responsable por toda la población -no sólo por la del partido que lo candidateó- y está obligado a tomar decisiones, los problemas se miden en cantidad de sangre y no en cantidad de palabras en los discursos.
Es entonces que desconectándose de Gaza, Israel se está haciendo un bien a sí misma y no lo hace por debilidad, ni huida; lo hace siendo la primera potencia armada del Medio Oriente.
Esto, a pesar del trauma que causa abandonar territorios -que de la nada llegaron a ser campos de alta tecnología agrícola- y del dolor de la gente que se ve obligada a abandonar sus casas después de haber invertido en ellas casi toda una vida productiva, lo entienden y aprueban la inmensa mayoría de los israelíes.