Una de las características principales del pueblo judío es su vínculo con la “Tierra”. Así, desde el camino de Ur a Canaán iniciado por Abraham, pasando por la liberación de la esclavitud y salida de Egipto, la conquista iniciada por Josué, el desarrollo de vida judía en Judea y Samaria -ya sea bajo gobierno propio o dominio extranjero-, la destrucción del Segundo Templo, la realización de una cultura judaica en Europa, y hasta la creación del Estado de Israel, la cultura judía siempre estuvo estrechamente vinculada, entre otras cosas, a la idea de “la tierra prometida”.
Durante mucho tiempo, la tierra de Canaán fue el lugar “destinado por Dios” para que los judíos puedan realizar allí su vida, luego pasó a ser un territorio para ser conquistado, y con la caída del Segundo Templo y la expulsión de todo un pueblo de ese espacio empezó un largo exilio, donde la “tierra prometida”, durante muchos años, pasó a formar parte de los sueños del pueblo de Israel y de la vida cotidiana de la diáspora (en este sentido es ilustrativo observar la celebración de la festividad que rememora la liberación de la esclavitud del faraón de Egipto -Pesaj-, de donde surge la frase “el año que viene en Jerusalem”).
Recién con el sionismo, y más concretamente, con el sionismo político desarrollado por Herzl, el pueblo judío canalizó en un desarrollo teórico, una salida práctica al vínculo con la tierra, proceso que culmina con la creación del Estado de Israel.
Si bien es cierto que el movimiento sionista surge a mediados del siglo XIX y los movimientos migratorios hacia la entonces Palestina empiezan a producirse a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, fue la Shoá uno de los impulsores necesarios de la creación de un Estado judío, y no sólo como consecuencia necesaria del plan exterminio nazi sobre el pueblo judío, sino también, sumado a esto, como producto de la descolonización que se fue produciendo de las antigua colonias del Reino Unido después de la Segunda Guerra Mundial.
En este sentido, si el sionismo fue el movimiento político que unió al pueblo judío en la búsqueda de la creación de un espacio de territorio propio, la creación del Estado de Israel es la consecuencia política de ese accionar y, al estar éste consolidado como Estado, pasó a ser el representante del pueblo judío -del que vive en Israel y el de la diáspora- y, sin duda, esta creación no sólo fue producto del movimiento sionista, sino que fue la culminación de un largo peregrinar, de sobrevivir a persecuciones y exterminios, de mantener intacta una identidad, una filosofía y una cultura; es decir, el Estado de Israel, desde mi perspectiva, es el resultado de todo esto, lo que lo hace ser el representante político del pueblo judío, de su historia, de su filosofía y su cultura, y por eso su accionar tiene que ser medido, entendido, coherente y consecuente con estos términos.
Es ilustrativo observar la visión de León Rozitchner cuando señala que “En el Estado de Israel culmina la milenaria herencia de los judíos. Este descenso desde la tierra prometida milenaria a la tierra conquistada o concedida significa el retorno a una dialéctica histórica de la cual los judíos habían sido excluidos. Porque este encuentro con la materialidad terrestre, perdida hace dos mil años, abre el lugar concreto donde se pone a prueba la verdad “espiritual” de su anterior existencia (…) Aquello que sucede ahora en Israel determinará el futuro de nuestra cultura. El conflicto árabe-israelí es la piedra de toque de lo que se llama “identidad” como judíos. Ya no es la historia del pasado lo que nos define: es la realidad del presente del Estado de Israel que verifica el pasado en el presente. Los judíos argentinos somos lo que el Estado querría hacer de nosotros y de lo todos los judíos del mundo. Porque el destino ético de la cultura judía se está jugando en esa tierra con la que soñaron durante dos milenios la mayor parte de los judíos dispersos por el mundo (…) La historia de la persecución judía determinó el sentido moral de nuestra persistencia como cultura. La aplicación de la solución final por los nazis nos hizo la dimensión más horrorosa, la experiencia límite de la inhumanidad de lo humano. De esa experiencia surgía un imperativo insoslayable: los judíos no podrían ser nunca los ejecutores inclementes de aquello que ellos mismos han sufrido: el implacable dominio, a sangre y fuego, sobre otro pueblo” (los subrayados me pertenecen).
Si bien comparto lo señalado por Rozitchner, en cuanto a que el Estado de Israel está poniendo en juego es “el destino ético de la cultura judía”, esto no significa desconocer que el conflicto árabe israelí es producto del actuar tanto de los israelíes como de los palestinos, y que, probablemente, si la actitud de ambos hubiera sido distinta, hoy podríamos estar hablando en otros términos. No obstante esto, como judío uno está obligado a analizar el actuar del Estado de Israel desde una concepción lo más arraigada posible a su identidad judía, y al cúmulo de valores y principios con los que históricamente se fue construyendo esta identidad.
Dos estados
No hay salida política posible al conflicto sin la creación de un Estado palestino en las tierras de Gaza y de Cisjordania. La desconexión unilateral de todos los asentamientos de Gaza y cuatro de Cisjordania, llevadas a cabo por el ejército y las fuerzas de seguridad de Israel, luego de 38 años de ocupación, aparata definitivamente la idea mesiánica del Gran Israel que ficticiamente se ha querido instalar en la vida política del país. Israel solo podrá vivir en paz conservando el carácter democrático y preservando su identidad judía, si prosigue con los intentos iniciados conjuntamente con las autoridades palestinas para alcanzar un acuerdo territorial y un status definitivo, que posibilite la existencia de dos estados contiguos y viables.
Es interesante remarcar lo señalado por Itzgsohn “Lo que está en juego va más allá que la evacuación o no de algunas colonias. Se trata de la oposición entre el concepto de Estado de Israel, un Estado para el pueblo judío y para todos sus habitantes y el concepto de “Tierra de Israel”, teñido del contenido místico de la unión indisoluble entre el pueblo judío y la tierra que le fue dada por Dios, y de la cual no puede renunciar ni un centímetro, porque ello demoraría el advenimiento del Mesías. De más está decir, que el futuro de Israel depende de su liberación de esa ideología mesiánica, a la que hay que diferenciar de la religión judía en su conjunto, para poder adecuarse a las necesidades de su existencia política `terrena´” .
Conflicto militarizado
Pero además de todo lo señalado precedentemente, a raíz del conflicto con los palestinos el Estado Israelí ha provocado una crisis aún más aguda y de la que será muy costoso poder salir, en caso de que esto sea posible. Israel ha generado un modelo de sociedad con una concepción militarizada del conflicto. Es necesario aclarar que no es mi intención hacer una análisis sociológico de la sociedad israelí, ni mencionar mediciones de opinión acerca de la sociedad sobre el conflicto, sobre su dirigencia, sobre el pueblo palestino o las organizaciones terroristas, sino hacer notar que, tal como lo dije anteriormente, el representante político del pueblo judío -es decir el Estado de Israel-, el estandarte político del pueblo que se elevó por sobre las miserias cotidianas, ha promovido con un alto consenso social y electoral a líderes políticos acusados de genocidio, como Sharón, y ha generado de su propio seno social y cultural a peligrosos fundamentalistas como Ygal Amir, el extremista religioso de derecha que en una plaza pública, en un acto por la paz, asesinó de un disparo al entonces Primer Ministro, Yitzjak Rabin, que en el décimo aniversario de su muerte motiva esta nota.