Todo, poco o mucho sobre mi tía Susy

Este relato es una pequeña historia de una parte de mi familia materna: pinturas personales sobre Susana Szostak, la hermana de mi madre que hoy pelea por su vida en un Hospital en Israel a sus 87 años. El tiempo de la narración transcurre desde la última dictadura militar, los comienzos de la democracia, el neoliberalismo de Menem, y termina en la crisis del 2001, donde el exilio resquebraja los vínculos familiares en lo cotidiano, para conformarnos con una imagen que nos habla a miles de kilómetros de distancia. Es un relato personal, y a la vez, un retrato del vínculo entre las generaciones... de lo que nos separa, pero sobre todo de lo que nos une... de la melancolía que se actualiza en un presente continuo y de los legados de la memoria.
Por Darío Brenman

La historia de la familia Szostak se remonta a Vilna, hoy capital de Lituania. Antes de la Segunda Guerra Mundial era un significativo centro de educación y cultura judía. Durante el dominio polaco (1920-1939), 55.000 de sus 200.000 habitantes eran judíos. El 19 de setiembre de 1939, los soviéticos entraron en Lituania, lo que ocasionó la huida de unos 15.000 refugiados judíos de Polonia hacia Vilna. Poco tiempo después los soviéticos entregaron Vilna a los lituanos. En julio de 1940 todo el país fue anexado a la Unión Soviética. Desde septiembre de 1939 a junio de 1941, 6.500 refugiados judíos abandonaron Vilna hacia Estados Unidos, Eretz Israel (Palestina), el Lejano Oriente, y otros lugares como Argentina.

Cuando el 24 de junio de 1941 los alemanes ocuparon Vilna como parte de su invasión a la Unión Soviética, las autoridades alemanas y lituanas comenzaron a aplicar medidas antisemitas. Durante los meses siguientes, 5.000 judíos varones fueron arrestados por Einsatzgruppen y a comienzos de septiembre fueron establecidos dos guetos con Judenräte y cuerpos de policía judía. Ese mismo año, en el gueto más pequeño se asesinaron 33.500 judíos y otros 3.500 se habían escapado u ocultado.

Durante la mayor parte de 1942 no se produjeron acciones adicionales, y la población del gueto pudo desarrollar una cierta vida comunitaria. Crearon escuelas, un sistema de atención médica, actividades culturales e instituciones de ayuda social. El Judenräte era presidido por Jacob Gens, quien consideraba que el gueto sobreviviría si era económicamente útil para los alemanes. Por esa razón, el Consejo trataba de dar empleo a la mayor cantidad de judíos posible. Durante la calma de 1942 se creó la Organización Partisana Unida (Faréinikte Partizáner Organizatzie, FPO).

La liquidación final del gueto de Vilna tuvo lugar el 23 y 24 de septiembre de 1943. Más de 4.000 niños, mujeres y ancianos fueron deportados a Sobibor y otros centenares ejecutados en Ponar; 3.700 judíos fueron enviados a campos en Estonia y Letonia, y alrededor de 2.500 a campos de trabajo en Vilna. Cerca de 1.000 judíos se habían ocultado dentro del gueto; la mayoría de ellos fue capturada en los meses siguientes. Algunos centenares de integrantes de la FPO se unieron a los partisanos. Ochenta judíos fueron retenidos en Ponar para excavar las fosas comunes e incinerar los cuerpos, y así destruir las evidencias de las matanzas. Diez días antes de la liberación de Vilna, los judíos que se encontraban en los campos de trabajo locales fueron ejecutados en Ponar; entre 150 y 200 de ellos lograron escapar. Vilna fue liberada el 13 de julio de 1944. Sólo 2.000 a 3.000 de los judíos que integraban la población original de la ciudad habían sobrevivido.

En ese contexto es donde Enrique Szostak y Raquel Toff (mis abuelos) se escaparon a la Argentina. Tuvieron tres hijas: Susana, Hilda y Marta, mi señora madre. Mi abuelo era adherente del Partido Socialista, que por ese entonces lideraba Alfredo Palacios, y además tenía una activa participación en el IWO.

Los hijos de esa generación, que nacieron durante la década del ’30, poco a poco van dejando este mundo por haber cumplido su ciclo de vida, por enfermedad o luchan por seguir adelante como pueden. En el caso de la comunidad judía, fue una generación compleja, hijos/as de inmigrantes en muchos casos perseguidos por el nazismo europeo que llegaron a un país que, dependiendo de la época, les abrió sus puertas para que se desarrollen y críen a sus hijos.

Y cuando hablo de generación compleja, es porque, aunque tenían poca edad, vivieron los finales del  fraude patriótico en Argentina, el peronismo en toda su dimensión, el golpe de Estado de 1955, “la Libertadora” y la proscripción del peronismo, los convulsionados años ’60 y ’70 con la alternancia entre cortos gobiernos  democráticos y dictaduras, el advenimiento de Montoneros, el golpe de Estado de 1976, los desaparecidos, el regreso de la democracia con Alfonsín, el neoliberalismo de Menem, la crisis del 2001, el exilio de algunos por diferentes razones, el kirchnerismo con “la Yegua” ( nombre con el que también fue nominada Isabel Perón), y la vuelta descarnada del neoliberalismo de Macri.

Esta generación fue íntegramente de frases únicas y determinantes. Por ejemplo: “Perón era un fascista, un nazi, un antisemita”.

-¿Por qué?, le preguntaba alguna vez a mi tía o mi madre. A lo que Marta (mi madre) y Susy (mi tía) me respondían: -Porque no dejaron entrar a los judíos perseguidos por los nazis.

No había forma de hacerles entender en ese pensamiento binario, que una cosa era cuando estaba el gran nazi, director de Migraciones, Santiago Peralta, en 1943, y la otra cuando asumió el peronismo y su política más abierta hacia los inmigrantes de todo tipo y factor. De hecho, les comento que Argentina fue el primer país en enviar víveres al naciente Estado de Israel y que Perón designó al primer embajador en ese país. La respuesta era: “Pero dejó entrar a muchos nazis”, a lo que respondo: “Otros países también lo hicieron”. Se quedan calladas. En el fondo siento que mi perro Toby me entiende más. Hay algo fundamental que me da la pauta que mi discurso no llega y que no sería un buen político y es cuando le pregunto a mi madre: «¿A quién vas a votar?», y me da a entender que a MauriZio. Mi cabeza hace como el famoso emoticón de la persona con la mano en la cara.

Si existe un personaje poco común en esa familia es mi gran tía Susy, que vive en Israel hace años, siguiendo los pasos de mi primo, un exiliado económico de 2001, y que hoy pelea por su vida en un hospital de ese país. Cómo  trasmitir afectivamente a través de estas líneas lo que significó mi tía en gran parte de mi infancia, en aquella casa de la calle Robertson en Flores Sur (ahora queda bien decirlo de esa manera, antes era el bajo Flores y listo).

Susy y yo

Las décadas del ’70 y ’80 fueron los tiempos de mayor intensidad en esa relación. Fue un momento difícil para el país en un contexto de dictadura militar, donde aparecieron las primeras emisoras en frecuencia modulada (FM), produciendo una división en el espectro radiofónico, donde las AM están dedicadas a la información y las FM a la música, dicotomía que iría desapareciendo con el paso del tiempo.

O programas de televisión como Telecómicos; Feliz Domingo; Los Hijos de López; el “afamado” noticiero “60 minutos”, que fue el único que ganó todas las batallas de la guerra de Malvinas, liderado “por el general” José Gómez Fuentes; Mónica Presenta, los programas que convivieron en nuestra relación.

Susy me lleva pensar en esos recuerdos de mi infancia y preadolescencia en plena dictadura. Yo vivía con un padre militante trotskista, que alternaba las volanteadas en fábricas con un poco de ERP. Recuerdo reuniones clandestinas en mi casa donde se hablaban del “hijo de puta de Perón que volvió para frenar la revolución”, que seguro estaba a la vuelta de la esquina: Arregui entre Lazcano y Víctor Hugo.

Las huidas a la casa de mi tía en el “Bajo Flores” para alguien de 8 o 9 años eran un poco más divertidas. No era una casa politizada, pero si lo vieran a mi primo mayor cuando vino de Israel con pelo largo y barba, no había dudas que pertenecía a montoneros o ERP.

El quedarme a dormir con ellos en esa pieza llena de pies pintados de azul en el techo, o ir con Susy y mi hermana al Club Gimnasia y Esgrima para verlos competir en atletismo era la salida principal y divertida a la vez. Como en la cancha los gritos tribuneros afloraban para alentarlos en alguna prueba como los 100 metros llanos. Los clubes, sean o no de barrio, eran unos de los pocos lugares de encuentro donde uno podía ponerse hablar en voz baja con alguien sobre temas relacionados con el país o encontrarte con un torturador que alentaba los mismos colores que vos.

En la casa de Robertson, Susy, que era fotógrafa, tenía un cuarto de revelado de fotos donde aparecían imágenes diversas. Todavía conservo  algunas  tomadas a mí y a mi hermana Diana en la Ciudad de los Niños de la ciudad de La Plata.

Fue muy particular el día que estábamos en la mesa de comedor de su casa con mi abuela presente, y mostramos las fotos que sacamos de unas vacaciones que no recuerdo dónde eran. Había un sobre con los famosos negativos que caen repentinamente al suelo. Mi tía los levanta y los mira para ver de que eran y dice: “Esto es una Iglesia, con una pareja que se está casando y qué parecida que es a Dianita (mi hermana). Dianita, ¡pero sus vos!”. Silencio familiar. Mi hermana, tiempo antes, se había convertido al catolicismo, todo un sacrilegio para una familia altamente judía tradicionalista. El revuelo familiar fue tan grande que hasta unos tíos tuvieron que hacer terapia por ese tema. Lo cierto es que solamente una fotógrafa se podía dar cuenta de eso mirando un negativo de fotos que se había caído al suelo.

En 1978 fue el Mundial de Fútbol en Argentina y Guillermo Vilas había ganado el abierto de Australia. La euforia y la amnesia predominaba en las mentes de los argentinos y, por qué no decirlo, en la mía: mucho grito, exitismo, el Mundial era nuestro y no se nos iba a escapar aún pagándole a los peruanos para poder jugar esa famosa final con Holanda. Mientras nosotros saltábamos de alegría por los logros deportivos, se secuestraba, se torturaba y se asesinaba en el país.

Ese año cursaba el último de la escuela primaria. ¿Cómo no recordar el día de la entrega de mi diploma en la Escuela Nro. 24 de Liniers, y mi tía diciéndole a mi mama: “Yo los llevo”? Como siempre, llegó tarde y “el no sabes lo que me pasó”. Tengo recuerdos difusos, pero creo que ese día a la hora que fuimos al acto tuvieron que armar la entrega para mí, porque mi nombre ya había pasado. La mala suerte de tener un apellido con B y no con Z.

En 1979, cursé mi primer año en el colegio industrial Casal Calviño en Lacarra y Directorio, las rateadas eran a la casa de mía, me la pasaba más tiempo en su casa mirando televisión y comiéndome un kilo de unas figazitas de manteca que estaban espectaculares. Me decía:  «¿Te las comiste todas?», y yo ponía las manos como el emoticón en señal de “¿y ahora?». “Andá a comprar más”, me decía.

Ese colegio por suerte fue un paso fugaz por mi vida, estaba claro que no me gustaba y utilicé todos los recursos para irme, hasta un día simulé un desmayo, la escuela llamó a mi vieja, que a su vez llamó a mi tía y ahí fue el súper Ford Falcon (ese auto era de los buenos y solidarios), a rescatarme y sacarme de esa cárcel con salida transitorias.

Pensaba en las vacaciones yendo en el Falcon, que manejaba mi tía, con mi vieja, hermana y primos al complejo vacacional de Agua y Energía en Dique de los Molinos Córdoba, y los buenos veranos que pasábamos. Recuerdo frases que fueron un clásico siempre. Ruta embotellada y la tía diciendo: “algo pasó”. O los domingos en un complejo de la misma empresa estatal que estaba ubicado en Villa Tessei donde pasábamos el día, mis primos jugando vóley y Susy tratando de que haga relaciones con chicos de mi edad. Tarea difícil pero no imposible.

Mi primer paso en el manejo de un auto fue con ella. Una vez salimos a practicar,  ella manejaba el volante desde el asiento del conductor y yo el acelerador, embrague y freno. En un momento me dice en la esquina “frená” sin aclarar de qué manera había que hacerlo; eso sí, puse el freno a fondo, y la tía casi sale por el parabrisas y aterriza en la cancha de San Lorenzo o en la 1114. Ahí aprendí que casi siempre se frena de a poco.

Después, cómo olvidar las salidas de mi madre luego de su separación con alguna pareja, y yo quedándome a dormir en lo de mi tía. Una vez, en una pelea apoteótica con mi tío le digo: “Vamos a mi casa en la calle Pedernera, tengo la llave”, y nos fuimos los dos. Esa noche lógicamente dormí en mi pieza y ella en el sillón del comedor. Mi vieja cae con su novio, no recuerdo bien a qué hora, y la ahogamos la fiesta. La llave casi entrando en la cerradura y una voz que del otro lado le grita: “Martita, mirá que estoy yo”.

En los años ’80 el país entraba en un proceso de resistencia política y gremial a la dictadura, la derrota en Malvinas la había debilitado mucho, era el momento de contragolpear y fue lo que se hizo a través de la multipartidaria y la CGT de Saúl Ubaldini con su famoso lema: “Paz, pan y trabajo”. En ese momento me había pasado a un comercial en la zona de Ramos Mejía donde mi madre entabló relación con su segundo marido. Su vida fue muy paradójica: se casó con un trotskista, y se separó; su segunda pareja fue radical. Esta especie de multipartidaria conyugal no quedará anclada en esa fecha.

En mi escuela se estaba conformando el Centro de Estudiantes, donde yo participaba. Recuerdo los gritos en el patio escolar y el director, un marino retirado, saliendo a poner “orden” en el medio del “caos” democrático. En ese momento, además de estudiar trabajamos con Susy en una cerrajería que había puesto Lázaro (radical), el segundo marido de mamá, y aprendimos hacer llaves doble paleta con la mítica máquina Duplimec. Recuerdo verla de costado, con los anteojos a mitad de su nariz, tratando de hacer las llaves. Era como un clásico.

Con la crisis de 2001 muchos sectores medios emigraron al exterior, las colas en las embajadas eran interminables. En mi caso particular y familiar nos fuimos al consulado polaco; casi un suicidio, como bajarte los pantalones y mostrar los genitales en un acto de Biondini. Pero allá fuimos e hicimos todos los papeles. Cuando me preguntaban mi nombre y decía Darío Alejandro Jaime Brenman, creo que los polacos no entendían como los judíos hicimos el Juicio de Núremberg y después le pedimos asilo para que nos cobijen.

En ese momento mi primo Edy, hijo menor de Susy, se fue a vivir a Israel con su familia; Riky, el mayor, ya se había rajado años antes, cuando el presidente Raúl Alfonsín expresó desde un balcón: “La casa está en orden”. Él vio un poco despelotada la casa y se fue a Estados Unidos. La tía estuvo un tiempo más en Argentina y se fue también a Israel, no recuerdo cuántos años después.

Desde ese momento creo nos vimos una vez en Argentina, cuando ya había nacido mi hijo Ezequiel y de regalo le trajo un pato para el agua que hacia ruido cuando lo apretabas, desde ese momento lo bautizamos el pato Susy.

¿Qué puedo decir ahora, que hace años que vengo deseando viajar a Israel para visitarla? Decirle que la quiero como una segunda madre. Ella lo sabía. Alguna vez se lo expresé a mi manera poco melancólica y desaprensiva. Pero ella lo sabía.

Antes de finalizar, les comento: luego de enviudar de Lázaro, al tiempo mi madre se puso de novia con un militar retirado de la aviación, un matrimonio que duró mucho tiempo. Cuando enviudó de este último le dije: “Mamá, te falta un novio peronista”. A lo que me respondió: “Ya basta de novios”. Me dejó con las ganas.