Elecciones en Israel

Los días terribles

Después de la repetición, por primera vez en su historia, de las elecciones legislativas, el panorama en Israel no parece ser mucho más claro. Como es sabido, ninguna de las dos primeras minorías, Kajol Labán y Likud, está en condiciones de formar gobierno, al menos sin renunciar a algunas de sus posiciones. Por lo tanto, para responder a la pregunta de quién será el próximo Primer Ministro, primero es necesario saber, en cada caso, a qué principio irrenunciable será capaz de renunciar.
Por Enrique Herszkowich

Un pueblo, una tierra, tres reyes
Las nuevas elecciones parecen haber generado -en realidad, confirmado- tres liderazgos que podrán decidir el futuro de Israel, cada uno con sus principios. Si excluimos los discursos centrados en los clásicos de seguridad y firmeza ante los palestinos de Gaza, el Hizballah de Líbano o la amenaza de Irán, Liberman continúa levantando la bandera de su yihad antiortodoxa, Gantz la transparencia institucional (es decir, la exclusión de Netanyahu), y Netanyahu… seguir siendo Primer Ministro.
Efectivamente, para Netanyahu el resultado de las negociaciones no se restringe a la continuidad de su carrera política, sino también a su situación personal. Las sucesivas denuncias de corrupción, los escándalos asociados a su vida personal, la dudosa transparencia de la financiación de su vida privada, lo llevarán a comparecer ante la justicia, pudiendo ser inculpado en varios casos de fraude y sobornos que están siendo investigados por la policía. De salir airoso, no sólo podrá seguir siendo el rey Bibi, el Primer Ministro con más tiempo en el cargo y uno de los más hábiles a la hora de formar alianzas parlamentarias, sino que incluso podrá aspirar al cargo de Presidente de Israel antes de su retiro. Pero, si no es el oro…, será el absoluto ocaso. Por esa razón, Netanyahu recurrió a la utilización de su pretendida amistad con Trump y Putin, a la promesa de anexar Cisjordania, a la exacerbación del temor al electorado árabe con un discurso casi racista, y hasta a las perspectivas de escaladas bélicas en Gaza o Irán, recursos que, esta vez, no le bastaron.
Liberman, después de patear el tablero de la anterior alianza de gobierno y forzar las elecciones anticipadas de abril alegando críticas a la política de Netanyahu en Gaza, sigue levantando las banderas de un nacionalismo secular e intransigente. Pero con la alternativa del gobierno de unidad entre el Likud y Kajol Labán, esa intransigencia puede quitarle su corona de tercero en discordia: no puede formar parte de un gobierno del primero junto a los partidos ortodoxos, ni del segundo con los partidos árabes y de centroizquierda. También en su caso, sus alternativas son hacer valer la fuerza de sus nueve diputados, o ser excluido de un eventual próximo gobierno de unidad.
Gantz es quien ha entrado último a la arena política. El Jefe del Estado Mayor entre 2011 y 2015, responsable de la ofensiva sobre Gaza en 2014 (se llegó a jactar de haberla enviado a la Edad de Piedra), fue presentado por Netanyahu como la amenaza de “la izquierda”. Sin embargo, su sólida trayectoria militar y sus claras posiciones respecto de los territorios palestinos parecen eliminar ese fantasma. Su partido, integrado también por otros dos excomandantes de las Fuerzas Armadas (Moshé Yaalón y Gaby Ashkenazi) y un periodista liberal (Yair Lapid) parece ser hecho a medida para enfrentar al discurso de derecha de Netanyahu: apoyó el reconocimiento de EE.UU. para expandir la soberanía israelí, coqueteó con la idea de Netanyahu de anexar el valle del Jordán, aseguró que Israel no abandonaría las Alturas del Golán, y se comprometió a fortalecer los asentamientos de Cisjordania, además de mantener el discurso de que Irán es la principal amenaza para la paz mundial.
Sin embargo, se distanció del gobierno de Netanyahu al criticar la prohibición de que las congresistas norteamericanas Ilhan Omar y Rashida Tlaib ingresen a Israel, y afirmó que su límite es la continuidad de un Primer Ministro que afronta una imputación en la justicia. Así, Kajol Labán puso en primer lugar de la agenda la aspiración de una política transparente que impida los intentos de Netanyahu de garantizar su impunidad y de limitar los poderes de la Corte Suprema. Más allá de contener en su plataforma la legalización de matrimonios civiles, lo cual sería imposible de mantener mientras los partidos ortodoxos tengan el poder de participar o no de las coaliciones de gobierno, el nuevo partido parece, más que un giro a la izquierda, una garantía de continuidad, pero sin Netanyahu.


La tensión con los sectores ortodoxos (tanto por sus privilegios impositivos y frente al servicio militar, como por sus imposición de determinadas normas religiosas en la vida cotidiana) es un tema central en las discusiones políticas. Con algo más del 10% de la población, la comunidad jaredí puede triplicar su peso demográfico en una generación, y su sobre-representación política causa malestar en gran parte de la sociedad israelí. Eso contribuyó a redireccionar la imagen de Liberman, que pasó de dirigir un partido sectario, de inmigrantes de la Unión Soviética rusoparlantes, a esgrimir un discurso racista y ultranacionalista primero, y a convertirse en el adalid de la Israel laica después (sin abandonar su racismo, por cierto). Son estos dos elementos los que, paradójicamente, lo dejan sin mucho margen para integrar una alianza de gobierno; es decir, sin poder real: a Netanyahu le exige el reclutamiento de los ortodoxos (sin los cuales no obtendría mayoría), y a Gantz la no inclusión de la Lista Unida árabe (sin la cual, Kajol Labán no puede formar gobierno).
Netanyahu no ganó, pero aún no fue derrotado. Gantz obtuvo más bancas, pero no puede formar mayoría. Liberman puede ser el tercero con poder de veto, o quedar fuera de un gobierno de unidad. Así, Netanyahu, Gantz o Liberman deberán renunciar a alguno de sus principios para evitar una tercera convocatoria a elecciones. Pero resta también otra opción: el sacrificio de Bibi, o de Gantz. Es decir, que algunos diputados de Kajol Labán acepten apoyar un gobierno de unidad que incluya a Netanyahu, o que el Likud haga lo propio, sin él.
En cualquier caso, quedará la sensación de que un dato ha sido invisibilizado: en una decisión histórica, que no se daba desde hace 25 años, la mayoría de los líderes de la Lista Unida árabe dio, inicialmente, su apoyo a un partido sionista, Kajol Labán, para formar gobierno. En un país atravesado por el chauvinismo, en el que el Primer Ministro demonizó a los ciudadanos árabes, amenazado por el fantasma de un Irán nuclear, y sin perspectivas de resolver la situación con los palestinos, el general no pudo ni considerar la posibilidad de integrar a la tercera fuerza del parlamento.

Los días terribles
Al momento de escribir estas líneas, transcurrimos los iamim noraim, los días terribles que median entre Rosh Hashaná y Iom Kipur, en los que, según la tradición, se escribe nuestro destino. Según el Levítico, en el día de Iom Kipur el pueblo de Israel se reunía frente al Sumo Sacerdote para decidir la suerte de dos machos cabríos. Uno era asignado a Jehová, y era sacrificado a Él. El otro, era enviado al desierto, destinado a Azazel, llevando todos los pecados del pueblo, que quedaba así redimido. ¿Qué será lo que se sacrificará en los próximos días? ¿Un candidato: Gantz o Netanyahu? ¿Un principio: la participación de los ortodoxos y sus privilegios en el gobierno, la continuidad de un Primer Ministro sospechado de corrupción? ¿La seguridad de los ciudadanos frente a los discursos belicistas con fines electorales?
Frente a la posibilidad de golpear o fortalecer un sistema institucional transparente y republicano, y con la presencia de diversas minorías que detentan excesivo poder, o son marginadas de él, el mayor riesgo es que la imagen de una democracia sana forme parte, también, de la carga enviada a Azazel.