Sobre el teclado de mi computadora estaría tentado a comenzar esta nota del siguiente modo: “Se nos fue un artista inclasificable, un polemista incómodo; autor, actor, músico, publicista, libretista, amante de la buena comida, bloguero y cibermilitante…”, y todo el panegírico del caso. Pero no, la cuestión es más simple y triste: se murió Jorge Schussheim.
Todo comenzó en Villa Crespo, en la década del ’70. Calles adoquinadas, inviernos gélidos, y una geografía con poco color bajo un cielo represivo. Entre los discos que había en casa, estaba ese con un enorme círculo rojo sobre fondo blanco, con el apellido Schussheim (que tempranamente aprendimos a pronunciar como “Yuyeim”), en una tipografía que imita a la del logo de Coca-Cola. Para el niño que fui alguna vez, escuchar “Las cosas que pasan”, “Las tijeras de mamá”, “Confesiones junto al Sena” (la de “el culo me pesa”) o “Todo va mejor” (la canción de Coca-Cola), provocaba la alegría eufórica que luego conocí con “A hard day’s night” o “Help!” de Los Beatles. Pero, a diferencia de los cuatro de Liverpool, la música del señor nacido en el barrio de Once siempre estuvo reservada a unas pocas familias, casi como una contraseña o marca de identidad cultural. Por fuera del círculo de hogares en los que sonaban sus canciones, era un desconocido (salvo, quizás, por su parentesco con Renata), o un “autor anónimo”, artífice de populares publicidades televisivas.
La generación de Pepsi y el mundo de Coca-Cola
Juzgar a la sociedad de hace 40 años, sus discursos y cultura, a la luz de los parámetros y valores presentes es quizás poco productivo. Lo cotidiano de antaño es la aberración del presente. Lo mismo podrán decir en el futuro de nuestra generación. Así, parte de la obra de Schussheim consistió en producir materiales publicitarios que hoy pueden ser considerados más que controversiales. Las recordadas publicidades de Añejo W (un horrible licor con sabor a whisky), Tía María (con una pareja que se insultaba para excitarse) o Piña Colada American Club (con mujeres con el ojo amoratado rogando a la cámara “dame otra piña”), son intolerables desde el marco analítico actual, en el cual la violencia de género constituye un problema visible, insoslayable en cualquier agenda pública presente o futura.
El ejemplo sirve para entender el pliegue histórico que vivieron Schussheim y su generación; su mundo fue el del hálito atómico de la Guerra Fría, marcado por el “equilibrio bipolar”, y por los grandes relatos de la Modernidad: liberalismo, comunismo y fascismo. Un mundo en el cual la Revolución no era una utopía de pubertad, sino un sueño realizable. Ese mundo en el que Schussheim vivió y produjo, ya no existe.
Por eso, a las generaciones que cruzaron la barrera de los 50 años, les resulta complejo comprender las coordenadas políticas actuales, los nuevos modos en los que se producen las relaciones interpersonales, la exigencia de reconocimiento de nuevos derechos sociales y de género, el mosaico de conflictos internacionales, o las nuevas formas de expresión y comunicación (ya no hay discos, no se imprimen diarios y los libros tienden a ser digitales).
Todos estos dilemas eran abordados por Jorge a través de su Facebook, canal expresivo al cual entregó horas de su vida con mucho gusto. Desde su hogar, disparaba cotidianamente afirmaciones disruptivas, chistes breves, proverbios hebreos o ídishes, anécdotas con personas que conoció (célebres o ignotas), e historias de difícil comprobación (al fin y al cabo, no importaba tanto su veracidad, sino su ritmo y gracia). Expresaba sus opiniones políticas (con respecto a nuestro país, al contexto regional, a EE.UU .e Israel) sin temor a ser tildado de gorila, kirchnerista, antisionista o proisraelí alternativamente. En este sentido, formateado por el pensamiento de los siglos XIX y XX, por la cosmovisión del shtetl de Galitzia y el barrio del Once, siempre intentó (aunque no siempre lo consiguió) atravesar todo aquello que identificara como una frontera, rompiendo con un status quo al cual siempre cuestionó.
Pasa la historia de nuestra nación, siglo tras siglo sin solución
Cercano al alfonsinismo en los ’80, apoyó públicamente el ciclo político iniciado en 2003, tanto por sus convicciones íntimas, como por la incomodidad que producía y sigue produciendo en la sociedad conservadora. A Schussheim nadie podría atribuirle obsecuencia política, sino todo lo contrario: jamás ahorró críticas y observaciones, matizadas con apoyos hacia funcionarios o medidas de los tres gobiernos kirchneristas. Despotricaba sobre lo que él bien conocía: las estrategias de comunicación oficiales y de campaña.
Quiso ofrecer su orientación profesional para la campaña de 2019, pero salió espantado ante la comprobación de la falta de unicidad: había numerosos equipos (tantos como candidatos), completamente ayunos de conducción y coordinación. Y todo esto lo ventilaba en público. Detestó el advenimiento de Macri al poder, a quien –según relató alguna vez– conoció en los años ’70 trabajando en una publicidad para alguna de las empresas de Franco Macri. Conversando con el viejo inmigrante sobre aspectos creativos y de comunicación, ingresó intempestivamente un joven de pelo largo y ojos claros. Cuando se retiró, Franco le habría dicho algo así como “ese es el pelotudo de mi hijo, Mauricio”.
Mi mamá igual se arregla, y ahora me habla del Vietnam
Su judaísmo se asentaba en los afectos, en los aromas y sabores de la infancia, en las intersecciones de Corrientes y Pasteur, en el pastrón y el gefilte fish con jrein; en los libros y la ética a prueba de persecuciones y diásporas. Así como supo surcar el archipiélago del progresismo argentino, también lo hizo con el sionismo. Desde su Facebook no ahorraba críticas hacia posturas de la izquierda antisionista, con el estilo frontal y a veces agresivo que lo caracterizaba. Lo sublevaban la hipocresía, la haraganería intelectual, y las lecturas binarias sobre fenómenos complejos y multidimensionales, por parte de cierto progresismo que orilla con proposiciones profundamente reaccionarias.
En un acto por la paz organizado por Meretz Argentina en agosto de 2014 (a raíz de las incursiones aéreas sobre Gaza en el marco de la Operación Margen Protector), Schussheim declaró: “Frente a la derecha judía y a la derecha no judía, abogo por una paz donde los palestinos puedan vivir su propio Estado sin ser sometidos; y frente a la izquierda judía, y la izquierda no judía que está hablando del ‘sionismo internacional’, me declaro abiertamente pro-existencia del Estado de Israel, y si es necesario, sionista”.
Tampoco temía problematizar el carácter del Estado: “Si Israel es un Estado judío, no podrá ser jamás un Estado democrático; y si quiere ser un Estado democrático, jamás podrá ser un Estado judío. Y si me pregunto por una solución de dos Estados, con el mismo criterio me veo obligado a preguntarme por qué no un Estado, pero un Estado no judío sino un Estado democrático, árabe-judío, de gente, de personas, no de religiones”.
Yo me muero como viví
Como sucede con otros y otras imprescindibles que nos dejan, con Jorge Schussheim se va un irremplazable, un intelectual y creativo “sanamente inadaptado”. El exponente de una generación de judías y judíos con un amplio bagaje cultural, con la transgresión como brújula para orientar sus actos, que intentaron acompañar los procesos de transformación de su tiempo. Profundamente consustanciado con la política, no consideraba al judaísmo como un pasaporte hacia la vida acomodada dentro de un sistema injusto, sino que rescataba aquello que de herético y subversivo guarda aún nuestra cultura. Blasfemo profesional, se puteaba con todo aquel que no pudiera sostener un argumento razonable en su contra.
Ahí están sus libros, sus incontables y cotidianas publicaciones en el muro de Facebook, los esgrimas con sus lectores. Allí están algunos videos, programas radiales (hace algunas semanas participó junto con su esposa Lía Jelín de “Reunión Cumbre”, el programa de entrevistas de Carlos Ulanovsky), y por supuesto sus discos. Al ya mencionado “No todo va mejor con Schussheim”, hay que agregar sus obras cantadas en ídish, ladino y o canciones populares de Europa y América.
Soberbio, egocéntrico, pero a la vez inteligente y divertido, ignoro hasta qué punto haya sido consciente de su legado. En el caso de quien suscribe este artículo, Schussheim y su obra constituyen un importante ladrillo en la construcción de mi identidad. Hablaba de mí cuando cantaba:
“Mi mamá me pide que sea doctor,
Jorge Schussheim tiene que ser el mejor,
Mi mamá me insiste, mi mamá me aplasta,
Mi mamá me castra hasta decir basta!”