“(…) La agresión está en el aire en Polonia. Las emociones desatadas por la escalada del lenguaje del debate político pueden fácilmente pasar a la acción, y luego esta agresión se dirige a un objeto específico. Un alma equivocada es todo lo que se necesita. El cordón, tirado al límite de la tensión, se rompe en su punto más sensible. Me preocupa nuestro futuro inmediato. ¿Volveremos a cómo eran las cosas antes de esta muerte sin sentido, o de alguna manera nos hará recuperar la sobriedad? (…)”
Final del artículo publicado en el New York Times por la escritora polaca Olga Tokarczuk (Premio Nobel 2018) luego del asesinato del intendente de Gdasnk. Pawel Adamowicz.
ATENCIÓN: Esta reseña contiene spoilers.
El cine y su conexión con lo real
Antes del estreno del film, un hecho policial sacudió el ámbito político polaco: el asesinato del intendente de Gdansk Pawel Adamowicz, en un importante evento de caridad navideño el 13 de enero 2019. Apuñalado por un muchacho con antecedentes penales y con un aparente desequilibrio psíquico, todos los sectores salieron velozmente a condenar el ataque, entre ellos, el presidente, líder del Partido de la Ley y la Justicia de Polonia (PIS). El intendente pertenecía a la oposición del partido gobernante y, en tanto defensor de los derechos civiles de las minorías, se manifestaba contrario a las políticas nacionalistas y conservadoras del mismo.
También en el film, es acuchillado un candidato político que posee, para colmo de coincidencias imposibles, el mismo nombre: Paweł Rudnicki (Maciej Stuhr) y las mismas inclinaciones ideológicas. ¿Coincidencia?
En cierto modo sí, dado que, cuando ocurre el incidente, la filmación estaba terminada. Sin embargo, sería ingenuo no pensar en la capacidad del cine para hacer visibles las problemáticas de época que subyacen y rodean su producción. Es esta posibilidad de diálogo y anticipación de la ficción a lo real, lo que permite pensar en esta capacidad de hacer visible los entretejidos sociales subyacentes. En el mismo sentido, lecturas posteriores a este acontecimiento lo articularon con el fomento de la polarización y el odio creciente en dicha sociedad. En cualquier caso, para no recargar las cosas, el estreno del film debió ser pospuesto.
Escenarios virtuales de violencia
Otro film del mismo director, La habitación del suicidio (Suicide room, 2011), en donde ya se manifestaba el peligro que pueden esconder las redes sociales, es considerado como una precuela de éste.
Aquí el protagonista, Tomasz “Tomek“ Giemza (Maciej Musiałowski), experimenta un descenso a los infiernos en paralelo a su ascenso social. Paulatinamente, su rostro y su imagen toda se torna al mismo tiempo cada vez más gris y pálida, como si se tratara de una suerte de diablo de nuestros días, un emergente en forma de síntoma. Ya desde la primera escena es expulsado de la facultad de derecho por cometer plagio. En ese espacio, le explican, deben ser especialmente vigilantes con el respeto a la ley que él ya transgrede. Comenzará a trabajar en una empresa que, a pedido de sus clientes, destruye la carrera de la competencia, en principio a través de las redes sociales. Tomek compone un hater, un odiador, una persona que se dedica a distribuir odio en función de intereses económicos, e, inevitablemente, políticos y sociales. Posee también el amparo de una familia que cumple el rol de una suerte de mecenas y que invierte en su educación, sin saber que ya no forma parte de la universidad. Mientras tanto, él se encuentra obsesionado con una de las hijas, Gabi (Vanessa Aleksander). Se trata de gente de un alto nivel económico, progresistas, pero tras dejar estratégicamente el celular prendido después de irse de una cena en este lujoso hogar, se da cuenta que más allá de las apariencias, en realidad lo desprecian. Todo esto se acumula en forma de resentimiento y deseo de venganza que no está exento de un cariz tanto social como de despecho.
Su trabajo de prueba es contra una instagrammer a la que destruye inventando un hasthag falso que comienza a desparramarse, o a virtualizarse. Desde este punto a las fake news, se impone la misma lógica macabra. Este éxito laboral le permitirá poder dedicarse a la irrupción en el universo político. Las saturaciones de discursos de odio se vehiculizan así desde el universo cibernético, pero con impacto directo en nuestra vida. En este caso, el escenario es una Varsovia con apariencia cosmopolita, que refleja a través de un diseño de arte despojado y minimalista, ámbitos de despersonalización como marcos para el combate. Esto tiene claro la CEO de la empresa para la que trabaja, Beata (Agata Kuleza), que toma como guía de acción un antiguo tratado militar chino: El arte de la guerra de Sun Tzu.
Un grito de alarma desde el presente
La frenética carrera de ascenso de Tomasz, en un país que se presenta hoy sumido en un capitalismo salvaje, pareciera carecer de ideología. Sin embargo, encuentra en ella su forma de manifestación. En el comienzo del film, encontramos filmaciones reales de la marcha que se realiza todos los años como festejo de independencia polaca. Como ocurrió en otras oportunidades, el 11 de noviembre del corriente, la misma se vio atravesada por incidentes ocasionados por grupos ultranacionalistas que, entre otras cosas, arrojaron objetos y antorchas a lugares identificados con consignas LGTB+. El odio siempre va más lejos, y por ello el protagonista contrata para la campaña de demolición del candidato a jóvenes ultraderechistas violentos y fanáticos. Será a través de un juego de rol en línea que comenzará la negociación con el más inestable del grupo, haciendo uso de sus ideas y necesidades económicas. Es decir, va más allá del encargo virtual y, lleno de resentimiento, termina su acción en el mundo real. De este modo, en el final, el noticiero informará que el asesino desvariaba puesto que adjudicó lo sucedido a: “una voz que hablaba desde la computadora”. La sangrienta escena del asesinato enciende una alarma que, con su contracara real, resignifica su validez en el exceso de la lógica ficcional. El triunfo de Tomek es absoluto, dado que sale de ella vuelto un héroe, y en el último plano, la cámara se aleja recorriendo desde afuera de la ventana de la casa de su familia de adopción que lo recibe con una repentina aceptación. Se trata de un plano elegante y distante, un escudriño desencantado y mordaz del estado de cosas. Una vuelta al orden, un nuevo orden que viene a plasmar que el peligro está entre nosotros y que las actuales formas de comunicación son un caldo de cultivo propicio para su avance.