Sucedió en Bosnia

Incluso en el medio del marasmo europeo y global, parece que aún es posible robarle tiempo al tiempo y vivir horas intensas en la vieja Sarajevo, en la que el pasado de la perdida gloria sefaradí en estas tierras yace, perpetuamente unido al recuerdo y a la esperanza. Allí vivió Laura Papo Bohoreta: Laura era una mujer, una mujer de veras. Con ideas, con cara de niña y sangre de guerrera. Porque siendo una mujer de paz, decidió declararle una guerra a muerte al olvido y a la desigualdad. Su ímpetu nunca dejará de resonar en el cálido espacio de la vieja Sinagoga, el templo sefaradí de Sarajevo
Por Alejandro Ninin, desde Sarajevo, Bosnia-Herzegovina

Cuanto más caminan sus pies sobre la superficie de la tierra -la que algunos, contra toda evidencia, siguen estimando plana-, mas sorprende a aquel que viaja que la gente no deje de visitar siempre los mismos lugares: París, Londres, Roma o Venecia. Que se precipite desesperada en busca de sol o de monumentos hacia Grecia o la costa adriática, hacia Mallorca o hacia Ibiza. Los mismos lugares comunes, trillados, una y otra vez. Como aquel supermercadista argento que se jactaba de haber ido a Venecia treinta y tres veces. Que muchos gasten lo que no tienen -no era el caso de ese argento, pope de los piratas del asfalto- para poder decir que estuvo en los lugares en los que se supone que hay que estar. Comprendo, colijo, sospecho, intuyo, arguyo, que contarle en una sobremesa a una pareja de amigos woke -el conocimiento de lo que entraña este adjetivo es esencial para comprender el mundo de hoy-, que uno pasó parte de sus eternas vacaciones de docente en Bosnia pueda sonar, como decirlo, un poco mersa.

Es que Bosnia puede evocar, no lo niego, imágenes displacenteras, de ovillos de alambre de púa, de muros esculpidos a fuego de metralla, de retratos salpicados de miseria y estrechez. Y sin bien es cierto que en cada mito hay algo de verdad, ya que de otro modo el mito se desmorona, Bosnia es mucho más que todo aquello. Es que uno de los tesoros culturales, etnológicos y religiosos más portentosos del continente se halla en este rincón que Europa persiste en querer olvidar. Bosnia, como Israel, Polín (Polonia) o Sefarad (España) no son solo tierras de dolor sino también de gloria. Apéndice a lo largo de la historia de grandes imperios, el romano, el bizantino, el otomano, el austriaco, también parte de la Yugoslavia socialista y titoísta, Bosnia es la tierra de grandes escritores, de los cuales el gran caballero Ivo Andric, premio nobel en 1961, es el icono más visible. Bosnia, por su pasado, es un gran puente de civilizaciones, y el puente sobre el Drina, escrito por el mismo Andric, un símbolo de esa alianza que sigue uniendo generaciones. Y como aquel autor lo explicaba, mucho más claramente que yo, en su otra gran obra “Sucedió en Bosnia”, muchas cosas ocurrieron en esta Bosnia que está ahora debajo de mis pies.

Ella se llamaba Laura, ella se llamaba así.

Así como muchas cosas sucedieron en Bosnia, parte de la milenaria y diversa historia del pueblo judío también sucedió aquí. Aquí tuvo lugar el florecimiento, después del trasplante, de una riquísima rama de la civilización judeo-española, y en el ocaso del siglo diecinueve, uno de esos tantísimos tallos dio una hermosa flor que se hacía llamar Laura.

Laura Papo Bohoreta era -es- el nombre que eligió aquella que vino al mundo como Luna Levi. Todas las virtudes, toda la perseverancia, toda la inteligencia se concentraban en ella. Laura era dulce. Laura era fuerte como el rudo café bosnio.  Laura era una mujer, una mujer de veras. Con ideas, con cara de niña y sangre de guerrera. Porque siendo una mujer de paz, decidió declararle una guerra a muerte al olvido y a la desigualdad. Su ímpetu nunca dejará de resonar en el cálido espacio de la vieja Sinagoga, el templo sefaradí de Sarajevo. Dama educada en las costumbres del Imperio Austro Húngaro y en las ideas de la Ilustración, de la Libertad, de la Igualdad y de la Fraternidad, a las que se acercó en el liceo francés de Estambul, no tardó en apercibirse de que la igualdad de género pasaba por el hecho de que la mujer fuese tan libre como el hombre para llevar a cabo lo que su conciencia -y sus deseos- le dictasen en el marco del respeto al otro. Y al llegar a tamaña comprensión no pudo sino obrar en consecuencia.

Laura Papo Bohoreta y sus dos hijos, asesinados por los nazis

Sarajevo es una ciudad que sobrevivió a muchas catástrofes. Los pies del vagabundo, azotado impunemente por el sol, patinan más que caminar sobre la blanca piedra lustrada de las calles peatonales de la aun orgullosa capital bosnia. Ciertamente, Sarajevo es mucho más que el lugar de un atentado, erróneamente mencionado como la “causa” de la Primera Guerra Mundial. Porque la historia es social o no es historia sino hagiografía. La Argentina, por ejemplo, lo sabemos, es rica en la creación de este tipo de historia no científica, hecha por “próceres que amaron a la patria”, y que en realidad solo sirvieron a los intereses de una clase, contradictorios con las de otras. Sin embargo, aquí en Bosnia hay una prócer verdadera: Laura Papo Bohoreta, que optó por encarar la lucha de clases comenzando por trabajar para lograr un equilibrio entre el género opresor y el género oprimido.

Ella estaba destinada a ser no solo la primera feminista bosnia, sino también la primera feminista sefaradí del mundo.  Laura leía, leía mucho, leía sin cesar y como suele suceder, cuando alguien lee demasiado, no puede sino exorcizar lo que aprende a través de la escritura. Había estudiado los circunloquios de la lengua de Molière en el Liceo francés de Estambul, donde su padre había tentado fortuna como negociante. Sin embargo, más allá de su perfecto alemán, también lengua materna al haber nacido en el Imperio austrohúngaro, y de la lengua eslava hablada por los bosnios, Laura soñaba, Laura vivía y Laura escribía en ladino. El judeo español, ese idioma que, por su semejanza al castellano, nos resulta tan familiar y tan querido, esa lengua que recuerda y recordará por los siglos la presencia judía en la Península ibérica, transcribiendo sentimientos, trayendo en palabras al presente una cultura, una forma no solo de ver y vivir el judaísmo, sino una forma de ver y vivir la vida. Y, cual Dina Rot avant l’heure (antes de hora), Laura dedicó su vida entera a mantener viva esa tradición sefaradí de consonancias bosnias, recopilando versos, recreando el folklore sefaradí de Bosnia, su tradición oral que se había transmitido de generación en generación y que, como ella lo sintiese, iba camino de perderse. Laura sentía que el judaísmo, más que una religión, una comunidad o una raza, es ante todo un universalismo. Por eso también quiso que autores de la Francogallia pudiesen ser leídos en ladino. Así se abocó a traducir a Verne, a Emile de Girardin y a tantos otros del francés al judeo español.

Los fragores de la Gran Guerra no mellaron el metal con el cual la feminista inoxidable había sido concebida. Irrumpió como polemista en la escena cultural de la Sarajevo de entonces publicando una columna en el Bosnische Post, periódico en lengua germana, acerca de las mujeres sud eslavas y de sus posiciones y participación en política. Toda una osadía para la época. La columna contradecía otra escrita en el mismo diario por otra que abogaba por el rol tradicional de la mujer sefaradí, en la que se relegaba a las damas a un lugar meramente doméstico, siempre a la sombra del esposo. Tal enunciación fue la chispa que hizo que Laura Papo Bohoreta le contestase por escrito, y se armase un contrapunto que quedaría marcado a fuego en la historia de las ideas, no solo de Bosnia, sino también del judaísmo, y más particularmente aun, del judaísmo sefaradí. En la concepción de este trabajo, Laura se esforzó en crear una suerte de catálogo con todas las virtudes y defectos de la mujer sefaradí tradicional, incitando, desde luego, a que la mujer preservase esa herencia, aunque adaptándola al cambio permanente. Sempiternamente obsesionada por la amenaza de desaparición del patrimonio de la lengua ladina, rescató en sus escritos términos que habían dejado de emplearse y hasta llegó a crear otros para llenar huecos lexicográficos que la modernidad había producido.

Laura si está

Incansable, verdaderamente incansable, no tardó en afianzarse como dramaturga. Así en los treinta parió sendos sainetes que relataban la condición social, las dificultades que la existencia entrañaba para las comunidades sefaradíes de Bosnia. “Avia de ser”, “La pasjensija vale mučo”, “Tiempos pasados” y “Hermandat Madrasta, el nombre le abasta”, se cuentan entre sus muchos títulos.  Ni el surgimiento de las milicias fascistas, los temibles ustashas de Ante Pavelic pudieron quebrar su afán, aunque sí hubo de detenerla la enfermedad. En el medio de su agonía, sus dos hijos fueron capturados por los nazis. Y entonces Laura, el cuerpo de Laura, solo el cuerpo, nunca el alma, hubo de agonizar y ella murió sin saber que sus dos hijos, sus dos luces, habían sido ejecutados camino del infame campo de concentración de Jansenovac.

Ambas caras de la exterminación.

Cuanto más uno se interna en las calles de Europa, especialmente las calles de Europa oriental, más se convence de la existencia de un reduccionismo que siempre se practicó cada vez que se abordó el tema de la Shoah. Se hace hincapié una y otra vez en la dimensión física de la exterminación, al decir de Adorno, en las características de las fábricas de matar que fueron los campos y en las muchas maneras en que la eliminación física del pueblo judío fue ejecutada. Claro que ha de insistirse en ese punto, porque el alma es siempre llevada por cuerpos en este tránsito que es la vida. Sin embargo, casi nunca se ha puesto énfasis en la exterminación de las ideas que portaban aquellos que fueron gaseados o ametrallados. Ideas que nunca pudieron ser transmitidas a las generaciones siguientes, modus vivendi que desaparecieron para siempre en la noche interminable del horror. Nunca se hizo, a no ser aisladamente, una comparación entre el antes y el después de las civilizaciones en el seno de las cuales la presencia judía floreció en toda Europa, siendo arrancada de la tierra arteramente por la acción bestial de la serpiente nazi.

Así, el mundo, y Europa en particular, a fuerza de exterminaciones y de entronizaciones brutales de pensamientos únicos, de supresiones cada vez más desembozadas de todo disenso, se tornan cada vez más uniformes, cada vez más localistas, cada vez menos democráticos. La música del universalismo debiese ser, deliraba yo, atenazado por el sol brutal del verano bosnio, la melodía de la “unidad en la diversidad”, frase hecha muchas veces repetida, por la Unión Europea por ejemplo, pero rara vez puesta en práctica.  El ser humano a lo largo de su triste y gloriosa historia, siempre ha preferido el camino más fácil: eliminar a comprender, exterminar a integrar. Pero la vida no puede surgir en un mundo uniforme.

Todos esos problemas me obsesionaban mientras trataba de encontrarme con el alma y la energía de Laura Papo, que siempre permanecerá en el perímetro de esta vieja sinagoga de la que no quiero alejarme. Aquellas comunidades judías que irrigaban sus pensamientos a las grandes comunidades nacionales acerca de cómo vivir mejor, de cómo fluidificar el intercambio de bienes y de ideas, de cómo elevar la condición social de los oprimidos, fueron para siempre segadas y hoy lo que queda en las ciudades de Europa son solo sinagogas vacías, antaño instituciones que palpitaban vida y hoy albergan museos para turistas aburridos como yo. Como dijimos, Laura Papo, sin acaso imaginarse la exterminación que pendía sobre el pueblo judío, supo avizorar la desaparición de las tradiciones sefaradíes. Y se resistió a ella, pertinaz y hasta su ultimo respiro. No quiso que lo urgente sepultase lo importante; es decir, la única verdadera propiedad que el ser humano tiene y que es su identidad. Bosnia toda era una verdadera muestra de la cultura judía, que brillaba no solo en Sarajevo, sino también en Banja Luka, en Tuzla o en Mostar.

Roza Papo, primera general del ejército antifascista.

Ciertamente, Laura era única, aunque no la única Papo, un patronímico muy frecuente en la comunidad sefaradí de Sarajevo. También se apellidaba Papo una famosa partisana judía llamada Roza. Harta de las humillaciones ustashas y nazis, y una vez que los alemanes se apoderaron de Sarajevo, decidió, sin más ni más, tomar las armas. Se dijo que mejor era morir luchando que esperando ser exterminada. Fue reclutada como oficial del ejercito de liberación, cuyo líder no era otro que Josep Broz, es decir Tito y destacándose por su valentía y bravura, no tardó en alcanzar el rango de oficial superior y responder directamente al Mariscal y padre de la Patria yugoslava. La victoria frente al nazi-fascismo tuvo, sin embargo, el más amargo de los sabores para ella; padres, tíos y hermanos habían sido masacrados en los campos de la muerte. A pesar de la muerte y el dolor, lo que la historia retiene es que la otra Papo fue la primera mujer yugoslava en alcanzar el máximo grado militar. Y que hasta el final de sus días se la conocería en Yugoslavia como “el general con trenzas”.

La gloria que era Sarajevo y Sarajevo, aquí y ahora.  

La monarquía Habsburgo era, en su ocaso, una verdadera dictablanda. Se trataba de un intrincado sistema burocrático construido a través de los siglos, desde los tiempos remotos del Sacro Imperio Romano germánico. A veces ineficiente, aportaba empero a sus territorios vasallos algo de lo que siempre habían carecido: orden. Cuando Bosnia, que había sido parte del Imperio otomano por siglos cayó bajo control austriaco, el poder representado por el Kaiser Francisco José, tuvo especial cuidado en respetar los derechos de las minorías religiosas y el de la mayoría de la región, predominantemente musulmana. El judaísmo de este lugar había venido siendo solo sefaradí, pero es con la dominación austrohúngara que se produce la llegada de judíos de origen askenazi. Banqueros, burócratas, médicos, todos ellos casi sin excepción, bajo el paraguas del Imperio Habsburgo no tardaron en encontrar su lugar en Sarajevo y en las principales ciudades de Bosnia. El poder austro-húngaro se había recostado políticamente en la mayoría árabe para contrarrestar el avance serbio en la región. Sin embargo, Serbia vinculada desde siempre a Rusia, incluso hasta hoy, estimaba que estos territorios eran parte del mundo eslavo, y que estaban sometidos por la monarquía austriaca.

Como sucede con todos los lugares históricos, desde Jerusalén al Café du Croissant donde asesinaron a Jean Jaurès, uno tampoco diría que algo haya alguna vez sucedido a la vera del Puente Latino de Sarajevo. Sin embargo, hoy mismo, me paré en el mismo sitio en el que Gavrilo Princip se abalanzó contra la carroza que llevaba al heredero del trono Habsburgo, asesinando a balazos primero a su esposa, Sofia, y luego al mismísimo archiduque.  Como era de prever, la respuesta serbia al reclamo austriaco por el magnicidio no satisfizo a los Habsburgos, que avanzaron sus tropas hacia el este. Alemania, con viejas cuentas pendientes con Francia, aprovechó la ocasión para declararle la guerra no solo a Francia sino también a Rusia. El drama había comenzado, y la muerte del archiduque había tenido muy poquito o nada que ver, ya que lo que estaba en juego era el control de Europa, archiduque muerto más, archiduque muerto menos. La gloria que era Sarajevo comenzaba a eclipsarse.

Se sabe, el de las fronteras es un absurdo que no cesa. Necesitaba sacar mi pasaje con destino a Podgorica -otrora Titogrado-. Dejé Sarajevo en un taxi para llegar a la estación de micros, el taxi caracoleaba al ritmo de su piripipí -en lunfardo antiguo, un yeite para acelerar el ritmo de las fichas que caen- a pagar en marcos bosnios, convertibles en euros, desde luego, y sin darme cuenta había pasado a lo que se denomina Republica Srpska, un país teórico que en el seno de Bosnia aglutina a los serbios de este último país. La línea de demarcación, tan teórica como el piripipí del taxi, cruza una zona densamente poblada en la que no es posible instalar una frontera física. Ambas monedas valen, unos escriben en caracteres latinos, otros en cirílicas. Tanto da. Es que todo esto supo ser una sola nación, que voló por los aires después de una guerra despiadada entre la OTAN y Serbia, respaldada por los restos de la Rusia post soviética ya agonizante.

Sin embargo (eso lo sé yo), croatas, serbios, bosnios, montenegrinos, macedonios, kosovares, se mueven, se ayudan mutuamente, viven en armonía en el territorio de la ex Yugoslavia. Ya me había pasado en Belgrado alguna vez. Tampoco había odio ninguno contra los judíos de Bosnia hasta la llegada de los nazis. Hubo masacres en la guerra de los Balcanes, eso no deja lugar a dudas.  Solo faltaría saber a ciencia cierta quién las perpetró. El observador imparcial, por lo menos en este caso, no puede sino rechazar responsabilizar a una sola parte, evitando así caer en el maniqueísmo. Cierto es, como decía Camus, que hay una lógica de la violencia: alguien comienza las hostilidades al agredir primero. Pero uno se ve forzado a admitir, aun en contra de sus convicciones, que la noción de crimen de guerra se torna vaga e improbable cuando se sabe y se siente que la guerra es, per sé, un crimen, porque lleva inevitablemente a nuevos exterminios. Y Bosnia es un territorio con cicatrices de crímenes. Y de guerras.

Es de noche y estoy lejos de casa. El rio Miljacka, conocido por sus aguas marrones, de singular aroma, aunque muy caro a los habitantes de Sarajevo, corre exangüe, casi seco, por las castigadas entrañas de la vieja capital. Corre seco, sí, aunque aún fresco. Es un oasis para el regocijo del errante en esta noche de verano. Las damas, esbeltas, galantes, orgullosas, a pesar de todo y a pesar de todos, pasan a mi costado, caminando pegadas al margen del rio. Muchas de ellas, vestidas de violeta, desprenden aroma de violetas secas que acostumbran llevar en sus bolsillos, en sus cuerpos. Mirando las luces del Puente Latino, tan famoso por virtud del magnicidio que eclipsó la fama del puente que -situado a pocos metros- proyectó el mismísimo Gustav Eiffel, me pregunto una vez más: ¿Fue realmente Sarajevo la Jerusalén de Europa y al mismo tiempo la cuna de todas las desgracias europeas de la que todos hablan?

Es viernes, y un poco más allá, en plena ciudad vieja, la gente, de a racimos, invade las lívidas, brillosas peatonales, sin máscaras, sin límites. ¿Sabrán de una tregua en la Guerra del COVID de la que yo no he tenido aun noticia? ¿Terminará, por lo menos para mí, la contienda contra el virus en el mismo lugar donde dicen que comenzó la guerra que terminaría con todas las guerras?

Aquí se produce la cerveza de Sarajevo, que es áspera pero que es muy reconfortante

Se hace tarde, estoy solo y además confundido. ¿Alcanzarán mis magros salarios de docente hasta que caiga en la cuenta el siguiente emolumento? Es cierto, hay que admitirlo, gasto mucho más allá de mis medios (materiales). Y junto las monedas bosnias de ilegibles números para poder meterme en el garguero algún litro más de cerveza helada de Sarajevo, que es áspera pero que es muy reconfortante. ¿Y cómo sigue, y como sigue? Bueno, sigue siguiendo. Como siempre ha sido. Un paso más, una ciudad más, un país más. una idiosincrasia más. Dia tras día, año trans año. Hasta la vuelta, el año que viene…en Colegiales.

Rosh Hashaná 1921 y el tercer Papo.

No es difícil imaginarse a Laura -también apodada “la francesa” por su dominio de la lengua de Molière- en esos esos días todavía calurosos de septiembre, de septiembre de hace exactos cien años, apuntando en su cuaderno la lista de compras para la festividad venidera. Granadas gordas, jugosas de piel roja, dátiles brillantes, dulces, pegajosos. Calabazas saladas, puerros picantes, cebollas, judías verdes, largas, espinacas de oscuros tonos verdes, manzanas crujientes con el destino de fundirse en sus labios sensuales; a veces hojas de remolacha, acaso membrillos en lugar de las manzanas dependiendo de la carestía o de los vaivenes de la producción. La intuyo hacendosa, preparando los frijoles al vapor, con la misma dedicación que le ofrecía a la concepción de sus dramas. Cortando las manzanas en sus cuartos. Dispuesta a comenzar el Seder, asistiendo a la serie de bíblicos versículos, invocando en su corazón generoso bendiciones físicas y espirituales para los que amaba y sobre todo para los que no amaba. Repitiéndolas, una y otra vez, místicamente. Los versos, seguidos del piyyut, compuesto por Hazzan Girondi en la Sefarad del Siglo XIII. ¡Tikhleh shanah vekilleloteha! Si. Que acabe este tiempo de maldiciones plagado. ¡Tahel shanah u virkhoteha! Sí, por favor que comience el nuevo año y que traiga bendiciones, de una vez, como vos lo implorabas en 1921 y como nosotros lo imploramos en este improbable 2021 evocando tu recuerdo. Después de tanta guerra, después de tanto virus, después de tanta muerte.

La ciudad vieja de Sarajevo y sus lividas peatonales

Vivo ahora en este instante con la profundidad del ceremonial en el corazón de la vieja Sinagoga, que era y es sefaradí, en contraposición con la sinagoga askenazi, de los recién llegados, de los nuevos. La celebración, crecientemente intensa, como cada una después de la Gran Guerra… y después, qué importa del después toda mi vida es el ayer. Aquel ayer que extraño aun cuando no lo haya vivido, aquel ayer en el cual, en el medio de tanta hecatombe florecía tanto heroísmo, tanta poesía silvestre.

Aparece entonces el tercer Papo de esta historia, el que restableciese la oración litúrgica en ese templo en el que Laura fuera tan feliz animando a las mujeres a cantar su judaísmo, a vivir su femineidad. Fue recién en 2004, cuando los pocos judíos que quedaron en Sarajevo después de la exterminación pudieron volver a vivir su fe en el templo varias veces centenario, la luz más grande de las quince luces, de los quince templos que engalanaban esta urbe antes de la llegada de los nazis. Ochenta y cinco por ciento de los judíos de esa capital habían sido masacrados al fin de la Segunda Guerra Mundial. En 1965, durante el gobierno socialista de Tito, y marcando los 400 años de presencia judía en Bosnia, se abrió un museo bajo el patrocinio de la pequeña comunidad de sobrevivientes, pero la cantidad de fieles no alcanzaba para restablecer actividad cultual ninguna. Hasta 2004 no había en Sarajevo ningún rabino que pudiera oficiar, pero entonces Eliezer Papo, director del centro de estudios sefaradíes de la Universidad Ben Gurión, decidió volver a sus raíces, y retomó los abandonados oficios, por lo menos dos veces por año.

Eliezer comprobó que la comunidad sefaradí, que no excede las cien personas en Sarajevo, sigue apegada a las melodías litúrgicas de sus comunidades nativas. Papo, de indudable origen bosnio, comenzó a reeducarse en las ancestrales melodías religiosas de Sarajevo desde que era adolescente. Y se perfeccionó siguiendo las enseñanzas de un rabino de Belgrado antes de radicarse en Israel. Explicaba que el proceso de devolver a la vida religiosa un edificio antiguamente dedicado a ella se conoce en hebreo como el tikkun, o rectificación, reparación. La reparación definitiva de la tierra bosnia, arrasada por la guerra continúa -a más de veinte años del fin del conflicto balcánico- sin concretarse, al menos totalmente.

El magnate Bono Vox, la voz del grupo U2, que vive sus tardes ahogado en alcohol y acaso en otras cosas en algún lugar de la Côte d’Azur, miembro de número de la derecha bien pensante europea y del Foro Económico Mundial, al cual un día tórrido de 2019 me crucé cuando iba de incognito junto a su dama por la Vía Toledo de Nápoles, compuso en 1995 unas estrofas dedicadas a la ganadora de un concurso de belleza celebrado en la sitiada Sarajevo, en plena guerra de los Balcanes. La poderosa voz de Pavarotti lo acompañó en la elegía a aquella Miss Sarajevo, una rubiecita de 17 años llamada Inela Nogic. Pero Bono también se puede equivocar, ya que ahora, lo sabemos, la única y verdadera Miss Sarajevo fue ella, Laura Papo Bohoreta, heroína de la Nueva Sefarad e inspiradora de estas palabras modestas escritas en esta estación del exilio que es la Bosnia Herzegovina.