Antijudaísmo, antisemitismo y judeofobia: de la Antigüedad Clásica hasta el atentado a la AMIA (Eds. Elisa Caselli y Rodrigo Laham Cohen, Miño & Dávila, 2021) es un libro, como hace poco resumió Daniel Lvovich, paradójico. Lo es porque desde sus páginas intenta explicar que los judíos y las judías no han sido (no hemos sido) siempre iguales, así como tampoco las sociedades que han (hemos) integrado. Intenta, también, decir que no toda violencia contra judías y judíos debe ser catalogada bajo un supuesto y atemporal antisemitismo, casi innato a la condición humana. Intenta todo aquello pero agrupa, en la misma obra a un conjunto de colectivos e individuos que abarcan desde Filón de Alejandría en el siglo I e.c., hasta Héctor Timerman en nuestro siglo XXI. Podríamos discutir durante meses si tal agrupamiento es válido pero sería un esfuerzo casi inútil porque en el fondo estaríamos volviendo a discutir qué es la identidad judía. Podríamos también discutir por qué con tanta frecuencia ponemos la mirada en las violencias y no en la convivencia cotidiana, pero tampoco llegaríamos a buen puerto. Mejor, entonces, presentar un resumen del libro enfatizando los aspectos que pueden llevar a la reflexión. No es necesario aclararlo pero este comentario no es objetivo; yo soy coeditor, junto a Elisa Caselli, del libro. Pero es, ciertamente, sincero.
El primer capítulo, escrito por Paola Druille, nos lleva al 38 e.c. cuando ocurrió un evento que muchos han llamado (aunque es discutible la aplicación de tal término) como el primer pogrom. Tanto a través de Filón de Alejandría como desde el estudio de papiros, Druille describe los antecedentes que llevaron a la población alejandrina no judía a atacar masivamente a los judíos de la ciudad. Su explicación es compleja e involucra la comprensión del poder romano, la noción de ciudadanía y la propia fuerza del colectivo judío en la ciudad egipcia.
Aparece luego mí capítulo, en el cual trato de reflexionar sobre cuál es la especificidad del antijudaísmo cristiano. Analizando ciertos discursos de Padres de la Iglesia y algunas normas del período que va entre los siglos II y VII, busco poner de relieve, en línea con gran parte de la historiografía, cómo la crítica al judaísmo fue parte de la propia construcción identitaria y teológica cristiana.
Segundo escalón
Aquí el libro hace su primer salto temporal largo y aparece el capítulo de Elisa Caselli, quien presenta los años previos a la expulsión de los judíos de España en 1492. Pone frente a nuestros ojos un panorama donde la convivencia pacífica y la violencia se alternan. Muestra, a través del análisis de material judicial, una plétora de situaciones que evidencian la complejidad social: relaciones prohibidas entre judíos y cristianas, hombres de Iglesia que prestan dinero a través de testaferros judíos, etc. Una realidad donde el odio puede existir, pero convive con contactos fluidos.
El siguiente capítulo, de Nicolás Kwiatkowski no transcurre en Europa sino en la India, en Goa. Allí terminó García de Orta, converso que había empezado su periplo cristiano con el refugio en Portugal luego de la expulsión de España en 1492. Médico y naturalista reconocido, obtuvo el favor de un noble portugués que lo patrocinó y lo protegió. Si bien durante su vida no sufrió persecución, luego de su muerte y de un proceso que involucró el ajusticiamiento de varios familiares, su cuerpo fue exhumado y quemado por la Inquisición. Kwiatkowski pone ante nuestros ojos, entonces, el problema de la sospecha que se cernía sobre los conversos.
Tercer escalón
El libro hace aquí su segundo gran salto y nos lleva a finales del siglo XIX de la mano de Claudio Ingerflom, quien realiza un análisis minucioso de cuál fue el rol de los socialistas rusos en los pogroms de 1881-1883. ¿Qué actitud asumieron frente a los ataques a los judíos? ¿Los apoyaron? ¿Los rechazaron? ¿Y qué pasó con los socialistas judíos? Estos son los interrogantes que responde Ingerflom y que ponen sobre la mesa la multiplicidad de respuestas que hubo en el movimiento revolucionario.
En una temporalidad similar y adentrándose en el siglo XX, Daniel Lvovich analiza los orígenes del antisemitismo europeo y como éste penetró en la Argentina a través de distintos canales. Sigue el rastro del caso Dreyfus, las teorías conspirativas y textos de gran influencia como La France Juive de Drumont. A partir de allí analiza cómo tales ideas permearon a parte de la elite argentina, tanto a la vertiente liberal como a la católica, llegando a ser reproducidas en diarios de circulación amplia como La Nación, que publicó, entre otras cosas, el texto antisemita La bolsa de Martel.
Marcia Ras nos lleva de vuelta a Europa y a la barbarie de la shoá, específicamente a la situación de los/las argentinos/as judíos/as en la Varsovia ocupada por los nazis. Demuestra, además de la ya conocida perversidad de los nazis a la hora de matar y engañar, cómo el Estado argentino intentó, con los medios a su disposición, ayudar a sus ciudadanos.
Laura Schenquer nos trae otra vez a Argentina, precisamente al caso de un almirante de origen judío, Carlos Korimblum, quien hizo presentaciones formales a la Armada, en 1955 y en 1976, denunciando que su carrera había sido frenada por Perón a causa de su judaísmo. Schenquer hace un análisis pormenorizado de los documentos de la propia Armada y de otras instituciones para tratar de comprender, por una parte, las razones –más vinculadas al antiperonismo de Korimblum que al supuesto antisemitismo de Perón– por las cuales la carrera del almirante se había detenido y, por la otra, cómo se concebía el antisemitismo en la Armada argentina.
El capítulo de Emmanuel Kahan pone el foco en el antisemitismo en Argentina en la segunda parte del siglo XX y en nuestro presente. Analizando múltiples situaciones y enfatizando en el estudio de la repercusión del antisemitismo en la esfera pública, Kahan aspira a poner de manifiesto que en la actualidad el antisemitismo, si bien no desdeñable, ocupa un lugar marginal en la agenda pública argentina.
El libro se cierra con el trabajo de Damián Setton sobre la figura del canciller Héctor Timerman y su rol en el Memorándum de Entendimiento con Irán. El trabajo no intenta juzgar la utilidad o las motivaciones del Memorándum sino a demostrar como el judaísmo de Timerman fue utilizado, por aliados y detractores, como un elemento importante a la hora de evaluar su desempeño como canciller argentino. O sea que Timerman, que no refería a su judaísmo en su actuación como canciller, era judaizado por quienes lo juzgaban.
Este es, a grandes rasgos, el contenido del libro. Difícil de resumir en pocas líneas porque involucra a diez autores, cuatro continentes, dos mil años y millones de personas. Involucra, también, a un pueblo. ¿Si? ¿Uno? ¿Pueblo?
* Dr. En Historia. Vicedirector – Instituto Multidisciplinario de Historia y Ciencias Humanas (IMHICIHU) – CONICET. Profesor de Historia Antigua en UBA y UNSAM