En Argentina, la cruel dictadura militar que organizara el Campeonato Mundial de Fútbol en 1978, usó la fiesta para tratar de demostrar que éramos “derechos y humanos” en medio de una total censura de prensa, allanamientos, persecución, desaparición y asesinato de personas.
A fines de 1977, el dictador Jorge Rafael Videla explicaba a periodistas ingleses lo siguiente: “por el sólo echo de pensar distinto, dentro de nuestro estilo de vida, nadie es privado de su libertad, pero consideramos que es un delito grave atentar contra el estilo de vida occidental y cristiano queriendo cambiar por otro que nos es ajeno. Y en este tipo de lucha, no solamente es considerado como agresor el que agrede a través de una bomba, del disparo o del secuestro, sino también aquel que en el plano de las ideas quiere cambiar nuestro sistema de vida”.
En este contexto podríamos preguntarnos: si no existió la posibilidad -por parte de la concurrencia al partido final- de producir un boicot que hubiera demostrado una protesta a conocerse en todo el mundo. De otra manera sería aceptable preguntarnos: ¿puede un espectador aplaudir un certamen de fútbol organizado por un gobierno dictatorial?
Estas preguntas tienen diversas respuestas:
La dictadura fue arbitraria, omnipotente y reaccionaria. Un gran sector de la población no vivió el Proceso en su verdadera dimensión, por desconocimiento conciente e inconsciente, o porque no tenia inclinación política ni ideológica alguna.
Porque no le afectaba personalmente.
Por la existencia de un sector de la Sociedad Civil que mantenía complicidad con el terrorismo de estado.
Porque capturar y matar en la sombra creaba una dramática indeterminación.
Por tener miedo.
Ante esta siniestra realidad podemos afirmar que el miedo y los otros factores tornaron ilusoria una actitud de protesta de los asistentes al estadio, quienes debieron escindir su personalidad para poder gritar y aplaudir a sus ídolos ejerciendo su identidad futbolera.
Estos hechos se extendieron hasta 1979, cuando el seleccionado juvenil de fútbol obtenía la Copa Mundial en Tokio. El recordado “Relator de América” exhortaba a ganar la calle para demostrar que seguíamos siendo “derechos y humanos”.
A su pesar, la Junta Militar trató, infructuosamente, de mantener ese espíritu triunfalista.
Este designio de arbitrariedad e injusticia continúa hoy en las conductas públicas y privadas de militares y sus familiares que tratan de reivindicar ese pasado de violencia sin límites.
Sin perjuicio de todo lo manifestado, rescatamos que a través de los campeonatos mundiales de fútbol se puede mejorar la convivencia y trasmitir un mensaje de paz para una mejor tolerancia entre los pueblos.