Un rompecabezas de historias familiares

«Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera”. La frase del gran León Tolstoi, inmortalizada al comienzo de la novela Ana Karenina, le calza como un guante a "El baile de la abuela muerta", la saga autoficcional de Elina Malamud -publicada por Astier Libros-, que atraviesa varias generaciones de sus ancestros. Allí, se cuentan los logros y las desdichas de sus antepasados, en su exilio de Europa Oriental a raíz del antisemitismo, desde el tiempo de los zares al stalinismo y el posterior desembarco y desarrollo en tierra argentina.
Por Laura Haimovichi

Malamud utiliza en esta novela, todas las herramientas que le proporcionaron años de apasionada investigación. Una investigación exhaustiva que incluye taxativamente las emociones de la subjetividad. La escritora se embarca junto al lector en un periplo rumbo al pasado de dos familias que, extrañamente, comparten un mismo apellido: Lifschitz. Esos dos grupos terminarán reunidos en la Argentina luego de migrar desalojados de sus paisajes nativos por las condiciones de persecución de los judíos en las tierras de Europa oriental, de donde eran oriundos. Primero por el antisemitismo de los zares y sus seguidores, luego por la Shoá. La irracionalidad de las guerras es el telón de fondo de buena parte de la historia.
El libro tiene dos grandes partes. La primera, Chechersk, donde cuenta las peripecias de distintos personajes en situación migrante: La bábushka, Avram, Sulkie, Gañe, Motl, Malke, Berna y después. El río mar es la segunda e incluye los capítulos Bessarabia, Moishe, Aguamemoria, Yeña, El horizonte sobre el mar y Acreedores, porque “nadie fructifica en soledad” y ella lo agradece. Así como quien lee siente gratitud por el árbol genealógico que cierra el volumen y que ayuda a comprender las relaciones entre los miembros de sendas estirpes Lifschitz, provenientes de geografías distintas entrelazadas en esta historia por lazos de amor y consanguineidad.


Escritora, periodista y profesora de letras especializada en español para extranjeros, Elina Malamud es autora de los libros de viajes Los pueblos del ámbar (sobre los habitantes del Báltico,de 2004), Selva (sobre el Amazonas, 2006) y de varias ediciones del manual de enseñanza del idioma rioplatense, Macanudo, además de colaboradora de las publicaciones El cohete a la luna y Página 12.
Incluida por el reconocido y experimentado editor Daniel Divinsky en la misma línea literaria del escritor emblemático Sholem Aleijem, aunque con una prosa más moderna, la autora narra con todo detalle y arma el rompecabezas posible de tantas otras sagas familiares. Porque hay aromas, escenas y músicas en las que muchos podrían reconocerse fácilmente. Fue justamente el creador de Ediciones de la Flor quien le recomendó consignar en un esquema sencillo los vínculos de las ramas parentales.

 

“La lengua formal al punto del derrumbe”

El zeide

El baile de la abuela muerta guarda la dualidad de la tristeza y la esperanza no ingenua que conviven entre los pueblos oprimidos que carecen de lo básico y están ilusionados con sus vanguardias transformadoras, devotos de líderes carismáticos (aunque sean despiadados) o de paradigmas científicos que se erigen como la verdad de su época. El relato está contado, además, con la fascinación de quien rastrea las pisadas de sus antepasados en las comarcas de allá y de acá y va revelando los misterios de esos personajes, cercanos y lejanos, en el camino gozoso y a veces angustiante de la escritura.
“Vos llevás la lengua formal al punto del derrumbe”, le había dicho el ensayista y director de la Biblioteca Nacional, su amigo Horacio González, uno de los primeros lectores del original. Hay un desfasaje entre la lengua formal y el despiporre, reconoce Malamud.
El humor que propicia la risa aún en lo trágico, cierto distanciamiento y objetivación ofrecen la posibilidad de un particular disfrute al lector: el de quien ve a criaturas queridas en el espejo del pasado y del propio devenir.
Aunque inicialmente el proyecto del libro iba a ser reconstruir la infancia de la madre de Malamud en la Unión Soviética y su relación con un padre bolchevique, al remontarse al pasado llegó a fines de siglo diecinueve y decidió ampliar la historia y sumar personajes, como en las largas novelas de los clásicos rusos.
Aquel abuelo se escapó de la primera revolución rusa (1905), luego se va a estudiar a Berna, donde se junta con su abuela y en la Argentina nace la madre de la autora. Pero quisieron volver y lo hicieron. La vida en el bosque, en las márgenes del Volga, en un tiempo y un territorio en el que era moneda corriente que los padres quisieran ubicar a sus hijos en las juventudes comunistas para garantizarles un futuro. El viaje en el tiempo hasta las primeras décadas del siglo diecinueve le permite encontrarse con familiares que protagonizan las primeras revueltas contra el zar. Los ahorcamientos, destierros a Siberia, mudanzas forzadas de las mujeres son contadas con compromiso y precisión.
En 2015, Malamud viajó a Bielorrusia y Besarabia donde vivió una gran decepción en su intención de completar su trabajo: se encontró con que la guerra arrasó con todo y no quedaban vestigios del pasado. La música klezmer y sus influencias gitanas es otro de los temas que endulzan la lectura y que corroboran la hipótesis de que no existen pueblos puros, que todo se mezcla.
Al modo de Pirandello, los personajes buscan y encuentran en El baile de la abuela muerta una escritora que los despliega con deleite y le da espacio a la imaginación del lector para que vaya completando esta historia, que fue escrita durante tres veranos en la casa del sur de Italia de un amigo de Malamud.