La invasión imperial de Rusia a Ucrania y su despiadado ataque a la población civil, que dejó hasta el momento más de tres millones de refugiados, terminó por liquidar toda esperanza de lograr un acuerdo pacífico a la guerra civil del Donbás que estalló en 2014 tras la revuelta del Maidán en Kiev. Esa primera guerra civil se ha cobrado la vida de muchos mas ucranianos que la actual guerra total y frustró varios planes de paz.
No obstante, la actual guerra total no se explica solamente desde la geopolítica de la OTAN: ella viene acompañada por una feroz disputa por la memoria cultural, lingüística, nacional y étnica entre rusos y ucranianos. Putin pretende apropiarse del legado del antifascismo ruso durante la Segunda Guerra Mundial para pretextar que su guerra “desnazificará” Ucrania. Sin embargo, va mucho más lejos en el tiempo: su revisionismo histórico paneslavo proyecta recuperar a Ucrania para Russki Mir (el Mundo Ruso). Este ambiguo mito de los orígenes atraviesa las fronteras de la Federación de Rusia a fin de volver a unir a los pueblos de Rusia, Ucrania y Bielorrusia para llevar a cabo una misión histórica: contrarrestar la amenaza de que desaparezcan la lengua y la cultura rusas. En el verano de 2021, Putin publicó un ensayo “sobre la histórica unidad de los rusos y ucranianos”, donde afirmaba que son “un solo pueblo, un único todo”, y acusaba a Occidente de “buscar socavar nuestra unidad, la conocida fórmula de ‘divide y vencerás’”. Aunque el presidente reconocía que hubo “muchos siglos de fragmentación y diferentes Estados”, acusó a Polonia y otros países de intentar fomentar el nacionalismo, y a los ex soviéticos de “experimentar con las fronteras”. En su tesis, se lamentaba Putin, “las fronteras no se percibían como estatales durante la URSS, pero de pronto, en 1991, las personas que vivían allí se encontraron en el extranjero” (Javier Cuesta. El País Internacional, 27.2.22)
Putin y Aleksandr Lukashenko, mandatario de Bielorusia, ya habían negociado en secreto los protocolos del Estado de la Unión, una entidad supranacional firmada en 1999 para impulsar su unidad. A diferencia de Ucrania, su adhesión de facto se realiza sin recurrir a los tanques, misiles y aviones, solo a la policía, y hasta podría permitir desplegar armas nucleares en aquel territorio.
Es significativo el revisionismo de Putin respecto a Ucrania. En el discurso justificativo de la invasión, decía: “Ucrania no es solo un país vecino, es una parte inalienable de nuestra historia, cultura y espacio espiritual. Son nuestros camaradas, amigos y personas que una vez sirvieron juntas, pero, además, familiares, gente unida por vínculos de sangre”. Y añadía a continuación: “La Ucrania moderna fue enteramente creada por Rusia o, para ser más precisos, por los bolcheviques, la Rusia comunista”.
Pero la actual guerra desencadena también una disputa entre dos memorias imperiales, la de la ex URSS y de la actual Gran Rusia potencia. Dmitri Trenin, director del Centro Carnegie de Moscú, antiguo coronel de la inteligencia rusa, subraya en un reciente ensayo que Putin “Ha usado la fuerza para detener a la OTAN en Ucrania; ha empleado medios políticos y económicos para promover la integración bielorrusa; ha ejercido la diplomacia en el Cáucaso sur y ha organizado una misión multilateral para estabilizar Kazajistán. Moscú ha logrado de lejos proteger su seguridad y sus intereses con relativamente pocos medios”, resumía Tremin, aunque “la tarea de ser una gran potencia, no un imperio, tomará un gran esfuerzo durante mucho tiempo”. (Javier Cuesta. El País Internacional, 27.2.22)
Memorias en conflicto: ¿cómo llegamos aquí?
Diversas memorias ucranianas disputan entre sí después de su independencia: la memoria de la República Popular Ucraniana, la memoria de la República Soviética de Ucrania, la memoria de la República Ucraniana Independiente post-soviética, y la memoria de la guerra civil, iniciada con multitudinarias movilizaciones antirrusas.
Las protestas contra el presidente rusófilo Yanukóvich que estallaron en la céntrica plaza del Maidán de Kiev en 2014 y acabarían derribando su gobierno dieron inicio al primer acto de la revolución más importante de la historia de la Ucrania independiente. En la región del Donbás, en el sureste del país, las movilizaciones antirrusas del Maidán desencadenaron la guerra civil que precedió a la actual resistencia ucraniana contra la conquista bélica de Putin. A medida que la confrontación aumentaba, las protestas pro-europeas se transformaron en un movimiento mucho mayor que incluía a grupos nacionalistas y neonazis ucranianos opuestos al movimiento separatista de las ricas regiones industriales de los oblast de Donetsk y Lugansk, además de la pro rusa península de Crimea. Ambos contendientes en esta nueva guerra civil se pertrecharon con las memorias de antiguas guerras civiles de Ucrania. El Ejército ucraniano aumentó su presencia en la región en coordinación con los batallones de voluntarios ucranianos, a los cuales el gobierno comenzó a integrar en los Ministerios de Defensa e Interior. Sin embargo, no todos los batallones aceptaron incorporarse. Algunos, como el Batallón OUN o el brazo armado de Sector Derecho, siguen siendo independientes y han permanecido en la región. Otros grupos que sí se integraron siguen muy vinculados a sus anteriores comandantes, que aún pueden movilizarlos para presionar al Gobierno. Otro batallón, el ultraderechista Azov, es ahora parte oficial de la Guardia Nacional de Ucrania. Azov formó en 2016 un partido político, el Cuerpo Nacional, encabezado por Andriy Biletsky, quien una vez fuera el líder de la organización neonazi “Patriota de Ucrania”. El año pasado, Azov presentó la Milicia Nacional, un grupo paramilitar cuya existencia sigue preocupando a varios grupos de derechos humanos, dada su propensión a la violencia callejera.
El Gobierno presionó a los grupos independientes para que entregaran las armas y se retiraran del frente, y pese que finalmente la entrega se produjo en septiembre de 2019, algunos grupos ignoraron las órdenes. La actual guerra es la ocasión para Azov de tratar de construir un nuevo movimiento internacional de extrema derecha. Ya en abril de 2019 el analista Michael Colborne creía que Azov se beneficiaria de una situación única para un ambicioso grupo de extrema derecha: una guerra civil en curso iniciada por un vecino imperial, un clima político ya conservador y nacionalista, y la supuesta protección de uno de los políticos más poderosos del país, el ministro del Interior Arsen Avakov, quien tenía fama de ser el patrón del grupo.(“There’s One Far-Right Movement That Hates the Kremlin”, Michael Colborne Foreign Affairs , abril de 2019).
Desde 2015, el Gobierno y los voluntarios antiseparatistas que participaban en la guerra civil aparecen cada vez más divididos, no solo por los intentos de Kiev de integrar a los grupos en sus estructuras, sino también por los crímenes cometidos por los paramilitares en el Donbás. De acuerdo con las autoridades ucranianas, el 20% de los voluntarios estaban involucrados en actividades criminales en la zona de guerra civil en 2015, y algunos de ellos han sido juzgados, aumentando la brecha entre voluntarios y autoridades. Pero una de las más filosas piedras de discordia ha sido la oposición de los veteranos de extrema derecha a los distintos acuerdos de paz negociados entre Ucrania y Rusia. Precisamente en este escenario del primer acto de la guerra civil es cuando aparece la figura del nuevo presidente de Ucrania, el joven y talentoso comediante judío Volodímir Zelenski.
Elegido Zelenski en las elecciones presidenciales de 2019, cuando se denunciaba la cercanía con el Batallón Azov del entonces ministro de interior Arsén Avakov, el protagonismo en la esfera pública de políticos judíos ucranianos resulta completamente sorpresivo, Y no solamente por la elección del presidente Zelenski: también es judío el primer ministro, Volodymyr Groysman, quien sirvió en el cargo desde 2016 y unos pocos meses en 2019; asimismo es judío el ministro de Defensa Alexéi Réznikov, otrora ex viceprimer ministro. Los tres políticos judíos desmienten la acusación de Putin sobre la presunta hegemonía de agrupaciones neonazis en la vida pública ucraniana y de la ausencia de vida democrática. Pese que la calidad democrática de Ucrania no se encuentra entre las mejores del mundo —el índice de The Economist califica al país como un régimen híbrido con un puntaje de 5,57 sobre 10, donde 10 supondría una democracia perfecta— la antigua república soviética contradice la acusación de Putin de ser hoy un régimen controlado por neonazis.
Las raíces judías de Zelenski
Una encuesta del Centro de Investigaciones Pew halló en 2019 que solo el cinco por ciento de los ucranianos encuestados no acepta a los judíos como ciudadanos del país, en comparación con el 18 por ciento de los polacos, el 22 por ciento de los rumanos y el 23 por ciento de los lituanos. “Se acabó la época de los pogromos”, dijo el gran rabino Shmuel Kaminezki, de la ciudad de Dnipró, la capital de la región de Dnipropetrovsk, al periodista del New York Times que lo entrevistó en 2019: “Eso no está en la agenda de nadie aquí”. Sin embargo, el rabino se había sentido consternado en los inicios de la campaña de Zelenski, dado que su propia comunidad estaba poniéndose del lado de un pequeño grupo de simpatizantes del presidente titular, Petró Poroshenko, e incluso varios judíos apoyaban a los nacionalistas de extrema derecha que trataban en vano de que los orígenes no cristianos del comediante fueran una incompatibilidad para ser candidato presidencial.
Con excepción de algunas publicaciones en redes sociales, que incluyeron un comentario en Facebook de un asesor de Poroshenko acerca de que “el presidente de Ucrania debe ser ucraniano y cristiano”, el origen judío de Zelenski no desempeñó papel alguno en la campaña electoral, comentó Igor Shchupak, historiador del Holocausto en Dnipró (Brendan Hoffman, TNYT, 29.3.22)
Las primeras medidas adoptadas por Zelenski intentaban una política de conciliación que permitió un acercamiento entre las posiciones antagónicas de Moscú y Kiev. Algunos analistas consideran que Zelenski se ha mostrado mucho más dialoguista y pragmático que su predecesor, Petro Poroshenko. Tales propuestas fueron audaces iniciativas del presidente en vísperas del trágico acto final que es la actual invasión rusa a Ucrania. En 2016, Zelesnki firmó la fórmula propuesta por el entonces ministro de Relaciones Exteriores alemán, Frank-Walter Steinmeier, que prevé, primero, la celebración de elecciones locales en el Donbás de acuerdo con la legislación ucraniana, monitoreadas por la OSCE. Segundo, siempre y cuando la organización emitiera considerara limpias esas elecciones, se otorgaría autogobierno a las zonas bajo control separatista. Por último, se devolvería el control total de la frontera con Rusia al Gobierno de Ucrania. Esta fórmula era mucho más cercana a los intereses de Rusia que a los de Ucrania: no tiene en cuenta a Crimea, Kiev accede al autogobierno y Moscú seguirá teniendo acceso al Donbás durante las elecciones locales. Por ello, tras la firma de la fórmula, muchos ciudadanos y grupos nacionalistas ucranianos salieron a la calle para protestar bajo el lema “¡No a la capitulación!”.
Más aún: la respuesta de los veteranos opositores a la política de conciliación del ex comediante judío no se hizo esperar y esos nacionalistas antisemitas organizaron manifestaciones en todo el país: incluso amenazaron con acudir en masa al frente para frustrar las negociaciones de paz.
Según la ONU, la guerra en el este de Ucrania se ha cobrado más de 13.000 vidas entre 2014 y 2019, y las consecuencias han llegado incluso al ámbito religioso, provocando el cisma más importante en la Iglesia ortodoxa rusa desde el Cisma de Oriente de 1054.
¿Cómo impactó la elección del presidente judío Zelenski en la comunidad judía de Ucrania?
La densa Zona de Asentamiento de la Rusia Zarista incluía una gran parte de la Ucrania moderna —conocida por sus shtetl y escenario de El violinista en el tejado— donde más de 1.5 millones de judíos vivían en vísperas de la Segunda Guerra Mundial. Aproximadamente un millón de ellos fueron asesinados en la Shoah, pero un censo de 1989 estimó que cerca de medio millón vivían en Ucrania en 1989, antes de la disolución de la URSS. La encuesta demográfica de 2020 estimó que además de una población nuclear de 43,000 autoidentificados judíos, alrededor de 200,000 ucranianos son elegibles para la ciudadanía israelí, mientras el Congreso Judío Europeo considera que ese número podría llegar a 400,000 (!).
El arzobispo de la catedral de la ciudad de Dnipró, donde creció Zelenski y que cuenta con 40.000 judíos, contestó al entrevistador del New York Times (29.4.2019). «Por supuesto, habríamos estado más felices si el presidente hubiera sido ortodoxo», dijo el arzobispo Yevlohiy. “Sin embargo, el arzobispo está mucho más molesto por los ucranianos ortodoxos que quieren romper los lazos con Moscú”
Por su parte, el rabino ortodoxo Shmuel Kaminezk, de la sinagoga de Jabad de la comunidad local en Dnipró, recordaba que gran parte de su trabajo era hacer que los judíos locales superaran lo que llamó un “nivel de ansiedad muy alto” en una comunidad que aún está traumatizada por los pogromos y el Holocausto y que, en su opinión, debería darle la bienvenida a un candidato judío a la presidencia en lugar de rechazarlo. Muy significativamente, este rabino de Jabad, representante de un movimiento transnacional que no le teme a los cambios de la modernidad democrática, aconsejaba a su comunidad apoyar sin miedo al candidato judío a la presidencia, rechazando la lógica tradicional de los judíos, que advertían: “No debe ser candidato porque, si las cosas salen mal, en dos años de nuevo habrá pogromos aquí”. A estos argumentos, el rabino Kaminezk replicó: “Hay antisemitas actualmente, pero no hay una política de Estado en Ucrania basada en el antisemitismo”.
Pero además el rabino esgrimía otro argumento para que la comunidad apoyara a Zelenski, candidato apadrinado por el oligarca Kolomoyskyi, autoexiliado en Suiza y dueño de la cadena de televisión ucraniana 1+1, que había adquirido muchos de los programas de comedia de Zelenski.
Aunque se ha manchado por acusaciones de corrupción, Kolomoyskyi es un personaje muy respetado en Dnipró gracias al papel que desempeñó al salvar a la ciudad de la conquista de los separatistas armados por los rusos que tomaron posesión de porciones del territorio del extremo este de Ucrania. Además, su popularidad entre los judíos locales tiene que ver con la inversión de decenas de millones de dólares para construir lo que se anunció como el centro comunitario judío más grande de Europa, un complejo gigantesco en el centro de la ciudad. Dnipró, una región que, desde finales del siglo XVIII hasta principios del XX, fue conocida como Ekaterinoslav, uno de los centros más importantes de la vida y la cultura judías, pues esta comunidad religiosa conformaba alrededor del 35 por ciento de la población. La ciudad tenía aproximadamente cincuenta sinagogas. Ahora tiene ocho, en comparación con la única que había en la época soviética, y los judíos son alrededor del cinco por ciento de la población en una ciudad de casi un millón de habitantes.
Los lugares de la memoria judía en Ucrania y sus disputas.
La invasión rusa a Ucrania, el cerco y caída, una tras otra, de las ciudades y la fuga masiva de centenares de miles de refugiados durante las primeras semanas de guerra, súbitamente, nos resucitan sitios de la memoria familiar judía asquenazí de nuestros abuelos, abuelas, padres, madres, suegros y suegras, tíos y primos.
Si la anagnórisis es el descubrimiento por parte de uno u otro personaje narrativo de indicios esenciales sobre su identidad, de los ascendientes y entornos ocultos hasta ese momento, la revelación de los bombardeos de Kiev, Lviv, Jarkov, Jerson, Berdichev, Kichinev y Odesa configura una anagnórisis nada literaria: los nuestros parecen resucitar junto a los locus de la memoria familiar. Esta revelación, de modo similar a lo que ocurre con algunos personajes en ciertos relatos ficcionales, también altera la conducta y obliga a hacernos una idea más precisa de nosotros mismos y de nuestra identidad velada para entender de dónde provenimos.
Provenimos de varias de esas zonas ucranianas: en 1905, abuelos y tíos abuelos paternos salieron de la colonia agrícola judía de Novi Bug, en la región de Jerson, junto a un grupo de 86 familias (seleccionadas entre 200 candidatos) para ser colonos en Entre Ríos por la JCA del Barón de Hirsch.
Muchos de nosotros supimos del pogromo de Kishinev leyendo la rebelde y legendaria letanía poética de Jaim N. Bialik, nacido en la Volinia ucraniana; pero sobre varios de los pogromos durante la guerra civil rusa escuchamos de nuestros abuelos, mucho antes de haber leído relatos de Isaac Babel, el gran escritor judío ruso, autor de Caballería Roja y Cuentos de Odesa.
Entre 1917 y 1921, soldados al servicio de la recién creada República Popular de Ucrania, junto con el Ejército Voluntario Ruso «Blanco», y caudillos independientes, asesinaron, violaron y despojaron a decenas de miles de judíos. El ejército de la República Popular de Ucrania fue quizás el peor perpetrador. De hecho, en 1926, Scholem Schwarzbard, un anarquista judío cuya familia ucraniana murió en aquellos pogromos, mató para vengarse en una calle de París a Symon Petliura, líder nacionalista de la República Popular Ucraniana.
Memoria y literatura
Sin embargo, los lugares de la memoria judía en Ucrania antes de la Shoah están teñidos no solo de sangre sino también con tinta. Varios de los grandes escritores judíos compusieron sus mejores poemas de amor a las novias y al paisaje de campos y ríos.
Bialik escribió “En la ciudad de la matanza”, y luego un bello poema de amor que empieza: “Acógeme bajo tus alas/ sé mi madre, sé mi hermana/ sea tu pecho refugio de mi frente /nido de mi plegaria lejana”. Y el otro poeta lírico hebreo, el helenista Shaul Chernijovski, nacido en Mijáilovka, Crimea y desde los catorce años residente de Odesa, compuso después de las matanzas en Ucrania entre 1918 y 1920 «Esta será nuestra venganza»; pero antes y después, ese poeta, traductor al hebreo de la mejor literatura clásica europea, humedeció de tinta su poética erótica del cuerpo femenino y de amor a la tierra de la infancia. «La forma del paisaje natal» empieza así:
“Un hombre no es sino un modesto terruño / nada más que la forma del paisaje natal/
lo que alcanzó a escuchar con su oído aún joven / lo que aún pudo ver cuando el ojo se hartó”
Uman, pequeña localidad en Ucrania , que era un shtetl en Podolia, sobre las márgenes del río Bug, hoy alberga la tumba del rabino jasídico del siglo XVIII Najman de Breslev, lugar de memoria judía que atrae a decenas de miles de jasidim en peregrinación de tributo anual; otro tanto hace la ciudad histórica de Zhytomyr, provincia del norte de Ucrania, importante centro jasídico, convertido en lugar de memoria para venerar al tsadik Yitshak Levi de Berdichev (que murió en 1808), discípulo del Gran Maggid de Mezritch.
Debido a su nombre simbólico, los alemanes atacaron Berdichev con especial ensañamiento cuando ocuparon la ciudad el 6 de julio de 1941; liquidaron el gueto en tres meses. Vassili Grossman, oriundo de Berdichev, narró fechorías de la aniquilación en sus libros Vida y destino y El Libro Negro.
El deber de la memoria
Finalmente, toda Ucrania guarda lugares de la memoria de la Shoah. Después de un corto período de ocupación, llegaron los Einsatzgruppen – unidades móviles de exterminio cuya tarea principal fue la de aniquilar judíos y comunistas. Los judíos eran reunidos en un grupo rodeado por policías alemanes y ucranianos y en algunos casos por unidades militares alemanas, y conducidos a canteras vacías, hondonadas o zanjas antitanques, donde eran fusilados. La mayor operación de exterminio llevada a cabo por los Einsatzgruppen tuvo lugar en un barranco llamado Babi Yar, en las afueras de Kiev. Este lugar de memoria acaba de ser dañado por la aviación de Putin al atacar el mástil principal de televisión de Kiev, el cual fue construido en la época soviética sobre Babi Yar.
Precisamente aquí, en este lugar de memoria y peregrinación judía el presidente Volodimir Zelensky conminó a todos los judíos del mundo: “¿No ven lo que está pasando? Es por esto que es muy importante que los judíos del mundo entero no permanezcan en silencio ahora”.
Simétrica, pero inversamente, años atrás Putin había utilizado su propia disputa de memoria antifascista contra el recién creado Día del Defensor de Ucrania, cuando el 17 de octubre 2017 el gobierno municipal de la ciudad de Vinnytsia inauguró una estatua en memoria al nacionalista antisemita Symon Petliura. Esto creó consternación entre muchos judíos en Ucrania y en el extranjero, sobre todo porque se eligió levantar la estatua en Ierusalymka, el histórico barrio judío de Vinnytsia.
Una vez más los judíos, rehenes de la historia chauvinista ucraniana, no podían oponerse a las instancias civiles y militares de la República Popular de Ucrania que deseaban con fervor patriótico perpetuar la memoria de los combatientes por la independencia del estado-nación en el siglo XX, protegidas por las llamadas “leyes de descomunización” de Ucrania.
Pero hoy los judíos de todo el mundo, incluyendo los de América Latina, no podemos ser rehenes ideológicos de nadie ni de las astucias criminales de la historia de uno u otro de los imperialismos contemporáneos; nunca más rehenes de la lógica imperialista antioccidental de Rusia que conquista y masacra en Ucrania; tampoco rehenes de las ambiciones imperiales de la OTAN, que no hizo absolutamente nada para impedir la tragedia actual del pueblo ucraniano. Pero tampoco seguir siendo rehenes de la realpolitik israelí cuando olvida el deber de memoria y tiene reservas para ayudar la heroica resistencia del pueblo ucraniano. Shlomo Ben Ami acaba de denunciar «la cobarde neutralidad de Israel»(El País, 17.3.22)
Si el deber hoy es recordar los lugares de la memoria judía de Ucrania de donde huyeron nuestros abuelos y nuestros padres, además, ese deber de memoria nos conmina a ofrecer no solo solidaridad conmiserativa sino reclamar que todos los refugiados – judíos y no judíos- no sean rechazados ni por Israel ni por ningún otro país del mundo libre.