Besarabia: ¿memoria del lugar o lugar en la memoria?

La Besarabia de mi infancia
Por Bernardo Sorj

Una de las primeras palabras que escuché en mi infancia fue a mi padre diciendo en yidish[1] «Boruj, eres un Besaraber».  Besaraber, de Besarabia, la tierra de donde vino mi   padre.

Mamá nació en Argentina, en el seno de una familia recién llegada de la ciudad de Bialystok, en Polonia. Pero no tenía ningún recuerdo asociado a ella.  Después de todo, era argentina, y papá vivió hasta los 18 años en Besarabia, más precisamente en Jotín.[2]

Posiblemente más importante que los datos geográficos era el hecho de que mi abuelo era rabino, al igual que varios de mis tíos y tatarabuelos. Y un aura de respeto casi místico se cernía sobre él.  Veneración que se fundía con el exterminio de la familia de mi padre, incluidos mis abuelos, tíos y sobrinos, en el Holocausto.   Sobre la familia de mi madre no había aparentemente nada especial que contar.  Por el contrario, mi abuelo materno dejó recuerdos negativos en sus hijas.

Durante toda mi infancia escuché las historias que mi padre contaba sobre la vida en el «shtetl», el pueblito  donde vivía. En primer lugar, que había nacido en Kelmenitz, pero pronto la familia se trasladó a Chotin, donde su padre, además de ser rabino, tenía ciertas funciones delegadas como juez, conferidas por el poder ruso.

Contaba  que la vida en el shtetl, incluida la casa de mi abuelo, era muy pobre y que el frío invierno era muy difícil de soportar.  Una tía, para ayudar a la  familia, cruzaba  el río Dniéster para traer cigarrillos de contrabando, a riesgo de ser asesinada. Una de las familias ricas enviaba ocasionalmente algunos kilos de harina de maíz para hacer polenta. La mameligue, polenta, estaba tan presente en la vida de los besarabers que se llamaban entre ellos de «mameligues».

Papá, el único de los hermanos sin vocación de estudios (le gustaba correr por la calle con su único juguete, una rueda de alambre que manejaba con un palo y, de adolescente, coquetear con las chicas), queriendo ayudar, fue a trabajar recogiendo nueces. Volvió a casa con su paga del día y sus manos ennegrecidas por el trabajo.  Mi abuelo, que nunca le pegó ni le gritó, estaba muy molesto. ¡Ese no era un trabajo digno para el hijo de un rabino! Le enviaron a ser aprendiz de relojero, un trabajo más digno.    Tras desmontar varios relojes y no ser capaz de volver a colocar las piezas en su sitio, abandonó el intento.

Otra forma que tenían los niños de ganarse undinero era esperar a los cosacos que venían a hacer compras y a beber vodka, atando y cuidando los caballos. Lo hizo varias veces, pero abandonó cuando un cosaco borracho, en lugar de una propina, le arrancó la oreja a un amigo por ser un «judío asqueroso».

El mundo de mi padre era totalmente introvertido. Tanto es así que cuando llegó a Uruguay el único idioma que hablaba, escribía y leía, era el yiddish.    El mundo «exterior», formado por los goyim (gentiles) era hostil y había que mantenerse a distancia. Esto no siempre era posible, sobre todo en vísperas de la Semana Santa, cuando una turba, con el sacerdote al frente portando una cruz, recorría las calles judías lanzando piedras, robando e incendiando las casas de los supuestos asesinos de Cristo. En uno de estos pogromsel primo de mi padre murió quemado.

Los recuerdos sobre mi abuela son pocos. Como era tradicional, los jóvenes rabinos prometedores se casaban con las hijas de las familias más ricas, que les daban una dote. Los recursos permitían al rabino dedicarse a sus estudios mientras su mujer se ocupaba de los niños y del negocio. Fue  el destino de mi abuela Frida, que administraba el negocio comprado con la dote.  Enferma a una edad temprana y cuidando de la familia, la empresa terminó en bancarrota.    A pesar de las dificultades, papá solía decirme que la vida en el shtetl tenía más sentido que en el mundo actual, pero era difícil para las mujeres, «que no eran debidamente reconocidas».

Los recuerdos de papá se centraban en la figura paterna.  Su vida estuvo dedicada al estudio, pasando todos los días releyendo el Talmud. Arbitraba en situaciones de conflicto, a menudo en asuntos comerciales entre ricos y pobres. Mi abuelo no se sometía   a las exigencias de los poderosos, porque creía que su papel era proteger a los necesitados.   Recordaba el respeto que la gente tenía por mi abuelo: todos los presentes en la sinagoga se ponían en pie cuando él entraba. Mi padre, en la sinagoga de Uruguay, cuando subía al púlpito para dar la bendición de la Torá (pentateuco) era llamado de   «Bentzion hijo del rabino Boruj», su principal motivo de orgullo.

Le repetía a mi padre que «hemos venido al mundo para hacer el bien», que «las oraciones no valen nada si la persona no es buena». Siempre le recordaba que amor es proteger a los amados,  y por eso el amor tiene un alto precio, el de sufrir cuando las personas amadas   sufren.  Y antes de viajar a Uruguay le recordó que «tzu zain a yd is tzu zain a mentsh» (ser judío es ser humano[3]).

En aquella época, los rabinos jasídicos,[4] de linajes generalmente transmitidos de padre a hijo, iban de pueblo en pueblo con sus cortes, recibiendo a la población local para distribuir bendiciones que tendrían poderes milagrosos. A cambio, recibían los más diversos regalos de personas que tenían poco para dar. Mi abuelo guardaba silencio, pero transmitía su disgusto a mi padre.

Los retratos de mis abuelos y mis tíos estaban en el aparador y mi madre siempre intentaba ponerlos en una posición de costado,  para que los ojos de mi padre no los  cruzaran y las lágrimas fluyeran sin que pudiera contenerlas.

Me pusieron el nombre de mi abuelo, Boruj.   Un peso enorme, que mis padres, pero también los familiares, de las más variadas maneras, me hacían sentir.

Mi padre llegó a Uruguay con la dirección de uno de los hijos de la familia Sancovski, la misma que enviaba harina de maíz a la casa de mis abuelos. Aunque los judíos que llegaron a Montevideo se organizaron en Farbands (asociaciones) con sus propias sinagogas, pronto comenzaron a agrupar a los vecinos del barrio, ya que el sábado no se puede utilizar un medio de transporte, reuniendo así a personas de los más diversos orígenes.  En la sinagoga la lengua franca era el yidish, y los distintos orígenes pasaban a un segundo plano, aunque mi tío hablaba húngaro con un compatriota y algunos se llamaban por su lugar de origen, como «litvish» (el lituano).

La Besarabia de Israel

En 1955 llegó a la sinagoga un señor que cumplía una función tradicional de recaudación de fondos para las Yeshivot (centros de estudio) de Israel. ¡El fund-raising  tiene una larga tradición en el judaísmo! Después de las oraciones, la tradición era que el visitante hiciera un comentario sobre un tema religiosos.  Al final de la presentación explicó que había pasado por la ciudad de Cali en Colombia y preguntó si había alguien de Jotín, ya que los Moverman sabían que tenían un familiar en Uruguay y pidieron que se les contactara.

Los Moverman eran primos de papá por parte de su madre. Papá se puso en contacto y le dijeron que un hijo de su hermano había sobrevivido al Holocausto y vivía en Israel. Se había salvado porque su madre, la esposa de mi tío Moishe, cuando hicieron caminar a todos los judíos del pueblo en medio de la noche de invierno y los fusilaron, logró arrojarse a unazanja y cargó sus dos hijos hasta llegar al lado controlado por los soviéticos.

Cuando llegué a Israel, encontré a mi primo David y le pedí que me hablara más de su familia.  David había reprimido el pasado, del que nunca habló a sus hijas.  Sólo habló de ello con su esposa después de quince años de matrimonio, cuando el juicio de Eichmann en 1961 hizo estallar las emociones reprimidas.[5]  No volvieron a hablar de ello. Israel, para ellos, representaba un renacimiento y la pesadilla debía quedar atrás.

Las pocas cosas que pude sacarle a David completaron un poco más el cuadro de la historia de la familiade papá hasta el exterminio. Moishe, el  padre  de David y  hermano mayor de mi papá,  siguiendo la tradición, se casó con la hija de una familia rica y se trasladó a otro pueblo, Secureni (actual Sokyryany) a casi 100 kilómetros de Chotin.  David contaba que su padre se desplazaba todas las semanas a casa de sus padres para llevarles surtidos y asegurarse de que estaban bien. Que cuando llegó la guerra, Moishe trajo a sus padres a vivir con ellos, y que, en la marcha de la muerte, cuando mi abuelo ya no podía caminar, fue cargado por Moishe y finalmente ambos cayeron, siendo fusilados delante de sus hijos.   Que una de las tías, hermana de mi padre, era maestra y leía literatura universal. Que el otro hermano, el menor, Shimsha (Sanson) era un genio de las matemáticas y se fue a estudiar a una gran ciudad. Mi padre, sabiendo que Shimsha no estaba en el pueblo en el momento de la matanza, mantenía la esperanza de que siguiera vivo.   David me contó que al final de la guerra regresó con su madre (su hermano mayor había sido reclutado por el Ejército Rojo) y buscó a sus familiares.  Se enteraron de que Shimsha, cuando estalló la guerra, había intentado volver a casa de sus padres, pero murió de frío y de hambre en el camino

David dejó los nombres de la familia en el Museo Yad Vashem (Museo del Holocausto) de Jerusalén. La única foto que conservaba, perdida en algún lugar, era la de mi abuelo, ya anciano.

Para mí, lo más importante que quería decirle a mi padre en cuanto lo encontrara de nuevo era que su familia estaba bien económicamente. Que la culpa que cargaba por no haber podido salvar a sus padres trayéndolos al  Uruguay no estaba justificada. Que sus padres tenían recursos para irse, pero estaban arraigados en Besarabia.   Cuando se lo comuniqué, mi padre me miró y me dijo: «Hoy mis padres y hermanos posiblemente ya estarían muertos, pero los niños…»  Una vez más, papá expresó una grandeza que le era propia.  Su sentido del mundo no se reducía a su sufrimiento por la culpa personal.  Para él, el Holocausto, por encima de todo, no era sobre el dolor personal, sino sobre la destrucción de otras vidas, en particular de los niños, que deberían haber sido vividas.

La Besarabia del sociólogo

A lo largo de las últimas décadas, de forma dispersa, intenté conseguir información más «objetiva» sobre Besarabia.  Todo lo que sabía era que papá había nacido en la Rusia zarista, pero que emigró cuando el territorio cayó en manos rumanas tras la Primera Guerra Mundial.

La historia de Jotin resume los avatares de esa parte del mundo.  Durante los siglos XIII al XVIII formó parte del Principado de Moldavia, pero en ciertos periodos quedó bajo la tutela de la Comunidad Polaco-lituana. A su vez, el Principado de Moldavia era vasallo del Imperio Otomano, que durante un siglo (1711-1812) gobernó directamente Jotín.  De 1812 a 1917 formó parte del Imperio Ruso, y en 1918 fue anexionada por Rumanía.  Tras la Segunda Guerra Mundial, hasta la actualidad, pasó a formar parte de Ucrania.

Lo que constituía Besarabia en gran parte se encuentra en la República de Moldavia, y una parte menor en Ucrania.La  identidad de mi padre no era ni rumana ni ucraniana.  Aunque la mayoría de los habitantes de Besarabia que salieron de Rumanía, nacieron en la Rusia zarista ,  los judíos de Besarabia no se consideraban rumanos, al contrario, los judíos rumanos constituían un grupo con una identidad diferente.  Ellos eran besarabers.[6]

Encontré un libro en hebreo sobre Jotin y un capítulo en inglés.[7]  Me enteré de que la población total en 1930 (papá se fue en 1928) era de 5.781 personas, de las cuales el 37,7% eran judíos.[8]  Con algo más de 2. 000 familias la comunidad contaba con un hospital, un asilo de ancianos, dos escuelas primarias para niños y niñas, una escuela de enseñanza religiosa, una biblioteca con una de las mejores colecciones de Besarabia en hebreo y en yiddish, una Caja de Ahorros y Préstamos que no cobraba intereses, un cementerio bajo el cuidado de la comunidad, un lugar para recibir a los necesitados y una organización, Maot Hittim, a través de la cual la comunidad apoyaba  a 500 familias necesitadas, un buen número de las cuales recibía  asistencia en secreto, para que no se sintieran humilladas. De los fondos recaudados por la comunidad, un tercio del total se dedicaba a actividades culturales y educativas. Disponía de un fondo que aseguraba la pensión de los empleados de las instituciones, formado por la contribución a partes iguales de los empleados y la comunidad.

Junto a las instituciones formales, en las últimas décadas antes de la guerra se habían formado todo tipo de agrupaciones culturales, y de organizaciones  vinculadas al movimiento sionista, que mi abuelo apoyaba, lo que era inusual entre los rabinos de la época.

Los vientos de la modernidad llegaban a Besarabia, pero con retraso en comparación con otras partes de Europa del Este, porque la gran mayoría vivía en pequeñas aldeas, culturalmente alejadas de los grandes centros urbanos. No es casualidad que el Barón de Hirsch, buscaron candidatos para el proyecto de creación de colonias agrícolas en Rio Grande do Sul en  Besarabia, ya que la influencia del socialismo aún no había llegado allí, a diferencia de la mayoría de las demás comunidades judías de Europa del Este. La consecuencia es que hoy Brasil tiene una gran concentración de descendientes de  besarabers.

La búsqueda de Jotin en los mapas fue fácil,  aunque muchas ciudades cambiaban su pronunciación y forma de  escritura según el gobernante del momento.  Kelmentiz, sin embargo,  no aparecía en los mapas, pero tras dar vueltas enel  Google descubrí que el nombre de la ciudad era Kelmentsy, y que en yidish se pronunciaba Kelmenitz.

Más difícil fue encontrar referencias a los nombres de los miembros de la familia.  Por poner dos ejemplos: mi nombre y el de mi abuelo, en yiddish se escribe Boruj (en hebreo moderno Baruj).  Pero en el yiddish hablado se pronunciaba de forma diferente, imagino que por influencia eslava y sobre todo porque en hebreo no hay vocales, por lo que las mismas letras pueden dar lugar a las más diversas combinaciones.[9] Así, Boruj se convirtia en Burej  o Burke, como era llamado  mi abuelo y como aparece en el libro sobre Jotin.

¿Y el apellido?  El nombre de mi padre en yiddish era Shorj. Cuando llegó a Uruguay se convirtió en Sorj (porque no hay Sh en español). Mi primo lo hebraizó en a Sorek, y los nombres de los familiares muertos que inscribió en Iad Vashem, aparecen como Szorch, mientras que inicialmente otro testigo, relacionado con mi tío Mordechai, escribió Shorkh.[10]

 ¿Memoria del lugar o lugar en la  memoria?

Cuando leí, hace décadas, «Cien años de soledad» una frase sobre Macondo me impactó sin saber muy bien por qué, pero la recuerdo hasta hoy: «… pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres…)».   Besarabia, hoy lo sé, no es para mí un lugar físico, sino lo que no se puede desterrar, el recuerdo que tengo de mi padre. Podría peregrinar por las tierras que él pisó, pero no tendrá ninguna relación con el mundo de sus pisadas.

Intentamos aferrarnos a los vestigios  materiales y darles un significado trascendental. Hoy ya no tengo el deseo, que acaricié durante mucho tiempo, de visitar Jotín, aunque entiendo que las personas peregrinen a los lugares donde vivieron sus antepasados, en la búsqueda de huellas que los relacionen con el pasaje del tiempo, más allá del que nos toca vivir.

Papá, alguien que cuando le pregunté si creía en la llegada del Mesías, me respondió que el Mesías había llegado, que era el Estado de Israel, noconcordaba que el Muro de las Lamentaciones fuera un obstáculo para la paz. «Son piedras, decía, no tienen vida.”   Es la vida la que hay que proteger.

¿Qué es para mí Besarabia? Son los recuerdos de mi padre, con un legado de sabiduría que intentó practicar en una colectividad que sentía que había perdido el sentido de comunidad, del respeto al estudio y, sobre todo, de la obligación de proteger a los demás.

Milan Kundera escribió que «La única razón por la cual queremos ser dueños del futuro es para cambiar el pasado». Esto es cierto, no sólo para la mayoría de los emigrantes, judíos o no, sino, quizás aún más, para todos los que vivimos en los tiempos actuales.  Luchamos contra los más diversos recuerdos de sufrimiento, traumas o inseguridades que nos marcaron en la infancia y la juventud para afirmar un presente en el que el pasado ha sido superado.  La excepcionalidad de papá es que para él el pasado no era sólo un recuerdo o un sentimiento nostálgico, sino su mayor bien.      Besarabia era el mundo que le fue aniquilado, y para preservarlo guiaba su conducta por los valores que había recibido, el único camino posible para él  de perpetuar la memoria de sus seres queridos.

Zijronam lebraja. Que la memoria de ellos sea bendecida.

[1] Lengua originada en el siglo XI en Europa Central, basada en el alemán, con inclusión de vocabulario hebreo y con influencia de las distintas regiones por las que se extendieron los judíos, en particular las lenguas eslavas.  Se escribe con el alfabeto hebreo.

[2] A veces se escribe Hotin, o en inglés Khotyn.

[3] La traducción literal de mentsh, es hombre, pero en yidish tiene un sentido de ser una persona decente/buena.

[4] Corriente renovadora dentro del judaísmo, surgida en el siglo XVII en Ucrania, con un fuerte componente místico, impulsada por las masacres de decenas de miles de judíos por el líder cosaco Jmelnitzki. Puede encontrar una breve introducción al jasidismo en https://www.jewishencyclopedia.com/articles/7317-hasidim-hasidism

[5] Estaban viendo en la televisión una testigo que tuvo  una experiencia similar a la de la mujer de David, que se salvó del Holocausto gracias a que sus padres la pusieron en la carretera, con diez años, llevando un collar con un crucifijo, y fue encontrada por una campesina que necesitaba ayuda en la casa.

[6] Los judíos rumanos, para los judíos de Europa del Este, eran vistos como menos que honestos. Los prejuicios mutuos de los judíos de una región hacia otra eran la norma.

[7] Sefer Ḳehilat Ḥotịn – Besarabyah – (en Hebreo). Editor Shlomo Shitnovitzer  Electronic reproduction. The New York Public Library – National Yiddish Book Center Yizkor Book Project,https://ia902907.us.archive.org/15/items/nybc313810/nybc313810.pdf. e  “Khotin”, Encyclopedia of Jewish, Communities in Romania, Volume 2, (Khotyn, Ukraine), Translation of “Khotin” chapter from Pinkas Hakehillot Romaniam Published by Yad Vashem,  Jerusalem, 1980.   https://www.jewishgen.org/yizkor/pinkas_romania/rom2_00353.html

[8] El número se habría casi duplicado en 1941, pero son números  aproximados.

[9] Más aún porque la letra Haf puede leerse como k o j, al igual que la letra Taf, que puede leerse como t o como s. Así, por ejemplo, la palabra Shabat (sábado) en yidish se pronuncia Shaves o Shuves

[10] La lista de familiares muertos que David dejó en Yad Vashem está incompleta, pues faltan los nombres de sus primos y de una de las hermanas de papá. ¿Parte de su dificultad para lidiar con el pasado? https://yvng.yadvashem.org/index.html?language=en&s_id=&s_lastName=shorkh%20&s_firstName=&s_place=secureni&s_dateOfBirth=&cluster=true