Libertarismo y judaísmo (de derecha): afinidades y tensiones entre dos visiones del mundo 

En 2019, el Instituto Amagi editó “El retorno de la barbarie”, escrito por Alberto Benegas Lynch (h) y Gustavo Perednik. El libro fue presentado en un evento en el que participaron sus autores junto a Javier Milei. Este material nos ofrece una puerta de entrada para pensar puentes y tensiones entre judaísmo y libertarismo e identificar los temas que los atraviesan mutuamente.
Por Damián Setton

Estas reflexiones están motivadas por una pregunta acerca de los vínculos entre el judaísmo y lo que hoy se conoce como libertarismo. Digo “lo que hoy se conoce”, porque el sentido de lo libertario no es unívoco. La matriz libertaria de izquierda concibe la libertad tanto en su dimensión individual como social: emancipación del individuo y de las masas en el marco de una perspectiva atea que postula la igualdad y la justicia social. Contrariamente, quienes hoy se autodefinen libertarios proponen reducir el Estado, pero fortalecer su aparato policial, no tienen problema en recurrir al poder judicial para dirimir conflictos y detestan las ideas de igualdad y justicia social.

Los coqueteos entre el libertarismo y el judaísmo de derecha (entendemos que existe un judaísmo de derecha cuyas características no alcanzaríamos a enumerar en el espacio disponible) pueden ser indagados a partir de diferentes dimensiones. El estudio de las ideas intelectuales es uno de los caminos posibles. En 2019, el Instituto Amagi editó “El retorno de la barbarie”, escrito por Alberto Benegas Lynch (h) y Gustavo Perednik. El libro fue presentado en un evento en el que participaron sus autores junto a Javier Milei y donde no faltaron los mutuos halagos (1). Este material nos ofrece una puerta de entrada para pensar puentes y tensiones entre judaísmo y libertarismo e identificar los temas que los atraviesan mutuamente. Desde ya que no podemos tomar a las personas como encarnaciones de sistemas de ideas. Si bien Perednik habla desde una cierta concepción de lo judío, y de hecho su actividad intelectual la realiza desde esa posición identitaria, no representa la totalidad del judaísmo de derecha, del mismo modo de Benegas Lynch, a quien Milei reconoce como su maestro, no representa la totalidad del libertarismo. De hecho, sus potentes críticas hacia Trump y Bolsonaro no sólo se diferencian de las loas que hacia ellos dirige Perednik, sino de las del mismo Milei.

A lo largo del libro, los autores exponen acuerdos y divergencias. Coinciden en impugnar al socialismo, al comunismo, al peronismo y a todo proyecto que proponga la intervención del Estado en la economía y la noción, aunque sea tibia, de igualdad y ampliación de derechos más allá de los derechos a la vida, a la libertad y a la propiedad privada.

La barbarie a la que aluden es el socialismo. Así, el anticomunismo pasa a constituir un espacio de enunciación donde el libertarismo y determinadas vertientes del judaísmo pueden encontrarse. En mi opinión, el anticomunismo judío no ha sido un tema tratado con profundidad. No integra el podio de los referentes identitarios del judaísmo moderno. Creo que, junto con Israel y la memoria de la Shoá, el anticomunismo es, para muchos judíos, una referencia en torno a la cual organizan sus formas de identificarse como tales. El anticomunismo ha tenido a numerosos judíos entre sus partidarios. Baste recordar a esa generación que formateó la cultura liberal estadounidense desde los años 30 y que, a fines de los 60, fue virando hacia el neoconservadurismo. Si, en este caso, los vínculos entre el anticomunismo y la identidad judía podían aparecer algo diluidos, las acusaciones vertidas por Elie Wiesel en “Los judíos del silencio”contribuyen a formar una memoria específicamente étnica que abreva en el anticomunismo. Menos conocido es el libro “Un príncipe en prisión”, que narra el calvario del rebe de Lubavitch Iosef Schneerson en una prisión soviética. No puede entenderse el movimiento lubavitch sin conocer esta la dimensión anticomunista que lo abraza. El anticomunismo sigue informando la perspectiva de un tipo específico de judaísmo que, en su incondicional apoyo a las políticas del Estado de Israel, se convence de haber desvelado una supuesta complicidad entre el terrorismo islámico y la izquierda. No hace falta aclarar que, para Milei, los actores identificados como enemigos son los “zurdos”. Es a ellos a quienes dirige sus ataques más furibundos.

Sin embargo, el concepto mismo de barbarie provoca los primeros desacuerdos. Cuando Perednik introduce el problema del terrorismo islámico sosteniendo que, si bien “no basta con ser musulmán para ser terrorista […] no podemos cubrir nuestros ojos ante las nítidas huellas del Islam en una buena parte de la barbarie que nos aqueja” (pág. 35), Benegas Lynch responde señalando no solo los elementos positivos que ve en el Corán, al cual ubica en una relación consonante con el liberalismo -“es el libro de los hombres de negocios debido al respeto a los contratos y la propiedad” (pág. 36)-, sino que considera que la barbarie no debe ser calificada metiendo a las religiones en el medio del debate. En este sentido, a ninguna forma de terrorismo le cabría la definición de islámico. Pero esta negación de la existencia de un terrorismo así definido choca con uno de los principales marcos cognitivos de la derecha sionista representada por Perednik.

Las religiones, no obstante, permiten articular acuerdos entre los autores. Ambos ven en la tradición judeocristiana las raíces de la aversión liberal hacia el Estado: “La tradición bíblica -afirma Perednik- es, a mi juicio, una fuente del pensamiento liberal, con una ostensible propensión a desconfiar del Estado” (pág. 124). Ciertamente, los relatos contenidos en Samuel 1 cap. 8 y en la fábula de Jotam, dan cuenta de una aversión hacia la monarquía, al Estado y sus políticas impositivas. Desde la vereda de enfrente, Ruben Dri señala este aspecto de la Biblia y lo interpreta como el conflicto entre dos proyectos: la dominación monárquica y la confederación de tribus. Pero Dri introduce un elemento que los liberales dejan de lado, y es que la dominación no es sólo política, sino de clase (2). Sin duda, los textos religiosos están cargados de simbolismos y preceptos que pueden ser interpretados de una manera o de otra. No pretendo juzgar la validez de cada lectura, pero quisiera citar cierto pasaje del Levítico: “Cuando siegues la mies de tu tierra, no segarás hasta el último rincón de ella, ni espigarás tu tierra segada. Y no rebuscarás tu viña, ni recogerás el fruto caído de tu viña; para el pobre y para el extranjero lo dejarás.” (Lev. 19:9-10). El lector podrá extraer sus propias conclusiones.

Una diferencia fundamental entre los autores expresa una tensión constitutiva entre libertarismo y judaísmo. El debate se inicia cuando Perednik propone establecer un núcleo educativo en común que preserve rasgos de identidad compartida entre los integrantes de una sociedad (pág. 127). Benegas Lynch responde desde una perspectiva contraria a los nacionalismos culturales. Si el individuo es la realidad suprema, no hay colectivos ni naciones con identidades específicas. Sería ilegítimo un orden social que distinguiera a los individuos en función de identidades colectivas. La inscripción del judaísmo, en sus versiones de derecha, dentro de esta concepción del liberalismo, se torna problemática. El libro no termina de profundizar en esto. Quizás podía haberlo hecho si hubiera incorporado, como temas de intercambio entre los autores la propiedad de la tierra en Israel o la organización social sobre bases etnocráticas. Aquí, el debate entre Perednik y Benegas Lynch pone de manifiesto tensiones cuya resolución requeriría la claudicación de postulados centrales sea para el libertarismo, sea para el judaísmo en su versión más derechista.


1- Puede verse la presentación completa del libro en el siguiente enlace https://www.youtube.com/watch?v=lCx0UgVaEIk&t=6030s

2 – Puede consultarse este tema en uno de los capítulos de Profecía y liberación en el siguiente enlace: https://www.scielo.org.mx/pdf/ap/v31n2/v31n2a7.pdf