Sara es única, porque su historia es única. No es cualquier historia individual. Es la saga del sufrimiento judío hecha mujer. Su temple es singular y su personalidad profunda. Porque ella ya lo vivió todo, o casi todo, que no es lo mismo, pero es igual, como decía el poeta. Es ese dolor la que la torna suave, dulce y amable. Y es su presencia la que testimonia su encanto a pesar del dolor. Tiene como patrimonio una hija, un yerno, nietos y un relato para contar. De los más fuertes y conmovedores. De cómo pasar por la Shoá, y de cómo no desaparecer junto a su desaparecido Daniel. De cómo pelearle a la vida y de cómo la vida se peleó con ella. Algo le brindó la existencia, pero mucho le quitó. Y en ese sentido, Sara Rus tiene su correlato en Sara la Matriarca, con una familia que la precede y que poco supo después, un hijo del cual Dios no encontró un cabrito para reemplazarlo. De la Matriarca no conocemos el relato posterior al sacrificio de su hijo, pero sí conocemos el de esta Sara. Su voz, su acento marcado y su pausado decir pudieron expresar todo.
Sara amada y respetada. Sara ejemplo de la vida. Nos debías este testimonio para que las generaciones supiesen tus dos historias que resulta ser una sola. La de aquellos que a pesar del martirio y la muerte consiguieron seguir cantando a la vida.
Entre otras cosas supe quererla, porque mucho de su historia tiene que ver con la mía.