Visita presidencial a Israel

Milei en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad (a secas)

En su carácter de presidente de la nación, Javier Milei concretó su primer viaje al exterior. En el juego de las relaciones internacionales, toda visita oficial tiene una profunda significación política: sea para estrechar lazos comerciales, tender puentes políticos, forjar alianzas estratégicas o zanjar diferencias entre naciones. El viaje a Israel no constituye la excepción, sobre todo si se tiene en cuenta que fueron incontables las oportunidades en las cuales, sea como candidato o como funcionario electo, Milei manifestó que sus aliados internacionales serían Estados Unidos e Israel. En tanto a nivel local, el coqueteo judeo-mesiánico del presidente, sumado a la tensión política y el riesgo de un futuro colapso económico y social, podrían generar suspicacias judeófobas que trasciendan los tradicionales núcleos duros antisemitas.
Por David Suárez

El supermercado de la identidad

La relación que Milei guarda con Israel y con el judaísmo en general no deja de ser paradojal. Es altamente probable que una porción importante de la población argentina esté hoy convencida de que Milei es judío. El desatino surge de los gestos, actos y declaraciones que viene realizando desde hace al menos dos años: cita pasajes de la Torá, usa kipá, visitó la tumba del rebe de Lubavitch en Nueva York, encendió las velas de la janukia durante la celebración de Januca, es “aconsejado” por un rabino, no son pocas sus fotografías rodeado de judíos de largas barbas y sombrero negro, ha agitado en sus actos políticos la bandera del Estado Judío, no pocas veces ha manifestado su deseo de convertirse al judaísmo, pronunció un discurso en el Museo del Holocausto en conmemoración de la liberación de Auschwitz (quizás no lo sepa, pero fue a manos de tropas soviéticas), encabezó la inauguración de los juegos macabeos en Buenos Aires, y ahora viajó a Israel y lloró ante el Muro de los Lamentos cual cruzado que hubiera atravesado el mundo para reconquistar Tierra Santa…

Para el ojo lego o poco entrenado, ¿no son todas éstas señas particulares propias de una persona que practica el judaísmo? En ediciones anteriores de Nueva Sión se han discutido largamente las probables razones del comportamiento “filosemita” o “filosionista” del actual presidente. Si se trata de un cálculo estratégico, si constituye una búsqueda personal, si manifiesta a través de ello la necesidad de redimir algún trauma de su vida, si fue la sugerencia de su perro muerto manifestada a través de un médium… el hecho innegable es que Milei actúa de este modo tan particular. Pero marcado a fuego por una ideología individualista extrema según la cual la justicia social es un concepto aberrante, las personas son sólo medios para la obtención de ganancias, y los monopolios son la prueba del éxito del capitalismo y de sus “héroes” empresarios, es muy probable que Milei desconozca los valores colectivistas que han caracterizado al pueblo judío a lo largo de la historia: “compró” una identidad en contradicción con su ideología “anarcocapitalista”.

Un niño conmovido

El 6 de febrero pasado, el presidente Milei desembarcó por las escalerillas del avión de El-Al que lo depositó en Tel Aviv, con visible emoción en el rostro y lágrimas en los ojos. Fue recibido por una comitiva del gobierno israelí en algo que parece más un “viaje personal” que la visita de un jefe de Estado: ofreció la pintura de un niño conmovido por concretar su ansiado sueño de conocer Disneylandia, antes que la de un presidente en viaje oficial, atento al protocolo de rigor. Otro tanto sucedió en Jerusalén, en ocasión de la visita que realizara al Muro de los Lamentos. “Demostrar emociones” no es para nada reprochable, pero aflojar todas las riendas del carácter –hasta el límite de perder la compostura– resulta inapropiado para el caso de un jefe de Estado. La “búsqueda espiritual” en la que estaría embarcado Milei se confunde, por obra de sus gestos y declaraciones, con el cargo que ejerce a partir del voto mayoritario de la población: asume una postura que resulta arriesgada al abandonar la histórica equidistancia que sostuvo la diplomacia argentina frente a conflictos como el desatado por Hamas el 7 de octubre pasado, con el ataque a la población civil de los kibutzim cercanos a Gaza, que provocó miles de víctimas israelíes y palestinas. Del mismo modo, anunció la intención de trasladar la embajada argentina a Jerusalén, lo cual contradice lo establecido por la Resolución 478 de 1980 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, la cual llama a los estados miembro a retirar de allí sus representaciones diplomáticas hasta tanto no haya una solución política acordada respecto al estatus de la ciudad. Por el hecho de sobreactuar un alineamiento automático que no parecería acarrear beneficios ni comerciales (todo saldo producto del intercambio es importante, pero en el caso del comercio con Israel, es exiguo), ni estratégicos, ni diplomáticos, el presidente cruza un conjunto de semáforos rojos sin mirar a los costados. El llamamiento a la paz, bien gracias.

El tobogán autoritario

El viaje de Milei a Israel se produce en un contexto argentino más que crítico. Sin experiencia política ni de gestión, el presidente jugó sus cartas a todo o nada. Firmó un decreto de necesidad y urgencia, y luego envió un proyecto de ley ómnibus que, en conjunto, pretenden desmontar el andamiaje jurídico construido a lo largo de 200 años de historia. Derechos sociales y políticos fundamentales son sacrificados en el altar del omnisciente dios mercado. Se pretende la entrega del patrimonio público a manos privadas, en la concepción de que es el afán de lucro y no el bienestar de la comunidad lo que motoriza a la sociedad. El proyecto de ley propone la delegación de facultades extraordinarias en el presidente, pasando por encima de la representación del pueblo encarnada en el Congreso de la Nación. Por otro lado, el DNU habilita la libertad de precios más no la de salarios, los cuales quedan virtualmente congelados, o muy por detrás del alza de los valores de los productos de consumo básicos. La consecuencia ha sido dos meses de caída acelerada del salario real, de las ventas minoristas, y una incipiente recesión.

Los resultados de un modelo así son conocidos y esperables. Tarde o temprano, el proyecto neoliberal –que recurrentemente resurge de las manos de los mismos personajes y con los mismos engaños y alucinaciones colectivas– choca de frente con la realidad. No hay discurso o argumento ajustador que pueda sostenerse con el estómago vacío. Con sólo un puñado de diputados propios incapaces no ya de explicar y defender, sino tan sólo de leer comprensivamente la ley pomposamente titulada “Bases y puntos de partida para la libertad de los argentinos”, tras un paro general de las centrales sindicales y en el contexto de un clima de movilizaciones callejeras en oposición a la ley y el DNU –salvajemente reprimidas por orden de la imperecedera Patricia Bullrich– el sistema político parece haber comprendido que, de momento, Milei cantó falta envido con apenas 20 puntos en la mano, y perdió. El proyecto de ley se desmoronó mientras estaba en Israel en su “viaje personal”, lo que desató los berrinches tuiteros (con el “listado de traidores a la patria que votaron contra el proyecto”) y amenazas instagrameras (publicó –en hebreo– un pasaje del libro del Éxodo en el que Moisés enfurece y castiga al pueblo hebreo al encontrarlo adorando al Becerro de Oro) propias de un niño caprichoso que no sólo no controla sus emociones, sino que no tolera la frustración.

Confusión de amplio espectro

La identificación de “Milei=judío” provoca confusiones no sólo en la atribulada mente del presidente, sino también entre sus detractores. Las declaraciones televisivas del dirigente Luis D’Elía respecto a que el DNU firmado por Milei el 21 de diciembre pasado estaba “inspirado en el Plan Andinia” no hicieron más que retomar argumentos circulantes en las redes sociales. De izquierda a derecha del espectro ideológico, se plantea que el mencionado “plan” ha sido puesto en marcha a partir de la estrecha relación del presidente con “los judíos”. Se menciona también que “miles de soldados israelíes” realizarían hace años tareas de reconocimiento del terreno como parte de la “operación en marcha”, con relación a los viajes por Latinoamérica que históricamente concretan jóvenes israelíes al finalizar el servicio militar obligatorio.

Si bien los antisemitas no requieren de pruebas fácticas para manifestar su odio, el coqueteo mesiánico del presidente podría generar suspicacias judeófobas que transciendan esos tradicionales núcleos duros. El futuro económico y social de la Argentina, aún para los analistas más avezados, es una incógnita. El hecho cierto es que, por este rumbo, y en función de las evidencias y experiencias pasadas, el colapso del modelo fundado en la entrega del patrimonio público a los mercados monopólicos, la conculcación de los derechos y la supresión de los ingresos de la población sería inevitable, y se hará necesario señalar a los responsables. ¿Quién, de qué modo, cuándo y con qué secuelas se canalizará la ira popular contra un presidente que se autopercibe y es percibido como judío? ¿En qué lugar deja a los judíos argentinos en general el mesianismo descabellado de este Aarón y esta Moisés que creen ser Javier y Karina Milei? ¿Cómo evitar quedar asociados negativamente al fracaso de un gobierno que hace del ajuste, el autoritarismo, la concentración de los ingresos en pocas manos y la violencia verbal y policial su razón de ser?