Haaretz, 9.2.2024

Sobrevivieron el 7 de octubre. Entonces sus corazones se detuvieron

El duelo por los compañeros asesinados, el peso del trauma y el desplazamiento de sus hogares abruman a algunos de los veteranos del kibutz, que vieron cómo el sueño de sus vidas se derrumbaba ante sus ojos.
Por Nir Hason y Ran Shimoni. Traducción: Bemy Rychter

En el límite de Nir Oz, cerca de la valla occidental, hay un banco con vista a la Franja de Gaza. Durante años, Shmulik Ram solía sentarse en él todas las noches y ver la puesta de sol. Los jóvenes, estudiantes y voluntarios del kibutz, se unían a él de vez en cuando. El 7 de octubre, el complejo de viviendas donde vivían Shmulik y su esposa Rachel fue uno de los primeros en ser atacados. Todos sus vecinos cercanos, incluidas las familias Engel, Calderón y Lifshitz, fueron secuestrados o asesinados. Los terroristas convirtieron la casa de la pareja Ram en una especie de sala de guerra, donde se sentaron durante horas, comieron y bebieron, y también intentaron abrir la puerta de la habitación blindada detrás de la cual la pareja se atrincheró. Sus vidas se salvaron gracias a sus dos asistentas, Sabita y Mira, ciudadanas hindúes, que mantuvieron la puerta cerrada todo el día e impidieron que los terroristas la abrieran.

Al día siguiente, junto con todos los residentes del kibutz, la pareja fue evacuada para recibir tratamiento médico y de allí, dos semanas después, a un centro de vivienda asistida en el kibutz Gan Shmuel. Hace unos días, Shmulik contrajo neumonía, su estado se deterioró y el martes murió. El miércoles, fue enterrado en su kibutz. «Fue un milagro que salieran ilesos», dice Dalit, la hija de Shmulik y Rachel. «Pero su espíritu quedó herido. Era un hombre muy fuerte pero muy introvertido. Por fuera, se sentía bien en Gan Shmuel, pero no entendía completamente lo que estaba sucediendo allí. Quería volver a su casa».

Shmulik observando la puesta del sol en Nir Oz.

Este fue el segundo funeral de los refugiados de Nir Oz en la última semana (y el 42º funeral de los residentes del kibutz desde la masacre). Unos días antes de Shmulik, otro amigo, Shlomo Golani, de 75 años, murió. «Dicen que todos los que estaban en el kibutz ese día perdieron cinco años de su vida», dice Sivan Lehavi, cuya madre era la esposa de Shlomo Golani. «No se puede decir que murió como resultado del 7 de octubre. Estaba enfermo y asistido, pero después de ese día había mucha tristeza en él. Hablaba, entre lágrimas, sobre Nir Oz, cómo su kibutz se incendió y sus amigos fueron asesinados, su evacuación también fue traumática, conocía su entorno y de repente tuvo que adaptarse de nuevo, ya no contaba con las fortalezas necesarias».

Lo que empezó como un temor se ha convertido en un fenómeno. Los adultos que sobrevivieron al ataque de Hamas y fueron evacuados de los kibutzim no sobreviven al cambio. El duelo por los amigos asesinados y el trabajo de toda una vida colapsada los abruma, empeora su salud y los mata. Nirim cuenta tres muertos, Nir Oz dos, Magen cuatro, Nir Yitzhak cuatro, Beeri y Ein HaShlosha uno en cada kibutz. Motzi Doñana, de 93 años, ha sufrido demencia en los últimos años. Las conversaciones con él, dicen sus hijos, eran breves y a veces incoherentes. Después de sobrevivir al infierno en el kibutz Nir Yitzhak, escondido en su casa con su asistente Manny, esperaban que la enfermedad salvara a su padre de tener conciencia de la magnitud del desastre. «Le pregunté si sabía por qué habíamos venido a visitarlos», dice Omri, su hijo, que vive en Suecia, «y me respondió: ‘Porque nos han atacado’. Esa respuesta me destrozó, y me desgarra hasta el día de hoy, porque me di cuenta de lo consciente que era. Mi padre falleció el 13 de enero, pero la verdadera fecha de su muerte es el 7 de octubre».

Motzi Doñana con su familia.

Motzi Doñana nunca fue un hombre de palabras, sino de hechos. Tal fue el caso cuando emigró a Israel en 1948 y se alistó directamente para luchar en la Guerra de Independencia. Tal fue el caso cuando, al final de la guerra, decidió que tenía que ser uno de los pioneros del Néguev y los constructores del kibutz Nir Yitzhak. Este fue también el caso en el final de su vida, después de la muerte de su esposa. «La echaba mucho de menos, pero continuó», añade Omri, «era una persona muy testaruda e ideológica, toda su vida fue dedicada a una causa concreta, hasta que, en ese momento, todo se acabó». Su hijo mayor, Ofir, dijo que su padre se dio por vencido. «Simplemente se desconectó»  dijo Ophir, un miembro del kibutz, «nada le interesaba. Cada vez que íbamos al médico, lo mencionaba. Esta separación del hogar tuvo un efecto directo. No debería haber muerto tan rápido, y no es el único».

«La última conversación con mi padre fue difícil, no expresó interés», dice Gal, el hermano gemelo de Omri, «Al final, por desesperación, le pregunté: ‘Papá, ¿qué quieres?’ Inmediatamente respondió: ‘Quiero irme a casa'». Omri dice que esta frustración atraviesa los kibutzim, y es compartida por muchos de sus compañeros que se sienten perdidos ante el «colapso de los sistemas» de sus padres, los fundadores de los kibutzim.

Yocheved Braunstein.

Yocheved Braunstein del kibutz Magen era una sobreviviente del Holocausto, una comunista devota que sostenía una foto de Stalin sobre su cama, pero también una mujer de fe que ayunaba en Yom Kippur, incluso cuando tenía que ocultárselo a sus amigos del kibutz. «Estuvo en mal estado durante muchos años, pero aguantó, fue un trauma muy grande», dice su hija Nira. «Ella no habló sobre el Holocausto y lo que sucedió, pero sabíamos que cada vez que había explosiones, le recordaba esa época». Braunstein no había salido de los límites del kibutz Magen en los últimos 15 años. También exigió que sus hijas se comprometieran a no derivarla a recibir tratamiento médico bajo ninguna circunstancia. El día de la evacuación, Nira temía que su madre no sobreviviría al viaje. Fue trasladada a un centro de asistencia en Tel Aviv y comenzó a aclimatarse, pero el 22 de noviembre, un mes y medio después, se desplomó y murió. «Una semana antes le hicieron análisis de sangre normales, pero estaba muy delgada y no comía. No puedo decir con certeza que la evacuación la mató, pero ciertamente no contribuyó a su salud», dice su hija.

Jaimke Burstein.

En la mañana del 7 de octubre, la hija de Jaimke y Francine Burstein de Nirim, estaba preparada para celebrar el cumpleaños número 18 de uno de sus nietos. En poco tiempo, los alrededores de su casa se convirtieron en el escenario de una batalla entre un puñado de soldados de las FDI y los terroristas que asaltaron el kibutz. En su juventud, Jaimke era un atleta al que le encantaban las armas, montó el campo de tiro en el kibutz. Francine, su esposa, no tiene dudas de que si hubiera sido más joven habría participado en la batalla, pero ya tenía 85 años y no estaba sano. La pareja fue de los últimos en abandonar el kibutz porque Jaimke necesitaba una ambulancia para evacuarlo. La ambulancia partió con una escolta militar y lo llevó al hogar de ancianos Hadassim en Bnei Brak, y de allí se trasladaron a un centro de asistencia en Even Yehuda. » Su estado se deterioró poco a poco, tan pronto como nos mudamos a Hadassim», dice Francine, y eso terminó con él. “Realmente me gustaría volver al kibutz, pero tengo miedo, somos la última casa frente al alambrado y ser ahora viuda se acentuará cuando regrese a Nirim».

Silvia Schleicher, de 86 años, era una figura familiar para el kibutz Nir Yitzhak, llegó allí como una joven madre desde Argentina y comprometido su vida con el Kibutz, como residente permanente y educadora. El 8 de octubre, después de ser evacuada junto con todos los sobrevivientes del kibutz, Silvia fue trasladada a un hogar de ancianos en Dimona. Allí, dice su hija Amira, su estado se deterioró. Se encontró lejos de casa, compartiendo habitación con otros pacientes. Ni siquiera un televisor, que ha llenado su mundo en los últimos años, había en esa habitación. Pero Silvia no quería volver al kibutz, ni siquiera en los últimos días de su vida.

Silvia Schleicher.

«Ella sabía que había una guerra, pero no le dije nada más allá de eso, ni de los asesinados ni de los secuestrados», dice Amira, «Me sorprendió. Había sido una mujer sensata toda su vida, pero en sus últimos días dijo que no quería volver al kibutz. Dijo que había terroristas y que teníamos que tener cuidado y hablar en voz baja. Le encantaba reír, pero estaba inquieta ante la posibilidad de volver al kibutz. Entendió que había un peligro real». Unos dos meses y medio después de ser evacuada, el 30 de diciembre, Silvia murió. Regresó al kibutz solo en su último viaje.

Ilana Caspi, que era educadora y secretaria del kibutz Magen, murió el 3 de noviembre a la edad de 83 años en el Hospital Soroka, donde fue trasladada del hotel de evacuados en el Mar Muerto. «Aquí, en el Mar Muerto, casi no tenía a dónde ir y comenzó a deteriorarse», dice su hijo, Nitzan Caspi.

Ilana Caspi.

«Escuchas casos como estos todo el tiempo, kibutz tras kibutz. La frecuencia es inimaginable», dice Gal Doñana, «ves que la gente, en los hoteles, se apagan día a día, y no siempre son personas que sufren alguna enfermedad. La importancia del hogar para los adultos es invaluable. Los sabores, aromas, el espacio, los senderos conocidos, eso es fundamental para ellos». Entre los hijos de Doñana, hay pleno acuerdo en que hubiera sido mejor que su muerte hubiera ocurrido antes de ese Shabat. «Nuestro padre comenzó su vida como refugiado en la Guerra Mundial y terminó su vida como refugiado en su propio país, es terrible pensar en ello», dice Omri. “Lo único que logramos hacer fue traerlo a su lugar, enterrarlo en su kibutz, que fue toda su vida».

Leon Ggnieslaw.

«Cuanto más crecía la incertidumbre sobre el regreso al kibutz, más sabíamos que se desvanecería», dice Erela Genislaw, hija de Aryeh (Leon) Genislaw del kibutz Nirim. Murió a la edad de 97 años de un derrame cerebral repentino en un centro asistencial en Tel Aviv. Murió a finales de diciembre, pocas horas después de terminar de testificar en el proyecto del director Steven Spielberg que recoge testimonios de supervivientes de la masacre cerca de Gaza. Cuando era niño, Genislaw se escondió durante dos años en una habitación cerrada en un edificio donde vivía un hombre de la Gestapo. Cuando emigró a Israel, participó en la Guerra de Independencia y es uno de los últimos combatientes supervivientes de la Batalla de Dangoor, una de las batallas decisivas de la Guerra de Independencia en el Negev Occidental contra el ejército egipcio. En el kibutz trabajó en el campo y fue y electricista. El día del ataque de Hamás, se encerró en la habitación blindada con su perro y un cuchillo grande que había traído consigo de Bélgica cuando emigró a Israel. «Todo sobreviviente del Holocausto debe tener un arma para defenderse», explicó a su hija. En una entrevista con la periodista Orly Vilnai, se mostró optimista de que volvería al kibutz: «Somos una comunidad fuerte», dijo, «Envejecer en el kibutz es una de las cosas buenas. Hay amigos y te cuidan«. En su lápida solo se lee: «A pedido suyo, fue enterrado a la sombra«.

«Sentimos que después de la mudanza, las enfermedades comenzaron a progresar más rápido», dijo Nitzan, hijo de Ilana