El legendario secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger opinó que Israel «no tiene política externa, solo política doméstica». El proceso de mediación entre Israel y Hamás para promover el intercambio de presos palestinos juzgados por actos de terror a cambio de rehenes -cambio que incluye niños, mujeres, ancianos y jóvenes- demuestra la validez de esta afirmación.
El factor predominante en la toma de decisiones del gobierno de Israel pareciera concentrarse en la supervivencia de la coalición, especialmente en el intento de mantener la base política que acompaña a Netanyahu. En el sector que dirigen Smotrich y Ben Gvir, en la extrema derecha, todo esfuerzo por acelerar el retorno de los rehenes a cambio de la suspensión de la campaña militar podría generar la desintegración de la coalición de gobierno y dejar a Netanyahu sin mayoría, a expensas de Gantz y Eisenkot, políticos que, aunque se integraron al Gobierno como consecuencia de la guerra, generan desconfianza en el entorno del Primer Ministro, quien no se siente seguro de que permanezcan en la coalición, sobre todo si se acerca la decisión de llamar a nuevas elecciones.
Los objetivos de la guerra por parte de Israel establecidos a partir del ataque criminal el 7 de octubre de Hamás a la población civil en los kibutzim y ciudades cercanas a la franja de Gaza se contraponen: 1) el retorno de los rehenes israelíes a cambio de la liberación masiva de terroristas de Hamás y otras organizaciones, que cumplen sentencias por actos de terror; 2) las organizaciones deben aceptar el cese de fuego; 3) la finalización de la guerra, la retirada de las fuerzas militares israelíes y la apertura de las fronteras, que conllevaría al final del bloqueo a Gaza por parte de Israel y Egipto, en vigencia desde el año 2005 y 4) la destrucción de la capacidad militar de Hamás, empezando por su comando a las órdenes de Yahya Sinwar, Mohammed Deif y Marwan Issa, además de la eliminación de la administración civil y el control que esta organización ejerce sobre una población de más de dos millones de personas, en su mayoría refugiados de la guerra de 1948 y sus descendientes.
Mientras tanto, Sinwar rechaza la exigencia israelí de obtener la liberación de los rehenes, por cuanto es la única carta que tiene y que le permite sobrevivir a la acción militar de Israel.
El gobierno de Biden y el de otros países europeos exigen que Israel defina su agenda para la Franja de Gaza después de la guerra. Sin embargo, Netanyahu no logra precisar su estrategia, especialmente porque no se vislumbra cuál sería el factor que reemplazase a Hamás en el poder civil y militar en ese territorio y por el temor de que cualquier decisión desintegre la coalición de gobierno, bien sea por la salida de Ben Gvir y Smotrich o por la renuncia de Gantz y Eisenkot.
La confrontación ideológica
La problemática del final del conflicto militar entre Israel y Hamás se centra en la negativa, por parte de esta organización, al derecho a la legitimidad de la existencia de Israel, y está dispuesta únicamente al establecimiento de una tregua (hutna) de largo plazo, pero de ninguna manera a la finalización del conflicto.
Israel toma en consideración que la mera presencia de Hamás como organización terrorista hace imposible la convivencia, en un marco en el cual la existencia de Israel está en juego y más aun tomando en consideración el ataque sorpresivo del 7 de octubre y la certeza de que toda tregua será aprovechada por Hamás para reorganizarse y esperar el momento adecuado para lanzar otro ataque contra Israel.
Si bien es cierto que el ataque de Hamás generó conmoción y desconcierto en Israel, la participación de otros factores -como la rebelión de la población de la Margen Occidental, la población árabe en Israel o el frente sirio- no se concretó, salvo por la tensión en la frontera con el Líbano, donde esa participación se limita, actualmente, a la organización Hezbollah. Aunque esa tensión potencialmente se arriesga a convertirse en otro frente de guerra, hasta el momento se desenvuelve en forma escalonada.
El ingreso a la contienda de los hutíes -los rebeldes en el Yemen que, como Hezbollah y la Jihad Islámica, responden directamente a intereses iraníes- junto con la influencia de Irán en Hamás, pone a Israel en la compleja posición de mantener un conflicto en varios frentes. El principal sigue siendo Irán, que plantea la destrucción de Israel y ataca, no directamente, sino a través de los países y organizaciones terroristas que son parte de su esfera de influencia.
Israel se enfrenta a la dificultad de conciliar sus dos objetivos militares. El desarrollo de cuatro meses de contienda la llevará a la necesidad de definir un orden de prioridades entre, por un lado, la liberación de los rehenes sobre la base de un acuerdo con Hamás negociado a través de los intermediarios -acuerdo que incluiría concesiones importantes, como la liberación masiva de miembros de Hamás y la disponibilidad a retirar las tropas israelíes de Gaza- o, por otro lado, la opción de seguir batallando hasta la «victoria absoluta», tal como repiten constantemente Netanyahu y varios de sus ministros. Tal alternativa implica acceder al refugio de Sinwar, con el riesgo que esto supondría para la posibilidad de liberar a los prisioneros, los cuales le sirven a la dirigencia de Hamás como escudo humano frente al avance de las tropas israelíes.
Los factores de mediación
El factor de mediación más importante es, sin lugar a dudas, el gobierno de los Estados Unidos. El presidente Biden se enfrenta a las próximas elecciones, en que se juega la reelección.
En sectores liberales del Partido Demócrata, el apoyo masivo e incondicional a Israel genera cierta preocupación, por cuanto la continuidad de la guerra podría tener un efecto negativo en la votación a Biden, especialmente entre la población musulmana. Aunque es improbable que voten por su contrincante Trump, eventualmente ese repudio podría reflejarse en una abstención en la votación.

Biden está a favor de la firma de un acuerdo de cese de fuego y presiona a Israel para que siga permitiendo el ingreso de abastecimiento de carácter humanitario a la Franja de Gaza como condición de su apoyo. Si bien no exige a Israel la inmediata finalización de la guerra y una retirada de sus tropas, es importante destacar que Biden calificó de «excesiva» la campaña militar israelí y la movilización masiva de la población.
El avance militar enfrenta a Israel a la necesidad de entrar a la zona de Rafah, donde, aparentemente, se encuentra el mando militar del Hamás. Esto, además de la presión hacia la población para que desaloje la zona -tratándose de más de un millón de personas que llegaron desde otros lugares en Gaza-, creó en Egipto el temor de que una invasión israelí produciría un intento masivo, por parte de los palestinos, de traspasar la frontera de Egipto y establecerse en el Sinaí, generando un problema interno de magnitud que podría afectar su estabilidad. Si a esto le agregamos las declaraciones de algunos miembros del gobierno en Israel, deberemos tener en cuenta la advertencia egipcia acerca de que esta medida puede afectar las relaciones diplomáticas con Israel.
Los intentos de lograr algún tipo de acuerdo entre Israel y Hamás se concentran en la acción de Catar, cuya influencia y su apoyo a Hamás, financiando sus actividades, y el esfuerzo por mejorar su imagen, especialmente frente a los Estados Unidos, convierten a ese Estado árabe en un factor de mediación importante, junto con Arabia Saudita. Este país ofrece normalizar las relaciones diplomáticas con Israel, aunque exige como condición la creación de un estado palestino, tema tabú para el gobierno de Netanyahu y para gran parte de la oposición, que se esfuerza por no tocar el tema o, en todo caso, postergar indefinidamente la decisión. Prueba de ello es que la creación de un estado palestino no ha sido tema en ninguna de las elecciones en Israel.
La debilidad de la política israelí frente a los mediadores reside en el hecho de que Netanyahu no logra definir el futuro de Gaza en lo referente a la administración civil. Israel, hasta el momento, negó la posibilidad de que la Autoridad Palestina sea el factor dominante, sobre todo después de escuchar la condición impuesta por Abu Mazen de que la administración de ese territorio constituya el primer paso para la creación de un estado palestino que incluya la Margen Occidental y a Jerusalén Oriental como su capital. Esto implicaría que el control militar de la zona ya no estuviera en manos de Israel.
Si descartamos la continuidad de Hamás, la opción restante es que algún factor que incluya a la Liga Árabe y a países moderados asuma la responsabilidad, siempre y cuando Hamás no constituya una amenaza, como sí sucedió cuando tomó el control de Gaza y expulsó a la Autoridad Palestina en el año 2007.
El mapa político en Israel y las posibilidades del adelanto de las elecciones
La exigencia, por parte de sectores de la población israelí, de adelantar las próximas elecciones a la Knesset que deberían realizarse en octubre del 2026 generó la oposición cerrada del gobierno de Netanyahu, que mira con preocupación las últimas encuestas. Sus resultados arrojan que, si dichas elecciones se realizaran hoy, Gantz obtendría más del doble de escaños que Netanyahu. El actual Primer Ministro, por lo tanto, intentaría postergar al máximo esta opción, sobre la base de que, en tiempos de conflicto y hasta que no se logre una definición clara en la guerra contra Hamás, Israel no puede enfrentar una campaña electoral.
Aunque existen en Israel antecedentes de situaciones similares, el control que Netanyahu tiene sobre la dirigencia del Likud es casi absoluta, y mientras el futuro político del partido no esté en peligro, no parece que ningún otro candidato vaya a disputarle el liderazgo.
El problema en los partidos de oposición radica en que, con excepción de Lapid, se integraron a la coalición de gobierno, no decididos aun a llamar a elecciones en los próximos meses.
Es difícil pensar que partidos de oposición integrados al gobierno pudieran plantearse como una alternativa relevante en la contienda electoral. Gantz ve que el fortalecimiento vertiginoso de su imagen en las encuestas es reflejo de que es considerado un elemento conciliador y teme que una salida suya del gobierno redujera peligrosamente su posibilidad de convertirse en el próximo primer ministro.
Eisenkot, ex comandante de las Fuerzas de Defensa Israelíes, quien también se integró a la coalición, pone límites a esa participación, aunque todavía no ha tomado la decisión de abandonarla, más aún cuando tampoco muestra una postura clara con respecto al llamado a nuevas elecciones.
En este panorama electoral, la amenaza al gobierno de Netanyahu no parece provenir, por el momento, de la oposición, que aún no se decidió a «cruzar el Rubicón», sino de la extrema derecha, socios en la coalición, especialmente Ben Gvir, que ve reforzada su posición en las encuestas y que juega un doble papel: por un lado, asegura la mayoría parlamentaria de 64 bancas y, por el otro, resulta un elemento de oposición dentro del gobierno, rechazando toda concesión a cualquier política que conlleve la suspensión de la campaña militar o una tregua. Quizás espere hasta tener una razón de peso para abandonar el gobierno y presentarse entonces como alternativa.

Ben Gvir parece ser el receptor de votos del sector más radical del Likud que podría engrosar su caudal electoral, en parte con votos de protesta frente a la política del Likud, especialmente entre los habitantes judíos de los territorios y de las ciudades en desarrollo.
Smotrich ve el proceso con preocupación —justificada, según reflejan las encuestas, que en este momento lo ubican por debajo del mínimo requerido para entrar a la Knesset—. Quizás su única opción reside en radicalizar sus planteos para atraer los votos de la población sionista religiosa, que hoy parece ver a Ben Gvir como una opción más militante.
Si bien el Frente de la Torá está constituido por dos partidos que van a las contiendas electorales en una lista unificada, existe no poca tensión entre ellos. La decisión de ubicar a Goldknopf, representante del sector jasídico de Agudat Israel, como primera figura, por encima del tradicional liderazgo de Gafni, del sector lituano —representante de Degel HaTora—, convierte lo que fue una diferencia ideológica entre los dos componentes en una contienda de carácter personal, que se incrementa cuando se acerca la fecha de nuevas elecciones. El factor más estable en el sector religioso ortodoxo parece ser Shas, donde el liderazgo indiscutible es de Arie Deri, quien, a pesar de no ser ministro, actúa como conciliador en la coalición de gobierno por su cercanía a Netanyahu.
La desaparición de HaAvodá de las encuestas, aparentemente sin chance de acceder a la Knesset, debe tomarse como indicio de una crisis en la izquierda israelí que no empezó hoy: se venía prediciendo a raíz de la falta de liderazgo tras el asesinato de Itzjak Rabin y el abandono de los sectores de la población que lo apoyaron desde antes de la creación del Estado.
El gran interrogante es si en la próxima contienda electoral se podrá constituir una lista unificada entre HaAvodá y Meretz, que no llegó al mínimo requerido para tener representación en la Knesset y que es hoy un partido acéfalo, luego de la renuncia de Zehava Galon, pero que aparece ubicada en las encuestas con cuatro bancas.
Solo una elección democrática y abierta que posibilite elegir una nueva dirigencia podrá ubicar a esa opción nuevamente en la contienda.
El liderazgo de Lapid, que aún no perdió la esperanza de convertirse en primer ministro, a pesar de que hoy parece poder alcanzar solo quince mandatos, debe generar un proceso de democratización interna en la elección de los candidatos de la oposición Quizás la opción de una coalición con Gantz, en la que el Ministro de Defensa sea un factor de influencia, puede darle relevancia al líder de Iesh Atid, aunque el antecedente de haber roto con él por su decisión de integrar con Netanyhau un gobierno de rotación dificulta esta opción.
Todo análisis del mapa político israelí no puede dejar de considerar el ambiente electoral en los votantes árabes israelíes, que constituye el 21% de la población y en cuyo entorno se desarrolla un conflicto entre dos tendencias: la representada por Raam, la lista islámica que rompió la tradición de no formar parte de ningún gobierno para no tomar responsabilidades, bajo el liderazgo de Mansour Abbas, que se integró por primera vez al gobierno de Bennett y Lapid; y, por otro lado, la lista de Hadash-Ta’al, que sigue oponiéndose a toda participación en el gobierno.
Aunque es claro que las encuestas deben ser consideradas en el contexto debido, esto resulta más importante aún en Israel, donde es posible que surjan nuevos candidatos que eventualmente alteren los pronósticos, como Yossi Cohen, anteriormente jefe del Mossad y en cuyas últimas declaraciones parece no negar su aspiración a ser elegido Primer Ministro, esforzándose para alejarse de las posiciones adoptadas por Netanyahu y Shikma Bressler, la carismática líder de la protesta contra la reforma judicial. Aunque ella negó la posibilidad de integrarse a la política, no hay que descartar la posibilidad de que presente su candidatura.
Dos factores más deben ser considerados. El primero reside en las posibles candidaturas de Bennett y Ayelet Shaked, captando el voto de la derecha moderada, la cual no se siente representada por los partidos religiosos ni por el Likud, que adopta posiciones más radicales.
El problema central para las próximas elecciones no radica únicamente en los nombres de los candidatos, sino en los planteos ideológicos que deben enfrentar los dilemas en la sociedad israelí, especialmente en lo referente a la opción que permita llegar a un acuerdo con la población árabe palestina, la necesidad de definir las relaciones entre religión y estado, la adopción de opciones claras en política económica y, por último, nuestra relación con la diáspora. Estos temas quedaron relegados por el peso de contiendas electorales que, más que en planteos ideológicos, se concentraron en la personalidad de los líderes, sin permitir al electorado escoger entre varias opciones.
Quizás en un futuro cercano seamos testigos de una reorganización de los bloques electorales y podremos referirnos a los partidos como agrupaciones que den respuesta a los problemas que preocupan al votante en Israel.