Leonardo Senkman disiente en algunos puntos con Yuval Harari, a la vez que coincide en otros.

¿Tercera Intifada palestina o guerra santa sacrificial de Hamas?

"Pareciera que las fuerzas armadas de Israel se resisten a entender que la guerra contra Hamas no es una guerra convencional, en la que el enemigo razona con la lógica bélica de Occidente acerca de lo que significan una derrota o una victoria. Una guerra santa sacrificial -como aquella a la que están dispuestos los terroristas de Hamas- es "una guerra para siempre", una guerra en la que los combatientes y las víctimas son considerados "hombres sagrados" que pueden ser sacrificados, pero no muertos. Hamas rechaza cualquier oportunidad de paz, y su Yihad no acepta una justicia que no sea absoluta.
Por Leonardo Senkman, desde Jerusalén

Expertos israelíes en inteligencia contrasubversiva vienen advirtiendo que podría estallar una tercera Intifada en los territorios palestinos, aunque Tzahal cuente con la capacidad de neutralizarla, como ocurrió con la primera Intifada (1987-1993) y la Segunda Intifada Al Aqsa (2000-2006).

Pero ninguno de esos avezados y baqueanos agentes de inteligencia sospechó jamás que Inundación Al Aqsa de Hamas, el 7/10, sería completamente diferente a las dos primeras Intifadas.

Como denota la palabra árabe Intifada (‘sacudir, hacer temblar’) la inundación del sábado negro sacudió muchísimo más que un fuerte temblor: el 7/10 no tiene comparación con la revuelta popular de jóvenes tira-piedras de la primera Intifada contra Tzahal en Cisjordania y Gaza, y tampoco se parece a la violencia sangrienta durante la segunda Intifada, con ataques suicidas contra blancos civiles en calles, bares, mercados, buses, universidades en Tel Aviv, Jerusalén o Haifa. Porque aún aquella Intifada Al Aqsa, en el inicio del nuevo milenio, fue distinta de la Inundación Al Aqsa del 7/10.

En 2000 y 2006, Hamas no salió sola a atacar con coches-bomba, cinturones explosivos humanos y cohetes caseros Qassam. Esa segunda Intifada fue perpetrada conjuntamente con las brigadas Izz ad-Din al-Qassam de Hamas, la Yihad Islámica, el Frente Popular para la Liberación de Palestina, los Tanzim y las Brigadas de los Mártires de Al-Aqsa de Al Fatah. Estos grupos ejecutaron una guerra de guerrillas muy coordinada, sobre todo en Cisjordania -no solo en Gaza- contra militares y civiles israelíes, utilizando diversas tácticas: emboscadas, ataques de francotiradores y minas activadas por control remoto.

Tampoco es posible hacer una analogía teniendo en cuenta la cantidad de víctimas mortales: 47 israelíes y 1.070 palestinos murieron en la primera Intifada; en la segunda, fueron más de 1.000 israelíes civiles y militares, y 3.100 palestinos. Pero la letalidad de la masacre de civiles el 7/10 supera incluso la de guerras anteriores de Israel. Y ni qué hablar de los 32 mil muertos palestinos en solo cinco meses de guerra, una cifra incomparable incluso en conflictos de larga duración en África y Asia.

Tzahal logró derrotar a ambas Intifadas ganando, una vez más en la historia militar del Estado judío, la confianza de los israelíes. Muy otra es la situación postraumática luego de la invasión de 3.000 terroristas de Hamas, que asesinaron en menos de 24 horas a 1.400 civiles y militares, además de secuestrar a 240 civiles y soldados israelíes y extranjeros: desde entonces, la masacre ha minado la confianza en Tzahal e hizo trizas la estrategia política y defensiva de sus líderes, acabando con la idea de que el bloqueo israelí en la Franja de Gaza y la ocupación de Cisjordania podían continuar por tiempo indefinido. Para la mayoría judía en Israel, el 7/10 rompió la invicta garantía de soberanía durante 75 años del Estado hebreo como el lugar más seguro en el mundo para los judíos.

Luego del 7/10, la inmensa mayoría de los israelíes sufre de una profunda incertidumbre e indefensión, agravada al cabo de cinco meses de una guerra asimétrica en Gaza, que no ha logrado ninguno de los objetivos estratégicos de Tzahal. Pese a que Israel destruyó gran parte de la capacidad ofensiva de los cohetes de Hamas y estructuras vitales de la población civil, sus estrategas no muestran ningún cambio radical en su tradicional concepción bélica en Gaza.

Pareciera que las fuerzas armadas de Israel se resisten a entender que la guerra contra Hamas no es una guerra convencional, que la que el enemigo razona con la lógica bélica de Occidente acerca de lo que significan una derrota o una victoria.

Guerra santa sacrificial

Para ilustrar el fundamentalismo islámico, el historiador Yuval Harari afirmó recientemente que «los objetivos más elevados de Hamas están dictados por fantasías religiosas, sin conceder importancia al sufrimiento humano. Para Hamas, los palestinos que mueren en la guerra son mártires, que ahora disfrutan de placeres celestiales en el cielo. Mientras más personas mueren, más mártires disfrutan del cielo» («Ganar todas las batallas, perder la guerra», Ynet, 15/3/24).

Pero la concepción de Harari del martirio fundamentalista, basada en «fantasías religiosas», desconoce la santificación de la muerte para cumplir en dar al Islam de Palestina la misión sagrada de la Yihad, la trivializa en la mera frivolidad de los shehadim, que desean ganar el paraíso para disfrutar sexualmente con mujeres vírgenes.

Harari no solo ignora la concepción islámica de la Yihad; también parece desconocer la diferenciación rigurosa que establece el filósofo italiano Giorgio Agamben entre guerra convencional occidental y guerra terrorista asimétrica. La primera es una guerra en la que tanto los combatientes como las víctimas son seres humanos a quienes se puede matar, pero no sacrificar, ya que a la muerte no se le confiere ninguna significación religiosa.

Sin embargo, una guerra santa sacrificial -como aquella a la que están dispuestos los terroristas de Hamas- es «una guerra para siempre», una guerra en la que los combatientes y las víctimas son considerados «hombres sagrados» (homines sacri) que pueden ser sacrificados, pero no muertos.

Precisamente las víctimas de Hamas también son transfiguradas en mártires de una sagrada causa religiosa; más aún, esta concepción propia de la Yihad hasta descreería de que los caídos estuviesen realmente muertos, a pesar de sufrir una inmensa cantidad de bajas en el sangriento campo de batalla (Agamben, Stasis. Civil War as a Political Paradigm. Edimburgo: Edinburgh University Press, 2015).

No olvidemos que el acrónimo en árabe del nombre Hamas palestino sunita islámico es Harakat al-Muqawama al-Islamiy (Movimiento de Resistencia Islámico), donde la palabra Muqawama significa mucho más que resistir en el combate y aguantar el oprobio de la ocupación. Muqawama también significa “resistencia al sufrimiento hasta la muerte de la comunidad civil no combatiente”.

El filósofo norteamericano Eric D. Meyer va aún más lejos que Agamben cuando reflexiona sobre la actual guerra Israel-Hamas: él cree comprobar una suerte de (a)simetría especular entre la guerra convencional y la guerra santa de una guerrilla que adopta también tecnología balística sofisticada (Eric Meyer, «From the River to the Sea: Western Philosophers and the Israel-Hamas War», December 2023, Research Gate License CC BY-NC-ND 4.0). Es como si los términos críticos que definen la victoria y la derrota, el perpetrador y la víctima, el sacrificador y el sacrificado, se reflejasen y se invirtiesen simultáneamente. Tal duplicación especular o inversión de espejos se vuelve especialmente confusa en una guerra terrorista asimétrica, en la que un bando u otro (Israel, EE. UU.) cree que está librando una guerra convencional, mientras que el otro bando (terroristas islamistas, Hamas, ISIS) cree estar librando una guerra santa sacrificial. En tal confrontación bélica especular, Meyer considera que la parte secular occidental (EE.UU., Israel) seguirá ilusionada en sus victorias espectaculares infligiendo enormes bajas a sus enemigos, sin darse cuenta de que está condenada a una derrota final en la guerra. Por su parte, el bando fundamentalista no occidental (ISIS, Hamas, etc.) sufrirá terribles derrotas y horribles bajas, aunque siga creyendo que consigue grandes victorias, sin tener en cuenta los sufrimientos y la muerte de miles de sus supuestos mártires.

Según Meyer, el resultado final de esa guerra híbrida es que la parte secular occidental acabará viéndose obligada a admitir su derrota, mientras que la parte religiosa fundamentalista no occidental reclamará para sí una victoria pírrica (como ha ocurrido en la guerra contra el terrorismo de Estados Unidos en Afganistán e Irak, en la que los talibanes y los sadristas se han erigido en vencedores pírricos).

Mutatis mutandis, la guerra entre Israel y Hamas, al igual que la guerra contra el terrorismo de Estados Unidos, ¿podría no ser más que una trampa autodestructiva o un doble vínculo esquizofrénico, en el que ambas partes se ven atrapadas sin saber cómo escapar de una guerra perpetua?

Meyer concluye su análisis confiando en que Israel aprenda de la experiencia de EE.UU. en su lucha antiterrorista: «Después de unos veinte años de guerra contra el terrorismo de Estados Unidos, el único método eficaz para hacer frente a una amenaza terrorista no es combatir el terrorismo con terrorismo, la violencia con violencia, y con ello inspirar a los habitantes civiles para que se unan a las facciones terroristas, sino incorporar a las facciones terroristas al proceso político y demostrar que pueden lograr sus objetivos con mayor eficacia trabajando dentro del sistema en vez de luchar contra él» (op. cit).

Ahora bien: el historiador Yuval Harari también confía en que llegará el día en que los israelíes logren un entendimiento de coexistencia. Pero a diferencia de Meyer, que toma como antecedente la guerra asimétrica EE.UU. versus Afganistán e Irak, la fuente para el optimismo de Yuval proviene de la inestable reconciliación entre tutsis y hutus al cabo de varios años del atroz genocidio en Ruanda (Y. Harari, Ynet, 15/3/24): «Lo que vivieron los israelíes el terrible sábado del 7 de octubre lo vivieron los tutsis durante unos cien días consecutivos entre el 7 de abril y mediados de julio de 1994. Se estima que durante esos cien días los hutus asesinaron a unas 800.000 personas y violaron a cientos de miles de mujeres. La masacre terminó cuando el movimiento de resistencia tutsi derrotó al ejército hutu y tomó el control de Ruanda. Unos dos millones de hutus huyeron del país. 30 años después, reina la paz entre tutsis y hutus. Los dirigentes tutsis lideraron un proceso de reconciliación y curación y aceptaron de regreso en Ruanda a la gran mayoría de los hutus que huyeron. Hoy en día, hutus y tutsis conviven en paz en Ruanda, considerado uno de los países más pacíficos y prósperos de África». (op.cit.)

Ganar todas las batallas, perder la guerra

Sorprende que el historiador Harari compare el conflicto israelí palestino con una cruenta guerra civil entre dos etnias africanas de raíces socioeconómicas y políticas antagónicas que, finalmente, colapsó en el genocidio de Ruanda. Dos etnias: la mayoritaria y pobre de los hutus enfrentada a la minoritaria y económicamente más rica de los tutsis. La guerra civil de Ruanda fue un cruento conflicto interno en el cual se enfrentaron los rebeldes tutsis del Frente Patriótico Ruandés (FPR), apoyado por Uganda y Estados Unidos, contra las fuerzas gubernamentales hutus del presidente Juvénal Habyarimana.

Las hostilidades comenzaron el 1 de octubre de 1990 con la ofensiva del FPR. La firma de los Acuerdos de Arusha el 4 de agosto de 1993 detuvo unos meses los enfrentamientos, mientras se definía un nuevo gobierno, aunque la violencia continuaba latente. Sin embargo, el asesinato del presidente hutu Juvénal Habyarimana, en abril de 1994, fue el detonante del genocidio de Ruanda perpetrado por hutus de la Coalición por la Defensa de la República (CDR).

Pero a pesar de ser completamente inadecuada la comparación de la reconciliación entre víctimas y victimarios del genocidio en Ruanda, el historiador Yuval acierta en destacar un rasgo fundamental, presente en el proceso de precaria reconciliación entre tutsis y hutus: ninguno de los dos bandos reclamaba para sí la pretensión de justicia absoluta para dirimir sus demandas históricas. Después del genocidio, ambos aprendieron a perseguir metas políticas, para lo cual es menester negociar. En cambio, la guerra sacrificial Yihad de Hamas no acepta una justicia que no sea absoluta. Hamas rechaza cualquier oportunidad de paz y le exige al pueblo en Gaza y en Cisjordania ocupada que resista en la actual guerra sacrificial, depositando mucha fe en su resistencia, la Muqawama, custodio sacrificado de la justicia absoluta y de la pureza absoluta en el Dar al Islam de Palestina.

Coincidentemente, Yuval Harari también denuncia que Israel en Gaza libra una guerra que carece de metas políticas, ya que el gabinete de Netanyahu solo exige una «victoria absoluta» en tanto ha lanzado una contradictoria guerra convencional de venganza que reclama, únicamente, la «justicia absoluta» (op. cit.).

Posdata

Ninguna otra batalla ganada por Tzahal podrá rescatar a los ciento y pico de rehenes, cuyas vidas dependen de si el gobierno israelí está o no dispuesto a pagar el precio de excarcelar a casi mil prisioneros palestinos. Y ninguna victoria pírrica sobre Hamas rescatará a hijos/as, madres, padres, abuelos, bebés de familiares israelíes que hoy gritan, claman y lloran frente a la Knesset por su liberación. Ellos jamás perdonarán a los responsables políticos y militares haber llegado tarde a la mesa de negociaciones para rescatarlos con vida. Ni los desgraciados parientes, ni nosotros. No vamos a perdonarles que durante estos días de Purim hayamos transfigurado la alegría de la fiesta en un desfile de dolientes familiares y amigos con pancartas y fotos de sus seres queridos en cautiverio.

Foto de portada: Segunda Intifada Al Aqsa (2000-2006).