La guerra perpetua de Israel

La devastadora guerra en Gaza está convenciendo a muchos israelíes, una vez más, de que la guerra no es una forma más de la política exterior de Israel, ni de la política interna que no consigue la paz con los palestinos. Por el contrario, estos seis meses de destrucción civil y geográfica de la franja de Gaza revelan signos de una peligrosa sed de guerra perpetua. Israel, al negarse al alto el fuego, resulta incapaz de liberar a los rehenes secuestrados por Hamas.
Por Leonardo Senkman, desde Jerusalén

La guerra es la política por otros medios es un famoso aforismo de Carl von Clausewitz, pero que en Israel se repite asiduamente bajo la forma bastarda de «continuación de la política de seguridad». Clausewitz entendió que la guerra, lejos de constituir una actividad autónoma, sin lógica política, depende de premisas políticas determinadas. Muchos israelíes, sin embargo, prefieren interpretar la historia bélica a la inversa: la política de militarización de la sociedad civil en Israel habría sido el terreno de la guerra librada por otros medios.

A diferencia de países que desean poner fin a los prolongados conflictos bélicos en los que se ven inmersos, la devastadora guerra en Gaza está convenciendo a muchos israelíes, una vez más, de que la guerra no es una forma más de la política exterior de Israel, ni de la política interna que no consigue la paz con los palestinos. Por el contrario, estos seis meses de destrucción civil y geográfica de la franja de Gaza revelan signos de una peligrosa sed de guerra perpetua. Una inequívoca señal es el rechazo al alto el fuego hasta lograr «la victoria absoluta» sobre Hamas; el reciente ataque al consulado iraní en Damasco para liquidar al general Reze Zahedi y otros comandantes de la Guardia Revolucionaria de Irán advierten de que Tzahal estaría dispuesta incluso a prolongar la guerra, aunque se regionalice peligrosamente.

Pero no solo la regionalización amenaza transformar la interminable guerra actual contra Hamas en una guerra perpetua; también lo hacen la carencia de un plan político final después de haber sido desmanteladas las redes terroristas y los arsenales de cohetes para imposibilitar una repetición del ataque de Hamás. Con todo, lo más lamentable es que una guerra permanente resulta totalmente ineficaz para ofrecer a los familiares de los rehenes la más mínima esperanza de rescatarlos vivos.

Pareciera que esta guerra está condenada a perpetuidad, tanto porque los miles de evacuados israelíes en el sur y en el norte confían únicamente en su prolongación para asegurarse no volver al statu quo anterior al 7/10, y también por la conspirativa promesa de Netanyahu de mantener una ocupación indefinida al norte de la franja de Gaza.

La militarizada sociedad israelí ha sido acostumbrada a pensar o en términos estratégicos o tácticos. Pocas veces se remonta a horizontes teóricos de filosofía política y se plantea preguntas existenciales: ¿realmente los israelíes estamos condenados a vivir siempre en guerra o bajo la sombra de una guerra perpetua? ¿O será que, 75 años después, Israel ya no procura liberarse de su fatalidad original, aquella signada por el hecho de haber obtenido su soberanía nacional fundada en la guerra?

Sin embargo, otros países del Tercer Mundo accedieron a la soberanía luego de cruentas guerras de liberación nacional y no mantienen ese mismo destino. Los dirigentes de la insurgencia anticolonial en Vietnam, por ejemplo, se propusieron sostener férreamente el carácter nacional en su lucha. A diferencia del carácter fundamentalista religioso islámico del Hamas, Arafat aceptó firmar los acuerdos de Oslo con Rabin porque también a él lo guiaba férreamente el carácter nacional de la resistencia palestina, muy distinto de Hamas, fiel a su acrónimo religioso de Movimiento de Resistencia Islámica (Harakat al-Muqawama al-Islamiya).

A la lucha nacional vietnamita, los franceses sólo pudieron oponer una legalidad colonial que ya era francamente ilegítima en la segunda postguerra. Por el contrario, el Estado de Israel fue legitimado desde su nacimiento, en noviembre de 1947, por el derecho internacional y admitido luego en la ONU como un Estado flamante entre los nuevos países independientes, una admisión tan legítima como la de Pakistán, inmediatamente después de la partición de la India en agosto de 1947, cuando por primera vez se admitía en la ONU un nuevo Estado cuyo territorio había formado parte de otro miembro de las Naciones Unidas.

De modo muy diferente, los norteamericanos justificaron su intervención en la larga guerra de Vietnam en términos del conflicto bipolar de bloques Este-Oeste; sin embargo, los dirigentes de Hanoi mantuvieron incólume el carácter nacional de la guerra para la reunificación y la liberación. También la lucha anticolonial israelí contra Gran Bretaña y la guerra de 1948-49 librada contra los siete países invasores de la Liga Árabe observó un carácter nacional, pese que la Haganá recibió armamentos de países del bloque soviético.

Ahora bien, en la lógica de las guerras israelíes después de 1967, pese al conflicto nacional irresuelto a causa del rechazo israelí a la autodeterminación estatal palestina, nunca se propuso la guerra total; no se dio en el  pasado un tipo de confrontación bélica como la impuesta en Gaza, una guerra absoluta que parece evadir la lógica política que regula toda guerra -la del cálculo, de la medida, de la racionalidad de los límites, una «guerra real» que maniobra dentro de esos límites, los de la «beligerancia y hostilidad regulada», pero no desbordada por la insaciable sed de venganza hasta la «victoria absoluta»-.

El reciente informe de Francesca Albanese, relatora de la ONU para los Territorios Palestinos, pretende mostrar la ausencia de racionalidad de los límites, rasgo propio de la guerra absoluta. La mayoría de la opinión pública israelí casi no fue informada de las severas revelaciones del informe, y aquellos que lo leyeron pronto lo criticaron acusando a Albanese de «unilateralidad». Sus denuncias son muy severas. El 26 de marzo, Albanese lo presentóante el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, y sin esperarel dictamen final del Tribunal Internacional de Justicia de La Haya, comprueba«motivos razonables» para sostener que se está cometiendo en la Franja un delito de lesa humanidad. «La comunidad internacional no puede seguir ignorando el proyecto de Israel, que es el de librarse de Palestina y los palestinos en desafío a la ley internacional», sostuvo, y agregó que «cuando las intenciones genocidas son tan claras y ostentosas como ocurre en Gaza, no podemos mirar hacia otro lado. Debemos confrontarlo, evitarlo y castigarlo», para afirmar más adelante: «Inexplicablemente, en lugar de intentar evitar esto, una minoría de poderosos Estados miembros de la ONU han brindado ayuda militar, económica y política para estas atrocidades».

Pesea no brindar precisiones sobre hechos y solo aludir a«intenciones»,Albanese subraya: «Periodistas, doctores, enfermeras, artistas, académicos, ingenieros, científicos y sus parientes… una sociedad entera está en el punto de mira» y recordó que, «además de los más de 30.000 palestinos fallecidos en el conflicto, hay 12.000 desaparecidos y 71.000 personas han resultado heridas». La relatora también resaltó que, en las dos primeras semanas de ataques, Israel bloqueó la entrada de cualquier tipo de ayuda humanitaria en Gaza y en los meses posteriores ha seguido imponiendo fuertes restricciones para la llegada de agua, alimentos, electricidad y combustible. (Noticias ONU, «Israel-Palestina: Relatora acusa a Israel de estar cometiendo un genocidio en Gaza», 26 marzo de 2024).

Por su parte, el Tribunal Internacional de Justicia ya ha emitido un nuevo fallo esta semana porque, haciendo Israel caso omiso de su resolución anterior, que la instaba a abrir las fronteras para permitir la ayuda humanitaria, se ha determinado que sigue obstruyéndolas.

Denuncias de afuera, autocríticas de adentro

Si la opinión pública israelí desestima, por unilaterales, los informes críticos antiisraelíes de funcionarios de la ONU y jurisconsultos del Tribunal Internacional de La Haya, rechaza de plano artículos de militantes pro-derechos humanos israelíes, y de intelectuales y periodistas del diario Ha’aretz.

Avner Gvaryahu, director de la ONG Romper el Silencio, acaba de publicar en la prestigiosa revista norteamericana Foreign Affairs de marzo de 2024 un artículo con un título más que sugestivo: «El fracaso de los protocolos de abrir fuego de las FDI está produciendo bajas civiles masivas». El inicio y final del artículo condensan su mensaje y el pedido de terminar la guerra:

«No existe una solución rápida para las fechorías de Israel, ya que todas ellas son síntomas de la misma causa de raíz: la prioridad absoluta de Israel de «gestionar el conflicto» y aplazar cualquier solución real, sin importar cuántos civiles —palestinos o israelíes— resulten perjudicados. Es esta actitud la que ha conducido a las habituales campañas militares en Gaza durante los últimos 15 años, y es esta actitud que permite al gobierno israelí seguir adelante con esta guerra sin ningún objetivo claro y alcanzable a la vista. […] La única forma auténtica de avanzar es reconocer la humanidad del otro y buscar un camino para ambos pueblos que no se base únicamente en el poderío militar. El primer paso necesario es poner fin a esta guerra ahora. Hamas debe devolver los rehenes y proporcionar ayuda humanitaria a la población de Gaza», (Avner Gvaryahu, «The Failure of the IDF’s Targeting Protocols Is Producing MassiveCivilian Casualties», Foreign Affairs, 4 de marzo de 2024).

Por su parte, B. Michael, el veterano escritor y periodista conocido por su punzante ironía, acaba de desmitificar en su columna de los martes en Ha’aretz algunas revelaciones sensacionalistas del vocero oficial de Tzahal sobre las armas y los planes militares de Hamas descubiertos en escuelas y hospitales en Gaza. Michael le recuerda con sorna al vocero oficial que también durante la lucha antibritánica en Eretz Israel la Haganá camuflaba armas en centros civiles; luego de criticar a los israelíes por «una total falta de conciencia de sí mismos y la ausencia de cualquier vestigio de memoria histórica», Michael se burla sobre ciertos olvidos del pasado: ««Slik» es parte del legado heroico de nuestra histórica clandestinidad. Allí sólo se escondía un arma «pura», para luchar contra el conquistador extranjero y nuestros enemigos. Había alrededor de 1.500 depósitos judíos. Fueron escondidos en escuelas, sinagogas, hospitales (entre ellos, Hadassa), bajo un arca sagrada en un orfanato, en cientos de residencias de ciudadanos y en decenas de instalaciones y lugares públicos. ¿Pero cómo se puede comparar? En Gaza se esconde una impura «reserva de armamentos de combate» y, en cambio, nosotros escondíamos nuestra pura y limpia «Slick»».

La burla se transforma en sarcasmo cuando Michael reflexiona ácidamente sobre la denuncia del accionar de Hamas tras la población civil:

«Otro ejemplo de los engaños más exitosos del complejo propagandístico israelí es que excusa la brutalidad del ejército afirmando que Hamas se «esconde detrás de la población civil». Realmente terrible. ¡Sólo ellos son capaces de un acto tan descarado! Pero a todo, el mito del «asentamiento» se basa en esto. Toda la santificación del «arado y la cabra» como fijadores de fronteras se basa en esconderse detrás de los civiles. Estos colonos son enviados, junto con sus mujeres y sus bebés, a realizar misiones de conquista y expropiación. Y cuando son perjudicados, Dios no lo quiera, se crea una excusa maravillosa para enviar un ejército conquistador que empujará la frontera más allá y expandirá el reino», (B. Michael, «La cartera de mentiras de la guerra en Gaza», Ha’aretz, 2 de abril de 2024).

Más allá de la ironía sarcástica de Michael o de las etiquetas políticas de Avner, resulta significativa la reflexión crítica que dirige a su generación de tzavarim el joven periodista israelí Abshalom Jalutz. Escuchemos su voz de alarma: «Antes de que perdamos nuestra imagen humana» es el título de su lúcida exhortación, que articula la deshumanización que impone Tzahal en la guerra de Gaza con la creciente deshumanización dentro mismo de la sociedad israelí.

«Un país que deshumaniza a toda una población en Gaza matándola y sometiéndola al hambre, borrando la historia cultural, pisoteando sus instituciones públicas y religiosas y relegándola a condiciones de vida y sufrimiento inhumanas, no puede al mismo tiempo contener el dolor y la compasión hacia los ciudadanos en su interior. Por el contrario, el Estado percibe al humanitarismo israelí como una amenaza existencial, mientras que a nosotros puede recordarnos su pérdida en un espacio adicto a las victorias militares y al poder; pero también puede llevarnos a adoptar una percepción crítica y humanista que requiere de nosotros una visión que vaya más allá del nacionalismo y el tribalismo. Si los dirigentes israelíes reconocen que el humanitarismo del país está en peligro, resulta obligatorio insistir en ello. Corresponde que alcemos una voz clara a favor de la liberación de los secuestrados y contra la catástrofe humanitaria que se está desarrollando en la Franja de Gaza. Alcemos nuestras voces antes de que el gobierno consiga convertirnos en una sociedad que, sin darnos cuenta, pierda su imagen humana.

La desintegración del humanitarismo recién ha comenzado, pero la tragedia humanitaria a la que Gaza está sometida ante el mundo pone a Israel ahora en peligro de convertirse en un Estado paria y aislado». (Abshalom Jalutz, “Antes que perdamos nuestra imagen humana”, Ha’aretz, 28 de marzo de 2024)

Posdata

Kant, el gran filósofo de la modernidad ilustrada, tenía la convicción de que una paz perpetua es posible, siempre y cuando el hombre se deje guiar por su razón práctica para abandonar el mecanismo de la guerra perpetua, y plantearse la paz como un fin y un deber.

Me temo que la guerra, no la paz perpetua entre los pueblos, impida en Israel, durante mucho tiempo, razonar con categorías kantianas.

Los tratados de paz negociados por Israel con estados árabes sin la participación de sus pueblos parecen ilustrar la advertencia del opúsculo La paz perpetua. Kant instaba a los estados a no confundir los tratados con «un simple armisticio, una interrupción de las hostilidades, nunca una verdadera “paz”, la cual significa el término de toda hostilidad; y añadirle el epíteto de “perpetua” sería ya un sospechoso pleonasmo».

La victoria absoluta en Gaza que pretende imponer Netanyahu mediante una guerra perpetua, más que un sospechoso pleonasmo, suena a redundancia de palabras repetitivas y mentirosas. Israel, al negarse al alto el fuego, redundante y condenada a llegar a sus 75 años para llamar a la guerra en Gaza «Espadas de hierro», resulta incapaz de liberar a los rehenes secuestrados por Hamas.