El judaísmo grotesco de Milei: una forma de enunciación política

Seamos claros: no es Milei el primero en citar la biblia para hacer política, lo novedoso es que produce una textualidad no judía cuyo soporte es el texto judío. Porque aunque no lo parezca, el Presidente nunca habla de judaísmo ni fundamenta su moral en las fuentes judías: las obvia. El judaísmo le ofrece una oportunidad de diferenciarse de otros políticos, pero también, de expresarse públicamente: allí revela su posición en un mapa de coordenadas ideológico-partidarias, distinguiéndose incluso de políticos judíos, del signo político que fuere, que no recurren a esta gestualidad en la construcción de su identidad política, aún cuando eventualmente se los agreda por ser judíos.
Por Ignacio Rullansky

La relación entre Milei y el judaísmo despierta curiosidad. Dentro y fuera de la comunidad judía –por definición, un campo plural– esta peculiar afición del presidente provoca tanto inquietud como celebración. A nivel internacional, la diáspora judía y quienes siguen con atención los pasos del líder libertario también reparan en esta reivindicación, pues constituye tanto una rareza como un rasgo que el propio Milei asocia a su ideología y política exterior. 

La tensión entre la invocación de textos bíblicos y su recepción se redobla si recordamos que el judaísmo halla su patria en el texto y en sus tradiciones interpretativas. ¿Cómo explicar entonces el fenómeno del judaísmo público de Milei? En La muerte y la brújula de Jorge Luis Borges podemos encontrar una clave para analizarlo. El cuento introduce una serie de asesinatos que el detective Erik Lönnrot busca resolver. La primera víctima es Marcelo Yarmolinsky, un rabino, y el comisario Treviranus propone leer su muerte como consecuencia de un robo de zafiros. El detective, sin embargo, retruca:

“-Posible, pero no interesante […] Usted replicará que la realidad no tiene la menor obligación de ser interesante. Yo le replicaré que la realidad puede prescindir de esa obligación, pero no las hipótesis. En la que usted ha improvisado interviene copiosamente el azar. He aquí un rabino muerto; yo preferiría una explicación puramente rabínica, no los imaginarios percances de un imaginario ladrón”.

El detective está convencido de que esta explicación rabínica, que aún no logra descifrar, le permitirá prevenir los crímenes que siguen. Pero ignora algo importante: su enemigo, Red Scharlach, cuenta con el empecinamiento de Lönnrot y alienta que el detective siga un curso de razonamiento erróneo que, en última instancia, culminará con su muerte.  

Recientemente, la predilección de Milei por expresarse públicamente con frases bíblicas ha desprendido tanto el clamor macabeo a las “fuerzas del Cielo” de su contexto en los textos judaicos, que hoy forma parte del vocabulario informal de la vida cotidiana, al punto que incluso quienes la usan con sarcasmo suelen desconocer su proveniencia. 

Y aunque diferentes organizaciones comunitarias reaccionen ante los dichos del presidente, sus referencias a textos y costumbres judías no constituyen, a la vez, respuestas dirigidas a sus posiciones políticas ni a sus preocupaciones en torno a la relación entre lo judío y la política nacional. Entonces, ¿qué representa esta nueva textualidad de lo judío en la vida pública si no cabe leerla desde la “hipótesis rabínica”? 

Del otro lado, ¿pero de qué río?

Milei no es judío: se presenta como tal. Más aún, el exotismo que el judaísmo presenta para el público general viene acompañado por la consolidación de un líder que labra su carácter de outsider de la política, legitimando su denuncia contra la llamada “casta”. 

Para comprender la asociación de Milei con el judaísmo podemos indagar en hipótesis psicoanalíticas sobre su intimidad; geopolíticas, y ubicar este rasgo como presunta señal de cercanía con Israel y Estados Unidos; o morales, cual reivindicación de una fuente de valores éticos que distancian al líder libertario de partidos e instituciones tradicionales como el peronismo y el catolicismo.  

La explicación rabínica alienta a ponderar en términos de autenticidad esta insólita afición: ¿Milei representa adecuadamente la cultura judía? Aunque, el propio Milei fue claro –no acogerá el judaísmo hasta después de concluir su mandato– ciertos artilugios operan anticipadamente y con independencia de ello, asociando esta identidad con las visitas del presidente a la tumba del Rebe de Lubavitch y con que comparte en redes sociales ilustres versículos. También ha inaugurado los Juegos Macabeos y ha asistido al acto en homenaje a las víctimas de la Embajada de Israel. En abril, será honrado por los Lubavitch con el premio “Embajador Internacional de la Luz” en Estados Unidos. 

No escasean quienes ven a Milei como judío y se convencen que esta identidad alcanza para explicar políticas de ajuste y alianzas internacionales, avivando estigmas antisemitas. Otros alertan sobre las peligrosas consecuencias de reivindicaciones ilegítimas de valores ajenos y, en cambio, hay quienes saludan que Argentina tenga su “primer presidente judío”. Todo esto, aunque Milei carece del sello kosher. 

Critíquese o celébrese, nos olvidamos que en su carácter plural, no existe un judaísmo auténtico, y se puede reclamar lecturas de sus fuentes que entren en pugna entre sí. También se pierde de vista que Milei hace de su judaísmo público un discurso que hace hablar al judaísmo a expensas de sí mismo. En cada gesto mencionado, Milei se presenta como denunciante de la corrupción y de la casta, y como promotor de una refundación de régimen, antes que hablar realmente del judaísmo. Cuando Milei exhibe su judaísmo, sea en sus diatribas o momentos de solemnidad, revela su posición en un mapa de coordenadas ideológico-partidarias, distinguiéndose incluso de políticos judíos, del signo político que fuere, que no recurren a esta gestualidad en la construcción de su identidad política, aún cuando eventualmente se los agreda por ser judíos. 

El judaísmo grotesco

A Milei, el judaísmo le ofrece una oportunidad de diferenciarse de otros políticos, pero también, de expresarse públicamente. Y así, aunque algunos sectores comunitarios lo apoyan, su judaísmo es grotesco en tanto se aparta de sus tradiciones interpretativas. El presidente no propone una lectura judía –de las tantas posibles– de sus fuentes ni de la política. En cambio, articula una forma discursiva de hacer política que tampoco refiere a la política comunitaria local, ni a discusiones exegéticas, ni a la relación entre ley religiosa y costumbres, ni al lugar del judaísmo en la política, el arte, la cultura. Mucho menos, a su aporte en la historia de la institución política de valores fundantes de nuestra democracia, como la participación de Marshall Meyer en la CONADEP.  

Aunque no lo parezca, Milei nunca habla de judaísmo. Para el caso, al traslucir su aversión por la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, no recupera las posturas rabínicas eminentemente a favor de su práctica, incluso dentro de la ortodoxia. Milei no fundamenta su moral en las fuentes judías: las obvia. El ejemplo más notable es el de las citas bíblicas que comparte en redes sociales: una cuasi pornografía amparada en un regocijo revanchista que despega el texto de su misterio y de lecturas laicas. Las “hipótesis rabínicas” no aprehenden la función discursiva que este grotesco cumple en su enunciación de una visión de configuración de reglas para el juego político. 

Milei tal vez se asemeje a otro personaje de Borges, Pierre Menard, que reescribe íntegramente El Quijote produciendo un texto que, aunque literal, no es el mismo que el de Cervantes por la temporalidad, subjetividad del autor y condiciones de su enunciación. Cuando el presidente convierte textos bíblicos en meme, alienta usos novedosos y coloquiales de sus frases. También fomenta lecturas antisemitas que explican sus políticas y el costo social del ajuste como responsabilidad de “los judíos”, mientras, judíos laicos y religiosos, de izquierda y derecha, reponen en la discusión pública las interpretaciones kasher que refrendarán la cita o corregirán la distorsión.

Milei convierte el grotesco del judaísmo en un dispositivo para una forma de enunciación política. Quienes critican esta operación en clave de apropiación cultural, lo perciben pero no lo señalan. Lo mismo podría advertirse sobre la probable percepción de Milei respecto a que su puerta de entrada al judaísmo, la ortodoxia, constituya la medida de la religión judía antes que una expresión más en un campo identitario colectivo, cambiante y heterogéneo, que recoge un acervo cultural, biográfico e intelectual que trasciende lo religioso. Padre e hija, Amos Oz y Fania Oz-Salzberger lo recuerdan elocuentemente en Los judíos y las palabras: las tradiciones espiritual, cultural y secular judías están íntimamente interrelacionadas y recogen legados intergeneracionales e intertextuales milenarios sobre cómo y quiénes son los judíos en el mundo. Dicha herencia es imprescindible para comprender al judaísmo, pero los memes están vaciados de ella, pues discursivamente estructuran otro modo de ver el mundo.

Del texto como patria de lo judío, a uno independiente de sus tradiciones

Seamos claros, no es Milei el primero en citar la biblia para hacer política, texto sobre el cual no cabe determinar lecturas unívocas, dada la vastedad y diversidad de tradiciones que la reclaman. Tampoco es enigmático el tenor de las citas, que sugiere revelarnos sus próximos pasos en la agenda legislativa, exponer cómo se configuran sus rivalidades con gobernadores, diputados y senadores, y anticipar su programa económico. 

Lo novedoso es que Milei produce una textualidad no judía cuyo soporte es el texto judío. Sí, esto acrecienta tensiones comunitarias porque fuerza a sus actores al pronunciamiento. A la vez que su discurso se dirige a la política en un sentido amplio, alimenta la discusión sobre lo judío, su lugar en la política nacional, y la relación entre esta y la política comunitaria: y Milei logra esto sin siquiera expedirse sobre estos asuntos. Mucho menos, sin proponer una reflexión sobre las fuentes, más que su exposición explícita, grotesca, como señal de cuál será la siguiente víctima: la agencia Télam, el INADI, el cine Gaumont, las universidades públicas, entre tantas otras. 

La explicación rabínica nos encierra en una estrategia quijotesca que se asume como necesaria: restituir los valores judíos en una vida pública donde el carácter mismo de lo público se halla en pleno proceso de mutación. Frente al grotesco, es preciso enfatizar que judaísmo y judeidad pueden resultar menos exóticos en la configuración política de la democracia argentina, si recordamos que del grito del gueto de Varsovia proviene el título del “Nunca Más”. La búsqueda del sentido de la textualidad judío-grotesca de Milei debe hallarse, no en las fuentes ni en la tradición que parafrasea, sino en virtud de su desvinculación con ella y en la irrupción de algo diferente y original. Quizás, como el cristianismo, este ensayo de construcción política pertenezca a la historia de las supersticiones judías, pero aunque interesante, no parece limitarse a ello.