Como corresponde a esta nueva apuesta del teatro judío, se estrenó la obra Hermanas de Sangre en el espacio cultural independiente Hasta Trilce el domingo 19 de mayo. Varios son los interrogantes que surgen al mirar la obra: ¿Que nos hace judíos? ¿Cómo se transmite el judaísmo? ¿Qué es lo que importa? ¿Los valores, la moral, la educación, las tradiciones, las practicas religiosas en fiestas centrales como Pesaj o Rosh Hashana? ¿O es la música, el amor a la cultura, los libros y el guefilte fish? ¿Casarnos con un judío/judía, circuncidar al hijo varón, tomar el Bar Mitzvah? ¿Saludarnos para Shabat?
En paralelo al exterminio de la cultura idish en Europa, se puede advertir la desaparición de la escena teatral del teatro en idish y del teatro judío en general en los años 50, tanto en Buenos Aires como en otros lugares del mundo. Al igual que el cine argentino judío de los últimos 30 años, la cuestión judía hace referencia al adentro de la comunidad. En nuestro ámbito observamos su reaparición en la segunda década del siglo XXI, dando cuenta de una comunidad cambiada interiormente y en relación con el resto de la sociedad. Haciendo un recorrido por el teatro judío contemporáneo aparecen las identidades sexuales, la cuestión de género, los countries, etc., temáticas inexistentes en el teatro idish del siglo XIX y XX en Buenos Aires y otras capitales, reflejando cambios culturales y socioeconómicos de la comunidad local.
La trama hace referencia al reencuentro obligado de dos hermanas distanciadas -tanto por formas de ser y estilos de vida, como por habitar en territorios diferentes- ante la muerte de la madre. La escenografía es sencilla y transcurre en un comedor envejecido de una persona que ya no está, pero su sombra y sus palabras aparecen en algunos momentos de incertidumbre. Por los temas a los que se alude y al modo de vestir de una de las hermanas, la obra se sitúa en los años sesenta, míticos e idealizados, representados como el momento de la ruptura con el orden conservador.
La muerte de la madre y la división de la herencia entre hermanas, que en general suelen ser muy distintas y opuestas, provoca los reclamos de una y otra frente a la inconmensurabilidad de la muerte. Quién es merecedora, desde el plano moral, de la herencia; de quien es cada objeto, constituyen rasgos de muchas producciones teatrales, literarias y cinematográficas ante la muerte de los padres. Así, es motivo de conflicto quién se lleva los cubiertos, la mesa, el florero. Este tema y su discurrir puede resultar reiterado en el teatro y en la ficción en general. Los objetos, como sabemos, son portadores de viejas tensiones. Los personajes están exageradamente marcados: una hermana conservadora, seguidora de los rituales, recatada, cumpliendo con las expectativas sociales y familiares (encarnada en Jessica Shultz); la otra (interpretada por Estela Garelli) aparece como exponente del imaginario de los años 60, que en oposición se hizo eco del mandato de libertad de la madre, de seguir su propia voluntad. De joven y sin casarse, práctica mal vista para los valores de los años 50, se va a vivir a Barcelona, donde canta, se casa y se va a vivir a un kibutz. Este movimiento es Interesante porque da cuenta de cómo cierta comunidad judía porteña de izquierda recrea sus valores comunitarios en el kibutz. Recuerdo necesario en este momento trágico para la percepción social e interna de la comunidad de lo que es el Estado y la sociedad israelí hoy, y lo que fue el proyecto sionista que sostuvo la creación del Estado de Israel.
En ese relato de “lo que hiciste y dejaste de hacer” típico de los reproches de los vínculos familiares, enumeración estereotipada y a veces un tanto agotadora, aparece un elemento hacia el final que desnaturaliza el esquema de los dramas familiares en el teatro y permite comprender a qué se alude con el término libertad, ser libre, aludido en reiteradas ocasiones a lo largo de la obra. El punto es, no lo sabíamos, quien era la madre, quien se murió. Este momento es central en la obra porque nos lleva a preguntarnos si realmente sabemos quiénes fueron nuestros padres. Quién creímos en vida que era nuestra madre y de qué se entera una de las hijas, la social y moramente más preocupada por la madre, la que la cuidó hasta la muerte. Si bien a lo largo de la trama se hace referencia a su emigración de Polonia en 1930, recién en el tironeo fraterno para descifrar los motivos por los cuales la madre tuvo primero un marido, el padre de ellas, y luego se fue a vivir con Aarón, todas sombras, nos enteramos de su historia en Buenos Aires. Este secreto es develado por la hermana que se había ido a vivir al kibutz según repite en varios momentos de la obra, encarnando el ideal de la madre: ser libre, vivir en libertad.
La madre fue esclava de una red de trata de mujeres para prostitución. Imaginamos que hacía referencia a la Zwi Migdal, red de prostitución de judías polacas, aunque este nombre no se menciona en la puesta en escena. Rastreando sobre la producción nos enteramos que en el año 2020, su autora y actriz Jesica Shultz tuvo un subsidio de mecenazgo que le permitió filmar un documental corto sobre la historia de Raquel Liberman, prostituta que logró escapar de la red y denunciarla ante la Justicia.
Este secreto develado para la hermana que encarna el orden, la moral, el bien, constituye una verdad dificil de soportar. Quizás para cualquier hijo, el hecho de saber que la madre, figura tan idealizada e incontaminada en la cultura, la encarnación de la pureza, fue una prostituta. Tambien devela las complejidades del ser humano y de los derroteros de la vida. Haber salido de Polonia en 1930, aun en las condiciones en las que salió, engañada y privada de la libertad, impidió que fuera asesinada en el Holocausto.
La obra se presenta en el teatro bar Hasta Trilce, Maza 177, CABA, los domingos a las 19.00, hasta el 28/7. Entradas: https://www.alternativateatral.com/obra89157-hermanas-de-sangre