Gerald Cohen (Montreal, 14 de abril de 1941 – Oxford, 5 de agosto de 2009) nació en el seno de una familia judía políticamente implicada en organizaciones comunistas que él mismo frecuentó durante su infancia y juventud. Estudió en la Universidad McGill (Canadá) y en la Universidad de Oxford, donde fue discípulo de Isaiah Berlin y Gilbert Ryle. Tras impartir clases durante veinte años (1963-1984) en el Departamento de Filosofía de la Universidad de Londres, en 1985 se trasladó a la Universidad de Oxford.
Su madre, procedente de Ucrania, era una costurera miembro del Partido Comunista Canadiense. Su padre, un sastre profundamente antirreligioso y antisionista. De los cuatro a los 11 años, asistió a la escuela yiddish Morris Winchevsky, dirigida por una organización judía comunista, y más tarde, mientras asistía a la escuela pública, se convirtió en líder de la sección adolescente de la Federación Nacional de Jóvenes Laboristas.
Cohen asistió a una escuela judía donde se daba por sentado que comunismo y democracia debían ir necesariamente de la mano. Aquel ambiente familiar tan politizado y el credo marxista aprendido en la escuela dejaron en él una notoria impronta: el compromiso con los ideales socialistas y la convicción de que el fracaso sufrido por todos los intentos de superar el “carácter depredador de las sociedades de mercado […] no es una buena razón para dejar de intentarlo”.
Fue influenciado por Isaiah Berlin también filósofo. Berlin y Cohen no solamente compartían su interés por Marx, sino que además ambos eran judíos. Una vez Berlin le dijo a Cohen que los judíos debían asimilarse o irse a vivir a Israel, aunque el propio Berlin nunca pudo hacer ninguna de las dos cosas.
Respecto al judaísmo sostenía: “Me considero muy judío, pero no creo en el Dios del Antiguo Testamento. Fui criado tanto para ser judío como para ser antirreligioso y sigo siendo muy judío y bastante ateo. Mi madre estaba orgullosa de haberse vuelto proletaria en Montreal después de haber nacido en una familia burguesa de Ucrania. Mi padre, obrero también, pertenecía a una organización judía antirreligiosa, antisionista y fuertemente pro soviética. Mi primera escuela, manejada por esta organización, era muy política y antirreligiosa. En las tardes el lenguaje de instrucción era el yiddish. Judíos y judías izquierdistas nos enseñaban historia judía (y de otros pueblos) y la lengua y la literatura yiddish. Incluso cuando narraban historias del Antiguo Testamento las impregnaban de marxismo vernáculo. Una de las materias en yiddish era “Historia dela lucha de Clases”. Cuando los estadounidenses matan vietnamitas, los soviéticos siegan checos, los serbios asesinan bosnianos, me siento enojado, frustrado y triste. Pero cuando los israelíes destruyen casas y matan hombres, mujeres y niños en los territorios ocupados, hay sangre en mis propias manos y lloro con vergüenza. ¿Por qué me siento tan judío? Parte de la respuesta es que la tradición judía fue bombeada en mi alma en la infancia. Pero otra razón es el anti-semitismo. Sartre exageró cuando dijo que es el antisemita el que crea al judío. ¿Pero quién podría negar que el antisemita refuerza el sentimiento de judío en el judío?”
Creció en una comunidad que vinculaba el antifascismo con el Éxodo bíblico. En sus palabras: “nuestra pascua tenía tanto que ver con la sublevación del ghetto de Varsovia de 1943 como con la liberación de Egipto”. Esa profunda identidad secular con los vínculos comunitarios motivaba la combinación de su tradición judía con el marxismo, de ahí que su infancia implicara la visita veraniega a los campamentos donde las canciones socialistas se cantaban en el Yiddish propio de los judíos ashkenazis. Su experiencia en los campamentos judíos pudo formar su fundamentación ética del socialismo. Tal vez en algunos contextos la reflexión de Cohen suene “reformista”, pero lo cierto es que no podemos pensar una política socialista radical sin desarrollar una genuina ética socialista.

Su ensayo La teoría de la historia de Karl Marx: una defensa se considera la obra fundacional del marxismo analítico o, como lo llamó Cohen, el marxismo sin tonterías, a causa de una frase de su prólogo donde Cohen afirma que pretende estudiar las tesis de Marx “con la claridad y el rigor de la filosofía analítica”. Al afirmar que proponía «un materialismo histórico pasado de moda», en realidad produjo una reinterpretación revolucionaria de la teoría marxista. Al someterlo a las técnicas lógicas y lingüísticas de la filosofía analítica, muchos sintieron que lo había arrastrado a la ciencia social burguesa dominante. Este, su primer libro, causó un tremendo entusiasmo en la izquierda y ganó el premio en memoria de Isaac Deutscher. En escritos posteriores, aplicó la misma lucidez estricta para atacar a los dos principales filósofos políticos de la época, el libertario de derecha Robert Nozick y el liberal John Rawls.
Más adelante fue miembro del Grupo de Septiembre (September Group), en el que participaron algunos de los protagonistas de esta corriente del marxismo occidental. Desde finales de los años ochenta del siglo xx, la atención de Cohen se centró en la teoría de la justicia. Propuso argumentos morales en favor del socialismo, opuestos tanto a la tradición contractualista como al utilitarismo.
En 1985, Jerry Cohen fue nombrado profesor Chichele de teoría social y política en All Souls College, Oxford. Le divertía y asombraba continuamente el contraste entre el lujoso entorno institucional al que había llegado y su infancia comunista de clase trabajadora en Montreal.
En 1961, obtuvo una licenciatura en la Universidad McGill, Canadá, e hizo una licenciatura en Filosofía en Oxford, donde, «bajo la benigna dirección de Gilbert Ryle», adquirió la técnica de la filosofía analítica. Cohen hizo brillantes y afectuosas personificaciones de Berlín, de quien se convirtió en un amigo personal. Dio conferencias en el University College London (UCL) durante 22 años antes de convertirse en profesor Chichele, fue nombrado miembro de la Academia Británica en 1985 y, al convertirse en emérito en 2008, fue nombrado profesor Quain de jurisprudencia en la UCL.
Modificando continuamente sus teorías a la luz de la historia y su propia experiencia, fue uno de los primeros críticos de los abusos en la Unión Soviética y, en última instancia, se describió a sí mismo como un ex marxista. Pero trató de rescatar del marxismo lo que era más productivo e importante –la idea del igualitarismo– y siempre fue un ferviente socialista. Su objetivo constante era dilucidar, para él y sus lectores y estudiantes, la justicia social.
Siempre de mente abierta, Cohen se vio «sacado de su letargo socialista dogmático» al leer el argumento de Nozick sobre la incompatibilidad de la libertad y la igualdad. Pero, mientras que los igualitarios tienden a atacar las premisas de Nozick y afirman que la igualdad es más importante que la libertad, Cohen, en Self-Ownership, Freedom and Equality (1995), brillantemente le dio la vuelta al argumento. A la insistencia libertaria de que el loable principio de autopropiedad de John Locke excluye los impuestos redistributivos y, por tanto, el Estado de bienestar, Cohen respondió que es precisamente la devoción a los principios de autopropiedad lo que subyace a la teoría marxista clave de la alienación, así como a la teoría histórica de la izquierda. La derecha, sin embargo, es culpable de confusión conceptual. Lo que presupone es que la distribución existente de la propiedad es de alguna manera parte del orden natural de las cosas, como el clima o la muerte, y que además la libertad se distribuye.
Pero seguramente, instó Cohen, la propiedad privada ya es en sí misma una distribución de libertad, que necesariamente restringe. El propietario de algo es libre de utilizarlo, los demás no. La izquierda se había equivocado al admitir que sólo bajo un sistema socialista habría que sacrificar la libertad, cuando en realidad cualquier distribución de propiedad, siendo simultáneamente una distribución de libertad, requiere un intercambio entre estos diferentes tipos de derechos. Sin embargo, lo que aún queda por decidir es cuál es la mejor distribución: socialista, capitalista, lo que sea. Y se pueden presentar buenos argumentos para decir que la distribución desigual destruye, en lugar de mejorar, la libertad, y que la libertad en realidad requiere igualdad y, por tanto, redistribución. Nozick nunca respondió a las críticas, pero los nozickianos se apresuraron a afirmar que Cohen, sin darse cuenta, estaba de su lado.
En Incentivos, desigualdad y comunidad –presentado originalmente en sus conferencias Tanner, impartidas en la Universidad de Stanford en California en 1991, y más tarde en el primer capítulo de Rescuing Justice and Equality (2008)– Cohen atacó el “principio de diferencia” de Rawls. Coincidiendo con Rawls en que sería absurdo insistir en la igualdad per se si una distribución desigual pudiera en realidad mejorar la suerte de los más desfavorecidos, criticó la forma carente de principios en que se aplicaba este “principio de diferencia”. La justificación de los enormes recortes fiscales de 1988 de Nigel Lawson, por ejemplo (por parte de los liberales rawlsianos y de la derecha) fue que, además de beneficiar a los que ya eran ricos, en última instancia beneficiaban a la sociedad en su conjunto. Porque (se afirmaba) ofrecían el tipo de incentivos económicos que son inevitablemente necesarios para que personas talentosas y productivas produzcan más (es decir, más de lo que producirían sin estos incentivos).

Pero tales afirmaciones, dijo Cohen, parecen inconsistentes con las creencias tanto liberales como libertarias en la elección moral personal, haciéndose eco ridículamente de las nociones marxistas de fuerzas históricas e inevitabilidad naturalista. Confunden la relación entre hechos y principios morales, especialmente si los utilizan personas con talento, que seguramente no tienen derecho a adoptar esta visión de sí mismos de «tercera persona», casi biológica. Consideremos, dijo Cohen, el argumento de que los padres deberían pagar el rescate de un secuestrador, porque de lo contrario el secuestrador no devolvería a su hijo: este argumento puede ser esgrimido inocentemente por cualquiera, excepto el secuestrador, quien (aunque es poco probable que le moleste eso) está en una posición diferente a cualquier otra persona, ya que está hablando de sí mismo y de lo que hará, en lugar de predecir la acción de otra persona.
El argumento de los incentivos tiene en común con el argumento del secuestrador que no puede utilizarse sin rareza en el caso de primera persona. No pasa «la prueba interpersonal», que requiere de una justificación moral que la identidad de quien lo propone sea irrelevante. Como política, los incentivos económicos son un compromiso pragmático, no un principio de justicia, y las personas talentosas que esperan mayores recompensas en lugar de prestar sus talentos para una distribución más equitativa, de hecho, están actuando contra la justicia. «La carne puede ser débil, pero no se debe convertir eso en un principio», dijo Cohen, un argumento que parece aún más revelador a la luz de los acontecimientos recientes.
En el año 2000, cuando escribió Si eres igualitario, ¿cómo es que eres tan rico? (basado en las conferencias Gifford que dio en la Universidad de Edimburgo en 1996), Cohen ya no creía que el socialismo fuera inevitable y consideraba la política una cuestión de compromiso moral personal. Se describió a sí mismo como habiendo pasado del materialismo histórico a la creencia de que lo que se necesita para lograr la igualdad son cambios en las actitudes y elecciones individuales, una posición, dijo, tan cercana al cristianismo que habría impactado a su yo más joven.
Cohen pensaba que había razones importantes, además de la justicia, para defender el socialismo. En ¿Por qué no el socialismo? (su último libro, que se publicará el próximo mes), sostiene que, en un viaje de campamento, incluso los antiigualitarios abominarían del ethos de las fuerzas del mercado y adoptarían automáticamente la práctica socialista, en la que las fortalezas de cada uno se utilizan de manera placentera para todos, simplemente porque fue más divertido. Seguramente todos al menos admitirán que el socialismo es deseable, instó Cohen, incluso si dudan de que sea factible fuera del viaje de campamento. ¿Por qué, preguntó sin retórica, no podía organizarse toda la estructura de la sociedad siguiendo los lineamientos de esta ardua pero estimulante camaradería (aunque admitió que preferiría el lujo de Todos los Santos)?
Cohen combinó un compromiso apasionado con rigor intelectual, y ambos con una hilaridad fascinante y una irreverencia hacia todo, incluido él mismo. Celebraba otros valores importantes además de la justicia; literalmente, celebraba: enriquecía maravillosamente la vida, y el solo hecho de comer en un restaurante de curry con él era verlo producir una especie de solidaridad e hilaridad entre todos los camareros y la mayoría de los asistentes. Un consumado showman, que a menudo hacía monólogos en conferencias, sólo trabajó ocasionalmente en televisión (en la serie No Habitat for a Schmoo en 1986), lo cual fue una gran lástima, ya que habría sido el mejor divulgador filosófico.
Fue un profesor maravilloso, ingenioso y generoso, muy querido por sus alumnos, varios de los cuales, entre ellos Jonathan Wolff, Will Kymlicka y Michael Otsuka, se han convertido en notables filósofos políticos. Amaba el arte y quedó fascinado por la religión, especialmente el cristianismo. Se sentía intensa y lealmente judío, aunque normalmente discutía qué implicaba eso exactamente. Desconcertante y liberador por su franqueza, vivió sus teorías con gran integridad y fue un pensador brillante para quien lo personal y lo político estaban realmente entrelazados.
Gerald Allan Cohen murió el 5 de agosto de 2009. Le sobreviven su segunda esposa, Michèle, sus hijos Miriam, Gideon y Sarah de su primer matrimonio, con Margaret, y siete nietos.
Fuentes:
https://www.theguardian.com/world/2009/aug/10/ga-cohen-obituary
https://aecpa.es/files/view/pdf/congress-papers/12-0/1332
https://lavanguardiadigital.com.ar/index.php/2017/06/21/gerald-cohen-o-el-marxismo-sin-sanata/
http://www.apps.buap.mx/ojs3/index.php/unidiver/article/view/303/317