“¿Pero qué creían que significa la descolonización?”, rezaba un tuit viral que circuló el 7 de octubre, cuestionando a quienes desde la izquierda condenaban el ataque de Hamas.
Viendo la erupción de violencia antisemita en Canadá (que incluyó incidentes de disparos a cinco escuelas judías en el país desde octubre de 2023), no podía evitar preguntarme si eso también era lo “que significa la descolonización”. ¿Disparar a escuelas judías es descolonizar? ¿Y tirar bombas molotov a una sinagoga? A fin de cuentas, no puedo imaginarme ninguna definición por la cual un judío en Canadá sea menos colono que un judío dentro de las fronteras de 1948. Y debemos reconocer que la mayoría de las instituciones judías de Canadá son sionistas, así que si el “sionismo” es la vara que justifica el asesinato, esas vidas deben ser sacrificadas.
Phoebe Maltz-Bovy, editora del Canadian Jewish News, ya formuló la pregunta: “¿En qué lugar del planeta Tierra podría un judío no ser considerado un colono?”[1] La gente que ataca sinagogas en Montreal considera a los judíos en este país un elemento foráneo, de la misma forma que Hamas considera a los judíos un elemento foráneo en el Medio Oriente. Una buena parte de la historia judía consiste en mantenerse en lugares donde la población no judía los desprecia, una verdad que coexiste de forma intranquila con la división maniquea del mundo entre colonos e indígenas. La vida judía en Europa en la Edad Media dependía de los favores del poder. En períodos de rebelión campesina, noble o burguesa, la presencia judía en sí misma se convertía en la encarnación de la opresión del soberano.
Las referencias a los judíos como colonos preceden por mucho a la emergencia del sionismo. Durante la Revolución Francesa, políticos y panfletistas advertían que otorgar igualdad a los judíos transformaría a Alsacia en una “colonia de los judíos”. Lorenzo Veracini (una eminencia en los estudios del colonialismo de asentamiento) argumenta que las “historias de vampiros son inherentemente historias de colonialismo de asentamiento…los vampiros, después de todo, son seres pálidos y exóticos que vacían la tierra y están obsesionados por convertirse en sus dueños”[2]. No es casualidad que el vampiro (impuro, avaro, inmortal, atávico, parasítico, místico, lujurioso, sediento de sangre, “pálido y exótico”) se aproxime a un conjunto conocido de tipologías antisemitas. De la misma forma, la percepción común de Israel como una sociedad fundamentalmente artificial, basada en la apropiación más que en la producción, cosmopolita más que arraigada, se presenta como un vampiro entre las naciones.
No debería sorprender, considerando la inestabilidad de estas categorías, que hay quienes desde el mundo académico hablan ahora de los judíos canadienses como una clase específica de colonos. En la Universidad Concordia (en Montreal), estudiantes propalestinos gritaron “¡Colonos!” a estudiantes pro-Israel (la mayoría, nacidos y criados en Montreal). En McGill, manifestantes pro-Israel se encontraron con el cántico: “Colonos, colonos, vuelvan a su casa”. ¿Dónde está su casa? No es en Israel, pero tampoco parece que sea Montreal. Un importante activista estudiantil dentro del acampe de la biblioteca de McGill publicó en Internet: “Quiero recordarle a la población de Quebec que la comunidad sionista es mayoritariamente angloparlante”, dando así un guiño a la idea que ya circula desde hace tiempo entre los nacionalistas francófonos de Quebec de que los judíos son un puesto de avanzada de la hegemonía angloparlante canadiense. Yanise Arab, profesor de la Universite de Montreal, hizo explícita esta lógica cuando gritó: “¡Vuelvan a Polonia!”.
En febrero, un video de una manifestación pro-Palestina frente al Hospital Mount Sinai de Toronto circuló en Internet. Políticos y organizaciones de la comunidad judía acusaron a los manifestantes de atacar al hospital por haber sido fundado como un hospital judío. Los manifestantes rechazaron la acusación, diciendo que el hospital no era el objetivo de la protesta. Pero Katherine Blouin, profesora de Arqueología de la Universidad de Toronto en Scarborough, eligió una táctica diferente. Escribió en la red social X: “Les recuerdo: el Monte Sinaí está ubicado en Egipto y posee un monasterio griego ortodoxo llamado Santa Catarina en su pie. Los intentos sionistas de transformar espacios históricamente multiconfesionales y multiétnicos en Palestina y Egipto en sitios ‘puramente’ judíos representan un acto de borradura colonial”. Blouin se hacía eco de fórmulas antisionistas que contrastan un pasado idílico cristiano-islámico con un presente judío excluyente. De acuerdo a su relato, la apropiación cristiana e islámica del judaísmo es testimonio de la inclusividad de los primeros; poco importa que los judíos en sí fueron excluidos y perseguidos precisamente por negarse a reconocer la supremacía del cristianismo y del islam. La construcción por orden del emperador bizantino Justiniano I del monasterio de Santa Catarina en Egipto fue contemporánea a la decisión del mismo emperador de prohibir el estudio de la Mishná, para subordinar la práctica judía al dogma cristiano (transformando así una tradición “puramente judía” en algo “multiconfesional y multiétnico”)[3]. Blouin trae la novedad de aplicar el enfoque nostálgico imperial no sólo para Palestina ni para Egipto, sino también para Canadá. La fundación del Hospital Mount Sinai en 1923 se convierte así en un proyecto global de “borradura colonial” de identidades alternativas, que ahora abarca más o menos la totalidad de la tradición judía, en tanto ésta se rehúse a ser absorbida por las culturas mayoritarias de las sociedades donde reside. En este relato, los pueblos originarios (o Primeras Naciones, como se los llama en Canadá) desaparecen de forma total. El judío se vuelve así el colono por excelencia, en una fusión de la Teología del Reemplazo (la postura de que la Iglesia ha reemplazado al pueblo judío en los planes de Dios) y la jerga poscolonial: el judío ha confiscado tanto las tierras como las tradiciones de otros a escala global.
Una evolución ideológica similar puede ser hallada en un referéndum realizado por estudiantes de la Universidad de British Columbia con el apoyo de grupos universitarios progresistas y pro-Palestina (antes de cancelarse debido a la indignación generalizada). Junto a demandas de tomar una postura más agresiva de boicot contra Israel, el referéndum llamaba a la universidad a “poner fin al contrato de alquiler de la filial local de Hillel en territorio apropiado de la nación originaria Musqueam”. La decisión de atacar a la principal organización estudiantil judía se presentó con otros motivos también, pero el énfasis en la apropiación del territorio originario no es algo menor. El mismo referéndum no especificaba la característica apropiada de tantas otras instituciones de la vida estudiantil, pero resulta que los judíos ocupan tierra apropiada.
Los esfuerzos por sacralizar el antisionismo canadiense tomaron una dimensión casi de parodia en abril. Los estudiantes establecieron un acampe por Palestina en el campus de McGill y, cuando la universidad amenazó con desarmarlo, circuló una carta del Consejo Tradicional Kanienkahaka, supuestamente en nombre del pueblo originario Mohawk, en apoyo del acampe y denunciando “el comportamiento de los europeos durante los últimos 500 siglos [sic].” Docenas de profesores canadienses y organizaciones universitarias compartieron esta carta con entusiasmo. “Este es un texto maravilloso”, escribió la doctora Blouin. “La descolonización no es una metáfora”, escribió Vincent Wong, Profesor Asociado de Derecho en Windsor University, en Ontario (haciendo referencia a un texto muy leído en la teoría poscolonial, que insiste en que la descolonización debe tener una aplicación concreta). Los manifestantes imprimieron la carta en gran tamaño y la colocaron fuera del acampe. Para ellos, la carta no sólo favorecía políticamente su causa: era también sagrada y legalmente vinculante. Sin embargo, el Consejo Tradicional es una entidad diferente al Consejo Mohawk, que tiene la facultad de hablar en nombre de la comunidad. Los pueblos originarios tienen muchos consejos, que disputan la voz legítima de las entidades reconocidas por el Estado. Muchas de estos organismos son marginales en sus comunidades, pero los académicos toman de referencia a los que les hacen quedar mejor, como elementos simbólicos sagrados, con el mismo entusiasmo con el que se manejan con los judíos antisionistas. El Consejo Tradicional Kanienkehaka está liderado por Stuart Myiow, que sumó a esta organización a espiritistas e influencers de la extrema derecha, la mayoría ni siquiera indígenas. En Facebook, Myiow denunció la “corrupción judía/sionista/masónica/británica-nazi”, afirmando: “El mundo está viendo de forma directa por qué se hicieron las cosas que se hicieron contra los judíos en todo el mundo. ¡Son lo mismo que ellos argumentan que les provocó un genocidio, y el mundo entero está harto de la invasión colonial que les habilitó Inglaterra para continuar su invasión de guerra sagrada como la representación del demonio que trae corrupción global a la humanidad!”. Nazismo, satanismo, colonialismo e imperialismo se fusionan todos en la “invasión colonial” judía del mundo en su totalidad. Las teorías antisemitas de este tipo no son nuevas. Lo novedoso es la aparente facilidad con la que se traducen al lenguaje académico poscolonial, que promete expiar el pecado colonial original a través de la lucha global contra el sionismo.
La teoría de Patrick Wolfe sobre el sionismo y el colonialismo
No debemos descartar de lleno la teoría del colonialismo de asentamiento, o incluso su aplicación para estudiar el caso israelí. Pero debemos aclarar que las contorsiones presentadas arriba encuentran sus fuentes en algunas de las obras fundamentales del poscolonialismo. Patrick Wolfe, ampliamente considerado el fundador de los estudios de colonialismo de poblamiento o de asentamiento, tiene obras presentes en la currícula de todas las materias sobre el tema en Norteamérica. Al hablar de sionismo, combina una notable ignorancia de la historia judía con la convicción de que Israel no sólo es un Estado colonial de asentamiento, sino el ejemplo ideal de esta categoría. El Estado colono ideal, que es más que nada una construcción tautológica de Wolfe, representa su noción de “eliminación del nativo” en su forma más refinada.

En su artículo influyente publicado en 2006, “El colonialismo de asentamiento y la eliminación del nativo”, Wolfe describe a Teodoro Herzl y atribuye erróneamente una cita presente en Altneuland a su otra obra, El Estado Judío. Este puede ser un error trivial, pero no constituye un buen presagio. Más asombroso aún es la idea presente en la obra de que los sionistas se imaginaban una zona “goim-rein” (es decir, libre de no judíos, combinando hebreo con alemán), haciéndose eco del lenguaje nazi[4]. Parece considerar esto un término utilizado por los sionistas, aunque no presente ninguna fuente para justificar esto. En el relato de Wolfe, el sionismo habla el lenguaje del nazismo décadas antes del propio nazismo, y el Holocausto se transforma en un simple eco de la ideología eliminacionista del sionismo. Recuerda a la película Volver al futuro, cuando Marty McFly le enseña a Chuck Berry la canción “Johnny B. Goode” que Marty escuchó en el futuro…del propio Chuck Berry.
Podemos avanzar entonces al ensayo de 2012 de Wolfe, “Compra por otros medios: la Nakba palestina y la conquista económica del sionismo”, donde hace un análisis más enfocado en la particularidad histórica del sionismo. Admite ciertos factores excepcionales: primero, que el sionismo no tiene una metrópolis, como sí tienen otros colonialismos; segundo, que la mayoría de las compras de tierra sionistas antes de 1947 ocurrieron “en aparente conformidad” con la ley otomana y luego británica. Pero no teman: aunque el sionismo “difirió de forma notable” con el colonialismo de asentamiento australiano o americano, en realidad “constituyó una intensificación, y no un alejamiento, del colonialismo de asentamiento”. Las características que excluyen al sionismo de la definición de colonialismo en realidad lo convierten en el peor tipo de colonialismo, presentando una “lógica más exclusiva de eliminación” mientras toma una forma que lo distingue de forma marcada de la lógica general del colonialismo.
Ante el primer punto (que el sionismo era un colonialismo sin metrópolis) Wolfe presenta la idea de “sionismo mundial” como una “metrópolis difusa” por su influencia sobre gobiernos coloniales. El carácter internacional del sionismo es, de forma paradójica, tanto excepcional como frecuente. La especulación de tierra en Australia y en Estados Unidos fue en sí un emprendimiento internacional. El sionismo, por lo tanto, “nos permite ver algunas de las características generales del colonialismo de asentamiento con aumentada claridad”. En un momento notable de autopercepción, Wolfe describe la relación del sionismo con el colonialismo de asentamiento como algo análogo a la forma en la que “el antisemitismo proporcionó un léxico para que el capitalismo hable de sí mismo”. No queda claro dónde Wolfe ve esta analogía: tal vez el argumento es que la usura judía representaba para los antisemitas simplemente la manifestación más eficiente y despiadada del capitalismo. En el caso de los colonos judíos, por lo menos, nota que desplegaron una coordinación entre “las finanzas internacionales y los inmigrantes de Europa oriental” con una “eficiencia sin paralelo”.
Sobre el tema de la compra de tierra, el argumento de Wolfe es acrobático. Afirmó que el sionismo es una intensificación del colonialismo de asentamiento inventado en Europa, pero reconoce que la política de compra de tierras del sionismo antes del Estado “contrasta de forma clara con la violencia desenfrenada que caracterizó la adquisición de territorio originario en Australia y en Estados Unidos”. Es por eso que la adquisición legal de terrenos debe moverse teleológicamente hacia el despojo violento y desenfrenado: “La Nakba simplemente aceleró, de forma muy radical, los medios en cámara lenta hacia los mismos objetivos que eran los únicos a disposición de los sionistas cuando estaban construyendo su Estado colonial”. Las políticas de compra de tierra y la construcción de una economía judía son más brutales incluso que la violencia forajida que implicó la colonización en las colonias angloparlantes, y podemos estar seguros de esto, porque dieron lugar a la violencia desenfrenada de la Nakba.
Wolfe se hunde más en esta contradicción en otro artículo publicado el mismo año, “Nuevos judíos: la formación del Estado colono y la imposibilidad del sionismo”. Insiste ahí en que la experiencia del nativo invalida la ideología del colono: “El derecho de los palestinos no depende de la posibilidad de demostrar si, en algún lugar de la Europa del siglo XIX, algún teórico o un grupo de teóricos judíos se imaginaron la expulsión de los nativos de la tierra de Sion”. Sin embargo, su idea de que el sionismo es un movimiento colono extremadamente excluyente se basa en su totalidad de su interpretación de la ideología: “Mientras que los nativos pueden ser asimilados (en cantidades administrables) a los futuros euroaustralianos y euroamericanos, no había ningún lugar para los palestinos en el pasado renovado del sionismo ashkenazí”. Nuevamente: “la estructuración atávica de la nación judía para el sionismo constituyó una forma particularmente rigurosa de colonialismo de asentamiento que excluía de forma total a los no judíos” Goim-rein, ¿recuerdan?
El sionismo suplanta a las colonias angloparlantes como la imagen ideal de eliminacionismo propio del colonialismo de asentamientos. Esto contrasta con lo argumentado por Dmitri Shumsky en su libro Más allá del Estado nación, donde muestra que las formas multinacionales del sionismo eran dominantes en el movimiento hasta fines de la década de 1920. Esto sugiere fuertes posibilidades de asimilacionismo dentro del movimiento, aunque las teorías de Wolfe se resistan a hacer este tipo de análisis minuciosos. Es verdad que existieron y existen planes dentro del movimiento sionista que plantean una “transferencia” violenta de los árabes (planes que tomaron renovada fuerza hoy en día, envalentonados por el giro fascista del gobierno y la Ley de Estado Nación de 2018). Pero la política real perseguida por el Estado tras 1948 se asemeja más a las políticas asimilacionistas frente a los árabes propias de las colonias angloparlantes. En un proceso que Arnon Degani denominó “integración subordinada”, la extensión de la ciudadanía a los palestinos de Israel los incentivó a luchar contra su trato desigual dentro de Israel utilizando los métodos de la democracia liberal[5].
Si aceptamos que Israel es un caso particular dentro del paradigma colonial, esto es porque existe una posibilidad continua de resolución nacional: el cumplimiento de las aspiraciones nacionales palestinas en Cisjordania y Gaza. Hasta Wolfe admite la importancia de la ocupación de Cisjordania en la transformación del estatus de los ciudadanos árabes de Israel. La población palestina de 1948 podía ser “contenida de forma razonable” hasta 1967, cuando “repentinamente se convirtieron en parte de una amenaza demográfica”. Wolfe no puede reconocer que la ocupación de Cisjordania es reversible y que es posible legitimar las aspiraciones étnico-nacionales palestinas, porque esto implicaría destruir el rol monolítico que representa Israel en su teoría. Para resolver este problema, presenta a 1967 como el momento en el que se activa la esencia latente del sionismo: “esta completa exclusividad, que continúa nutriendo la resistencia israelí a cualquier cosa que se asemeje a una política de asimilación originaria, no fue puesta a prueba de forma efectiva hasta 1967”. Wolfe argumenta a partir de esto que la solución de Dos Estados representaría básicamente otra Nakba, por incluir la eliminación de la población palestina de Israel (porque, para él, representaría un Estado judío que se volvería en goim-rein).
No sería el primero en observar que la teoría de Wolfe es derrotista, e incluso antipolítica[6] Su cálculo no integra ni puede integrar las características del nacionalismo palestino. Aunque Wolfe insista en que la “lógica de la eliminación precede a las características que distinguen a las sociedades de colonos entre sí”, parece muy insistente con la especificidad del sionismo. En vez de considerar que el sionismo puede llegar a ser una forma bastante peculiar del colonialismo de asentamiento (o que convendría mejor estudiarlo desde otra mirada teórica), Wolfe construye su teoría de adelante para atrás para que Israel encaje en la idea del Estado colono por antonomasia. Israel es entonces especialmente colonial: a través de su internacionalismo; por su “estructuración atávica”; por su inversión del Holocausto; en una palabra: por su judaísmo. El investigador australiano entra al campo de la abstracción, ubicando al Estado judío en el centro de su universo moral.
Para deshacer el colonialismo de asentamiento, entonces, los judíos en sí mismos deben ser reformados. En una Tierra Santa liberada del sionismo, explica Wolfe, “los ciudadanos europeos, ashkenazim de una democracia plural…ganarían [dentro de un Estado nuevo] a muchos árabes, muchos de ellos casualmente judíos”. De forma paradójica, este Estado unificado y poscolonial para todos reabsorbería a los judíos en sus identidades raciales supuestamente naturales. Los “judíos árabes” de Wolfe, nos dice, no comparten ni “etnia, ni cultura ni historia con los judíos europeos”; son árabes temporalmente caídos en desgracia, llevados a Israel tras el engaño de los sionistas. La descolonización se vuelve sinónimo de la asimilación: no la asimilación a una identidad cívica compartida entre israelíes y palestinos, sino a las categorías naturales previas de europeo y árabe.
El regreso del judío apátrida
Hasta cierto punto, estas ideas nos retrotraen a las convicciones históricas del nacionalismo árabe e islámico. Los judíos del mundo árabe eran sospechosos primero de ser aliados de las potencias coloniales, y luego de ser sionistas ocultos. Su desnaturalización y emigración forzosa a Francia y a Israel volvió literal su alteridad social, transformándolos de enemigos internos a colonos foráneos al Medio Oriente. Los descontentos de la descolonización en el mundo árabe encontraron un blanco fácil en el sionismo. Noémie Issan-Benchimol y Elie Beressi escribieron en K: “así como en la mitología cristiana tradicional, Judá ocupa el lugar de Roma como la encarnación del mal, en el discurso árabe contemporáneo, los judíos y el sionismo encarnan, resumen y en última instancia suplantan al colonialismo europeo como la figura del opresor”[7]. La escritora franco-argelina Houria Bouteldja es tal vez la portavoz más entusiasta de estas ideas en el mundo académico occidental moderno. en su obra de 2016, Les Blancs, les Juifs et nous, Bouteldja declara que el apoyo de Jean-Paul Sartre a la existencia de un Estado judío significa que “Sartre morirá como anticolonialista y sionista. Morirá como blanco”. Para Bouteldja, el sionismo define la línea entre blanco e indígena. Como escribe Ivan Segre en la reseña de su libro, “esta es una nueva cosmología que ubica a Israel en el centro, y a nada en su periferia”[8]. La historia entera del imperialismo se resume ahora en la relación con Israel. El imperialismo europeo y el sionismo “los arrancaron de nosotros, de su tierra, de su identidad árabe-bereber”. Los judíos se convirtieron en sionistas, frente a los cuales debe ser resuelta toda la historia imperialista desde 1492.

Los activistas propalestinos exhibieron la misma filosofía el 5 de marzo, cuando se congregaron frente a la más antigua sinagoga de Montreal, la Sinagoga Española y Portuguesa[9]. La manifestación estaba oficialmente convocada por un grupo judío antisionista, Jewish Voices, para protestar contra una feria inmobiliaria que publicitaba terrenos en Israel y en Cisjordania. Esto le dio una fachada judía a la organización Montreal4Palestine, cuyos representantes comenzaron una diatriba antisemita, transmitida en vivo a 30.000 seguidores de Instagram. “Ustedes intentaron oprimir y colonizar Sudáfrica y Alemania…cada árbol y roca que ustedes toquen será liberado”, anunciaba un hombre con megáfono, moviéndose de conspiración neonazi a un hadith (tradición oral islámica) sobre la matanza de judíos a manos de musulmanes. “Cada uno de ustedes es un colono”, declaró otro. “Tanto en Palestina como acá. Porque la mitad de ustedes son de Polonia, o Rumania, o Alemania, o Marruecos, o Túnez o Irak. Ni siquiera pueden reclamar su propio país, por eso reclaman Palestina”. Este discurso es tanto religioso como político, decretando la posición apropiada para el judío luego de su reemplazo. Así como en la obra de San Agustín el judío tiene la maldición de vagar por el mundo, el sionista es un colono, vaya a donde vaya. Como en la obra Bouteldja, como en los tuits de Blouin, el hombre con megáfono extiende su amor hacia los judíos que entienden el lugar que les corresponde en este orden teológico. Se burla de los contramanifestantes por su laicismo, diciéndoles a las mujeres que se cubran la cabeza. “No pueden hablar en nombre del judaísmo y el judaísmo no habla en su nombre”, afirmó. Señalando al grupo de Neturei Karta, los judíos ultraortodoxos antisionistas, afirmó: “Ahí están los judíos de verdad”.
La existencia de un Estado judío presenta un problema escatológico, que es descartado rápidamente como un intervalo breve dentro de una condición decretada por Dios de apátridas. “El Estado de Israel será destruido”, promete, “y todos ustedes serán colonos, buscando un lugar para vivir, igual que cuando llegaron a Palestina”. Por un momento, “colono” pasa de descripción a prescripción, en una promesa de convertir a los judíos en refugiados, y por lo tanto en “colonos”, una vez más. No se debe ignorar la fusión de “colono” con “refugiado”. En su obra Home Rule, la socióloga Nandita Sharma sostiene que debemos entender la condición apátrida moderna en términos de un “Nuevo orden mundial psocolonial”, en el que los los Indígenas-Ciudadanos protegidos por el Estado se resisten contra los Inmigrantes-Colonos designados como desprovistos de protección estatal. Los funcionarios budistas en Myanmar o los líderes hindúes de India apelan a la lógica del colonizador versus nativo para atacar a las minorías musulmanas; los israelíes la utilizan para el despojo de los palestinos en Cisjordania; Azerbaiyán la invocó en su expulsión de los Armenios de Artsaj/Nagorno-Karabaj. Mientras tanto, la retórica antimigratoria presenta a los inmigrantes como invasores o como colonos. Renaud Camus, el autor francés que ayudó a popularizar la Teoría de la Gran Sustitución (que cree que los blancos de origen europeo están siendo sistemáticamente reemplazados por no blancos en Occidente) se jactaba de su admiración por Franz Fanon, el teórico anticolonial.
La promesa de restituir a los judíos a su condición de apátridas, convirtiéndolos nuevamente en “colonos”, refleja la absorción del indigenismo en el poder del Estado nación. Moderniza el supremacismo histórico religioso y racial, pero también desplaza la ansiedad real por la matriz poscolonial en la actualidad. Pocos colectivos humanos conocen más la condición apátrida durante el último siglo que los palestinos. Expulsados del recién creado Estado judío; negados por la intransigencia de ambos bandos y por el proyecto de los colonos israelíes; negados de su ciudadanía en los múltiples Estados árabes a los que se dirigieron; desplazados masivamente por la guerra en Kuwait y, más recientemente, en Siria; ahora con más de un millón de desplazados por la guerra en Gaza. En Canadá, los árabes y musulmanes son víctimas de una ideología nativista que crece en la izquierda y la derecha, en un país con una grave crisis de vivienda que ningún partido está dispuesto a resolver. “Si no quieren ser ‘secuestrados’, dejen de vivir en el país de otro”, declaraba un póster pro-Palestina en el centro de Toronto. Una declaración espantosa, sin dudas, pero más espantosa aún porque se refleja como eco de la retórica antimigratoria, en una intertextualidad que su autor o autores seguramente no notó. Cyril Lemieux argumentó que el antisemitismo de los musulmanes franceses reflejaba una asimilación parecida al antisemitismo republicano[10]. Los antisemita musulmanes franceses creen que los judíos franceses disfrutan de una solidaridad comunitaria aprobada por el Estado que se niega a los musulmanes: culpan entonces al colectivo nacional por la forma en la que los judíos contaminan el universalismo francés. De la misma forma, la tranquilidad relativa de la vida judía en Canadá con respecto al Estado puede hacer creer que la comunidad judía es la fuerza que pervierte el multiculturalismo canadiense.
El antisionismo como vía de expiación
Un antisemitismo descolonial específico emerge por el cruce entre las culturas teológica, académica y activista. Ofrece un paliativo a los dilemas sin resolver del multiculturalismo y el colonialismo de asentamiento en Canadá. “Al final de este camino”, escribió David Schraub, “el judaísmo existe como el núcleo cristalizado e irrevocable de la blanquedad”[11]. Criticando al sionismo, el árabe musulmán encuentra otro grupo al que puede considerar invasor. Criticando al sionismo, un colono blanco transforma su nombre cristiano en la encarnación del multiculturalismo. Efectivamente, el multiculturalismo en sí es salvado de la desgracia en la academia canadiense, dejando de ser una ideología de colonialistas que justifica el robo de tierra canadiense, siempre y cuando excluya a los “sionistas”. Criticando al sionismo, una unión estudiantil formada por colonos puede finalmente tomar decisiones legítimas sobre terrenos apropiados a los pueblos originarios. El tipo correcto de multiculturalismo, el tipo bueno de colono, puede distinguirse del malo por su relación con los sionistas. Israel se vuelve en la máxima colonia de asentamiento, y el judaísmo global su “metrópolis difusa”.
Este proceso no es unidireccional. El miedo al antisemitismo creciente puede lavarle la cara al odio xenofobia y antiárabe, un hecho que es aprovechado por políticos canadienses, tanto judíos como no judíos. Los marcos dominantes de la comunidad judía para entender el antisemitismo, tanto en Canadá como en el resto del mundo, siguen siendo martirológicos o triunfalistas. Los primeros anticipan la posibilidad de violencia masiva en cada esquina, mientras que los últimos presagian un rescate divino. El Occidente reemplazó a la mano de Dios en una forma secularizada del triunfalismo: para esta visión, Israel, los judíos y el mundo occidental derrotarán a sus enemigos conjuntamente. Pero ni la violencia masiva ni la “victoria total” anunciada en Israel se encuentran en una lectura razonable del futuro del judaísmo canadiense. Se viene en su lugar una intensificación del statu quo: más seguridad en las sinagogas y centros comunitarios; más actos aislados de violencia y vandalismo; antisemitismo más abierto en escuelas y universidades; más dependencia en el Estado y la policía. Si el antisemitismo es un hecho social (y no producto de una condena divina) es responsabilidad de las comunidades judías tratarlo como tal. Si la seguridad de los judíos en la esfera pública requiere de la securitización y la intensificación de la identificación fetichista de la judeidad con el “Occidente”, nos transformamos en colonos. Es una decisión injusta, pero es la que se colocó ante nosotros.
[1] Phoebe Maltz-Bovy, “Settle for what? Phoebe Maltz Bovy on a Jewish existential dilemma,” The Canadian Jewish News, 16 October 2023.
[2] Lorenzo Veracini, The Settler Colonial Present, 2015.
[3] Ver Alfredo Rabello, “Justinian and the Revision of Jewish Legal Status,” ien The Cambridge History of Judaism, edited by Steven T. Katz (2008).
[4] La única fuente posible para este término es en la obra de Moshe Menuhin, un judío antisionista que escribió en 1965 una memoria de su infancia en el ishuv.
[5] Arnon Degani, “Both Arab and Israeli: The Subordinate Integration of Palestinian Arabs into Israeli Society, 1948-1967.” Dissertation, 2018.
[6] Ver Rachel Busbridge, “Israel Palestine and the Settler Colonial ‘Turn’: From Interpretation to Decolonization.” Theory, Culture, and Society, Vol. 35, Issue 1, January 2017. https://journals.sagepub.com/doi/10.1177/0263276416688544.
[7] Noémie Issan-Benchimol et Elie Beressi, “Arab Jews: Another Arab Denial?,” La Revue K, 3 November 2022.
[8] Ivan Segre, “A Native with a Pale Face.” Los Angeles Review of Books, 14 November 2018.
[9] Hay grabaciones de este evento en MEMRI: https://www.memri.org/tv/protesters-montreal-pro-palestinian-rally-synagogue-fake-jews-israel-not-last-eighty-years-celebrate-destruction-evil.
[10] Cyril Lemieux, “Racism and political modernity,” La Revue K, 28 December 2023. https://k-larevue.com/en/racism-and-political-modernity/.
[11] David Schraub, “The Baggage of Whiteness,” The Debate Link. https://dsadevil.blogspot.com/2023/12/the-baggage-of-whiteness.html.