No hubo refugio, ni amparo, ni resguardo: a las diez de la mañana del 18 de julio de 1994, el edificio de AMIA ya era una montaña de escombros. Desde Israel, seguimos las alternativas del suceso, tratando inútilmente de comunicarnos con nuestra gente. Las noticias confusas, contradictorias, sumaban angustia y dolor al desasosiego y a la incertidumbre.
Al cabo de tres décadas la nebulosa incertidumbre de aquellas horas ya es una certeza petrificada: ochenta y cinco muertos, centenares de heridos, entre ellos amigos, familiares y compañeros muy queridos.
Entre certezas e incertidumbres persiste una negra humareda del cráter en la calle Pasteur: arden -todavía- las cenizas de la negligencia, el encubrimiento, la espesa lava del insulto y la desidia: 30 años de impunidad.
Para completar el cuadro de justificación criminal, Nicolás Maduro -entre otros- definió al atentado como “falso positivo”…
En el atentado contra la AMIA se reiteraron fenómenos similares a los registrados con el Holocausto: aún antes de finalizada la Segunda Guerra Mundial, la Alemania hitleriana y los colaboracionistas en los países ocupados hicieron lo posible para eliminar pruebas, quemar archivos, borrar evidencias, minimizar la magnitud del genocidio.

El 7 de octubre de 2023, la Yihad y el Hamás, a pocas horas de la invasión y la masacre en Israel, iniciaron una campaña propagandística para evadir su responsabilidad genocida. La captura de niños, las violaciones masivas y brutales torturas, fueron negadas o subestimadas por los autores del infernal ataque.
La orquestación de la mentira, el silenciamiento de las denuncias y los modos de distracción, principios aplicados por Goebbels hace noventa años, son ahora reformulados por agentes de la República Islámica de Irán.
Los rehenes asesinados en Gaza yacen sepultados por la desinformación.
Aquellos que lograron, el octubre último, sobrevivir a las heridas, aquellos que pudieron sobreponerse a los secuestros y a la destrucción de sus hogares, perciben hoy otra arma sobre la sien; ya no es el ejército terrorista de Gaza, ahora son los manifestantes que levantan banderas islamistas en las calles de América y Europa.
El negacionismo es el tiro de gracia que los asesinos y sus cómplices intelectuales pretenden disparar a los cautivos en Gaza, a los heridos y sobrevivientes.
Pero, como decía Benedetti en su No te rindas: “Aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se esconda, no te rindas, por favor no cedas, que la vida es eso… correr los escombros y destapar el cielo”.