Constituyó un relato recurrente, en inmigrantes europeos de origen humilde, tanto en aquellos provenientes de zonas agrícolas como de ciudades y luego trasmitido a sus descendientes, así como en aquellos que vinieron entre las Guerras Mundiales y aun con la Segunda Guerra Mundial, que este país, la Argentina, era una tierra de paz, donde no había ni guerras ni hambre. A pesar de sus vaivenes políticos e inestabilidad económica, se proyectaba la Argentina como un país de paz y prosperidad a futuro, donde se podía vivir, tener hijos, tener trabajo, desarrollarse y fundamentalmente vivir en paz.
Muchos de ellos vinieron de experiencias muy dolorosas. Conocieron el hambre, la violencia, la persecución, la guerra, sus familias habían sido destruidas. Los más recientes habían estado en campos de concentración o sus familiares habían sido asesinados en ellos. Ese imaginario intervino, entre otras razones, para promover inmigraciones de sujetos pobres, perseguidos por la intolerancia, por la falta de proyectos de inclusión o más bien por la exclusión, reducidos a vivir en guetos. La Argentina se constituía como tierra prometida.
Sin embargo, en el marco de la Semana Trágica de enero de 1919, la población obrera judía urbana sufrió un pogrom con el asesinato de alrededor de 180 obreros[1], lo cual puso en evidencia que aquí también había antisemitismo, en particular en algún sector de las elites y la Iglesia católica, quienes asociaban la presencia del socialismo y el anarquismo con el “ruso”. En la década del 30 y en consonancia con el ascenso del nazismo en Europa, se observa la reaparición del antisemitismo con actos nazis, y luego en los años 60 vía grupos de extrema derecha denominados Tacuara. Posteriormente, con la represión desatada en los años 70 -que desembocó en una dictadura terrible- se puso en evidencia que una parte importante de los desaparecidos pertenecían a la comunidad judía. Estos episodios de intolerancia comenzaron a producir el efecto inverso: miembros de la colectividad judía y no solo de ella, comenzaron a emigrar. Antisemitismo, intolerancia política, crisis económicas marcaron la crisis del imaginario fundante de la nación argentina. Ya hacía un tiempo que la Argentina no era ese destino deseado de paz y trabajo para tener un futuro. El atentado a la Embajada de Israel en 1992 y el atentado a la AMIA el 18 de julio de 1994 colocaron a la Argentina en otro lugar. Los años noventa revelaron profundos cambios a nivel de relaciones económicas internacionales, los cuales habían comenzado ya hacia mediados de los años 70 con la crisis del petróleo, y los modelos económico-sociales estatales fundados en el Estado de Bienestar comenzaron a entrar en crisis. Así, los años 90 constituyen una combinación de la expansión a nivel mundial de imaginarios neoliberales -un nuevo ethos de la sociedad de bienestar, orientada a la sociedad de consumo- y la transnacionalización de conflictos internacionales.

El atentado a la Embajada de Israel en Buenos Aires en 1992 y el Atentado a la Amia en 1994 fueron la antesala de la destrucción de las emblemáticas torres gemelas de NYC y de una secuencia de atentados terroristas musulmanes orientados a puntos clave de la comunidad judía en el mundo y a emblemas del ahora desdibujado mundo occidental.
El cine argentino y la resignificación del atentado
A pocos días del 30 aniversario del atentado a la AMIA nos interesa recordar este hecho traumático a partir de algunas películas argentinas, bajo una pregunta: ¿cómo el cine argentino procesó en la recreación ficcional un antes y un después de la colectividad[2]? Son varias las películas argentinas que registramos sobre el tema. El cine dio nuevos significados a la destrucción de la mutual israelita argentina en 1994 por un coche bomba, creada por inmigrantes en 1894, 100 años antes: ¿es casualidad que el año del atentado coincida con el centenario de su creación?
En el campo del cine argentino pudimos encontrar las siguientes producciones audiovisuales. Pasada una década de la tragedia las producciones cinematográficas realizadas con el objetivo de rendir homenaje y pedir por Justicia fueron las siguientes: 18 j, (2004), que nuclea 10 cortometrajes dirigidos por destacados directores del INCA: Lucía Cedrón, Marcelo Schapces, Mauricio Wainrot, Adrián Suar, Alejandro Doria, Daniel Burman, Alberto Lecchi, Adrián Caetano, Juan Bautista Stagnaro; y Anita, (2009) dirigida por Marcos Carnevale y protagonizada por Norma Aleandro.
Notablemente la tragedia no aparece en producciones internacionales, ausencia que nos conduce a varios interrogantes. Asi como suele afirmarse declarativamente que el de la AMIA fue un atentado a la sociedad argentina, nos preguntamos, ¿la sociedad argentina en general lo percibe así? Seguramente lo recordará cuando camine por cuadras donde existen los pilotes de cemento, limite que nos recuerda que en ese espacio hay una institución judía y que algo puede suceder. Por otro lado, cierta ausencia del tema en producciones internacionales nos lleva a preguntarnos acerca de la relevancia de Argentina y de lo que allí ocurre para formar parte de algún argumento cinematográfico.
Ya comenzada la segunda década del siglo XXI, nos encontramos con tres nuevas producciones del cine argentino. En primer lugar, mencionamos el documental Ikigai la sonrisa de Gardel (2017); luego la película, La noche que luché contra Dios, estrenada a comienzos del 2024; y actualmente en la plataforma de streaming Netflix, podemos ver Descansar en paz. En esta nota nos vamos a centrar en estos últimos films locales[3], y aquí cabe el interrogante: ¿a qué recursos de narración recurren los directores para contar la historia?
“La razón de vivir”
A partir de este nombre enigmático, Ikigai, la sonrisa de Gardel dirigida por Ricardo Piterbarg, nos preguntamos qué relación tiene con el atentado a la AMIA. Se trata de un documental basado en la historia de una trabajadora sobreviviente de la AMIA quien reconoce en la sonrisa de Gardel un sentido para su vida. Así es como la protagonista resignifica la casa de su infancia en Parque Patricios en un centro de arte. El trabajador albañil que aparece en entrevistas, y, además, excelente bailarín de tango, la acompaña en la transformación del espacio y en la producción de diversas imágenes de Gardel, las cuales estetizarán el frente de la vieja casa de la infancia. A lo largo del proceso de transformación de la casa va relatando su historia como sobreviviente del atentado, también aparece su padre, hijo de inmigrantes. En el documental se alude a la historia de Argentina, en la cual los inmigrantes, no solo judíos sino tambien orientales, intervinieron en su constitución; de allí la palabra Ikigai cuyo significado es “la razón de vivir”. En su vieja casa, devenida en espacio cultural, diversos artistas producen y enseñan su arte (danza, música, plástica…). Mirta Regina Satz, sobreviviente del atentado a la AMIA y protagonista central del documental, se reinventó como artista plástica. El mural del frente externo explora -a través de diversos formatos y técnicas- en la emblemática sonrisa de Gardel, figura que no sólo da cuenta de uno de los mejores cantores de tango argentinos, sino que además de alguien que murió trágicamente por un accidente aéreo, siendo ambos acontecimientos marcas de la identidad nacional en el mundo. El interrogante que atraviesa el relato del documental es cómo desde la muerte inesperada podemos recrear el mundo y perfilar un camino a recorrer de manera creativa

El pozo del sinsentido
En La noche que luché contra Dios, dirigida por el director santafesino Rodrigo Fernández Engler, y producida en Córdoba, el protagonista es un joven médico judío, puesto a prueba el día del atentado al tener que socorrer a víctimas. Queda en su memoria que la persona que intentó salvar murió en sus brazos. A partir de allí, todas las facetas de su vida entran en crisis: su relacion de pareja, su profesión, sus vínculos familiares. Es notable cómo los protagonistas revisan su historia personal buscando alguna explicación que produzca sentido al pozo del sinsentido adonde los lleva el atentado. Así es como a lo largo de la película la trama recorre desde la historia personal, su abuelo migrante y sobreviviente de un campo de concentración, sus padres fallecidos en un accidente de tránsito, su encuentro con un viejo amigo de su abuelo que emigró a Israel con la creación del Estado, hasta la historia fundante del pueblo judío. El pasaje por los patriarcas bíblicos, esto es la historia de Jacob, Essau, Raquel y Benjamín ocupa un espacio importante de la película. No es casual entonces que el protagonista se llame Benjamín, como espejo contemporáneo de Jacob, en búsqueda de la verdad y de justicia. En todo caso nada fue igual, nadie volvió al mismo lugar si eso fuera posible después del impacto del atentado. En este caso el joven médico emprendió un viaje a Israel, tanto un Israel contemporáneo como un Israel bíblico para luego regresar a la Argentina y reconstruir sus vínculos.
¿Se puede desaparecer y olvidar toda una vida?

Por último, nos remitimos aquí a la película ahora en la plataforma de streaming Netflix, Descansar en paz. Este film se basa en la novela Descansar en paz ¿nunca soñaste con dejar todo y empezar de nuevo? de Martín Baintrub, editada por Aurelia Rivera libros (2020). El guion alude a un hombre de familia, agobiado por las deudas, que aprovecha una situación única e impredecible como fue el atentado a la AMIA para desaparecer y vivir apartado de su país bajo una identidad falsa. Dirigida por Sebastián Borenzstein, Sergio, el protagonista, se encuentra atravesando una profunda crisis económica frecuente en los años noventa en comerciantes y empresarios de pequeñas y medianas empresas. Como muchos argentinos empujados a vivir más allá de sus posibilidades, se encuentra enfrascado en las demandas de la sociedad de consumo neoliberal: colegio privado, fiestas para los hijos de alto costo, vida de country. Pero llega a un punto en que está profundamente endeudado en todas las facetas de su vida: ya pidió préstamos a varios amigos y para colmo un usurero le pone un ultimátum, del cual no encuentra camino para salir. Ni vendiendo una propiedad en un country podría llegar a cubrir todas las deudas que tiene. Llega a un momento en que tiene una faceta de empresario para su mujer y sus hijos, pero el modelo económico no le permite sostener esa identidad que lo tiene acorralado. La pregunta se vuelve obsesión: ¿se puede desaparecer y olvidar toda una vida? ¿Se puede empezar de cero y nunca más mirar atrás?
Dado que la tragedia ocurre a mediados de los noventa es habitual observar en las producciones cinematográficas aspectos con variada profundidad del impacto del neoliberalismo en la sociedad argentina y en particular en sus clases medias. También se puede advertir un barrio de Once afectado por la crisis y venido abajo
En todo caso, todas las producciones audiovisuales están atravesadas por la cuestión de la identidad: quién soy, quién puedo ser, quién era antes del atentado como judío argentino y cómo resignificarme entre los escombros.
[1] https://www.infobae.com/historia-argentina/2019/01/14/la-sangrienta-historia-del-pogromo-judio-que-quedo-oculto-dentro-de-la-semana-tragica/
[2] Más recientemente comenzaron a producirse series vía las plataformas de streaming sobre el tema y otras por estrenarse de coproducción internacional sobre las cuales hablaremos en próximas notas.
[3] También encontramos sobre el tema con el formato series en capítulos, Iosi, el espía arrepentido, de Daniel Burman y Nisman, el fiscal, la presidenta y el espía, producida por el director británico Justin Webster, ambas se pueden encontrar en plataformas de streaming. Sin estrenar aún, Amia: la serie, coproducción uruguayo- israelí.