Más de 100 viviendas y comercios cercanos quedaron destruidos, hubo pérdidas de gas de gran magnitud, la onda expansiva arrasó con toda la cuadra, lanzando por los aires autos, árboles, carteles y personas; los vidrios de las ventanas de las viviendas y negocios estallaron e impactaron hasta a seis cuadras a la redonda.
La investigación del atentado tuvo impedimentos, zonas muy oscuras, idas y vueltas. Muchos sobrevivientes y familiares de las víctimas perdieron la fe en la Justicia. Adrián hoy cree que lo importante es recordar. No olvidar ni perdonar.
Había ingresado a trabajar en Amia en 1987, un par de meses después de terminar la secundaria. Allí había trabajado su padre. Empezó como cadete, luego pasó al área de personal. “A principios de 1994 comienza la reforma del edificio y nos mandan dos meses al teatro donde se armó una gran oficina y a fines de mayo volvemos al segundo piso”.
NS. ¿Cómo era Fabián?
AF. Era tranquilo y tenía mucha pinta. Parecía un tipo serio, pero tenía un humor muy especial y negro. Trabajaba en Sepelios y con sus compañeros se cagaba de la risa, se hacían morisquetas, chistes muy ácidos. Muy enamorado de Bibiana, trabajaba para juntar plata y arreglar el ph donde vivían. Durante años no tuvimos mucha relación por la diferencia de edad, pero empezamos a compartir el grupo de amigos del laburo.
NS. Luego del atentado a la embajada, ¿se tomó alguna medida de seguridad extra en AMIA?
AF. Durante un año, más o menos, la entrada habitual estuvo cerrada, sólo pedían la documentación, no era gran cosa la seguridad. Por la reforma, empezó a pasar mucha gente, hubo amenazas, nos evacuaban, salíamos, nos quedábamos por ahí cerca, enfrente, y al rato volvíamos a entrar. Nadie sospechaba que pasaría lo que pasó. Nunca, nunca, pensamos que iba a pasar, era impensable.
NS. ¿Qué recordás del momento del atentado?
AF. Yo trabajaba en el segundo piso. En la parte trasera del edificio. Ese sector no se derrumbó del todo. Con el atentado hubo dos explosiones terribles. La primera, por la bomba y la segunda, por el derrumbe. Todo se llenó de humo y amoníaco, no se podía respirar. Volaban vidrios, no veías a la gente. Estuve debajo del escritorio 10 segundos, 2 minutos, 5, no lo sé, hasta que el humo se fue y empezamos a mirarnos. ¿Qué pasó? ¿qué hacemos? ¿adónde vamos? Hacia adelante no podíamos ir porque no había luz; fuimos hacia el fondo, a una especie de patio, que daba al pulmón de la manzana. Nos ayudamos a trepar la medianera para llegar a los techos, éramos unas 20, 25 personas. Había una mujer con un bebé. En un momento me di vuelta y vi una escena de guerra, era la calle Pasteur: los edificios de enfrente, destruidos, balcones y ventanas caídos, vidrios rotos y el edificio de Amia desaparecido. A partir de entonces lo único que me importó fue encontrar a mi hermano.
NS. ¿Qué hiciste en ese momento?
AF. Salí a la calle, era un caos, gente caminando, gritando, yendo, viniendo. Estaba como zombi, perdido, empecé a moverme como un autómata, me encontraba con gente, me abrazaban, no entendía nada. Doblé en Tucumán, me encontré con más gente que me preguntaba si estaba bien y de repente me encontré en el negocio de mi tío, en Pasteur entre Tucumán y Lavalle. Nadie tenía noticias de nada hasta ese momento.
La madre, el padre y el hermano del medio, Ariel, llegaron al local para buscar a Fabian. “No sabíamos qué hacer, adónde ir. Había que encontrar a mi hermano, empezamos a llamar, preguntamos, salimos, alguien dijo que lo vio caminando por Córdoba y Callao. Yo estaba desesperado”.
Volví a AMIA por donde había salido, trepé, pero cuando llegué no me dejaron pasar. Me fui a Ayacucho donde recibían y daban informes y ahí escuchamos que en el Hospital de Clínicas iban a dar la nómina de los internados, los heridos y los fallecidos, así que fuimos con mi papá. Fabián no apareció en ninguna lista. Volvimos a Pasteur, estaba todo vallado y mientras se hacía de noche tuve una crisis de nervios. Me atendió el personal de Same y volví a casa, donde empezó una espera interminable con rondas permanentes de visitas, desde las 8 de la mañana hasta las 10 de la noche.
Me encerré, no quería salir, si mi hermano no aparecía, nada tenía sentido. Era inimaginable todo sin él, no podía creer esa película de terror. Miraba la tele, quería estar en la zona de AMIA pero no podía hacerlo. Iban encontrando compañeros: Javier quedó atrapado y lo sacaron horas después, otro chico quedó en el ascensor, otra persona que encontraron viva falleció al rato. Yo dormía y lloraba, dormía y lloraba. No tenía ganas de hacer nada, no podía salir ni a la vereda, me costaba conciliar el sueño. Mi novia y la novia de mi otro hermano, también mayor que yo, nos acompañaban. Cuanto más tiempo pasaba, menos probable era que lo encontraran vivo a Fabián. El domingo que siguió al atentado nos fuimos a acostar y a las 2 o 3 de la mañana nos llamaron para decirnos que lo habían encontrado”.
NS. Imagino que ahí empezó otra pesadilla…
AF. Sí, porque pasé de tener una mínima esperanza a ninguna, el peor de mis miedos se había concretado. ¿Y ahora qué hago? ¿Cómo va a ser volver a mi casa sabiendo que todo terminó con la peor noticia? Tengo una nebulosa respecto de lo que vino después, pasaron una o dos semanas hasta que me recompuse un poquito. Quería salir, hacer algo, ir a la AMIA a ver qué pasaba. Un día me llamaron para asistir a una reunión, hablar de la reconstrucción y nos dijeron que el que quería podía volver al trabajo, sin horarios ni obligaciones.
NS. ¿Fuiste?
AF. Sí, unos días después, y ahí me fui enterando de quiénes habían fallecido. No eran nombres o certificados, a 40 los conocía personalmente, 34 eran mi hermano y mis amigos. Algunos sobrevivientes nos apoyábamos mutuamente, había una comprensión y una fraternidad que no podía tener con otros. Empezaron a aparecer voluntarios y nuevos empleados y eso me molestaba. Éramos una raza aparte los sobrevivientes, hasta que me metí en el trabajo y empecé a reconstruir el tema sueldos, que era de lo que me ocupaba. Íbamos dos o tres horas por día. Nos ofrecieron apoyo psicológico, aunque no quise ninguna ayuda, nunca había hecho terapia. Al año, sí, empecé con un especialista en pérdida de seres queridos y algo me ayudó, pero fui saliendo más que nada solo.
NS. Al principio no le encontrabas sentido a la vida, ¿qué fue lo que te motivó a seguir?
AF. Tomar conciencia de que la vida continúa, todo lo que pasó fue terrible, muy triste, irreparable, una ausencia que voy a llevar siempre, pero estaba bien con mi pareja, tenía que ayudar a mis padres, sobre todo a mi vieja que era la que más había caído, debía colaborar con amigos, la vida me daba otra oportunidad.
NS. ¿Sentís culpa?
AF. Los primeros años me mortificaba muchísimo que mi hermano no estuviera, pensar cómo había sido y qué sintió. ¿Qué pasó durante la semana que no lo encontraron? ¿Fue instantáneo o estuvo vivo un tiempo? El apoyo de mis compañeros de MIA, mi familia y mi novia fue fundamental. Estos 30 años son más de 10.000 días pensando, imaginándolo más de una vez. Aprendí a convivir con eso, con la culpa, al principio era muy difícil y ahora no digo que la carga sea menor, pero me acostumbré a llevarla.
NS. ¿Participaste en alguna de las organizaciones de familiares?
AF. Al principio había un solo grupo que se reunía en Macabi o en algún otro espacio, pero después aparecieron las peleas, las internas y bueno, todo lo que era el grupo de familiares se separó en Memoria Activa, Familiares de AMIA, 18 J donde estaba mi padre y después estuve yo. Siempre me pregunto por qué no se pueden sentar y charlar, si todos quieren lo mismo. Durante 20 años no quise participar, me enojaba esa situación cuando estábamos luchando por lo mismo: la verdad y la justicia. ¿Por qué no se juntan las fuerzas? Yo sé que donde hay 10 personas hay 20 grupos, a la gente le gusta ser protagonista y cuanto más protagonista, más peleas. Todo se politizó demasiado y no me gustaba, aunque persistí para apoyar a mis padres. AMIA nos tenía en cuenta para los actos, nos pedía que hablemos, pero cuando cambió la conducción algo no les gustó y nos dejaron afuera.
Dos años después del atentado, Adrián dejó de trabajar en AMIA. “Abrimos un kiosco en Santa Fe y Anchorena con un amigo con la intención de hacernos millonarios e irnos al Caribe, pero no pudo ser”, se ríe. “De ahí me fui a trabajar con el papá de mi esposa que tenía una fábrica textil y se fundió por la crisis menemista”.
Luego vinieron el parripollo, créditos y cobranzas en una papelera de Pilar, otro kiosco y finalmente el oficio que ejerce desde 2015, como especialista en computadoras, con los vaivenes habituales que padecemos los argentinos.
NS. ¿Cómo es tu vínculo con el judaísmo?
AF. Vengo de un judaísmo muy laico, nada religioso. Soy judío, me considero judío, desde hace cinco o seis años no ayuno el Día del Perdón. Celebro las festividades, por el encuentro y porque me parece importante recordar los motivos que nos reúnen. Al principio me daba culpa haber sobrevivido, ya no. Siento que tengo que mantener viva la memoria de Fabián. Por suerte, dejé de ponerme en el papel de víctima. La gente se aleja cuando empezás a victimizarte. Participar y encontrar la ayuda para salir cambió mi actitud. Antes del atentado ya tenía esa tendencia. No era el alma de la fiesta, era introvertido. Aunque siempre tuve un grupo de amigos con los que me veo muy seguido, charlamos, comemos, salimos. Tengo dos hijos de mi primer matrimonio y una nueva pareja con hijas suyas.
NS. ¿Sentiste deseos de vengarte por el asesinato de tu hermano?
AF. Muchas veces me lo planteé y siempre me contesté que no. Nunca quise venganza. Si encontrara a la o las personas que planearon el atentado, que pusieron la bomba, les preguntaría para entender el porqué, qué los llevó a odiar y querer aniquilarnos. Obviamente, me gustaría que actuara la justicia y los responsables vayan presos, pero hubo tanto manoseo en la investigación de la causa que perdí la esperanza y creo que ahora es casi imposible.
NS. ¿Tenés alguna secuela del atentado?
AF. Al principio no soportaba escuchar una explosión o el ruido de una moto. Pero no tengo ninguna secuela física, sí angustia y, lo más fuerte, es que pese a que hay fotos y videos suyos, me da tristeza no recordar la voz de Fabián.
NS. Sos papá de dos jóvenes, ¿cómo viven ellos el hecho de que seas un sobreviviente?
AF. Siempre traté de contarles sobre su tío y se interesan, pero hasta ahí nomás. Saben que el tema me sensibiliza y trato de no ser muy denso, ellos me acompañan en el silencio, si los invito a un acto y pueden, van. Intento dejarles un legado, como mis viejos a mí. Antes pensaba que hablar no me hacía bien, hasta que empecé a hacerlo y fue un alivio. Empecé a publicar en Facebook, a escribir, almacenar y unir para construir una historia, un relato de mi vivencia.