Mucha gente empezó a aglomerarse desde temprano en el estadio de básquet del barrio Yad Eliyahu para conseguir entrar, un público que los organizadores califican como el campo de paz israelí. Un evento masivo organizado conjuntamente por más de 40 ONG: Women Wage Peace, Standing Together, Peace Now, Rabbis for Human Rights, Breaking the Silence y The Anti-Occupation Bloc, además de The New Israel Fund y Shatil, entre otras.
En el escenario del Menora Arena tomaron la palabra una mezcla abigarrada de familiares de víctimas de la guerra, activistas, periodistas y políticos judíos y árabes; el lema unificador era: “sólo la paz puede traer seguridad”. Esta concentración sin precedentes logró atraer a todos los núcleos de la asediada izquierda israelí; desde veteranos activistas por la paz hasta políticos de izquierda, incluido el presidente de la Lista Conjunta, Ayman Odeh, el parlamentario laborista Gilad Kariv y el ex parlamentario de Meretz, Mossi Raz. El periodista palestino de Jerusalén Yanal Jbareen definió el acto como una de las respuestas a los ultranacionalistas mesiánicos, y exhortó “que ya es hora de unir a árabes y judíos”; paso seguido, Jbareen resumió en una frase al santo y seña con el cual interpelaban a la multitud los más lúcidos y sensibles oradores del acto: «La desesperación no es un plan de acción, la paz es la palabra esperada”
A diferencia de activistas por la paz como Ghadir Hani y Yael Adam, otros deudos de soldados caídos y rehenes de Hamás no pronunciaron solamente discursos pacifistas; posiblemente hayan sido quienes más conmovieron porque su mensaje exhortaba a recuperar la esperanza perdida y no vociferar exclusivamente proclamas públicas pro paz.
Maoz Inon, cuyos padres fueron asesinados en su casa del kibutz Netiv Ha’asara el 7 de octubre, dijo a la multitud que el dolor de perder a su familia sólo fortaleció su deseo de paz. Pero lo dijo sin pathos: “Para salvarme me embarqué en un camino, por la senda de la paz y la reconciliación. Creamos esperanza juntos, imaginando un futuro común y trabajando para hacerlo realidad”, afirmó.
Sus palabras clave fueron: “esperanza, que es acción”, “imaginar juntos un futuro comun”. Maoz puso el dedo en la llaga de miles de israelíes progresistas quienes desde el 7 de octubre habían renunciado a recuperar la esperanza y lo que es aún peor, no se esfuerzan en vislumbrar su futuro en Israel.

En alusión a los esperanzados años de Oslo I y II, la diputada laborista Naama Lazimi contó ante una emocionada multitud que ella había nacido en el seno de “una familia que creía en la paz, durante los días en que todos compartíamos esa esperanza (…) Éramos parte de una generación a la que se le prometió un futuro diferente», dijo. Sin embargo, hoy lamenta que las generaciones más jóvenes de israelíes crecen marcadamente más derechistas que sus padres y abuelos, porque nunca han estado expuestas a la posibilidad de la paz entre israelíes y palestinos. “Hoy somos padres de niños a quienes nadie les promete un futuro diferente. Nadie habla de paz con ellos, toda una generación de niños que van a crecer sin la capacidad de poder imaginar una vida diferente”, deploró. Naama Lazimi siente probablemente traumática la ausencia de la paz en el imaginario de sus hijos, toda una generación impedida de poder imaginar el futuro por haber nacido huérfanos de esperanza.
No es difícil conjeturar que quienes alguna vez experimentaron la posibilidad de un futuro de paz (y no de guerra permanente como desafía Netanyahu), desde hace tiempo sienten que han perdido la esperanza, y que esa desaparición también hace mella en la generación de sus hijos. Ausencia que se llama desesperanza, por haberse perdido la esperanza de una prometida vida de paz, localizada en el reino del “llegar a ser persona” que ahora está desesperanzada, como diagnosticaría el psicoanalista Donald Kalshed, autor de Trauma and the Soul.
Hoy en Israel el trauma es doble, porque junto a la desesperanza de la generación Oslo I y II, la esperanza para la generación subsiguiente ha sido eliminada del horizonte de expectativas de centenas de miles de jóvenes, quienes desde el asesinato de Rabin nunca conocieron la palabra paz.
La joven periodista Nadin Abu Laban subió al escenario en Menora Arena junto con otras colegas de su generación y confesó: “Nací después del asesinato de Rabin, y la palabra Shalom apenas era pronunciada. Y cuando la decían, era dicha con burla” (Linda Dayan, Haaretz, 2/7/24).
Muchos adultos se preguntan, ¿cuánto tiempo la salud mental de los israelíes nos permitirá vivir sin “el reino del llegar a ser una persona”, es decir, seguir viviendo desesperanzados? Al parecer, resulta inimaginable a nivel individual tal sufrimiento humano permanente, para siempre sin esperanzas. Pero a nivel colectivo, ¿qué pasa entonces cuando no se proporciona a toda una sociedad el espacio potencial que posibilita a uno abrirse a la dimensión futura, a ese Buberiano “reino del llegar a ser una persona”? ¿Y qué pasará cuando ese espacio tan imprescindible en cualquier sociedad para hacerse totalmente humana quedara cancelado para siempre en la desesperanzada sociedad israelí?
Felizmente, descubro signos optimistas de recuperación de la esperanza colectiva durante el acto multitudinario. Por ejemplo, algunas palabras de políticos e intelectuales logran integrar el profundo malestar del nivel individual con el colectivo, tanto entre judíos como en palestinos israelíes.
Varios en el campo de la paz confían que la destrucción del “status quo” el 7 de octubre va a fortalecer -no liquidar- el argumento de la izquierda de ver un futuro con optimismo. El parlamentario Ofer Cassif del partido Hadash cree que el statu quo roto se basaba en la noción de que “la ocupación y la opresión del pueblo palestino podrían ser administrados”. Pero “no se puede gestionar ni administrar, debe eliminarse», dijo Cassif criticando duramente la visión derechista del llamado «día después» en Gaza. “No hay una victoria total, es una farsa. Ellos [la derecha israelí] piensan que éste es un juego de suma cero, que Israel debe ganar y que eso requiere la eliminación de los palestinos”. En cambio, Cassif confía en que judíos y palestinos estén unidos en un único destino colectivo compartido. “Lo que estoy diciendo es que se trata de situaciones en las que todos ganan: ambos pueblos ganan; o una situación en la que todos pierden: ambos pueblos pierden” (Charkie Summers, The Times of Israel,1/7/24; Moran Shrir, “La visión de los huesos secos de la izquierda israelí”, Musaf Haaretz, 5/7/24).

Quien planteó de modo contundente la necesidad de recuperar la esperanza de convivencia desde una posición equidistante fue el renombrado historiador israelí, el profesor Yuval Noah Harari, una de las escasas voces académicas que se compromete intelectual y cívicamente en el discurso público israelí desde que comenzó la guerra criticando el irredentismo que pervierte a ambas culturas políticas israelí y palestina, afirmó en su discurso de apertura: “Desafortunadamente, muchos de nosotros nos negamos a reconocer el hecho tan simple de que hay un pueblo judío y un pueblo palestino aquí, los cuales tienen una profunda conexión histórica y espiritual con la tierra y el derecho a existir en ella. Cada parte tiene miedo de que la otra parte esté tratando de hacerlos desaparecer, y ambas partes tienen razón».
«No es paranoia, es una prueba normal de la realidad…. No importa cuánta razón tengamos, no importa lo que nos hayan hecho; ellos siguen siendo parte de la realidad y tienen derecho a vivir con seguridad y respeto en su país natal.»
«Nunca es demasiado tarde para arreglar las cosas», concluyó. «La guerra no es una ley de la naturaleza, es una elección humana. En cada momento podemos elegir de manera diferente y empezar a hacer la paz. Todas las guerras nos han llevado al abismo. Es hora de darle otra oportunidad a la paz», concluyó. (Crónica de Eve Young, The Jerusalem Post, 2/7/24)
Posdata
En su gran libro ya olvidado, Principio Esperanza, escrito durante su exilio en EE.UU. durante los años del nazismo, el filósofo judío alemán Ernst Bloch afirmaba que la esperanza no es solo el afecto contrapuesto al miedo, “El afecto de la esperanza sale de sí, da amplitud en lugar de agostarla”.
La presencia y palabras esperanzadoras de varios concurrentes al acto recuerdan que Bloch asociaba “espera, esperanza con la intención hacia una posibilidad que todavía no ha llegado a ser”.
No perdamos la esperanza que el fin de la guerra y liberar a nuestros cautivos del Hamás puedan llegar a ser. Cada uno de nosotros debe involucrarse en esta posibilidad porque es un acto moral y político impostergable. Pero también porque ayudaremos a que nuestros hijos y nietos puedan vivir en tensión hacia el futuro cercano y que recuperemos la esperanza de que esa posibilidad finalmente pueda llegar a ser.
B. Michael en su columna semanal hace hoy una dramática interpelación a la esperanza de exigir al gobierno de Netanyahu la aceptación de la tregua con Hamás. Si la desesperanza nos vence, advierte Michael “perderemos a los secuestrados para siempre y estaremos al borde de una guerra regional que cobrará muchas vidas y destruirá todo a su paso” (Haaretz,9/7/24).
Entonces será el momento inexcusable en que la desesperanza nos obligará a dejar de cantar Hatikva, la esperanza nacional del primer Estado judío.