Desde aquel fatídico 7 de octubre en el que comenzó la guerra con el brutal ataque de Hamas sobre población civil israelí, somos testigos de una situación humanitaria trágica y observadores recurrentes del más profundo dolor en familias y hogares de ambos lados de la frontera. La cobertura periodística sobre el tema ha sido diversa: aunque hubo casos honrosos, fue muchas veces simplista, y en ocasiones no fue consciente ni responsable sobre el impacto que algunas declaraciones pueden tener en la opinión pública. Lamentablemente, en muchos casos la postura periodística se tomó desde el filtro de posiciones partidarias o ideológicas locales, ignorando cualquier narrativa o sufrimiento que provenga del «otro lado».
En la última semana, y luego de las declaraciones, las discusiones sobre qué y cómo hablar del conflicto volvieron a cobrar relevancia. Ya con anterioridad, habíamos visto cómo se refería al 7 de octubre como un ataque sobre «territorio ocupado israelí» y calificando como “colonos” a la población israelí masacrada por Hamas (desconociendo las fronteras de Israel reconocidas por la comunidad internacional) y observamos críticamente también cómo aludía a lo ocurrido en Gaza como “una masacre” o un “genocidio” sin mencionar las preocupaciones de seguridad de Israel tras el ataque de Hamas, la permanencia de israelíes en cautiverio ilegal en Gaza o la promesa de esta agrupación terrorista de realizar «uno, dos, tantos 7 de octubre como sean necesarios». También notamos su referencia al «sionismo» como el responsable de la situación, lo cual representa un cuestionamiento a la existencia de un Estado judío, y como si el sionismo no fuese un movimiento heterogéneo, que incluye también a gran parte de la oposición israelí a su gobierno actual. No nos identificamos con su postura, no desde una mirada que niegue el dolor palestino, sino que reconoce también que Hamas es un obstáculo para la paz en la región y que entiende que sólo una solución política que reconozca los derechos de ambos pueblos a vivir en paz, seguridad y dignidad puede presentar una solución al conflicto. Sin embargo, creemos que nada de esto justifica en lo más mínimo la reacción de algunas instituciones comunitarias, quienes lo acusaron de «portador de apellido» e incluso de terrorista, llegando al absurdo de asociarlo con quienes perpetraron los atentados en la AMIA y la Embajada de Israel.

Nos oponemos tajantemente a cualquier aplicación de un «judeómetro» o de una vara que incluye y excluye a miembros de la comunidad judía de acuerdo a su ideología, clase social, relación con Israel, observancia religiosa, orientación sexual y cualquier otro filtro arbitrariamente creado con el fin de segregar a “judíos de bien” de los “judíos del mal”. Cualquier persona tiene derecho a entender su judaísmo y su relación con Israel en los términos que elija. Cuestionar esto no ayuda de ninguna forma a la misión de luchar contra el antisemitismo, ni mucho menos colabora con la situación de la población israelí, sumergida en uno de los años más difíciles de su historia. Banalizar el terrorismo durante estos días, en los que conmemoramos los 30 años desde el atentado aún impune a la AMIA y mientras seguimos reclamando la liberación de los rehenes israelíes en Gaza, no contribuye al reclamo de justicia.
De la misma forma, no ayuda a la comunidad ni a los israelíes aprovechar el silencio sobre el 7 de octubre de parte de algunas organizaciones vinculadas a los Derechos Humanos y al feminismo – que nos duele en tanto judíos, sionistas, argentinos y progresistas – para despreciar las conquistas alcanzadas gracias al trabajo incansable de estas organizaciones en nuestro país y en el mundo, ni usar este silencio para aportar a la estigmatización de estos movimientos de forma total – como si fuesen un monolito o coordinaran todas sus acciones – en un contexto donde están siendo sistemáticamente atacadas desde espacios de poder.
Vivimos en tiempos complejos, que no se explican desde miradas binarias. Nos duele cada muerte de civiles en Gaza, y queremos seguridad para los ciudadanos israelíes. Creemos que es posible ser judío, sionista y opositor al gobierno de Netanyahu, y sabemos que esta es también una forma de apoyar a los israelíes, entre los cuales el 66% quiere la renuncia del Primer Ministro y la formación de un nuevo gobierno. Sabemos que la autodeterminación del pueblo judío en el Estado de Israel no se contradice con la autodeterminación palestina. Y, sobre todo, creemos en la democracia, la defensa de los derechos humanos y el respeto a la pluralidad, sin sentir que para eso debemos dejar de lado nuestra identidad judía.
Estos valores deben reflejarse en los discursos y acciones del liderazgo comunitario. De lo contrario. sólo contribuyen a un agudo aislamiento, no sólo de la comunidad judía dentro de la sociedad en general, sino también dentro de la propia comunidad. Banalizar los objetivos por los cuales las instituciones comunitarias fueron creadas, desconociendo la pluralidad de voces y abaratando conceptos como antisemitismo y terrorismo, tan sólo nos dejan más vulnerables que antes en estos momentos difíciles.