Haaretz, 25/7/2024. Análisis de la intervención de Netanyahu ante el Congreso de Estados Unidos

El “triunfo” vacío de Netanyahu en Washington: ganando en discursos, perdiendo en guerras

Entre los clichés de hasbará, las promesas vacías y los republicanos entusiastas, el discurso de Netanyahu estuvo desconectado de la realidad de la guerra y de los israelíes.
Por Anshel Pfeffer. Traducción: Kevin Ary Levin

Si Bentzion Netanyahu hubiese ganado la discusión, y en lugar de haber sido obligado por su esposa Cila a regresar a Jerusalén a fines de 1948, se hubiese quedado con su familia en Nueva York, Benjamin Netanyahu habría nacido allí. Quizás se hubiese dedicado a la política y convertido en el primer presidente judío de los Estados Unidos. El miércoles por la noche, pudimos observar brevemente ese universo paralelo. El discurso de Netanyahu ante ambas cámaras del Congreso estadounidense fue una imitación estudiada del State of the Union presidencial, incluyendo el reconocimiento al inicio de invitados distinguidos presentes en la galería y el «Dios bendiga a los Estados Unidos” al final.

Pero Netanyahu no nació en los Estados Unidos. Es el primer ministro de Israel, y en los 52 minutos de su cuarto discurso récord (sí, se aseguró de mencionar al principio cuántas veces le habían concedido ese honor), no hubo ningún detalle, ni siquiera la más mínima pista, de cómo planea liberar a Israel del trágico estancamiento en el que se encuentra atrapado el país que él lidera.

Netanyahu puede haber ganado 52 ovaciones de pie de su público entusiasta -mayoritariamente republicano- pero su retórica, que impresionó tanto a los residentes de Washington, no ofreció nada para los israelíes que lo miraban desde casa.

La primera mitad de su discurso estuvo dedicada a historias del heroísmo de los soldados israelíes el 7 de octubre, así como a detalles gráficos de la brutalidad demostrada por Hamas ese día. Pero faltaba muchísimo en ese relato. No hubo nada sobre cómo los conceptos estratégicos de un primer ministro que había liderado al país durante 15 años se desmoronaron ese día. Nada sobre las fallas que permitieron a Hamas matar y secuestrar rehenes a voluntad. Tampoco sobre su negativa a formar una comisión de investigación sobre lo sucedido ese día.

Protesta en el Capitolio frente a la visita de Netanyahu a Washington.

Elogió a los soldados de las FDI que lucharon el 7 de octubre como “inflexibles, valientes, temerarios”, y por supuesto, los soldados traídos para representar a las FDI eran un paracaidista etíope-israelí y un sargento beduino. Son dignos de reconocimiento, a pesar de la obvia utilización de minorías por parte de Netanyahu. Aún no ha tenido el coraje de reunirse con los residentes de kibutzim devastados ese día.

Habló de la agonía de la ex rehén Noa Argamani, quien se encontraba incómoda entre el público mientras Sara Netanyahu, dolorosamente entusiasmada, la abrazaba con un brazo y la acariciaba con el otro. A dos asientos de distancia estaba Yair, el sonriente hijo derrochador, quien había llegado a Washington tomándose vacaciones de su opulento exilio en Miami financiado por los contribuyentes israelíes. Ese israelí de 33 años, alejado como nadie de los valientes soldados mencionados en el discurso de su padre, había sido llevado como decoración.

Fue un discurso que tenía la marca de Netanyahu en todos lados. Todos los viejos clichés de la hasbará que ha utilizado tantas veces, el chiste malo (un consejo que le dio alguna vez el periodista Larry King y que sigue utilizando) y un versículo bíblico en hebreo. Pero fue un discurso sobre una realidad de la que Netanyahu está extraordinariamente desconectado. Habló de Hamas, diciendo que “ellos llevarán a cabo el 7 de octubre una y otra vez. Les juro hoy que nunca permitiré que eso suceda», frente a lo cual todo israelí que miraba y que no es miembro del menguante culto que venera a Bibi se dijo a sí mismo en ese momento: «¡Pero ya lo permitiste!”.

Hubo algunas interrupciones y manifestantes en la galería. Siete familiares de rehenes que estaban presentes fueron expulsados por la Policía del Capitolio. Esa humillación fue solo agravada por el hecho de que Netanyahu no tenía nada para ellos más que una promesa vacía de que «se están llevando a cabo esfuerzos en este momento» para liberar a sus seres queridos. Ellos vienen escuchando esas promesas hace casi 10 meses y conocen la verdad. Saben que Netanyahu se opuso al primer acuerdo de liberación de rehenes en noviembre, y que fue sólo la presión del presidente Joe Biden la que lo hizo posible, y saben que Netanyahu ha pasado los últimos meses, bajo la presión de sus socios de extrema derecha dentro de su coalición de gobierno, retrasando y evitando otro acuerdo.

Antes del discurso, su séquito había informado que presentaría «una visión» para el futuro de Gaza y la región. Al final, esa visión fue presentada como una Gaza «desmilitarizada y desradicalizada». No quedó del todo claro cómo planea Netanyahu, que ni siquiera puede hacer que sus socios ultraortodoxos enseñen matemáticas a sus hijos, educar a «una nueva generación a la que se debe educar para no odiar a los judíos». Rápidamente, ya estaba pasando a la siguiente ronda de eslóganes, esta vez dedicados a una «Alianza de Abraham» entre Israel y naciones árabes «moderadas», pero una vez más se olvidó de mencionar a su coalición, que no le permitirá ni siquiera susurrar las palabras «solución de dos estados», que es la primera condición para que esta alianza pueda materializarse.

Para Netanyahu, fue un triunfo. Fue un día en el que logró incluir todo lo que porta significado para él. Los israelíes no ganamos nada.