Ha llegado nuevamente la conmemoración de Tishá beAv (9 de Av) en el calendario hebreo, la cual, según la tradición judía, representa un día y una época del año en la que el pueblo judío atravesó numerosas tragedias.
Las más antiguas y comentadas (pero no las únicas) fueron las destrucciones del Primer y Segundo Templo de Jerusalén (Beit HaMikdash, o la «Casa del Santuario»): la primera destrucción, a manos del Imperio Babilónico liderado por Nabucodonosor, alrededor del año 567 AEC; la segunda destrucción, a manos del Imperio Romano y su ejército comandado por el futuro emperador Tito.
De esta última destrucción, ocurrida en el año 70 EC, llegaron hasta nosotros, a través del tiempo y el espacio, dos registros materiales que dan testimonio de las narrativas de victoria (el Arco de Triunfo de Tito en la ciudad de Roma) y de derrota (una pequeña porción que quedó del muro exterior del Templo, conocida como el Muro Occidental o HaKotel HaMaaraví en hebreo, y más conocido como el «Muro de los Lamentos» en español).
La perspectiva judía de esa derrota, siempre vista a través de la lente del día/período de Tishá beAv y de la destrucción del elemento que congregaba al pueblo en su totalidad, fue recibiendo más y más significados en los últimos dos mil años (!), por diferentes comentaristas y desde diferentes lugares.
Como común denominador, siempre aparecen dos perspectivas principales para explicar el porqué: la perspectiva externa (Babilonia, Roma) y la perspectiva interna (la corrupción moral de la élite, la fragmentación de la sociedad judía). Es difícil determinar cuál vino primero, cuál originó la otra, con el riesgo de caer en el viejo dilema del «huevo o la gallina». Es claro también que cada una alimenta y se retroalimenta de la otra, y que ambas «dialogan» entre sí.
En paralelo a la idea de construir un Tercer Templo (real o simbólico) fueron apareciendo esfuerzos intelectuales y morales para prevenir la futura «destrucción del Tercer Templo»: en hebreo, jurbán Bait Shlishí. Síganme en esta idea: si el Estado de Israel moderno es visto (como lo hace una mayoría de judíos y judías) como un simbólico Tercer Templo del pueblo judío, como una victoria fantástica y aglutinadora, con aspectos dramáticos y maravillosos, entonces también deben ser tomadas las medidas y los cuidados para que no se abran y retroalimenten las grietas internas y externas que llevarían al jurbán Bait Shlishí.
Moshé Dayán, el legendario general del Tzahal (FDI) y ministro de Seguridad durante la Guerra de los Seis Días, quedó devastado cuando Israel fue tomado por sorpresa en octubre de 1973 en la Guerra de Yom Kipur y, en un gesto de debilidad y dolor, anunció públicamente que el jurbán Bait Shlishí había llegado. Desde entonces, ese concepto quedó «a disposición» para ser aplicado como herramienta de análisis y como consigna política.
Antes del 7 de octubre de 2023, el concepto de «destrucción del Tercer Templo» era utilizado ampliamente por analistas y opositores en relación con la «reforma» (o «golpe», o «revolución», dependiendo de a quién se le pregunte) del Poder Judicial israelí propuesta desde el Ejecutivo y el Legislativo.
El Poder Judicial tiene una larga y comprobada tradición de ecuanimidad y de cuidado del bien común, protegiendo el Estado judío y democrático. Un grupo de gobernantes corrompidos moralmente buscaba así perpetuarse en el poder, dispuestos a tirar leña al fuego de las divisiones internas de la sociedad israelí y verla colapsar, simplemente para alcanzar mezquinos objetivos políticos.
Amotz Asa-El, miembro del Instituto Hartman de Jerusalén, exeditor del Jerusalem Post y autor del best seller «El desfile de la insensatez judía», afirmó en julio de 2023 que «La destrucción del Tercer Templo es un peligro real. En diferentes círculos, las personas procuran no hablar de política, por temor a detonar una discusión violenta. Quienes estudian las guerras civiles sabe que así comienzan».
La cereza de la lamentable torta llegó el 7 de octubre. Esa «cereza» llegó desde el frente externo: el peor ataque terrorista de la historia israelí, realizado de forma cruel, inmoral y salvaje por los terroristas de Hamas que invadieron Israel y atacaron hogares civiles.
El jurbán Bait Shlishí parecía inevitable, si no hubiese sido por el maravilloso compromiso asumido por la sociedad civil israelí, las emotivas expresiones de solidaridad y de responsabilidad mutua de soldados y civiles, y los enormes esfuerzos psíquicos y espirituales de individuos y familias dentro de la sociedad que muchas veces demostraron aptitudes de liderazgo y de sacrificio, de moral y de estrategia, muy por encima de la media de Netanyahu y de sus socios en el gobierno.
Diez meses después, con 115 personas todavía secuestradas y sin saber si están vivas o no, con un gobierno israelí que no puede alcanzar las metas utópicas que se planteó para esta guerra y que aguarda el momento para retomar su golpe judicial, la sociedad israelí en su totalidad, así como judíos, judías y comunidades del mundo, podemos aprovechar este Tishá beAv para hacer un jeshbón nefesh, un examen de conciencia. No el proceso individual que se acostumbra hacer en Yom Kipur, sino un examen de conciencia colectivo, como pueblo.
Para evitar sufrir un jurbán Bait Shlishí, Tishá beAv y dos mil años de sabiduría judía nos sugieren concretar ese examen de forma honesta y responsable, teniendo como meta la preservación del santuario de la vida judía y de nuestra existencia democrática conjunta entre judíos y no judíos, estando dentro o fuera de las fronteras de aquel proyecto maravilloso, imperfecto pero perfectible, que es el Estado de Israel.
* Miembro de Meretz Brasil. Historiador, politólogo, educador y guía turístico argentino radicado en Río de Janeiro.