Jacob Taubes (Viena, 25 de febrero de 1923 – Berlín, 21 de marzo de 1987) fue un sociólogo de la religión, filósofo y especialista alemán en el judaísmo. Ha ejercido influencia sobre muchos pensadores contemporáneos como Giorgio Agamben, Susan Sontag, Avital Ronell, Marshall Berman y Peter Sloterdijk. Estuvo casado con la escritora Susan Taubes. Taubes nació en el seno de una antigua familia rabínica, en la que el padre era el Gran Rabino de Viena (de Zúrich en el exilio). Obtuvo su Doctorado en 1947 con una tesis sobre la escatología occidental (la escatología es el conjunto de creencias religiosas sobre las realidades últimas, es decir, sobre el más allá o las postrimerías de la muerte). En el judaísmo los acontecimientos del fin del mundo difieren según las distintas escuelas rabínicas. Aunque todos ellos tienen su origen en profecías del Tanaj, o canon hebreo de la Biblia, e interpretaciones con base en la literatura rabínica, éstas pueden variar notablemente. Por ejemplo, algunas tradiciones judías asocian la llegada del Mesías como un signo escatológico mientras que otras tradiciones lo esperan como un evento histórico. Lo mismo ocurre con la restauración del Templo de Jerusalén o del pueblo de Israel a la tierra prometida, que pueden ser entendidos como profecías escatológicas o históricas. Otros temas frecuentes de la escatología hebrea, que tampoco gozan de consenso, son: la resurrección de los muertos, el juicio final, la nueva creación o el gobierno divino.
Taubes, que se había ganado la reputación de niño prodigio, llegó a Nueva York en 1947 para completar sus estudios en el Seminario Teológico Judío y lanzar su carrera. Era un creyente convencional hasta su encuentro con el filósofo político judío alemán Leo Strauss, que estaba exiliado en la New School. Aunque hoy se piensa que Strauss era un conservador, en realidad era un pensador profundamente radical. Enseñó a Taubes las obras de Maimónides y extrajo del sabio medieval la lección de que la investigación filosófica sin restricciones en última instancia plantea una amenaza a la fe de la gente común y a la autoridad de las leyes de la sociedad, que imponen la justicia y la decencia. Si el filósofo ha de seguir siendo radicalmente libre en su pensamiento, debe aprender a disimular en público, hablar con cuidado para evitar ser procesado y observar las normas sociales. Se piensa que esta enseñanza tuvo un profundo efecto en Taubes, sacudiendo su fe y convenciéndolo de que se enfrentaba a una elección: entre una vida privada y reflexiva limitada por el respeto a la ley (la elección de Strauss) o una vida transgresora sin restricciones ahora que Dios había muerto. Escogió esta última.
Taubes dio clases sobre religión y judaísmo en los Estados Unidos en las Universidades de Harvard, Columbia y Princeton. Desde 1965 fue profesor de Estudios Judíos y Hermenéutica en la Universidad Libre de Berlín.
Tuvo problemas con su padre, y no sólo con su padre biológico, el rabino jefe de Zurich. Buscó repetidamente la aprobación de hombres mayores, sólo para rebelarse intelectual y existencialmente. Esto sucedió con Strauss y luego, de manera más dramática, con el gran erudito del misticismo judío Gershom Scholem que pertenecía a la generación de entreguerras de pensadores judíos alemanes seculares que habían recurrido al estudio de la religión para dar sentido a la modernidad y, tal vez, renovar el judaísmo desde dentro. Su trabajo se centró en la idea de la redención mesiánica y en cómo engendró heterodoxias y herejías que a veces llevaron al desastre histórico, a veces a la reanimación de tradiciones muertas.
Una tradición judía heterodoxa que Scholem descubrió fue lo que él llamó “redención a través del pecado”, que es la noción contraria a la intuición de que cometer transgresiones religiosas aceleraría la llegada del Mesías. Los escritos de Taubes demuestran que comprendía algo sobre el esfuerzo humano por conectarse con lo que parece estar justo al otro lado del horizonte cada vez más lejano, y lo que ese anhelo puede llevar a la gente a hacer. Puede estar inspirado por un dios imaginario, una utopía imaginaria o una persona imaginaria. “Taubes” fue un objeto de este tipo para una asombrosa cantidad de personas inteligentes. Pero cuando el encanto se disipó, se encontraron con que en su lugar tenían que cargar con Jacob.
El enfant terrible de la filosofía judía internacional de posguerra es probablemente la mejor manera de describir a Jacob Taubes., amigo de Carl Schmitt, gran lector y comentarista de Walter Benjamin, no dejó ninguna obra sin citar en su tesis escrita en 1947, que, según las costumbres de la época, tenía 62 páginas. Los pocos escritos que quedan de este filósofo son esencialmente transcripciones de sus lecciones y conferencias, publicadas póstumamente. Y sin embargo… Entre 1960 y 1980 todo el mundo conocía a Taubes: Leo Strauss y Hannah Arendt lo recibieron en Nueva York, Marcuse discutió con él sobre la revolución mundial, Scholem lo invitó a Jerusalén para ocupar una cátedra de filosofía judía y estudiantes de todo el mundo vinieron a escucharlo como profesor en la Universidad Libre de Berlín. Incansable rastreador de lo teológico en la política moderna, no es solo Agamben quien le debe todo. Admirado y buscado por todos sus contemporáneos, Taubes encarna una figura que se repite en la historia del pensamiento: la del genio sin obra. Pero Taubes no encaja exactamente en esta imagen. Porque a lo largo de su vida, más que una obra, el genio dejó… una impresión mixta. Scholem incluso se escondía en rincones oscuros cuando era probable que se cruzara con él por casualidad, mientras que otros, no menos importantes, estaban ansiosos por conocerlo, incluso por apoyarlo.
Sus objetivos últimos eran superar la división insalvable entre el judaísmo y el cristianismo, al tiempo que hacía estallar la sociedad existente. Para Taubes, la Ley, siguiendo los pasos de Pablo, ya no existía, habiendo sido superada con el advenimiento de Jesús. Y, sin embargo, a pesar de todo su antinomianismo (el antinomismo es la doctrina de que la ley moral no es obligatoria para los cristianos como regla de vida. Los cristianos antinomianos creen que la salvacion se da debido exclusivamente a la gracia divina, y los actos de los creyentes son irrelevantes en tanto tengan fe, en su propia práctica religiosa) se sintió más atraído por las sectas judías ultraortodoxas de Brooklyn y Jerusalén, las más apegadas a la Ley que él negaba intelectualmente y en la práctica diaria.
Jacob fue un erudito brillante. Y, sin embargo, después de publicar su tesis doctoral, Abendländische Eschatologie (Escatología occidental) en 1947, a los veinticuatro años, nunca más volvió a producir una obra sostenida. Sus décadas como filósofo, tutor de filosofía y profesor de filosofía dejaron un rastro de artículos dispersos y transcripciones de clases que luego se recopilaron y publicaron, lo que permitió que su nombre alcanzara una resonancia que de otro modo su producción no habría logrado asegurar.
Era un hombre poco fiable, tanto intelectual como personalmente. Tenía una manera de congraciarse con los grandes pensadores y luego distanciarse de ellos. Scholem no fue el único que empezó a despreciarlo, se le unieron Leo Strauss y Hannah Arendt. He aquí un hombre que incluyó en su CV dos libros publicados que nunca fueron otra cosa que esperanzas. Aun así, algunos podrían describirlo como “uno de los estudiosos más destacados de su generación”, y otros que era “encantador, atractivo, audaz y reflexivo”. Todo hay que hacer un mundo. Taubes era, según todos los relatos, un conversador apasionante, un hombre que parecía saberlo todo. Los defectos de Taubes, excesos sexuales y su falta de dedicación al estudio que lo enemistaron con otros pensadores, no le impidieron enseñar en algunas de las instituciones más prestigiosas del mundo.
Los intelectuales judíos de Nueva York recordaban a un joven rabino suizo que a fines de los años cuarenta les había impartido un seminario privado sobre textos religiosos, pero que en los años sesenta enseñaba la erótica política de Erich Fromm y Norman O. Brown a estudiantes de Columbia embelesados. Los profesores de Harvard se reían de un charlatán al que una vez engañaron para que expusiera con gran confianza sobre un pensador medieval inexistente que ellos habían inventado. En cada uno de estos lugares la gente contaba mentiras, traiciones y suicidios de personas cercanas a él, incluida su primera esposa, y a continuación decían lo maravilloso que había sido conocerlo.
Taubes es más conocido por sus escritos y charlas sobre san Pablo. Este interés que durante toda su vida mostró por Pablo es elocuente en muchos sentidos, pero es una frase apolítica de Pablo la que explica su mayor defecto: su incapacidad para producir una sola obra importante después de su tesis doctoral. La lamentación de Pablo en Romanos 7:19 de que “no hago el bien que quiero”, describe perfectamente a Taubes. Carecía de autodisciplina en todos los aspectos, intelectual, romántica e incluso higiénicamente. Era un hombre rebosante de ideas, ideas que podrían haber llenado volúmenes, pero carecía de la voluntad para producirlas. Sin embargo, uno se siente justificado al temer que, si las hubiera escrito, habrían caído en las profundidades abstrusas y abstractas de muchas de las obras que produjo.
Un rasgo característico de Taubes que apareció y reapareció a lo largo de su vida: su apropiación de las ideas de otros. El primer contacto real de Taubes con Pablo fue en una charla dada por su padre. Las ideas expresadas por el padre de Taubes sentaron las bases para la teología política paulina de Taubes y para su vida. Su padre explicó que «Pablo se veía a sí mismo como un apóstol para los gentiles, no para los judíos”. De hecho, el paulinismo no era nada más que el intento de dar una nueva forma a los principales motivos religiosos de los Diez Días de Expiación judíos y difundirlos entre los paganos. Jacob, que entonces tenía diecisiete años, debe haber escuchado esta conferencia, y probablemente la leyó también. Sin duda la tomó en serio. Los temas de la escatología (el fin de los días) y de los movimientos de renovación de inspiración religiosa serían el tema de su tesis doctoral. Y sus intereses no eran puramente históricos, pues Jacob aspiraba a convertirse en el filósofo de un renacimiento espiritual que se basaría en el judaísmo, pero iría más allá de él.
Las tensiones personales de Taubes reflejaban conflictos más amplios entre la creencia religiosa y la erudición, la lealtad a los orígenes judíos y el impulso de escapar de ellos, la tradición y el radicalismo, y la religión y la política. Su trayectoria lo llevó de la teología de la crisis a la Escuela de Frankfurt, y de una secta jasídica radical en Jerusalén al centro de los debates académicos sobre el gnosticismo, la secularización y el potencial revolucionario del apocalipticismo. Taubes, en sus virajes y giros, en su búsqueda por expandir los límites de las creencias y unir lo dispar mediante sus ingeniosos análisis, al final tuvo un objeto de adoración: Jacob Taubes.
Su egoísmo, sus traiciones, su vida irreligiosa llevada a cabo en nombre de la religión y disfrazada de ostentación religiosa, y su forma personalizada de antinomianismo, ayudan a explicar su afecto por Pablo. Muller nos presenta a un hombre consciente de su propio genio, pero menos de sus defectos. Quería, dice Muller, “convertirse en uno de esos pensadores judíos que contribuirían a la creación de un nuevo mensaje universalista, precisamente en los términos en los que él pensaba sobre Pablo”. Su misión autoasignada era nada menos que “combinar lo racional y lo irracional para crear un mito apropiado para la era moderna”. Las contradicciones en el pensamiento de Taubes eran infinitas, pues “rechazaba el particularismo judío mientras esperaba renovar el núcleo religioso del judaísmo”.