Haaretz, 9/08/24

‘Sionismo versus yihad’: a pesar de la amenaza de Hezbolá, este grupo alienta a los israelíes evacuados a recuperar el norte

Viven en la que quizá sea la zona más amenazada de Israel, pero un grupo de activistas del norte, hartos de la inacción del Estado, están animando a sus vecinos evacuados a que regresen a sus hogares. ¿Podría ser este un momento decisivo para el sionismo contemporáneo?
Por Ronny Linder y Sivan Klingbail

Nisan Zeevi se encontraba en su casa del kibutz Kfar Giladi, a dos kilómetros de la frontera con Líbano, cuando Israel asesinó a Fuad Shukr, el supuesto jefe del Estado Mayor de Hezbolá, el 30 de julio. También estaba allí cuando Ismail Haniyeh, jefe de la oficina política de Hamás, fue asesinado alrededor de las dos de la madrugada del día siguiente, tras lo cual Israel cerró el espacio aéreo en el norte y comenzó la tensa espera de una respuesta.

Zeevi sigue allí, a pesar de la situación insostenible en la que se encuentran los habitantes del extremo norte, como pudimos comprobar durante una visita a Kfar Giladi. Incluso sin prismáticos, a la entrada del kibutz se percibía claramente la amenaza que suponen dos pueblos del sur del Líbano, Odaisseh y Kafr Kila. Desde ellos se puede observar Kfar Giladi desde una altura considerable y, según todos los informes, hay un hervidero de efectivos de Hezbolá que vigilan la zona.

Estamos en la casa de Zeevi, donde él, su esposa y sus dos hijos han vivido durante los últimos ocho años. En un día tranquilo como este, parece la encarnación del sueño israelí: una espaciosa casa unifamiliar con un diseño arquitectónico limpio y contemporáneo, arte israelí en las paredes y un enorme patio que ofrece una vista maravillosa de Galilea, todo ello enclavado en el corazón de una comunidad joven y vibrante en un kibutz en crecimiento. Fue aquí donde Zeevi, ex consultor parlamentario en la Knesset y asesor de medios, que también fue director ejecutivo de Margalit Startup City (una empresa que fomenta proyectos empresariales en Israel y en el extranjero), celebró su 40 cumpleaños unos meses antes del 7 de octubre, y donde había recibido a delegaciones de inversores que querían participar en el desarrollo de Galilea.

«Hasta el 7 de octubre, dirigí un proceso económico verdaderamente fascinante. Fui director de inversiones de impacto para Jerusalem Venture Partners [una empresa de capital de riesgo]. Recaudamos 150 millones de dólares y establecimos empresas de tecnología alimentaria y agrícola con cientos de empleados y un centro de innovación en Kiryat Shmona», relata Zeevi.

Pero la masacre y la guerra han destrozado cualquier ilusión de seguridad y prosperidad en la zona.»Durante 17 años nos hemos contado a nosotros mismos la historia equivocada», afirma. «Los inversores en tecnología alimentaria se presentaban en mi casa y me preguntaban: ‘¿No es peligroso aquí?’ Y yo respondía, arrogantemente, ‘Se han disparado más misiles contra Tel Aviv en los últimos 20 años [que aquí]’. Aquí estábamos aislados de Oriente Medio, de la realidad».

Visitamos el kibutz tres días antes de que un cohete de fabricación iraní lanzado desde el Líbano impactara en la ciudad drusa de Majdal Shams el mes pasado, matando a 12 niños y adolescentes. Ese fue uno de esos acontecimientos que cambian la conciencia: la encarnación de todas las pesadillas que implica vivir en una zona sometida a bombardeos prácticamente ininterrumpidos, de la que han sido evacuadas unas 80.000 personas .

Zeevi: «Fue un incidente doloroso y estremecedor. Es evidente que tiene un impacto y también es evidente que regresar a una zona bombardeada es una decisión que conlleva un riesgo. Pero los drusos y su forma de afrontar la situación son una gran inspiración para nosotros, por la forma en que se aferran a la tierra. Ni ellos ni los habitantes de [los otros pueblos fronterizos] Ghajar y Arab al-Aramshe se han ido durante la guerra. Lo que realmente conmovió a mucha gente aquí es que Majdal Shams celebró los funerales de los niños sin miedo, con la asistencia de todo el mundo y a plena luz del día, por respeto a los niños y las niñas. A muchos residentes del norte les conmovió eso. Fue una imagen poderosa que dijo mucho».

Los lazos que se forjaron entre las comunidades judías y drusas vecinas incluso antes de la guerra siguen siendo un rayo de luz en el norte. «Se trata de gente que está viviendo un asombroso proceso de israelización: de personas que ni siquiera tenían un documento de identidad azul [israelí], Majdal Shams se ha convertido en un importante centro urbano en Galilea y los Altos del Golán, con restaurantes y bares. Son parte de nosotros. Durante los últimos 10 meses, son ellos los que se han movilizado en favor de la agricultura local, las fábricas y la industria, porque no se mueven de sus casas. Es inspirador para los residentes de Galilea».

Paisaje apocalíptico

Zeevi nació en la pequeña ciudad de Metula, en la frontera con Líbano. De joven se mudó a Tel Aviv y disfrutó de la vida de soltero de la gran ciudad hasta los 31 años. Después de casarse, decidió regresar a la Alta Galilea con su familia, esta vez como miembros del kibutz Kfar Giladi, no lejos de donde se crió. «Mi esposa, Basmat, es de Ramat Hasharon. Poco después de conocernos le dije que quería regresar a Galilea y se la vendí como Toscana: en invierno todo el paisaje es blanco, hay un sentimiento de comunidad, buena educación, calidad de vida, reservas naturales y restaurantes», relata sonriendo.

«En la mañana de Simjat Torá vimos lo que estaba sucediendo en el sur y estábamos seguros de que Hezbolá nos atacaría de inmediato», continúa. «Cuando eso no ocurrió, nos dimos cuenta de que se nos había dado una segunda oportunidad».

Desde entonces, sin embargo, los residentes de Kfar Giladi, incluida su familia, han sido evacuados, y él ha sido movilizado en las reservas como miembro del escuadrón de seguridad del kibutz. Pasa la mayor parte de sus noches solo en casa, lejos de su esposa y sus hijos pequeños, que han sido reubicados en un pueblo turístico cerca del kibutz Haon, a orillas del lago Kinneret. Cuando cae la noche, apaga todas las luces y cierra las cortinas, por miedo a que los terroristas de Hezbolá espíen a un miembro del escuadrón de seguridad -al que consideran una fuerza militar en todos los aspectos- y ataquen la casa. Eso ocurrió el pasado enero en la cercana Kfar Yuval, cuando un misil de Hezbolá mató a Mira y Barak Ayalon, una madre y su hijo, que era miembro del escuadrón de seguridad del moshav.

De camino a Kfar Giladi, donde viven unos 700 habitantes, el contraste entre el mundo anterior al 7 de octubre y el actual es asombroso. El viaje a través de la zona evacuada en el norte no sólo revela un paisaje casi apocalíptico de comunidades abandonadas y bombardeadas, llenas de maleza y edificios quemados; también genera una fuerte sensación de tierra de nadie en la que no hay ningún signo de un poder soberano. Hay un tanque estacionado cerca del campus del Tel Hai College, no lejos del kibutz, pero no hay estudiantes ni profesores. Ningún niño retoza en los jardines o las aceras del kibutz. Kiryat Shmona se ha convertido en una ciudad fantasma.

Pero estos días, después de haber sido desarraigados de sus vidas y hogares durante meses, Zeevi es parte de un grupo de personas de los kibutzim vecinos que están hartos de la prolongada evacuación y han decidido tomar su destino en sus propias manos y prepararse para el regreso a casa, a la Alta Galilea.

«Estamos hartos de la situación de incertidumbre que se ha apoderado de nuestras vidas, queremos recuperar el control sobre ella», escriben en la página de Facebook del movimiento que han creado recientemente, llamado Galil (Galilea), De vuelta a casa. «Creemos que para detener la desintegración de nuestras comunidades y fortalecer los asentamientos que todavía existen aquí, debemos crear una contracorriente, hacia el norte, y hacer todo lo posible para ayudar a quienes quieran regresar o quedarse en casa, en la Alta Galilea». Su movimiento, explica Zeevi, participa en una serie de actividades, incluida la recaudación de fondos y el trabajo con grupos sin fines de lucro y voluntarios para reforzar a las comunidades que han sido evacuadas, incluso para mudarse allí.

¿Qué significa eso?

Zeevi: «La increíble historia de Galil, Back Home es que estamos tratando por primera vez de crear una contracorriente, mental y física, a la evacuación. Mis amigos están sentados en los hoteles de los evacuados y leyendo en los periódicos sobre todos los incendios, los kibutzim abandonados, los misiles, y así es como se toma la decisión silenciosa de marcharnos. Entendimos que debemos cambiar nuestro enfoque y volver a casa sin esperar al Estado. ‘Hogar’ no significa [solo] mi hogar en Kfar Giladi, sino todo el ecosistema, toda la extensión. Quiero mostrar a la gente del norte, especialmente a los evacuados, que se están celebrando fiestas en [el kibutz] Lehavot Habashan y que los cafés están llenos. Que estamos regresando al puente romano cerca de [el kibutz] Snir o al café en [el kibutz] Dafna. El hogar es algo que no hemos tenido en los últimos 10 meses. Nuestro movimiento tiene como objetivo dar a todos los que quieran regresar la sensación de que no están solos y “[proporcionar] todas las condiciones básicas para el retorno, sobre la base de tres principios”.

¿Cuáles son?

«En primer lugar, la educación. Estamos ayudando a las comunidades que no han sido evacuadas a reforzar su sistema escolar para que puedan acoger a las familias evacuadas que quieran ir allí. Hemos reclutado a 20 educadoras de todo el país, mujeres que ahora viven en el kibutz Kfar Szold y que están reforzando el sistema de educación informal en la zona. El segundo principio es [ayudar a la gente] a sentirse como en casa: que vayamos a las comunidades evacuadas que llevan 10 meses abandonadas y están llenas de maleza, animales callejeros, deterioro, tuberías rotas. Hemos descubierto que cuando la gente que está lejos ve a alguien cuidando su casa, se les levanta el ánimo y les da otra capa de coraje para volver a casa”.

El funeral multitudinario de 11 de los 12 niños y adolescentes muertos por los disparos de Hezbolá en la ciudad drusa de Majdal Shams, el 28 de julio.

«El tercer principio, y más complejo», continúa Zeevi, «es que para defender tu hogar, tienes que estar en él. Ésa es la idea principal a la que hemos llegado: una estrategia de ‘botas sobre el terreno’ [en inglés]. En cierto sentido, esta situación requiere recrear el espíritu de la colonización de tierras».

Hasta ahora, la respuesta ha sido excelente: en julio, cientos de familias habían regresado a los kibutz de la zona, dice, y añade, por ejemplo, que «lo importante de esto es que las familias de Kfar Giladi se están acercando [a sus hogares] y alquilan apartamentos no en Ramat Gan o en Petah Tikva, sino a 10 kilómetros de la frontera, en kibutz que no han sido evacuados, como Sde Nehemia y Neot Mordechai. La proximidad nos permite evitar que las comunidades que están al borde de la desintegración se desintegren. La proximidad fortalece a la comunidad y hace posible que una familia inscriba a sus hijos en instituciones educativas locales».

Además, decenas de familias han regresado a varios kibutz evacuados, «principalmente familias con hijos adolescentes», señala Zeevi. «En kibutz como Dafna, Snir, Hagoshrim [donde un miembro del kibutz, Nir Pupko, de 28 años, fue asesinado por un cohete de Hezbolá el 30 de julio], Dan e incluso Kfar Giladi, la gente está tratando de ‘practicar’ el regreso a casa. Más de 200 personas ya han regresado a sus hogares en algunos de estos lugares».

¿Qué quieres decir con «practicar»?

«Esto significa que todos comprenden que, justo cuando han regresado a sus hogares (o cerca de ellos), puede ocurrir un evento importante y tendrán que irse nuevamente. La idea de regresar es crear un tipo de conciencia diferente a la conciencia de abandono: una conciencia de fortalecimiento de quienes están aquí».

¿Y qué pasa con la vida misma? ¿Con las compras? ¿Con los servicios?

«Como el tejido social de nuestra ciudad de provincia, Kiryat Shmona, ha sido neutralizado de manera efectiva, estamos creando un tejido social más desafiante que incluye [centrándonos en las ciudades más pequeñas de] Hatzor Haglilit y Rosh Pina, que están a unos 30 minutos en auto y están funcionando con normalidad. Además de eso, después de todo, en última instancia se necesitan los cafés, por lo que en las comunidades del sur del valle de Hula, como [Kibbutz] Mahanayim y Kibbutz Amir, no solo están logrando preservar su tejido social, sino que también están brindando una respuesta regional en forma de cafés concurridos. Tratamos de arreglárnoslas con lo que hay, pero es difícil. Nos hemos encontrado con empresas privadas, como HOT [una compañía de cable], que se resisten a venir aquí y brindar servicios a la gente de Kfar Szold, que ni siquiera fue evacuada. Esto crea un duro sentimiento de abandono y traición».

“El Estado debe servirme”

El kibutz Kfar Giladi desempeñó un papel importante en la historia temprana de la colonización de tierras sionistas. Fue establecido en 1916 por miembros del movimiento Agudat Hashomer, y entre sus fundadores se encontraban algunos de los nombres emblemáticos de la empresa sionista: Joseph Trumpeldor, Yisrael y Manya Shohat, Yitzhak Ben-Zvi, Alexander Zeid y otros. Su principio rector era que el asentamiento en la frontera de la Tierra de Israel ayudaría a delinear los límites, o como dijo Trumpeldor en su famosa frase: «Por donde el arado cree el último surco, por allí pasará nuestra frontera».

En febrero ya nos habíamos reunido con Zeevi para hablarle del grupo que había formado en noviembre pasado junto con colegas del norte: el Lobby 1701, en referencia a la resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas de 2006, según la cual, tras la Segunda Guerra del Líbano, Hezbolá se comprometía a permanecer al norte del río Litani (a unos 29 kilómetros de la frontera con Israel). El lobby se creó para garantizar que los habitantes evacuados de sus hogares por el Estado no fueran devueltos hasta que se pudiera garantizar su seguridad mediante una zona de amortiguación entre la frontera y el río Litani. En una entrevista en aquel momento, Zeevi lanzó un mensaje contundente, matizado por una cierta paciencia con los que toman las decisiones. «Las comunidades del norte poseen mucha resiliencia y tolerancia», dijo, «porque para nosotros está claro que la cuestión del sur [es decir, cerca de la frontera con Gaza], con énfasis en los rehenes, viene primero, y que hasta que se resuelva el asunto de los rehenes, será imposible lanzar un frente en el norte».

Pero Zeevi hoy suena muy diferente.»La decisión de evacuar [en el norte] fue un ataque a la idea sionista», dice hoy, reflejando un sentimiento de desilusión. «Todavía no está claro quién decidió qué o quién sería evacuado, pero la evacuación se debió a la amenaza de la Fuerza Radwan [de Hezbolá]. No sabíamos cuánto tiempo llevaría».»Incluso me jactaba y decía: ‘Si es necesario, ¡nos iremos cien días!’. En los primeros meses, considerábamos que la evacuación era la palanca más importante que teníamos frente al Estado, porque nos preguntábamos cuánto tiempo lograría el Estado mantenernos fuera, cuánto tiempo se atrevería a dejar a decenas de miles de personas desplazadas. Creamos Lobby 1701, que es una organización enorme, y eso creó una gran esperanza, porque por primera vez todos trabajamos juntos y teníamos un lema: nos negaríamos a regresar hasta que el Estado tomara medidas [contra Hezbolá]. Esa era nuestra palanca».

Pero luego descubriste que estabas equivocado.

«Pasó un mes, y luego otro, y otro, y llegamos a unos ocho meses, y ¿qué descubrimos? Que, aunque temíamos que el Estado normalizara la situación de seguridad [es decir, que contuviera la serie de ataques aparentemente discretos en el norte], normalizó la evacuación. Hoy a todo el mundo le parece lógico que haya evacuados en Israel. ‘Evacuados’ es una buena palabra, pero el término correcto es ‘desplazados’. ¿Cómo veo la nueva normalidad? En las cosas más pequeñas, como la cantidad de personas que nos llamaron en los primeros meses para preguntar cómo estábamos, en comparación con la cantidad que llaman ahora. Se ven hoteles que están tratando de sacar a los evacuados porque es verano y quieren traer turistas. A los evacuados se les dieron ‘descuentos’, pero ya no. A nadie le importa».

«Lo que realmente ha destrozado a Zeevi», dice, «son los enormes incendios que se han producido este verano a raíz de los bombardeos de misiles lanzados por Hezbolá. Los incendios me están volviendo loco, sobre todo porque el Estado dice: ‘No vamos a traer aviones para apagar los incendios, porque es peligroso’. ¿Qué significa eso: ‘es peligroso, así que no vamos a venir’? ¿Cómo voy a traer a mi familia de vuelta aquí? Me desmoroné cuando dijeron: ‘No es tan terrible si se queman 140.000 dunams [35.000 acres] ‘, tres veces más que en la guerra del Líbano de 2006; ‘lo más importante es que no murió nadie’. No importa lo que pasó en Metula y Kiryat Shmona, donde se destruye una casa cada día. Lo principal es que no muera nadie. Se supone que el Estado debe servirme a mí, no al revés. Estoy aquí, así que busquen la manera de protegerme».

Sionismo versus yihad

Zeevi está convencido de que la evacuación es una parte importante del problema actual que enfrenta el frente norte de Israel y la transformación de esa área en lo que él llama una zona de seguridad dentro de Israel propiamente dicha. «Incluso durante la Guerra de la Independencia, los habitantes de esta zona no fueron evacuados durante tanto tiempo. En 1920, hace 104 años, Tel Hai, Kfar Giladi, Metula y Hamara [hoy Ma’ayan Baruch] fueron evacuadas, pero los habitantes regresaron después de siete meses, porque tenían que cuidar sus campos. Así que rompimos ese dudoso récord, y eso es un hecho verdaderamente malo».

El Estado, añade, tiene dificultades para tomar decisiones sobre lo que hay que hacer en el norte, «porque los que toman las decisiones no saben cuál es la decisión correcta y, desgraciadamente, lo que ha ocurrido es que la evacuación, al igual que con el Iron Dome [sistema de interceptación de misiles] en el sur, ha hecho posible no tomar decisiones. Con Iron Dome, también, al principio aplaudimos la tecnología». Pero, en retrospectiva, si no hubiera existido la Cúpula de Hierro y diez niños hubieran muerto hace unos años por un cohete Qassam en el sur, la situación con Hamas podría haber sido diferente. La evacuación está teniendo el mismo efecto con respecto a Hezbolá en el norte. «Si se analiza la viabilidad de la decisión del gabinete de evacuar las comunidades que se encuentran a cinco kilómetros de la frontera, se puede ver que el 94 por ciento de los ataques de Hezbolá se han dirigido contra ellas. Esto significa que el Estado ha definido para Hezbolá dónde disparar, y de hecho están disparando allí».

Hezbolá bombardea el norte de Israel.

Los habitantes del norte sufren otro grave problema, señala, la falta de influencia política. «Desde el punto de vista electoral, no somos de interés para el gobierno, porque somos pocos. ¿Cuántas autoridades locales hay en Galilea? Hay 94. ¿Y cuántos habitantes? Aproximadamente 278.000, más o menos la misma cantidad que en Petaj Tikva. La abundancia de autoridades [locales y regionales] permite al Estado dividir y gobernar, pero sobre todo el resultado es socavar la posibilidad de una fuerza política que pueda actuar en conjunto. ¿Cuántas personas viven en las comunidades evacuadas? Sesenta mil en un buen día; hay otras 40.000 en las comunidades situadas a cinco o nueve kilómetros de la frontera que no fueron evacuadas. Desde el punto de vista electoral, a los ojos de los que toman las decisiones, somos un mosquito».

Durante todos estos años hemos creído que el asentamiento en las fronteras era crucial para la seguridad, pero el Estado, con su comportamiento, está diciendo que no es importante. ¿Es ese el mensaje del gobierno?

«Estoy aquí, mis abuelos fueron fundadores del kibutz Hagoshrim, mis amigos fueron asesinados aquí por la idea de establecerse. ¿El Estado entiende hoy si quiere estar aquí o no? Se trata, en primer lugar, de una cuestión civil, no de seguridad. En la actualidad, los 60.000 desplazados que están al sur de aquí, incluida mi familia, están viendo cómo se supone que funcionan los servicios públicos en Israel. ¿Una cita médica? Te la dan en pocos días. ¿Un autobús? Cada cinco minutos. Lugares de trabajo, cines. A pesar de ello, quieren volver aquí. ¿Por qué? No por el paisaje, sino por algo profundo que hace posible que yo y mis amigos sintamos que esto es mío, mi hogar. Aquí también hay una gran oportunidad de crear de nuevo Galilea y de entender por qué estamos aquí. Y no es para vigilar la frontera, ese no es mi trabajo».

La evacuación está causando problemas, sin duda. Pero ¿por qué es «un ataque a la idea sionista»?

«Porque aquí se está librando una guerra entre ideas: la idea sionista contra la idea yihadista, que pretende expulsar a todos de allí. Y la idea que subyace al sionismo es la de los asentamientos fronterizos, de que ‘el último surco es la última frontera’. Mis abuelos construyeron kibutz basándose en la concepción ideológica de que una presencia aquí daría forma a los componentes que conforman la seguridad. Y lo que está sucediendo ahora es que los componentes de la seguridad están tratando de reconfigurar la colonización de la tierra».

«Tenemos que estar aquí»

¿Tal vez en la época actual el ethos sionista del último surco sea equivocado y la frontera no debería discurrir por donde pasa el arado sino por donde hay una batería de misiles que pueda proteger a los ciudadanos entre Gedera y Hadera?

«Es una declaración provocadora. Tal vez sea eso lo que está sucediendo, cuando se trata de la realidad. El Estado de Israel se está reduciendo. Yo desafío eso y digo: ¡No! Es imposible renunciar a los asentamientos civiles en tierras. Debemos estar aquí, y los que toman las decisiones deben garantizar la seguridad en el norte y no abandonar el territorio soberano en Israel. Y digo que se trata de una persona de izquierdas. Ni siquiera es un territorio en disputa».

En 2024, ¿existe una posibilidad de que en una guerra como esta, en la que participan yihadistas que no temen a la muerte y tal vez hasta la santifiquen, ganen los israelíes que se han acostumbrado a vivir en un cómodo mundo occidental de abundancia?

«Hasta el 7 de octubre, yo estaba en el lugar más alto de la pirámide de necesidades de Maslow [en referencia a una teoría de 1943 propuesta por el psicólogo estadounidense Abraham Maslow sobre la motivación humana]. Estuve en contacto con periodistas de The Marker sobre inversiones, impacto y escala de inversiones. Y luego ocurrió la masacre y comprendí que estaba viviendo en una fantasía de que esto era la civilización occidental. De repente, me vi empujado a Oriente Medio».

Pero esa sacudida, afirma Zeevi, también constituye una rara oportunidad para una profunda reflexión personal y moral. «Hizo que todos los que forman parte del proyecto de colonización de tierras en el norte se plantearan la pregunta básica: ¿Por qué estoy aquí? Y desde dentro de nuestra realidad negra -y realmente es negra- surgió también una gran oportunidad para actualizar la razón de la colonización de tierras en Galilea, incluida la palabra ‘ideología’. ¿Estoy aquí sólo por la calidad de vida, o hay una razón más profunda? Todo el mundo se enfrenta a esa cuestión; es una batalla de ideas. Uno de los lemas del movimiento Hashomer era ‘aliá hebrea [judía], trabajo hebreo y defensa hebrea’. Hemos vuelto a la misma situación».

¿Puede un país moderno y progresista permitirse estar en una situación como ésta? No se puede tener armas y al mismo tiempo construir una nación emprendedora aquí.

«¿Por qué no? Deberíais venir conmigo, de un escuadrón de seguridad a otro, para ver quiénes son los miembros: un director de I+D de una empresa de tecnología alimentaria, ingenieros alimentarios de empresas de alta tecnología y dos fundadores de empresas de tecnología agrícola. El Estado no entiende todo este acontecimiento, pero nosotros sí. Así que ahora hay que plantearse la pregunta: ¿A partir de ahora soy sólo Oriente Medio o consigo integrar los dos mundos? No tengo una buena respuesta. Nuestro movimiento está intentando hacerlo todo a la vez, porque si sólo va a ser una cuestión de vida, de armas y de enfrentamientos, la colonización de la tierra aquí se convertirá en algo muy monótono».

Israel ya no está allí, ha avanzado y se ha desarrollado, pasando de ser un estado exportador de naranjas a ser una nación emprendedora, y ustedes se enorgullecen de los huertos plantados a lo largo de las fronteras. ¿Es posible que estén solos en todo esto?

«No estoy solo. Sentimos, sobre todo en los últimos meses, que el pueblo de Israel está con nosotros. Suena pomposo, pero hay que entender que no permitiremos que aquí ocurra lo que ha ocurrido en el sur en los últimos años. Yo también me he acostumbrado a ver las rayas naranjas [que indican las alertas rojas] en la pantalla del televisor y a seguir con mi día. Ya no más».

¿Quién te pide que hagas eso?

«Nadie, pero nosotros haremos todo lo posible para que esto salga adelante. Siento que muchos de los habitantes de Israel nos apoyan, gente que se preocupa mucho por el norte. Es la zona turística más popular de Israel, mucha gente la siente como parte de su hogar. Así que no me siento solo. A pesar de que el gobierno no se está ocupando de lo que está sucediendo, hay un consenso de izquierda a derecha sobre la difícil situación en la que nos encontramos y la necesidad de corregirla».

Regresarás con la Fuerza Radwan todavía en la frontera. ¿Cómo se desarrolla eso?

“Aprendimos que si no estamos aquí, el estado continuará normalizando la evacuación, y eso es algo que queremos cambiar”.

¿Pero qué pasa con la seguridad y el valor de la vida?

«No podemos pensar así, porque si lo hacemos, nosotros mismos estaremos consolidando el concepto de una zona de seguridad dentro de Israel.Es incomprensible que el gobierno más derechista haya hecho alguna vez algo tan antisionista: ha provocado que la idea sionista retroceda aquí.»

¿Hay momentos en los que te derrumbas?

«Cuando vuelvo, durante una noche libre en el escuadrón de seguridad, y miro a mi mujer y a mis hijos, es muy difícil explicar la sensación. Mi mujer se ha convertido en madre soltera, lleva diez meses viviendo en una pequeña habitación con los dos niños. Los veo una vez cada ocho días durante 72 horas y luego vuelvo aquí, y te destroza. Pero ella dice algo que realmente me inspira: ‘Desde aquí sólo voy a volver a casa’. Podría haberme dicho: ‘Nisan, deja atrás toda esa idea romántica de colonizar tierras, nos vamos al centro del país’, pero ha elegido volver a este lugar.

«La única manera de no quebrarse es siendo activos. Si no somos activos y no nos movemos, nos marchitamos, porque toda la situación de evacuación es un caos. Tres comidas al día, alguien limpia la habitación por ti, te vuelves pasivo. Por eso el proyecto ‘Home’ está logrando generar mucha esperanza. En el mundo de las startups se le llama spin-off. Así nació la iniciativa».

Eres muy optimista; es casi contagioso.

«Creo en ello. Galil, Back Home me ha dado a mí y a muchos otros un empujón de esperanza, de espíritu. El hecho de que la gente esté regresando, aunque sólo sea para acercarse a esta zona, es genial. Puedo vivir donde quiero. Estamos bien económicamente. No tengo una hipoteca ni ninguna obligación financiera que me mantenga viviendo aquí. Elegí vivir aquí por la gente, los asentamientos en tierras y la idea sionista. Sé que suena pomposo, pero ¿qué puedo hacer? Descubrí que lo que la gente escribió en los libros de historia es verdad en la realidad».