Identidad y migración

El hombre a lo largo de la historia siempre ha tenido la necesidad de establecer un conjunto de valores que definan su identidad, en términos de lengua, cultura, costumbres, tradiciones. Cada pueblo, cada etnia, tiene la suya propia, pero eso no quita que uno no pueda aprender de la de los demás. O por lo menos, saber de su existencia.
Por Matías Barmat*

El concepto de Estado-Nación moderno, de manera dolorosa y sumamente cruel, y motivado por las guerras y la geopolítica, trazó fronteras de manera artificial, que no se corresponden con la distribución de la población.  Miles de pueblos quedaron atrapados, y otros miles se quedaron una parte a un lado y otra parte al otro. Clave en la creación de esos nuevos países ha sido la imposición de un idioma nacional, una cultura nacional y unas costumbres nacionales. Y la piedra angular en muchos de esos países han sido históricamente los inmigrantes.

Ya sea por voluntad propia o por razones de fuerza mayor, millones de inmigrantes se van de su hogar de origen, echan nuevas raíces en sus países de acogida, se naturalizan, y adoptan una nueva identidad. En la mayoría de los casos, sustitutiva de la identidad de origen de uno. Y ahí, ya no estamos hablando de identidad sino de lealtad. Esos Estados-Nación con sus aparatos perversos que siempre nos han vendido que la razón por la cual es más importante adoptar lenguas, culturas y costumbres nacionales en detrimento de herencias e identidades locales, o de origen, es un asunto de prestigio. Esos mismos aparatos perversos que obligaron a millones de familias a renunciar a sus idiomas, jergas, dialectos, sociolectos, códigos, modismos, y formas de ser de uno, que obligaron al inmigrante a dejar de ser inmigrante, y a sentir su nuevo país como su nueva casa. Como si nuestra idiosincrasia de origen no valiera.

Roger Silverstone.

Esa percepción de qué identidad asumir como correcta o no, fue históricamente moldeada por cuatro factores. Primero, conquista territorial, con la consiguiente apropiación y extracción de los recursos naturales; segundo, intereses económicos (y por lo tanto dependencia económica); tercero, imposición religiosa (entendida como el rol de las diferentes religiones como factor que justifique dicha conquista).

El cuarto factor tiene que ver con lo que llamaremos industria cultural. Roger Silverstone, autor judío británico, y docente universitario de periodismo y comunicación, en su libro Televisión y Vida Cotidiana (1979) describió de manera brillante en uno de sus capítulos la relación existente entre la televisión y los hábitos de consumo, en cuatro puntos, uno a consecuencia del otro, a saber:

  • El primer punto al cual hizo mención es el concepto de mercantilismo: cada objeto, cosa o bien de uso es juzgado no por su utilidad real o moral sino por su valor de mercado. Entonces pasan a formar parte de un sistema de intercambio.
  • Estos bienes cuando entran en dicho sistema adquieren un valor simbólico: pasan a ser símbolos en forma de bienes. Es ahí cuando entran en juego valores tales como el lujo, la ostentación, la moda. Cuando uno adquiere un bien suntuario sin duda quiere satisfacer sus necesidades de status social.
  • La televisión (y, a día de hoy, también Internet y las redes sociales) canalizan ese discurso y transmiten el mensaje de qué es más importante comprar y qué no.
  • Y por último: ¿quién establece esa escala de valor? Y es ahí donde entra en juego Hollywood, la fábrica de muñecas, las series y películas que habitualmente consumimos y hasta nuestra forma de vestir occidental.

Entiéndase todo esto en un contexto colonialista, o más bien, neocolonialista.

En ese marco, es fundamental conservar, desarrollar, cultivar y fomentar identidades que sean complementarias, pero sobre todo múltiples e híbridas. Múltiples, por respeto a lo que nos transmitieron nuestros ancestros, pero también por respeto a lo que somos, y a lo que queremos ser. Híbridas, porque nosotros aún siendo orgullosos de quienes somos, tenemos la capacidad de enriquecernos espiritualmente a través de tomar lo mejor de otras culturas y aprender de ello.

Y para eso es fundamental escuchar al otro. Porque es eso lo que nos hace humanos. Reconocer la otredad, no significa que el otro tenga siempre razón, sino simplemente que el otro existe, que tiene sus razones, porque también tiene una historia que contar. Aceptar eso es en definitiva el primer paso para alcanzar la paz entre los pueblos.

* Lic. En Periodismo (UMSA). Vicepresidente de HYPIA (Asociación Internacional de Hiperpolíglotas).