Meses antes del 7/10 publiqué un librito «Por la pendiente». Muchos de mis amigos me preguntaron por el significado del título y me consolaron por mi edad, mientras yo no consideraba la pendiente sólo como un problema de edad. El esfuerzo exigido a las rodillas para descender por la pendiente se me antojó una metáfora apropiada para nuestra situación. Un capítulo está dedicado al kibutz Beerí. Trata del relato del beer, aljibe o pozo de agua, como presencia y símbolo que acompaña al establecimiento en la tierra. Pero, también por mi relación particular con el kibutz que recuerda a Berl Katznelson, cuyo nombre hebreo era Beerí.
Una velada que no olvido nunca es la que estuvo dedicada, después de muchos años, en Beerí a la memoria de Berl Katznelson. Aquella velada quedó grabada en mi corazón. Dedico este ensayo a los javerim del kibutz Beerí y acompaño su dolor y su sentir con mucho amor a la firme decisión de reconstruir su casa destruida.
En estos abrumadores días se cumplieron ochenta años de la muerte de Berl Katznelson, el guía espiritual del yishuv judío en Israel en la etapa más oscura del pueblo judío. «Berl Katznelson fue un político que se debatía y reflexionaba acerca de su profesión», dijo de él con su agudeza proverbial Ishayahu Leibovich, «Ben Gurión fue un político que nunca reflexionó ni se debatió acerca de su profesión». Efectivamente, sabemos que cuando Berl Katznelson decidió mudarse a Tel Aviv para dedicarse a la función pública, para preservar su salud mental fundó una comuna agrícola en Yafo. Creía que lo solidario y el cultivo de hortalizas salva de los abismos a que arrastra la política. Conocía los riesgos de ocuparse de cuestiones públicas y por eso había rechazado toda función directiva. Fundó instituciones, pero no las dirigió. Él era un soldado y no un comandante. Corrigió y editó libros, pero no los escribió. Los doce tomos de sus artículos y conferencias no han sido libros que él escribió.
En el kibutz Izreel se llevó a cabo en los años 60´ una velada de estudio por iniciativa de Abraham Shapira que se prolongó hasta el amanecer. El tema fueron las cartas de Katznelson antes de convertirse en el líder obrero de Eretz Israel. El probo redactor, Yehuda Sharet, ya no veía. Le pidió a su hija, Hilá, que leyera en voz alta varias de las cartas prosaicas de Katznelson con ritmo musical y demostró que la prosa del líder era poética. No es casual que el Yizkor que escribió por los caídos en Tel Jai es hasta hoy la base del Yizkor nacional.
Tenía cincuenta y siete años cuando murió. Jamás fue definido como joven ni como anciano, a pesar de que muchos de sus camaradas se preguntaban qué habría pensado si hubiera llegado a viejo, si su sentido crítico se habría agudizado y la desazón que lo impulsaba al optimismo se habría vuelto amargura, o si, por el contrario, los años habrían suavizado su crítica y su sed de comunión amorosa se habría canalizado en jardinería esteticista.
El crítico literario Dov Sadán fue miembro de la redacción del periódico Davar que editaba Katznelson. Descubrió que Eliezer e Israel Shojat eran hermanos. Israel Shojat fue una persona de vuelo político convencido del poder hebreo, un hombre operativo; su hermano, intelectual, agricultor, vegetariano y muy crítico de todo lo relativo a la política. Cuando Sadán descubrió que eran hermanos, fue a ver a Katznelson y se lo contó, y él le respondió, «Los dos son uno». De ahí tomó, al parecer, Nathan Alterman dos personajes de la obra que escribió sobre personas representativas de la Segunda Aliá, Kineret, Kineret, representados por un mismo actor.
Pero, Sadán había entendido que Katznelson no hablaba de los hermanos Shojat sino de sí mismo, dos almas en puja en su interior. Le preguntó qué tiene en la cabeza alguien así y Katznelson le respondió: un infierno. Sus contrincantes y sus correligionarios sabían de lo atormentado que vivía desde su mocedad, pero sabían también que había aprendido de sus maestros, Brenner y Gordon, que la desesperanza no sólo paraliza, sino también mueve a no someterse, a rebelarse creativamente.

Poco tiempo antes de ser asesinado, Itzjak Rabin habló sobre Katznelson en Kineret, cuando se conmemoraron los cincuenta años de su intempestiva muerte. Rabin sostuvo entonces que los EEUU tuvieron dos padres, Washington y Jefferson, el militar y el maestro de la revolución norteamericana, y que para la revolución de la fundación del Estado de Israel, murió el maestro Katznelson y el militar, Ben Gurión, quedó solo. Y que la soledad del militar se notaba en la sociedad creada en el país. Sabemos que cuando Ben Gurión se enteró de la muerte de Katznelson, se desmayó. En más de una oportunidad se enfrentaron, pero siempre supieron que la hora los comprometía a una estrecha colaboración. Rabin agregó entonces que también en ese momento se hacía imperativa la colaboración entre el maestro y el militar. Él se comprometía a ser el militar y buscaba la colaboración del maestro. Él anhelaba humildemente ser el Ben Gurión de su época.
Hanna Arendt, la estudiosa temperamental que escribiera reflexiones muy duras sobre el juicio a Eichmann, era la editora de Editorial Shocken en EEUU. Ella leyó los juicios de Katznelson sobre el fascismo y dijo que era el mejor análisis que había leído sobre el tema. Quería publicar un compendio de sus escritos en inglés y le pidió a su amigo y opositor político, Gershom Sholem, que reuniera los textos y los editara, pero Sholem no lo hizo ni fundamentó las razones.
Katznelson comprendía el estrecho y problemático vínculo entre cultura y política, entre lengua y visión social, entre crecimiento social e instinto utópico. Era un demócrata y un liberal, pero no aprobaba el liberalismo que se ocupa sólo de los solventes, quienes para obtener la libertad de acción se desentienden de la suerte de quienes alimentan a los que la disfrutan. No podía aceptar al neoliberalismo que pretendía tener derecho a enviar buques de sitio a Estados menos evolucionados para preservar los derechos mercantiles de los EEUU. El liberalismo debía alentar la sensibilidad social, la responsabilidad por la comunidad toda.
En los momentos en que el riesgo de que el ejército nazi llegara a Eretz Israel por el norte o por el sur, el miedo del yishuv era muy grande. En aquellos días, se hizo despegar un avión al cielo con aves degolladas. Alguien declamó fórmulas cabalísticas para evitar la destrucción. Por otra parte, se fundó el Palma»j (plugot majatz = divisiones de choque). Katznelson congregó a decenas de jóvenes, seleccionados, para un mes de estudio. Era un convencido de que las posibilidades de una democracia judía exigían no dejar de estudiar, que enlazar el aprendizaje y la reflexión podía derivar en mayor flexibilidad y profundidad de pensamiento, y que un movimiento como el suyo no podía nutrirse sin dedicarse al espíritu y a la concreción a la vez.
En el seminario que se llevó a cabo en Rejovot –allí está la sede de la facultad de Agronomía de la universidad Hebrea– ahondaron en temas de Humanidades. Rajel Katznelson dio clases sobre Brenner. El amado de Lea Goldberg, Zone, de vasta cultura, analizó el romanticismo alemán y su influencia en las corrientes de opinión que acompañaron la desintegración social y contribuyeron al despertar del nazismo. Gershom Sholem presentó el desarrollo del Sabtaísmo. Por otra parte, acudieron al seminario los responsables de la situación económica, política y de defensa del yishuv a hablar sobre la situación y los programas futuros. Parte de esas ponencias políticas, Katznelson pidió que no figuraran en el protocolo. En el archivo de la poetisa Fania Bergstein se encontraron apuntes de las conferencias literarias-culturales. Cada participante del seminario tuvo que relatar cómo había llegado a Israel, narrativa tendiente a asentar sobre ella un balance. El único que no pudo hacerlo fue el sabra del grupo, Yigal Alón. Sus palabras en aquel seminario fueron la base del libro La casa de mi padre, que publicara en 1974.
Hace tan solo un año me rumorearon que hubo discípulos que hicieron caso omiso al pedido del coordinador del seminario de no registrar las ponencias que Katznelson pidió que se mantuvieran secretas. Me mostraron el cuaderno oculto. Está escrito con una letra imposible de descifrar. El seminario dejó en claro la concepción de Katznelson: programar en una situación que parece caótica, en momentos de crisis, es parte indivisible de un momento que se considera de inflexión. En momentos dolorosos, es vital hacer un balance, a pesar de que se hace imperioso evaluarlo con prudencia.
Sabemos que en la Gran Bretaña de la Segunda Guerra Mundial se programó en medio de las batallas un Estado opulento y la desintegración del Imperio. El programa se llevó a cabo, aunque sea parcialmente, después de la guerra. Lamentablemente, en el proceso aquel, la empresa sionista tuvo que pagar un precio que no podía pagar (Inglaterra prohibió la inmigración ilegal, se aferró a los pozos de petróleo y alentó los brotes de fascismo en la región).
Después de la Primera Guerra, que dejó a Eretz Israel destruida, 12000 soldados ingleses caídos y un ejército alemán-turco derrotado, con pestes, hambruna y una economía agrícola en ruinas, Katznelson se atrevió a escribir tres artículos de convocatoria a una tercera aliá. Uno, «Hacia los días por venir«, es decir, planteaba la plataforma ideológica a los obreros de una tercera aliá; el segundo, «En el interior», analizaba críticamente la sociedad establecida y el movimiento obrero; y el tercero, «El pionero», puntualizaba la responsabilidad de la persona capaz de asumir el yugo de la reconstrucción de la sociedad. Los tres apuntaban a consolidar al individuo, la comunidad y la arena futura compartida.
Si alguien supone que mi objetivo ha sido retransmitir el legado de Berl Katznelson, es decir, que en tiempos de duelo y tempestad se hace necesario programar, consolidar grupos de acción preparados para guiar con humildad y flexibilidad, estudiar y atreverse, supone bien.