El pañuelo rollinga de Yasir Arafat

El conflicto israelí-palestino suele analizarse desde lo territorial, lo histórico, lo cultural, lo étnico y lo religioso, pero casi nunca desde lo ideológico. Desde la lógica básica de izquierda y derecha. Que es desde donde la izquierda mira el mundo. Excepto a Israel y a Palestina.
Por Pablo Marchetti González

“Tujes”. ¡Qué hermosa palabra! Una palabra que el ídish legó al lunfardo. Entre tantas otras.

La impronta judía en la identidad argentina es enorme y maravillosa. La de los palestinos, en cambio, es casi nula. Con una única excepción: la kufiya.

Esa prenda, en Israel, también la usan los judíos. Y por eso tiene un nombre en hebreo: sudra. Pero el que prevaleció fue el nombre palestino: kufiya. Aunque, popularmente, en todos lados se lo conoce como pañuelo palestino. O simplemente, palestino.

En la Argentina, el palestino es un pañuelo hippie, un pañuelo de izquierda (o nacional y popular) y un pañuelo rollinga. Todo gracias a Yasir Arafat.

Arafat fue un líder guerrillero que formaba parte de la generación dorada de la guerrilla izquierdista del Tercer Mundo: era diez años más chico que Nelson Mandela; tres que Fidel Castro; uno que el Che Guevara; y seis años mayor que Pepe Mujica y Mario Roberto Santucho. Y nació en el mismo año que Camilo Torres.

La Organización para la Liberación de Palestina (OLP, fundada y liderada por Arafat) era un movimiento laico y de izquierda. Y, sin caer en la romantización de la OLP ni de la lucha armada, es lógico que la izquierda se solidarizara con un movimiento laico y de izquierda.

Hoy, una de las cosas que se pasan por alto al pensar este conflicto es la existencia de una derecha y una izquierda, tanto en Palestina como en Israel.

Cuando se recita de memoria a los mandatarios de ultraderecha que gobiernan o gobernaron democráticamente en estos años, la lista incluye a Trump, Bolsonaro, Milei, Meloni y Hurban. Pero nunca se nombra a Netanhayu.

El conflicto israelí-palestino suele analizarse desde lo territorial, lo histórico, lo cultural, lo étnico y lo religioso, pero casi nunca desde lo ideológico. Desde la lógica básica de izquierda y derecha. Que es desde donde la izquierda mira el mundo. Excepto a Israel y a Palestina.

Lo que está haciendo Netanyahu es bestial. Pero es lo que haría cualquier país gobernado por la ultraderecha que estuviera en una situación similar. Pensemos en lo que haría Milei si en la Argentina hubiera atentados. ¡Es la ultraderecha, estúpido!

Si ahora la policía de Patricia Bullrich reprime a jubilados y le tira gas pimienta a un nene de 10 años, sólo por la amenaza de mapuches y veganos, ¿qué haría si aparece un grupo terrorista posta, y mata a 4000 personas en un recital de Luciano Pereyra, en Villa Gesell, en enero?

Sí, terrorista. Una palabra que, en la discusión sobre este conflicto, es mejor dar de baja. Porque el terrorismo es parte de la práctica de todos los involucrados.

La responsabilidad de Israel es mucho mayor. No sólo porque tiene un poderío bélico infinitamente más grande, sino porque lo de Israel es terrorismo de Estado. Porque es el único estado en eso que llamamos “conflicto israelí-palestino”.

Netanhayu es un gobernante electo democráticamente que está haciendo terrorismo de estado. Y probablemente genocidio. No quiero traer acá el VAR de las masacres, ni perderme en definiciones que parecen centrales, pero terminan corriendo el eje. Tampoco quiero ser sommelier de matanzas.

Lo que hace Netanhayu es comparable a lo que hizo Álvaro Uribe en Colombia, por nombrar otro caso de un gobernante de derecha, electo democráticamente, que tiene una lista de desaparecidos mayor a la de la última dictadura argentina.

 Hoy Colombia está gobernada por Gustavo Petro, un exguerrillero, de izquierda, que como presidente de su país rompió relaciones diplomáticas con Israel por la bestial ofensiva contra Gaza. Si Colombia pasó de Uribe a Petro, ¿por qué no pensar que Israel puede pasar de Netanyahu a alguien progresista, que quiera firmar la paz?

Claro que hoy un acuerdo de paz parece imposible. Y no sólo por Netanyahu, o por Israel.

Si hubiera un Estado palestino y Hamas ganara las elecciones, también integraría la lista de gobiernos de ultraderecha. Si eso sucediera y Hamas tuviera el poder de fuego que tiene Israel, las cosas estarían, como mínimo, igual de mal que ahora.

Para traducirlo al goy: es como si Uribe se hubiera enfrentado en Colombia a un grupo armado ligado al Opus y a lefevristas, que impulsara una monarquía absoluta y un Estado teocrático. Ninguna izquierda hubiera apoyado algo así, por más que enfrente estuviera Uribe. 

La guerra es absolutamente funcional a la ultraderecha, tanto israelí como palestina. Es lógico, entonces, que la ultraderecha argentina se lleve muy bien con la ultraderecha israelí. Además, esto les sirve para lavarle la cara a varios nazis afines, que siguen formando parte del armado libertario.

A los nazis que participan en actos donde flamea la bandera israelí, les quitan el octógono que dice “exceso en antisemitismo”. Es como una probation, un etiquetado frontal para las SS. Y todos ganan. La derecha lo tiene clarísimo.

Lo que es incomprensible es que la izquierda argentina banque abiertamente a Palestina, sin aclarar que hoy quien controla políticamente Gaza es un grupo ultraderechista.

Quienes se asumen como izquierda no dicen nada sobre el carácter reaccionario y teocrático de Hamas. Y quienes se asumen como internacionalistas priorizan una lucha nacional por sobre la lucha de clases.

La derecha israelí está teniendo una gran victoria cultural, muy parecida a la de la derecha española. Hoy llevar una bandera española o gritar “¡viva España!” significa castigar a los independentistas, creer en la monarquía y, prácticamente, reivindicar a Franco. Una idea de patria ligada a la derecha. Con Israel está pasando algo similar.

La izquierda israelí está en problemas. Graves problemas. Pero, si sirve de consuelo, está en problemas como la izquierda en casi todos lados.

A la izquierda argentina le costó darse cuenta de que, desde que se murió Maradona, el argentino famoso en todo el mundo más a la izquierda que existe es el Papa Francisco. Algo de lo que sólo se avivó -tarde y mal- un sector de la izquierda Nac&Pop.

De lo que no se avivó nadie es de sumar a ese podio a Daniel Barenboim. Que es un judío argentino, israelí y universal. Y que encima tiene pasaporte palestino y es odiado por la derecha israelí. ¿Cómo es que nadie en la izquierda argentina reivindica su figura? Deberían seguir el ejemplo de la banda de pos punk-pop Los Barenboim.

¡Aguante Barenboim, loco! ¡Y aguante el pañuelo rollinga! Que es también ricotero, renguero, piojoso. Que, más allá de toda gesta, es práctico. Y que, te guste o no, tiene una onda.

Bienvenida toda producción cultural de un pueblo al mosaico de las identidades que conforman el ser argentino. Eso sí, recordemos la brújula ideológica que nos guió hacia esa prenda rebelde.

El pañuelo rollinga no se mancha. Si nos olvidamos eso, nos va a ir como el tujes.