Rosh Hashaná/Iom Kipur

Pedir perdón no basta

Ojalá concluya este año que trajo la peor de sus maldiciones, una maldición que nos hace sentir exitosos a la vez que cerramos los ojos conscientemente. Que comience un nuevo año con sus bendiciones, un año en el que las voces que nos enfrentan al espejo de las miserias de nuestras sociedades sean alzadas y escuchadas.
Por Eliyahu Peretz*

Cinco años y medio atrás escuché decir que “ser coherente es prácticamente imposible”. Ha pasado el tiempo, pero continúa en mi interior la pugna entre una benevolente pero perniciosa tolerancia y el rechazo pleno de estas palabras. Este comentario surgió en una conversación sabática en la que la reflexión giraba en torno al riesgo de caer en la disociación absoluta entre el discurso y las acciones. Dicho con otras palabras, sobre el peligro de que las prácticas no se correspondan con el palabrerío enunciado en drashot cargadas de “amor al prójimo”, “respeto” o “persecución de la justicia”, reduciéndose el discurso ético a moralina. La afirmación de mi interlocutor de aquel día no carece de sentido, en absoluto, aunque es imprescindible matizarla para no caer en el ejad bape ejad balev (“uno en la boca, uno en el corazón”), en la enunciación continuada de enseñanzas en las que no creemos o las cuales no aplicamos. Únicamente de esta manera alcanzaremos a comprender que no es posible ser totalmente coherentes, aunque es vital aspirar a una mínima cota de concordancia entre lo dicho y lo hecho. Aprenderemos entonces a expresarnos en modo aspiracional, sin abandonar la persecución de la rectitud.

En muy pocas jornadas concluirá el renovador Elul y, en Rosh haShaná, seremos juzgados junto al resto de las criaturas. Es posible que de nuevo nos sentemos en las abarrotadas sinagogas, en exclusivos sitiales numerados y etiquetados para la ocasión. También en esta oportunidad, como no podría ser menos, nos esforzaremos para ejecutar como nunca danzas de exposición y, seguramente, nos cubriremos con ropajes blancos tratando de ocultar tras ellos nuestra hipocresía. Nada de esto nos ayudará a la hora del dictamen y, en nuestro foro interior, escucharemos las palabras que resuenan desde el fondo de la conciencia denunciando nuestros desatinos. Sabemos que toda acción humana resulta inútil, por mucho que nos esforcemos, cuando se pretende esconder la falta de correspondencia entre nuestros discursos pseudo-liberales y las agendas implementadas en la vida comunitaria. Por fortuna, podemos refugiarnos en los aprendizajes y aferrarnos al deseo de mejorar con el fin de continuar ascendiendo en la espiral de la existencia.

Evaluar de manera diferencial actitudes o comportamientos dañinos, junto con la enajenación pretendida frente a estos, conduce de una u otra forma al buenismo. El buenismo, simulado o naturalizado, provoca la destrucción de nuestras sociedades y constituye el principio del fin del pacto tácito de protección mutua que nos humaniza. Es por ello que nuestra incoherencia debe ser combatida diariamente, apartando los ojos de los que creemos son nuestros intereses, renunciando a las posiciones ególatras y posicionando en el centro, de una vez por siempre, a las personas. Desde la izquierda, el centro y la derecha, ya sea haciendo uso de un doble rasero o simulando demencia, se silencian circunstancias y eventos que han destruido las existencias de personas que “pasaban por allí” y gozaron del nefasto privilegio de encontrarse con quienes realizaron el papel de presunto ofensor o agresor. Al contrario de lo que puedan pensar algunos, el objetivo no es fomentar la caza de brujas o publicar acusaciones no fundamentadas. Se trata de respetar la ley, de difundir los principios de la Torá, de perseguir la justicia y, por encima de todo, de no deshacerse o atropellar a las posibles víctimas pues, en el caso de serlo, éstas desaparecerán hoy pero mañana surgirán otras hasta que un día sean ya demasiadas para esconderlas.

El año 5784 ha sido extremadamente complejo, cargado de dolor, decepción e impotencia. Hemos atestiguado la desinformación y la injusticia. Aún continuamos inmersos en el horror del cruento ataque de un 7 de octubre que por siempre quedará marcado en nuestras memorias por la barbarie. Nuestros cuerpos no alcanzan a asimilar la injusticia, la crueldad y la deshumanización, no existen palabras para describir el suceso por la magnitud de las atrocidades perpetradas por los terroristas y sus abominables sostenedores y defensores. Nuestro pueblo, en Israel y también en las diversas diásporas, continúa batallando con el trauma provocado por aquella jornada y por los muchos meses de agresión. Sin embargo, todo esto no puede ser esgrimido para silenciar potenciales situaciones que deberían ser revisadas y aclaradas dentro de las instituciones comunitarias y en los foros oficiales oportunos, respetando el principio de diná demaljuta diná («la ley del reino es la ley») que nos conmina a asumir las leyes de aquellos lugares en los que nuestras comunidades se encuentran implantadas. Todo esto sin abandonar a ninguna de las partes implicadas, acompañando y practicando la imparcialidad.

La vergüenza debería tragarse a quienes piensen que se ha de disuadir para no alzar la voz ante potenciales situaciones de abuso para no reavivar las llamas del antisemitismo. Si esto llegase a suceder tendría que darnos vergüenza a todos. ¿Por qué a todos? Debido a que estas situaciones suelen venir acompañadas de la anulación de la voz de quienes dan testimonio, de la descalificación de quienes no se someten al mandato del irreal interés superior de la colectividad, del entretejido de enmarañados relatos con los que difuminar la culpa, la responsabilidad y la irresponsabilidad; de la manipulación y del dejarse manipular que condena al silencio. El interés comunitario máximo es el bienestar de las personas, aunque el señalado sea un referente de la infancia o el hijo de un amigo cercano. Este interés superior debe ser también asumido por quienes eligen ocupar espacios en la dirección comunitaria, aparcando las conveniencias personales, los favores debidos, los egos y el temor al “fracaso”, ya que el auténtico naufragio llega de la mano de la deriva ética, el relativismo moral y la hipocresía. El éxito no viene nunca acompañado por la vergüenza sino por el genuino interés mostrado hacia los demás, abandonando la denostable expresión: “no es mi/nuestro problema”.

Pedir perdón no es suficiente cuando cubrimos con un manto lo que parece molestarnos. Tristemente, esta forma de actuar es un elemento integral del ordinario ejercicio de la incoherencia que transforma nuestras palabras en inconsistentes y las vuelve detestables. Ojalá concluya este año que trajo la peor de sus maldiciones, una maldición que nos hace sentir exitosos a la vez que cerramos los ojos conscientemente. Que comience un nuevo año con sus bendiciones, un año en el que las voces que nos enfrentan al espejo de las miserias de nuestras sociedades sean alzadas y escuchadas, en el que dejen de ser acalladas o vilipendiadas las personas por no plegarse ante los intereses organizacionales o personales de quienes creen ostentar el poder. Es el tiempo de abandonar la hipocresía de la que todos adolecemos.

¡Shaná Tová! ¡Que sea este que comienza un año de renovación, el tiempo de la búsqueda de justicia y del retorno a sus hogares de quienes han estado alejados a la fuerza!

* Rabino