Cuando Hezbollah decidió intervenir el 8 de octubre en el contexto del inicio de la guerra entre Israel y Hamas, había lugar para especulación: ¿buscaba Hezbollah abrir un nuevo frente de guerra? ¿La forma restringida de sus ataques se debía a la presión iraní, la política interna libanesa o la voluntad de participar de forma limitada en la contienda? ¿Buscaba Hezbollah simplemente impedir un ataque hacia ellos mismos o hacia Irán, frente a una potencial represalia israelí? ¿O el objetivo tal vez era obligar a Israel a repartir la presencia militar en dos frentes, afectando de paso la moral y la economía? Sin importar cuál haya sido el objetivo inicial, lo que se dio fue una prolongada guerra de desgaste a lo largo de la frontera Israel-Líbano durante casi un año. Esa ambigüedad estratégica obligaba a Israel a jugar un juego basado en la paciencia, a menos que quisiera el Estado judío forzar una definición de la situación transformando la realidad en el terreno. Esto último parece haber sido la decisión del gobierno israelí cuando, a mediados de septiembre, definió agregar como uno de los objetivos de la guerra el regreso de sus docenas de miles de ciudadanos desplazados a sus hogares en el norte del país: la paciencia se había terminado, y la nueva realidad en Gaza (cuyo progreso está bloqueado, más por consideraciones políticas que militares) permitía y hasta motivaba enfocarse en el norte. En base a ese objetivo, comenzó a desviar tropas y recursos desde el sur hacia la frontera con el Líbano.
Las especulaciones sobre si esto implica el final o no de la tensión estarán necesariamente marcadas por la falta de certeza. Nasrallah fue la cara de Hezbollah durante 32 años, un período en el cual la organización tomó un lugar central en la política libanesa, intervino en la guerra civil siria, protagonizó la expansión de la influencia iraní en la región y protagonizó episodios que solidificaron en el Líbano el estatus tanto de Hezbollah como de Nasrallah personalmente, como la retirada israelí del año 2000 y la guerra del 2006 (que Hezbollah declaró como una victoria). Dada la sucesión de asesinatos de líderes de Hezbollah, no parece posible que la nueva cara de la agrupación esté cerca de contar con un currículum tan “ilustrado”. Pero sabemos que, en el caso más optimista, la organización todavía cuenta con docenas de miles de proyectiles y de combatientes, así como apoyo abrumador por parte de la comunidad shiita en el Líbano. Por estas horas, figuras vinculadas a Hezbollah, Irán y aliados se ocupan de aclarar que la estructura organizativa de Hamas está intacta a pesar de su decapitación -iniciada ya a fines de julio con el asesinato de Fuad Shukr, inmediatamente después de la masacre de Majdal Shams en el Golán-, y que la “resistencia” continuará sin grandes impedimentos. Es por eso que hoy se lanzaron al menos 40 proyectiles hacia Israel y que Irán anunció que enviará tropas en apoyo a su aliado, prometiendo que la meta de Nasrallah “se cumplirá con la liberación de Jerusalén”.
Error letal de Hezbollah. Israel: ¿victoria táctica o estratégica?
A pesar de estas amenazas rimbombantes, de lo que no hay dudas es que esto representa un golpe a la estrategia de Hezbollah y de Irán, y que ambos cometieron un error de cálculo al decidir iniciar la guerra de desgaste, pensando que Israel se vería presionado y buscaría en primer lugar evitar una escalada. Sea por confianza en el nivel de penetración dentro de las fuerzas de Hezbollah, sea por consideraciones de política interna que envalentonaron a un Netanyahu típicamente poco propenso a tomar riesgos, o por el motivo que fuese, Israel sorprendió a sus enemigos. Nasrallah cometió un error letal, pensando que Israel seguiría respetando entendimientos tácitos entre ambos y no llevaría el combate fuera de la frontera, sin darse cuenta de que, desde fines de julio, las reglas se habían transformado. Pero todavía no queda claro si Netanyahu puede tomar esta victoria táctica y convertirla en una estrategia a largo plazo que garantice un escenario de mayor seguridad y el regreso de más de 60.000 personas al norte. Sin garantizar el apaciguamiento de Hezbollah e Irán, las acciones de los últimos días pueden haber amplificado la fuerza de los halcones dentro de la República Islámica y haber desechado las aspiraciones discursivamente moderadas de su nuevo presidente, Masoud Pezeshkian. Si bien es temprano para saberlo, la muerte de civiles y el daño a la infraestructura civil dentro del Líbano conlleva el riesgo de consolidar a parte de la opinión pública del lado de Hezbollah e Irán, asumiendo que, aunque sea imposible derrotar a Israel militarmente, la violación de la soberanía libanesa es motivo suficiente para contribuir al desgaste israelí y apoyar de forma más contundente a Hamas. Si creemos las afirmaciones oficiales de la Casa Blanca, Israel puede nuevamente haber cruzado una línea roja establecida por Washington a 38 días de las elecciones presidenciales, provocando especulación sobre cuánta paciencia y apoyo Netanyahu puede esperar de EEUU si la situación sigue complicándose, particularmente si Kamala Harris resulta vencedora.
Sea cual sea el futuro de Hezbollah, la organización sólo necesita lanzar un par de cohetes al día para hacer que la vida en el norte de Israel sea inviable. Resta ahora por ver si la predisposición de Israel a acelerar el conflicto lleva a algún éxito en la estrategia diplomática impulsada por EEUU y Francia que, viendo frustrado su esfuerzo inicial por provocar un cese al fuego de tres semanas, pueden ahora encontrar renovadas fuerzas para evitar una crisis y obligar al Líbano a cumplir con la resolución del Consejo de Seguridad 1701, que estipulaba el abandono por parte de Hezbollah del territorio al sur de ese país. La distancia con la frontera haría que parte del arsenal de Hezbollah se volviese inútil, mientras que le dejaría mayor margen de operación a los sistemas de defensa aérea israelíes. La alternativa a esto sería la amenazada incursión terrestre israelí, que obligaría a las FDI a extender sus capacidades en dos frentes en ocupaciones sin tiempos ni metas claras a la vista. Por estos días se habla de la posibilidad de implementar un cordón sanitario por la fuerza, pero algo así requeriría de presencia militar israelí permanente, deshaciendo la retirada israelí del Líbano del 2000 -lo cual profundizaría el aislamiento internacional de Israel, daría fuerza a las acusaciones de expansionismo desenfrenado sionista y podría tener un alto costo humano- o un acuerdo diplomático que permita robustecer a UNIFIL, las fuerzas de mantenimiento de la paz de la ONU en la región.
Irán en la encrucijada
Queda entonces abierta la pregunta de si Hezbollah se encuentra en riesgo de desaparecer o no. Incluso si pensamos que el riesgo existe, no será inmediato. ¿Dónde queda entonces Irán frente a esta realidad? Durante el último año, Irán fue criticado por Hamas -e informalmente, también por figuras ligadas a Hezbollah- por no defender a sus proxies, o fuerzas delegadas, que se exponen en la línea de combate contra Israel. La primera respuesta de Irán frente a Hamas (afirmando que no había sido consultado de la masacre del 7 de octubre, y que -por lo tanto- no estaba obligado a colaborar y correr riesgos) ya daba la pauta de una estrategia que hasta ahora venía produciendo considerables éxitos: llevar adelante una guerra en múltiples frentes contra Israel sin poner en riesgo una sola vida iraní. Pero Hezbollah no es Hamas: es la joya de la corona en la presencia iraní fuera de sus propias fronteras. El mensaje que Irán transmitiría frente a sus propios aliados si abandona a Hezbollah a su suerte es potencialmente de enormes consecuencias para la red de alianzas que pudo tejer durante la última década y media. En ese contexto, el riesgo para Hezbollah es mucho más propenso de convertirse en riesgo para Irán, y no sabemos si la política iraní en esta nueva realidad puede transformarse en una de mayor agresividad.
Por último, no debemos olvidar que esta nueva situación puede impactar la realidad en Gaza. Ahí, donde Hamas parece haberse visto reducido por ahora a una fuerza de guerrillas más que el ejército irregular que supo ser, hace tiempo no se ve progreso ni en las conversaciones sobre un posible cese al fuego ni una propuesta de un nuevo orden político en Gaza si Hamas permanece fuera de las estructuras de poder. Luego de semanas de supuesta falta de respuesta por parte de Hamas en las conversaciones sobre la liberación de los 101 secuestrados todavía en Gaza y un cese al fuego (que, como explicamos en otra nota presente en este número, han sufrido numerosas transformaciones durante los últimos meses) Hamas indudablemente espera que este nuevo escenario le ofrezca el oxígeno que necesita para reorganizarse y obligar a Israel a aceptar condiciones desfavorables, postergando todavía más cualquier acuerdo posible. La guerra contra Hezbollah, apoyada como necesidad existencial para una mayoría de los israelíes, así como las victorias tácticas de los últimos días a través de los operativos militares y los asesinatos de miembros de la primera plana de Hezbollah, le dieron a Netanyahu un respiro temporal en el frente interno. Pero en el ejército ya advirtieron: si los secuestrados no regresan ahora, en el futuro cercano puede ya no quedar nadie vivo para que regrese a su hogar.