A un año del fatídico 7/10, fuera y dentro de Israel se continúa comparándolo con otras masacres y guerras en el mundo. Aquellos que solo ven crímenes de guerra en Gaza acusan a Tzahal de genocidio premeditado, silenciando la estrategia de combate de Hamas de usar a la población civil de escudo protector. Un indignado periodista británico acusa a los medios de comunicación occidentales (incluida la BBC) de “evitar el término ‘genocidio’ para describir la destrucción desatada en Gaza por Israel”. Jonathan Cook protesta que los periodistas prefieren enmarcar lo que sucede “como una crisis humanitaria a fin de arrojarnos arena a los ojos y sugerir que Israel es, en realidad, la víctima, ocultando su responsabilidad por haber creado la crisis” (“How the war on Gaza exposed Israeli and western fascism”, Middle East Eye, 13/9/24).
Pero quienes acusan a Israel de genocidio consideran que sus 1400 masacrados y los 245 secuestrados el sábado negro de Simjat Tora ya habrían sido totalmente amortizados: basan su exoneración en la letal contabilidad de los 42 mil gazaties muertos durante la destrucción de viviendas, hospitales y escuelas con la devastadora invasión de Tzahal
En realidad, la mayoría de quienes piensan así simulan ideológicamente ser los nuevos negacionistas de las víctimas judías del terrorismo de Hamas. Porque semejante a los negacionistas de la Shoah, ahora sus émulos gazatíes niegan (o minimizan) el designio genocida de los masacradores el 7 de octubre, procurando condonar el Jihad irredentista como una pretendida legítima defensa contra el colonialismo israelí.
Estos nuevos negacionistas han decidido exonerar desde el mismo 7 de octubre el asalto genocida del Hamas invocando el deber de memoria, que obligaría prescindir del juicio moral, a fin de “contextualizar” su violencia criminal contra el “colonialismo de asentamiento” sionista. Similar a los antiguos negacionistas, los nuevos procuran culpar a los sionistas de haber ‘provocado’ su propio genocidio y así obtener rédito político de exhibirse como víctimas.
Durante todo el año en Israel se ha consagrado un consenso casi total de que el Yahrzeit del 7/10 en memoria de kibutznikim y moshavnikim masacrados frente a Gaza es mandato de duelo nacional que prolonga y actualiza el deber de memoria de la Shoah.
Ahora bien: personalmente no comparto tal continuo histórico que propone remontar rememorando el 7/10 dentro del legado de la Shoah y, además, homologar a los terroristas palestinos a los nazis alemanes. Opto por rastrear en la genealogía del terrorismo palestino, contextualizado en el prolongado conflicto histórico con el sionismo y el Estado de Israel, en lugar de ver en la masacre de Simjat Tora una prolongación del destino trágico del pueblo judío en la diáspora.
Una genealogía aproximativa de los carniceros del Hamas podría concatenarse de cierto modo con aquellos palestinos que asesinaron despiadadamente el 12 y 13 de mayo 1948 a judíos del kibutz Kfar Etzioni, además de matar a combatientes de la Haganá. Pese a enormes diferencias históricas y cantidad de víctimas, -1200 israelíes el 7/10 frente a los 127 en 1948 (incluso quienes se rindieron y muertos en combate- es tentador comparar perversiones y la sed de venganza palestina. El primer crimen colectivo tuvo lugar en vísperas de la creación del Estado de Israel, mientras que el segundo, 75 años después. Fueron asesinados ancianos, adultos y niños: tanto en Kfar Etzioni, kibutz fundado en 1943 a 2 km al oeste de la carretera entre Jerusalén y Hebrón, como también en los kibutzim frente a Gaza. A diferencia de la mayor población de los kibutzim masacrada en el Neguev noroccidental, en Gush Etzion vivían 163 adultos y 50 niños, muy próximo a otros tres kibutzim establecidos en 1945-1947. Obviamente, el contexto histórico de sendas matanzas difiere completamente; la violencia en Gush Etzion culminaba la guerra civil que precedió a la primera guerra árabe israelí que duró 15 meses después de creado el Estado judío; y el 7/10/23 culminó las 5 guerras Israel-Hamas durante 15 años de asedio por tierra, aire y mar a Gaza. Pero a diferencia de permanentes ataques de guerra santa (Jihad) del Hamas contra la población civil en el Neguev, las relaciones de vecindad hasta noviembre de 1947 entre aldeanos musulmanes palestinos en Gush Etzion y kibutzinikim eran buenas: hasta se invitaban a las bodas.

De acuerdo con una versión, el principal grupo de 50 defensores kibutznikim de Gush Etzion fue rodeado por un gran número de aldeanos palestinos, que les gritaban bramando, ¡Deir Yassin!, la aldea palestina masacrada semanas antes por el Irgun y Lehi, en abril de 1948. Los judíos recibieron orden de sentarse, levantarse y sentarse de nuevo, cuando de repente alguien abrió fuego de ametralladora y todos los otros se abalanzaron y los asesinaron. Los que no murieron inmediatamente trataron de huir, pero fueron perseguidos. De acuerdo con el historiador Meron Benvenisti, granadas de mano fueron arrojadas a un sótano, matando a un grupo de 50 judíos escondidos y el edificio fue volado. Según otras fuentes, murieron 20 mujeres escondidas en una bodega, además de 127 combatientes israelíes asesinados el último día (Benvenisti, Meron (2000). Sacred Landscape: The Buried History of the Holy Land since 1948. p. 116.; Gruber, Ruth (1968). Israel on the seventh day, pp. 30, “Twenty women who had hidden in a cellar were massacred by Arabs with hand grenades”; Ohana, David (2012), The Origins of Israeli Mythology: Neither Canaanites Nor Crusaders,. p. 104).
Es necesario recordar que la a masacre en Gush Etzion no fue encendida por el odio religioso del Jyhad sino perpetrada por odio nacionalista, la vieja disputa sobre la misma tierra entre ambos movimientos nacionales palestinos y sionistas. Una diferencia medular que ayuda a entender el nacionalismo laico anti israelí de FATAH, creado en octubre de 1959 y principal fuerza de la OLP desde 1964, respecto al irredentismo religioso del Movimiento de Resistencia Islámico HAMAS fundado en 1987.
Además, hay que recordar el disparador que impulsó la matanza a mansalva en Gush Etzion fue la sed de venganza en mayo 1948 por la masacre perpetrada conjuntamente un mes antes por el Irgun y el Lehi, asesinando a 140 aldeanos en Deir Yassin, incluidos mujeres, ancianos, niños y prisioneros.
En un escenario completamente diferente, veinte años después (marzo 1968), Al Fatah denominará “resistencia nacional” a su primer bautismo de fuego en la batalla de Karameh, represalia de Tzahal por el atentado contra un autobús escolar que dejó numerosos heridos. Repelida la represalia por milicianos palestinos y jordanos, Israel confrontó entonces su primera derrota bélica desde la proclamación del Estado en 1948.
A diferencia de Al Fatah, Hamas desde su fundación juró combatir a muerte a Israel por un mandato religioso islámico, no solo nacional. No sorprende, pues, que el comandante de las Brigadas de Ezzeldin Al-Qassam, Mohamed Deif, afirmara que el ataque del 7/10, llamado Operación Inundación de Al-Aqsa,. se ejecutó en respuesta a la «profanación de la mezquita de Al-Aqsa; más aún, llamó a los palestinos y árabes israelíes a “expulsar a los ocupantes y demoler los muros”.Otro líder de alto rango Saleh al-Arouri, comunicó que la Operación del Hamas era en respuesta “a los crímenes de la ocupación”, y que estaba destinada a defender la mezquita de Al-Aqsa.
¿Irredentismo mesiánico, limpieza étnica o fascismo kahanista?
La Guerra de los 6 Días marcó el comienzo de la legitimidad del proyecto de asentamientos judíos en Eretz Israel, nominación bíblica con que primero el Laborismo y el Likud después, ocultaban la naturaleza de territorios ocupados. El propósito compartido era histórico y religioso: camuflar los derechos de la victoria militar; de manera diferente, la humillante derrota israelí de no impedir el 7/10 legitimaba a la coalición de ultra derecha la devastación de una guerra justa en Gaza, y camuflaba el derecho a la limpieza étnica desembozada. No sorprende absolutamente que sea el ministro de Seguridad Nacional, el kahanista Ben Gvir, quien proclamara como vocero de la coalición, sin objeción alguna del primer ministro Netanyahu, el derecho a la limpieza étnica, tanto en Gaza como en Líbano. “Si lo queremos podemos renovar los asentamientos en Gaza”, dijo. “Lo que hemos aprendido este año es que todo está en nuestras manos”, alardeó Ben Gvir.
El jefe del partido kahanista Poder Judío no se pavoneaba como el matón acostumbrado a provocar en barrios árabes de ciudades israelíes. La jactancia del ministro de Seguridad Nacional era compartida no solo por toda la coalición de ultra derecha: hasta sectores de la oposición percibieron que además de la vanagloria de Ben Gvir, el líder fascista se daba cuenta sobre cambios importantes en la sensibilidad popular de la sociedad israelí. Identificaba lo que consideró el mayor legado del ataque terrorista de Hamas. Después de alardear: “Somos los dueños de esta tierra”, inmediatamente reflexionaba: “Sí, vivimos una terrible catástrofe el 7 de octubre. Pero lo que tenemos que entender, un año después, es que muchos israelíes han cambiado su forma de pensar. Han cambiado su mentalidad. Entienden que cuando Israel actúa como los legítimos dueños de esta tierra, esto es lo que trae resultados” ( Ishaan Tharoor, “Is Israel carrying out de facto ethnic cleansing?”, The Washington Post, 25/10/24).
El matón kahanista en la coalición populista de derecha radical, ultra ortodoxa y sionista religiosa, percibe complacido un reciente fenómeno peligroso de la sociedad civil; el poderoso ministro de Seguridad Nacional se ufana de que “la mentalidad” de la gente común haya aceptado sin cuestionar la crueldad y violación de derechos humanos durante la represión de Tzahal; a ojos suyos, el enemigo no solo es Hamas sino todos los gazaties, tampoco solamente Hezboláh en Líbano, “donde Israel está haciendo lo que quería”.

Ben Gvir festeja jubiloso tal “cambio de mentalidad” entre amplios sectores de la sociedad civil israelí; pero afortunadamente, ese mismo “cambio de mentalidad” es deplorado por sectores progresistas cuando comprueban que la guerra de venganza de Tzahal corroe y desfigura el cuerpo cívico de la ciudadanía hebrea; todos ellos tienen la honradez ética de denunciar con nombre y apellido al fascismo israelí. Son un puñado de valientes intelectuales lucidos quienes desde la esquina de enfrente resisten el asalto inmoral y mesiánico contra los valores liberales de la democracia del Estado judío y fundamentales normas del derecho humanitario internacional.
Dos distinguidos historiadores israelíes, -David Ohana y Oded Heilbronner- indignados el Día de Jerusalén por los atropellos contra palestinos del este en la Ciudad Vieja, recuerdan sin vacilar a las juventudes hitlerianas: “El sonido de los zapatos de los matones en los callejones de la Ciudad Vieja el Día de Jerusalén en la semana pasada recordó el sonido de las marchas de las SA y de los años 20 y 30 en Alemania. Tal como era entonces, cuando los militantes de camisas pardas atacaban violentamente cualquier tienda judía o comunista, así es ahora, cuando los camisas amarillas -discípulos tontos de su líder matón con un pasado criminal que ahora tiene toda una fuerza policial bajo su control- golpean, patean e insultan a árabes y periodistas (“Israel está al borde del fascismo. ¿Cruzará el umbral?”, Haaretz, 24/6/2024).
Indudablemente quien más mordazmente denuncia el fascismo a la israelí sigue siendo el lúcido periodista y escritor B. Michael, valiente columnista de los martes en Haaretz.
En primer lugar, Michael no tiene pelos en la lengua para llamar por su nombre a la enfermedad que gangrena el cuerpo social de Israel: “Israel está enfermo. Es tiempo de preocuparse, de temer y prepararse. Está permitido perder la esperanza, pero en ningún caso se debe renunciar al pesimismo creativo, pragmático y realista, que impulsa los reflejos de supervivencia”.
“La enfermedad de Israel se llama ‘fascismo’. A veces también se puede hablar de ‘nazismo’, que es la versión genética del fascismo. De esta enfermedad solo se escapa en la catástrofe. En el desastre, en un baño de sangre o en la desintegración. Que lo testifiquen Alemania, Japón, Italia… y también la destrucción del Segundo Templo, Bar Kojba y Rabí Akiva”.
“El fascismo es una especie de gangrena social y moral, Durante muchos años se incubó latente, como una infección, hasta que estalló con toda su fuerza. Un catalizador fuerte fue sin duda ese ingenioso y desafortunado proyecto llamado ‘el proyecto de los asentamientos’ (…) Para entender cuánto ya se ha propagado en nosotros la enfermedad del fascismo, basta con ver a un líder fascista anunciando con indiferencia infrahumana el abandono de decenas de personas a la muerte y al sufrimiento para sobrevivir en su trono” (B. Michael, “Solo sin optimismo, por favor”, Haaretz, 15/10/24).
En segundo lugar, a diferencia de los trasplantes mecanicistas del fascismo por tantos desconocedores de la historia del fundamentalismo islámico y judío, Michael disecciona comparativamente con sarcasmo los cuerpos enfermos por la ocupación militar del sionismo religioso y los del islamismo chiita de Hezboláh en Líbano y del Hamas sunita en Gaza.
El punzante bromista Michael trasforma a fundamentalistas enemigos en tres hermanos que “hablan en nombre de Dios”, pero que en realidad “emiten una voz de idolatría, fundamentalismo y nacionalismo que ellos ponen en boca de sus dioses”.
Leamos in extenso su sarcástica parodia provocativamente titulada: “Los hermanos judíos de los Hermanos Musulmanes”.
“Son tan similares que incluso la primera letra de sus nombres es la misma, la letra hebrea “jet”: Jamás, Hezbolah, y Jardal (judíos ultra ortodoxos sionistas religiosos). Las J-J-J no tienen ninguna gracia. De hecho, las tres tienen un mismo padre: “la ocupación”. Papá Ocupación. Bajo su tutela nacieron, crecieron y aprendieron a sembrar maldad y muerte.
El hermano mayor es el hermano Jardal. Ya en 1967, segundos después que se completara la derrota árabe en la Guerra de los Seis Días, germinaron sus primeras semillas. En pocos años, creció y floreció, convirtiéndose en un monstruo hambriento y cruel. En 1982 se unió el hermano Hezbolah, y en 1986 llegó el hermano Hamas. También ellos son hijos de Papá Ocupación. Para sorpresa de todos, cuando nació el hermano menor, el Estado de Israel lo apoyó con satisfacción para no negociar con la OLP.
“Los hermanos son prácticamente gemelos idénticos: los tres aspiran a un estado religioso loco, desde el mar hasta el río Jordán (por lo menos); los tres aman la violencia; los tres son embaucadores y demagogos. Y si hablar de genocidio e incitar al asesinato masivo fuera motivo de acusación penal (como debería serlo), los tres, junto con sus ayudantes y propagadores de su mensaje, habrían sido encarcelados hace mucho tiempo” (B. Michael, “Los hermanos judíos de los Hermanos Musulmanes”, Haaretz, 1/10/2024).
Censura y autocensura: los crímenes de guerra perpetrados en Gaza
Al cabo de un año de la guerra en Gaza, recién aparecen las más punzantes reflexiones y mea culpas de algunos intelectuales que han decidido romper el silencio de los medios sobre crímenes de guerra perpetrados por Tzahal.

Guidon Levy es el único periodista que desde el comienzo mismo de la guerra denuncia solitario las víctimas inocentes: niños, ancianos y mujeres gazaties, rechazando la explicación del vocero de Tzahal que resultarían “inevitables daños colaterales” porque Hamas los usa de escudos humanos. El título que eligió Levy hace una provocativa pregunta que cierra su más reciente nota, escrita luego que fuera liquidado el terrorista mentor del 7/10: “El satánico Sinwar: ¿y nosotros?”, (Haaretz,20/10/24; véase la lúcida carta de lector de Miki Gur a propósito de la nota de Levy, “Israel aislada. Basta de guerra”, Haaretz, 27/10/24).
Las reflexiones de dos intelectuales mujeres sobresalen entre quienes instan a romper el silencio por los crímenes de guerra en Gaza, exigiendo poner fin a la guerra para poder canjear a los rehenes.
En el último artículo titulado, “Israelis, Indifferent to Gaza’s Destruction, Are Overloading on October” (Haaretz, 25 de octubre de 2024) la periodista y escritora Carolina Landsmann comienza parodiando el cinismo de algunos israelíes: “‘Así es la guerra’, dicen quienes buscan excusas para explicar las matanzas en Gaza, los ataques generalizados contra mujeres, niños y ancianos y la absoluta devastación. Al igual que el concepto de ‘contexto’, la expresión ‘así es la guerra’ es un privilegio reservado únicamente a Israel. Cualquiera que se atreva a comentar los actos cometidos por Hamas el 7 de octubre y decir, ‘así es la guerra’, será vilipendiado como nada menos que un traidor”.
Lanzmann también sale al cruce de la victimización del discurso de entrevistadores televisivos, pero que contrasta con la valentía de las respuestas dadas por mujeres mayores liberadas del cautiverio: “Aunque los israelíes son indiferentes a la destrucción de Gaza, se ven constantemente y repetidamente inmersos en testimonios que dan fe de su condición de víctimas. Pero las propias víctimas están demostrando en realidad una resistencia admirable. Las mujeres mayores que regresaron del cautiverio de Hamas se mantienen más erguidas que los presentadores de noticias en los estudios de TV que las entrevistan. Es imposible ignorar la voluntad de la sociedad judía de entregarse a la posición de víctima. Israel ha estado funcionando durante más de un año al modo del Día de Rememoración del Holocausto. Las fotos y testimonios del 7 de octubre han sustituido al banco de imágenes de los campos y los testimonios de los sobrevivientes del Holocausto. Llevamos más de un año llorando sin parar. Nos hemos vuelto adictos a las descripciones de lo que hicieron, de lo que casi hicieron, de lo que quisieron o podrían haber hecho a nuestras rehenes femeninas (nuestra imaginación es indiferente a tales distinciones)” (Haaretz, 25/10/24, op. cit.).
Por su parte Maya Rosenfeld escribe que llegó la hora de levantar el tabú que hizo callar a los israelíes desde hace un año, y empezar a hablar sobre la violencia letal que inflige Tzahal a la población civil, además de la destrucción de la infraestructura poblacional de Gaza. La socióloga del Instituto H. Truman rechaza el pretexto oficial de que toda la responsabilidad social y criminal por la devastación física y humana del enclave recae exclusivamente sobre la organización terrorista del Hamas. Además, se niega a llamar “guerra de defensa” a la invasión de Tzahal en Gaza, carácter que tuvo solo en los primeros días después del 7/10 (Maia Rosenfeld, “¿Cómo y cuándo será levantado el tabú sobre la mortandad masiva de los habitantes en Gaza?”, Haaretz, 25/19/24).
También Michael niega la supuesta índole defensiva de la invasión a Gaza y, en cambio, la denuncia como una guerra sin objetivos precisos, al servicio político de dominar a la población civil israelí: “Porque es mucho más fácil gobernar un país en guerra. Entonces, todo se transforma en sumamente sagrado. Prohibido. Secreto. ‘No ahora’. ‘Solo cuando termine’. Pero nunca terminará. La guerra es nuestra vida. No tenemos existencia sin ella” (B. Michael, “La guerra no es una herramienta para lograr un objetivo, la guerra es el objetivo”, Haaretz 16/7/24).
Posdata
A un año de la masacre del 7/10, pareciera que muchísimos judíos en Israel habrían caído prisioneros del lugar de la víctima galutica, pero simultánea y paranoicamente se asumen sin complejos como inclementes goyim vengativos. Ellos confían que el primer Yahrzeit del shabat negro de Simjat Tora ya fue introducido como una efemérides ritual del calendario memorioso de la Shoah. Sin embargo, muy pocos israelíes se preguntan cómo el superyó judío en su faz simbólica es capaz de aceptar sin más, que la guerra de venganza los haya degradado al extremo de renunciar a la compasión humana y a la angustia moral por la muerte de miles de niños y ancianos inocentes gazatíes.
El abandono del gobierno de ultraderecha de los rehenes y su rechazo a poner fin a la guerra “hasta la victoria total”, pareciera culminar ominosamente la disolución del superyó ético judío en el espacio público israelí; peor aún: exonera a la conciencia privada del ciudadano por aceptar la hybris del punto cero, que hace tábula rasa el ADN liberal israelí para solo gritar venganza junto a la masa indiferenciada.
Si pensar lo judío como síntoma del malestar en la cultura marcaba una diferencia que se resistía a desaparecer en la modernidad, ¿no será que pensar lo israelí después del 7/10 permitiría repensar al Estado de Israel otra vez como la judía excluida con su excrecencia en el concierto de las naciones?.