Naim Qassem es uno de los padres fundadores de Hezbolá. Fue lugarteniente del líder de Hezbolá, Abbas al-Musawi, y de su sucesor, Hassan Nasrallah, pero nunca fue candidato al puesto más alto. Pero ahora es el secretario general; después de todo, no quedaba nadie que pudiera competir con él.
«Es una persona sin química ni carisma que ahora tendrá que hacer uso de todos sus conocimientos científicos para construir un nuevo compuesto químico para Hezbolá», escribió alguien en el sitio web libanés Daraj, haciendo referencia a los títulos en química de Qassem. Esta semana, varios periódicos libaneses simplemente lo llamaron «el químico».
Como lo expresó un periodista en el sitio web libanés Al-Mudun: «Al igual que en sus discursos, Qassem es conocido por sus posiciones y palabras mesuradas, por ser científicamente sistemático. Evita la improvisación o las declaraciones grandilocuentes y no juega con las emociones de los seguidores de Hezbolá. Su experiencia como profesor de química en la escuela secundaria le da una ventaja en la gestión administrativa minuciosa, basándose primero en la razón y sólo después en las emociones».
Qassem es un educador y pensador religioso sin experiencia militar, pero conoce bien el laberinto de la política libanesa. Ahora tiene que afrontar dos problemas urgentes: reconstruir la organización militar y políticamente y orientar el rumbo de Hezbolá entre las ruinas que dejó su predecesor, Nasrallah, a quien Israel mató en septiembre.
Son enormes desafíos para alguien que nunca fue ni siquiera la tercera opción para liderar. Tendrá que hacer algo más que llenar una hoja de Excel con los nombres de los nuevos comandantes en todos los niveles y consolidar su posición como líder de esos comandantes.
Tendrá que defender la posición de Hezbolá como la organización que en su día detentó la mayoría de los resortes del poder en el Líbano. El grupo era el activo clave de Irán, el planificador y coordinador del «anillo de fuego» en torno a Israel. Hezbolá e Irán necesitan ahora una nueva estrategia, algo que no habían planeado cuando la organización se unió a una guerra que creó un vínculo entre Gaza y el Líbano, un concepto estratégico que ahora está en ruinas.
En la actualidad, el Líbano es básicamente un frente separado, en el que Hezbolá lucha por su existencia y por la del propio Estado libanés. Ya el 8 de octubre de este año, diez días después de la muerte de Nasrallah y dos semanas antes de que Qassem asumiera el poder, éste anunció un cambio en la posición de la organización siguiendo instrucciones de Irán.
«Apoyamos las iniciativas diplomáticas del presidente del Parlamento, Nabih Berri, encaminadas a lograr un alto el fuego», afirmó Qassem. Berri es el representante de Hezbolá en las conversaciones con los mediadores.
Qassem no explicó si el alto el fuego se refería también a Gaza, pero sus palabras no dejaron lugar a dudas. «Todos los detalles se discutirán sólo después de un alto el fuego… No estamos rogando por uno», dijo. «Sepan que esta guerra es sobre quién grita primero, y no gritaremos sino que continuaremos luchando y haciendo sacrificios».
Esta semana, al pronunciar su primer discurso como secretario general, Qassem reiteró su postura. «Si Israel decide que quiere un alto el fuego, lo aceptaremos, pero sólo en las condiciones que consideremos adecuadas», dijo. «No rogaremos por un alto el fuego… El pilar principal de cualquier negociación es un alto el fuego; discutiremos los detalles sólo después de que se logre. Por ahora, no hay nada sobre la mesa». Ni siquiera mencionó a Gaza.
Qassem se comporta como Nasrallah cuando se le pide su opinión sobre los planes presentados por el enviado especial de Estados Unidos, Amos Hochstein, y su homólogo francés, Jean-Yves Le Drian. «No conozco ningún plan y no voy a discutir ningún plan hasta que termine la guerra en Gaza», decía Nasrallah. Pero, al igual que su predecesor, Qassem está familiarizado con los detalles de los planes presentados a los líderes del Líbano, incluido lo que Israel llama un borrador de acuerdo de alto el fuego.
El borrador refleja las demandas básicas de Israel, pero aún no está claro si Beirut las aceptará y si Hezbolá e Irán brindarán apoyo. El jefe del gobierno provisional del Líbano, Najib Mikati, rebosaba optimismo hace unos días, incluso se mostró entusiasta al declarar que «podríamos alcanzar un alto el fuego en cuestión de horas o días».

¿Es esto posible? Tal vez, aunque mientras tanto no está claro si Israel se retractará de su exigencia de que las negociaciones se celebren antes de un alto el fuego. Incluso si Israel acepta un alto el fuego al comienzo de las negociaciones, el borrador incluye una serie de obstáculos que podrían obstaculizar el proceso incluso antes de que comiencen las conversaciones formales.
El primer gran problema radica en la exigencia de que Israel pueda realizar vigilancia aérea sobre el Líbano y enviar su ejército a la frontera cada vez que identifique un riesgo para su seguridad, en parte porque el ejército del Líbano y la FPNUL, la fuerza de paz de la ONU, no tomaron medidas.
El Líbano interpreta esta cláusula como una violación de su soberanía, ya que da a Israel permiso, ilimitado en el tiempo, para operar en suelo libanés, eliminando básicamente la autoridad del gobierno y del ejército para garantizar la seguridad en el sur.
Durante toda la guerra, el gobierno del Líbano y Berri, que todavía representa a Hezbolá, han hablado de la «plena implementación de la Resolución 1701 del Consejo de Seguridad», sin modificaciones ni una expansión de la autoridad de la FPNUL, y ciertamente no del ejército israelí.
Francia y Estados Unidos mantienen posiciones diferentes. Washington apoya la ampliación del mandato de la FPNUL y la autorización a Israel para realizar misiones de vigilancia aérea que contribuyan a la aplicación del acuerdo. Israel también estaría autorizado a emprender acciones militares en caso de que se violara el acuerdo, si el ejército libanés o la FPNUL no lo aplicaran. Francia insiste en que se aplique con precisión la Resolución 1701, pues considera que cualquier cambio podría perjudicar las posibilidades de un alto el fuego.
El hecho de aceptar operaciones terrestres o aéreas israelíes en el Líbano deja al gobierno atrapado en un laberinto constitucional no menos complicado que la cuestión de su capacidad para hacer cumplir el acuerdo. El gabinete de Mikati es un gobierno interino cuya autoridad está restringida por la Constitución a las necesidades de funcionamiento del Estado.
Los opositores a un acuerdo que conceda a Israel libertad de acción podrían alegar que el actual gobierno no tiene autoridad para firmar un acuerdo que le dé a Israel esa libertad de acción. Incluso si el Líbano tuviera un gobierno permanente, tendría que presentar el acuerdo al Parlamento, que está encabezado por Berri e incluye a miembros de Hezbolá.
Puede que el Líbano no sea un estado de derecho ejemplar que respete todas las cláusulas de su constitución, pero si el Parlamento permite al enemigo actuar libremente en su territorio, el acuerdo podría terminar en el tribunal constitucional.
Más allá de la cuestión constitucional, el gobierno del Líbano se enfrentará al desafío de dar la impresión de que traiciona el interés nacional. Después de todo, como lo ven los comentaristas libaneses, después del gran logro de Hezbolá al obligar a Israel a retirarse en 2000, el país quedará expuesto al mismo enemigo.
No se trata de un obstáculo meramente teórico o psicológico: podría legitimar, al menos a ojos de Hezbolá, los intentos de frustrar un acuerdo.
Otro problema espinoso es el de la capacidad del ejército libanés para hacer cumplir el acuerdo, en especial las cláusulas que establecen el desmantelamiento de la infraestructura militar de Hezbolá no sólo en el sur, sino en todos los lugares donde el grupo tiene instalaciones de producción de misiles, bases y arsenales. El ejército también tendrá que impedir el contrabando de armas desde Siria. Algunas de estas cláusulas están incluidas en la Resolución 1701 y nunca se han aplicado.
En los 18 años transcurridos desde que el Consejo de Seguridad de la ONU redactó la resolución, dos presidentes y cinco primeros ministros que encabezan nueve gobiernos han servido en Beirut, así como tres jefes del ejército. El país tiene un gobierno teórico y un ejército en un mínimo histórico, lo que lo obliga a aceptar ayudas de Qatar y Estados Unidos para pagar a sus soldados. ¿Tiene entonces posibilidades de implementarse plenamente un acuerdo más complejo y exigente que la Resolución 1701?
Estados Unidos propone formas y fondos para aumentar en 6.000 los efectivos del ejército libanés y dotarlo de armas y vehículos blindados. Las propuestas que se debaten también buscan aumentar el personal y la autoridad de la FPNUL y formar un comité internacional junto con la fuerza internacional que denuncie cualquier infracción del acuerdo.
Pero no está claro cuáles serán los límites de las competencias de la FINUL, quién estará autorizado a enfrentarse a Hezbolá si viola el acuerdo en el sur y si el ejército podrá actuar contra las instalaciones de Hezbolá al norte del río Litani, que se encuentra a unos 30 kilómetros al norte de la frontera. Estas cuestiones preocupan a Jerusalén y a Washington, que se supone que debe garantizar el acuerdo. Pero la abundancia de exigencias de Israel podría tener un efecto inesperado en la seguridad.
El temor más profundo en el Líbano es que, incluso si las conversaciones con Israel concluyen con un acuerdo bien redactado, se abra un frente ruidoso entre Hezbolá y sus rivales internos, lo que podría desembocar en enfrentamientos violentos que socaven la capacidad del gobierno para controlar el Estado.
Un escenario de ese tipo beneficiaría a Hezbolá, que podría reconstruir su cadena de mando, y beneficiaría también a Irán, que podría aprovechar el caos para fortalecer su influencia y restablecer el estatus de Hezbolá como organización que controla la política del Líbano.
Foto de portada: Naim Qassem, uno de los padres fundadores de Hezbolá. y ahora secretario general.