De liberación nacional y de naturaleza popular el Movimiento Sionista es la expresión política orgánica del pueblo judío en marcha desde mediados del siglo XIX, en pos de la consecución de su anhelo dos veces milenario de autorrealización colectiva y concebido para liberarse de persecuciones y dominios externos.
El movimiento de masas que creó al Estado de Israel contra todo pronóstico, cristalizó la experiencia inmensurablemente diversa y trágica que las comunidades israelitas acumularon desde el primer embate de Asiria. Desde Cercano y Extremo Oriente al Mar del Norte, del Magreb y Etiopía a América del Sur, del Norte y el Caribe.
Germinó en la inmensa área dominada por el Imperio Zarista y desde allí se extendió rápidamente a los cuatro puntos cardinales, a medida que fue calando en la conciencia honda del único pueblo al que aún hoy, en plena tercera década del siglo XXI, se pretende negarle no ya el derecho a la autodeterminación sino a la mera existencia. No se condena ningún otro movimiento nacional, de derecha o izquierda. Solo al Sionismo. No se tolera la amenaza explícita de destrucción a un país que no sea Israel, ni el intento sistemático de aniquilar a otro pueblo que no sea el judío.
“Lo que sorprende del caso israelí no es que se le niegue el derecho a un territorio o a parte de él, sino que se le niega hasta el derecho de existir como nación”[1]. El filósofo español Juan Nuño reflexionaba esto en 1986, cuando el vector socialista en Israel ya había perdido la hegemonía a manos del mismo orden capitalista que acorralaba al ‘socialismo real’ en todo el mundo.
La creación y consolidación de Israel manifiestan la victoria del sionismo como movimiento nacional y popular de un pueblo que se emancipó de dependencias y superó quietismos, normalizando su vida y reuniendo a los miembros dispersos de su organismo a pesar de quienes lo injurian negándole su condición de pueblo.
Su realización garantizó su supervivencia, rejuveneciéndolo, y la tesis internacionalista que lo combatió con ferocidad fue refutada por los hechos. Según ésta, ‘la cuestión judía’ sería superada por el régimen de transición al socialismo. No se verificó. Furioso y artero el estalinismo arreció con nuevo antisemitismo: inventó el ‘antisionismo’. Y el socialismo fue superado por el capitalismo.
¿Está usted contenta de lo que en la actualidad es Israel?
Soy una mujer sincera. Le contestaré sinceramente. Como socialista, no; no puedo decir que Israel sea lo que soñaba. Como socialista hebrea que ha puesto siempre mucho énfasis en la componente hebrea de su socialismo, bueno: Israel es más de lo que pude imaginar.
Algunos quizá recordarán la pregunta de la periodista italiana Oriana Fallaci y la respuesta de la primera ministra Golda Meir en noviembre de 1972[2]. La hoy denostada dirigente laborista reflexionaba sobre la materialización del proceso histórico de su pueblo: “La realización del sionismo, en mi opinión, es parte del socialismo”, decía, afirmando la síntesis ideológica de la corriente política que vertebró y condujo el proceso de liberación nacional.
Tras 50 años se puede ver que la derrota del socialismo global fue la del sionismo socialista, fuerza directriz en la construcción de Israel. Es lo que celebra la derecha en el mundo: Israel potencia militar y liberalista, mientras que una izquierda, resentida, vocera del antisemitismo ‘antisionista’, proyecta su propia frustración en el sujeto histórico que sigue cumpliendo el rol de chivo emisario.
Las acusaciones de ocupante y régimen apartheid y genocida solo operan como acápite de difamaciones antiguas y modernas, toda vez que ninguna potencia global ni regional es repudiada por sus crímenes masivos en Europa, Cercano Oriente y Extremo Oriente, “categorizables” como masacres, genocidio o apartheid. La otrora Unión Soviética y la República Popular China testimonian lo que se achaca solo a Israel. Desde el Tibet y Sinkiang a Siria y Ucrania.
Meir explicaba a Fallaci: “La Rusia soviética no es pobre, no es ignorante; sin embargo, el pueblo no se atreve a hablar. Y aún existe el privilegio… En las Naciones Unidas nunca he recogido una diferencia entre los ministros de Asuntos Exteriores de los países socialistas y los ministros de Asuntos Exteriores de los países reaccionarios. Hace un año, absteniéndose del voto, incluso consiguieron hacer pasar una resolución que nos definía como criminales de guerra. Y les he dicho a mis colegas socialistas cuando les encontré en la Conferencia de Viena: ‘Tu país se abstuvo del voto. Por tanto yo soy criminal de guerra, ¿eh?’”[3].
Nuño concluyó a su vez: “En definitiva el fracaso del socialismo sionista en tanto socialismo se añade a la lista de tantos otros fracasos de esa ideología decimonónica. Así como el socialismo real de la Unión Soviética ha servido para probar la tesis trotskista del fracaso del socialismo en un solo país, el socialismo de museo y el folklore a que se han reducido los kibbutzim israelíes ha servido para subrayar la imposibilidad de levantar una empresa socialista en un mar de actividades no-socialistas”[4].
La por entonces ya veterana gobernante de Mapai-Avodá lo formulaba así 14 años antes: “Hay que admitir que existe una gran diferencia entre la ideología socialista y el socialismo en la práctica. Todos los partidos socialistas que han llegado al poder y han asumido la responsabilidad de un país, han tenido que descender a compromisos (…) Lo que yo imaginaba, el sueño de un mundo justo y unido en el socialismo, se ha ido a paseo. Los intereses nacionales han prevalecido sobre los internacionales (…) Esto empecé a comprenderlo durante la guerra de España. Había un montón de países con los socialistas en el poder. Pero no movieron un solo dedo por los socialistas españoles”[5].
Dialéctica del sionismo: el pueblo se salvó a sí mismo
La discusión teórico-doctrinaria sobre ‘la cuestión judía’ se saldó con creces a favor del sionismo en el tema decisivo: sobrevivió el pueblo afirmado en una esperanza de continuidad y redención. Se unificó, construyó su Estado, reinició la edificación de su destino y fortificó a la diáspora, que es incomparablemente más segura y fuerte que antes de la creación de Israel. Rememorarlo ilumina.
La derrota del proyecto socialista, la hegemonía conservadora y los agudos dilemas que aún tiene por superar Israel en su interior y en los conflictos externos son temas muy importantes, pero así es la vida de las naciones. Cada cual cuenta sus deudas y haberes. Hoy más que nunca conviene no perder la perspectiva histórica:
“En nuestras patrias, donde nosotros también vivimos ya desde hace siglos, somos tachados de extranjeros; a menudo por aquellos cuyas familias aún no habitaban en el país cuando nuestros antepasados ya sufrían allí. La mayoría puede decidir quién es, quién no es extranjero en un país: es cuestión de poder, como lo es todo en las relaciones entre los pueblos” [Herzl[6]].

“La calumnia de crimen ritual en Damasco, la posición antisemita de Francia en esa oportunidad y el surgimiento del antisemitismo ‘científico’ en Alemania, despejaron a muchos iluministas y algunos de ellos comenzaron a pensar en términos de renacimiento nacional (…) Los brotes que con el tiempo darán fruto en el Estado de Israel, nacieron casi simultáneamente en distintos países, en los más diversos círculos y en los aspectos más dispares” [Senderey[7]].
“La ola de pogroms en Rusia (1881) con las leyes antijudías ‘provisorias’ (1882) y el incremento del antisemitismo en Alemania, intensificaron el éxodo en Europa, y la gran mayoría de los emigrantes afluyó a los Estados Unidos de América. Los 250.000 judíos que había allí por el año 1880, habrán alcanzado al estallar la Primera Guerra Mundial en 1914, a los 3.000.000. Surgirán también algunas comunidades judías de importancia en algunos países de la América Latina, principalmente en la Argentina” [Senderey[8]].
El historiador Paul Johnson registró: “Clemenceau tuvo la idea de imprimirlo en la primera página (13 de enero de 1898) bajo el título ‘J´ACCUSE!’. Este fue el auténtico comienzo del caso Dreyfus. Cuatro días después estallaron disturbios antisemitas en Nantes, y se extendieron a Nancy, Rennes, Burdeos, Tournon, Montpellier, Marsella, Toulouse, Angers, El Havre, Orléans y muchas otras ciudades. En Francia se trató sencillamente de los estudiantes y la chusma que destruían los escaparates de las tiendas judías, pero en Argel los disturbios duraron cuatro días e incluyeron el saqueo de todo el distrito judío. Ninguno de los cabecillas fue detenido”[9].
“Ya durante la ocupación militar (n. del r.: británica) se produjo el primer pogrom en Jerusalén (Pesaj 1920). Vladimir Zabotinsky y el coronel Margolin, que organizaron la autodefensa judía, son condenados, el primero a prisión, el segundo a la pérdida de su rango en el ejército (…) También durante la administración de Herbert Samuel tuvo lugar un pogrom en Jaffa-Tel Aviv, el 1° de mayo de 1921; como consecuencia se suspendió provisoriamente y más tarde fue ‘regulada’ la inmigración judía al Hogar Nacional”[10].
El investigador inglés analizaba sobre el gran muftí Haji Amin al-Husaini: “Su principal meta era silenciar la moderación en la Palestina árabe, y lo consiguió por completo (…) Como ha observado bien el historiador Elie Kedourie, ‘los Husaini fueron quienes dirigieron la estrategia política de los palestinos hasta 1947, y quienes los condujeron a la ruina total’. La sombría realización del gran muftí fue abrir entre los dirigentes judíos y árabes un abismo que nunca ha sido salvado por completo”[11].
“El resultado cruel se pone en evidencia cuando se compara el número de judíos que vivían en Europa, antes de la Segunda Guerra Mundial y la cifra de los que quedaron después de ella.

[Senderey[12]]
“Los hechos de 1947-1948, que señalaron el nacimiento de Israel, también originaron el problema árabe-israelí, que se prolonga hasta hoy. Tiene dos aspectos principales, los refugiados y las fronteras, y más vale considerarlos por separado. De acuerdo con cifras de las Naciones Unidas, 656.000 habitantes árabes de la Palestina del mandato huyeron del territorio ocupado por los israelíes”[13].
“Por otra parte, estaban los judíos a quienes se inducía u obligaba a huir de los Estados árabes, en algunos de los cuales las comunidades judías habían existido durante 2.500 años. En 1945 había más de 500.000 judíos en el mundo árabe. Entre el comienzo de la guerra, el 15 de mayo de 1948, y finales de 1967, la gran mayoría tuvo que refugiarse en Israel: 252.642 de Marruecos, 13.118 de Argelia, 46.225 de Túnez, 34.265 de Libia, 37.867 de Egipto, 4.000 del Líbano, 4.500 de Siria, 3.912 de Adén, 124.647 de Iraq y 46.447 del Yemen. Con un total de 567.654 personas, los refugiados judíos de los países árabes no formaban, por lo tanto, un grupo sustancialmente menor que los refugiados árabes expulsados de Israel”[14].
[1] Juan Nuño, Sionismo, marxismo, antisemitismo – La cuestión judía revisitada, Monte Avila Editores, pág. 124.
[2] Oriana Fallaci, Entrevista con la historia, Editorial Noguer, 11ª edición, pág. 118.
[3] Fallaci, ibidem, pág. 120.
[4] Nuño, ibidem, pág. 115.
[5] Fallaci, ibidem, pág. 119.
[6] Teodoro Herzl, El Estado Judío, La Semana Publicaciones, Segunda Edición, pág. 31.
[7] Moisés Senderey, Breve Historia del Pueblo de Israel, Tomo II, Editorial Yehuda, pág. 374.
[8] Senderey, ibidem, pág. 354.
[9] Paul Johnson, Historia de los judíos, Javier Vergara Editor, pág. 392.
[10] Senderey, ibidem, pág. 384.
[11] Johnson, ibidem, pág. 443.
[12] Senderey, ibidem, pág. 344.
[13] Johnson, ibidem, pág. 530.
[14] Johnson, ibidem, pág. 531.