I- Lazos
La K.B.W. no es la sigla de un servicio de inteligencia, como a un lector desprevenido pudiera parecerle, aunque sí condensa un tipo de inteligencia peculiar al servicio de una modernidad pionera, que desde hace un siglo sigue interpelándonos. Es la Kulturwissenschaftliche Bibliotek Warburg, en la cual el espacio se conjuga con la técnica para proponer una revisión de las imágenes desde la Antigüedad, tal como su fundador, el investigador y coleccionista alemán Aby Moritz Warburg (1866-1929), la concibiera tras la Primera Guerra Mundial.
Warburg, «amburghese di cuore, ebreo di sangue, d’anima fiorentino», según su propia definición, se había abocado a la revisión de la supervivencia del (así llamado) paganismo en el Renacimiento, y de ese ímpetu fue hilvanándose una historia de vida, escrituras y obras tan desbordante como atípica.
El presente libro, que ahora necesariamente irá a sumarse a alguno de los anaqueles de la K.B.W., está escrito para lectores que ya abrazan la cosmovisión artística warburgiana. Su autor, el profesor Philippe Despoix, logra lo que se propone: una nueva mirada a ese tramo de historia intelectual que hoy tiene mucho para decirnos, puesto que se ocupa del derrotero de las imágenes y la memoria de las culturas, un destino que en la actualidad se ve múltiplemente amenazado.
La colección editorial a la que pertenece K.B.W., bajo el sello de la Universidad de Montreal, es la de Pensamiento alemán y europeo, cofundada por el sociólogo Guy Rocher y codirigida por el mismo Despoix y Augustin Simard. Es ésta la primera edición en América (en coedición con Les presses du réel) y la segunda del volumen, y sería de desear que se publicara también en castellano.
La primera edición, aparecida un año antes (2023) en Dijon, se había realizado dentro del marco de las percepciones de una colección dirigida por Emmanuel Alloa, que oportunamente se plantea “cuestionar las transformaciones en la historia de la sensibilidad y la lógica singular de sus dispositivos”, de cara al fenómeno de aceleración de imágenes que nos rodea y que ha logrado alterar nuestros hábitos perceptivos, considerando que tales mutaciones exigen “una reflexión sin precedentes sobre los poderes de lo visible” (Les presses du réel. Critique, théorie & documents – Perceptions).

Como el comparatista Despoix piensa sobre su propio trabajo, si algo ha caracterizado su producción (luego de su periplo de nacimiento y educación por 25 años en Francia, seguido de 15 años en Berlín y de su posterior arraigo en Canadá hasta el presente) es la tensión productiva entre su origen europeo y la puesta en contraste con una perspectiva americana, tanto para los marcos teóricos como para ciertos posicionamientos concretos. Es el período alemán el que direcciona y marca una impronta clave en su labor intelectual (donde no faltan sus investigaciones en torno del antisemitismo y el nazismo) y donde entra por primera vez en la verdadera inmersión del universo Warburg.
Despoix visitó la Argentina con motivo del Simposio Internacional organizado en 2019 por la Biblioteca Nacional, bajo la coordinación del medievalista Roberto Casazza, en torno a la figura y la obra de Warburg. En aquella ocasión pudimos gozar de algunas de sus pesquisas e interpretaciones y del foco de época sobre dos compañeros fundamentales para concebir el aporte extraordinario de Warburg y su biblioteca: Fritz Saxl y Gertrud Bing. Para tal evento y aniversario (90 años de la muerte de Aby Warburg) una excepcional exposición fue montada por el Museo Nacional de Bellas Artes, bajo la perspectiva exquisita de Emilio Burucúa: “Ninfas, Serpientes, Constelaciones: la teoría artística de Aby Warburg”. La misma irrumpe como referencia al final del libro que aquí comentamos, en tanto ejemplo de la dinámica de la investigación warburgiana contemporánea (cfr. pp. 329-330).
II- Desplazamientos
Como Theo y Vincent van Gogh y salvando las distancias patrimoniales, el historiador del arte, proveniente de un rico hogar de banqueros alemanes, dependió del vínculo familiar, fundamentalmente con su hermano Max, para poder desplegar una vocación casi inconmensurable. Precisamente en una carta a éste, de 1900, Aby reflexiona acerca de la relación entre capitalismo y producción intelectual como una buena amalgama, si el primero se pone al servicio de ella, como en su empresa.
Tan ambicioso como rupturista y tan lúcido como generoso, el proyecto de Warburg magnificó el detalle, montó la metonimia en el espacio, trazó puentes entre los tiempos y permitió el viaje a lo profundo de mundos ya centrales, ya postergados. Cual un magnánimo prestidigitador cultural, Warburg abrió un abanico de ideas y sensibilidades para jugar con múltiples intersecciones mediante formas creativas de sistematización, a fin de generar del caos de la memoria un nuevo cosmos, con otros hilos de Ariadna, desconocidos, y desde ese cosmos asomarse a la multiplicidad del nuevo caos que habría de sugerir un orden alternativo -aleatorio para viejas miradas y potente para ojos ávidos y espíritus inquietos-.
Es de esa desazón organizada y de esa pasión sin límites de lo que viene a dar cuenta el trabajo original y riguroso del Dr. Despoix, quien elige leerlo desde la teoría de las prácticas intermediales. De hecho, él concibe aquella biblioteca de Hamburgo y su colección como un «dispositivo plurimedial de conocimiento», un tipo inédito de investigación y expresión científica que llega a constituir un laboratorio de historia visual, en plena época de las vanguardias europeas.
Despoix nos ofrece una definición de su perspectiva de trabajo (p. 8), mostrando, contra las tradiciones críticas, todo lo que este libro no desea ser, y en cambio aquello a lo que se aventura según un marco teórico de las últimas décadas, que encontró albergue en la escuela de Montreal, el de la intermedialidad.
En la Babel intermedial, vamos de la biblioteca y la fototeca del siglo XX a la imagoteca del siglo XXI, de la experiencia física con los materiales capaces de reconstruir un ritual o una memoria, a la amenaza circundante de nuestro presente. De la utopía a la distopía, de la inteligencia sensible a la inteligencia artificial; de la materialidad como un reducto donde los cuerpos y los corpus se gozan, a la virtualidad como escenario donde las corporaciones se enriquecen. Los fragmentos también se yuxtaponen y se desplazan, se superponen y se convocan pero a su vez se desnaturalizan, perdiendo materia y dimensión (con múltiples paradojas). Allá, el éxtasis presencial y la fisicalidad sintiente del receptor; acá la espiralada conexión (y su contrario).
Cuando uno decide volver a Warburg en este año atomizado y tan poco promisorio, hay muchas piezas en juego: de lo posible a lo imposible montados sobre sus condiciones opuestas, una y otra vez, hasta el fin de los tiempos (que acaso se hallen próximos); del arte como un conjuro frente a la injusticia y restantes atrocidades del mundo; algo de todo eso, entre tantos elementos sobre la tabla. Hay acaso un desafío, cierta intervención en regresar a Warburg tras nuestros propios estragos y en medio de estas otras guerras que nos fustigan en el siglo XXI. O una interpelación a ética y estética para una tierra que, ya sin golpes de dados ni azares, rueda sin suerte hasta el precipicio de su aniquilación.
De pronto, ahí, asomándose como de entre los escombros de una ruina perpetua, puede percibirse el gesto desesperado de quien ama la historia y sobre todo la belleza, la diversidad y las arraigadas expresiones de lo humano en puja con su destino y subsistencia, en lucha con sus pasiones y arrebatos, en pos de su propio aliento agonizante, para retornar al soplo de la vida primigenia, el aire, el suspiro de asombro, el viento vital (ya ruaj, ya espíritu, santo o profano pero siempre emergente), ése que llega para sacudirnos y ponernos de pie frente al espejo del arte, contra las artimañas destructivas.
Es así, en ese constructo de lo elevado de un anhelo y una trayectoria, que Warburg (y tras sus huellas, Despoix) nos proponen un recorrido sin precedentes, una presencia estimada en los arrebatos de la búsqueda y el hallazgo, de la entrega morosa y el detalle, del Dios minúsculo y grandioso al interior de cada uno.

La «singularidad de la antropología visual de Warburg» parte de la reactivación, durante el Renacimiento italiano, de las figuras del antiguo paganismo y reconoce la función mnémica de la imagen en la historia de las culturas. Warburg, más célebre que leído (como Borges, quizás), es -según el autor de este estudio- sujeto de un «doble desplazamiento epistemológico», el cual grafica con un par de útiles vocablos franceses: «mouvement» y «mobilité», movimiento y movilidad.
Por su parte, el epígrafe del insoslayable Carlo Ginzburg, saltando desde Une machine à penser, de 2012, da vueltas como una rueda de molino en torno al engranaje del pensamiento, a esa maquinaria poderosa que se rodea y nos rodea: «An engine that helps you to think; an engine to think with, to think about».
La salpicada selección de las imágenes del libro también es para celebrar; desde la fotografía inicial del «espacio elíptico» de la biblioteca en 1927, hasta el exlibris para la colección de Franz Boll de 1925, que reza: «Per monstra ad sphaeram» («A través de los monstruos hasta la esfera»), el lector puede reponer e inferir algo de aquella obra legendaria y centenaria y hasta soñar con los ojos abiertos.
Por lo demás, conducido por Despoix, ese mismo lector puede reparar, por ejemplo, en el pasaje del monograma al logotipo de la Kulturwissenschaftliche Bibliotek Warburg (capítulo 2), o en la inacabada exposición de Mnemosyne (que va a abordar en el capítulo 7) en tanto espacio intermediario entre la biomorfía y la matematización. O detenerse en el particularmente significativo epílogo, con el análisis de «La ´última´ imagen» que presenta Mnemosyne, telegrafiada: el dirigible Graf Zeppelin y la estación de telefotografía dan la pauta de la modernidad que surca los cielos, acompañada por Marte como divinidad planetaria de las armas.
III- Constelaciones
¿Qué diría hoy aquel apasionado de Hamburgo? ¿Con qué constelaciones o planetas alumbraría la cúpula de hierro o los misiles; con cuáles dioses del panteón greco-romano echaría luz sobre los drones o se enfrentaría al hipersónico Oreshnik? En el inmenso espacio, todo estallaba de sentido para aquel observador sagaz. Y su seguidor trae la frase esclarecedora y desgarrada que ilumina hasta hoy: «En su lucha por una ligazón espiritualizada entre el hombre y su entorno, el pensamiento mítico y el pensamiento simbólico instauran el espacio como lugar de devoción o de pensamiento, espacio que la conexión eléctrica instantánea destruye, en tanto que una humanidad disciplinada no viene a poner un freno a su conciencia» (p. 339).
Sí, es otra lucha (Kampf) la de este judío alemán, una contienda por el reconocimiento de la ubicuidad como una cualidad mítica, según nos advierte Despoix.
En la disposición del espacio se quiebran las fronteras disciplinarias, generando un territorio de adyacencias y habilitando el archivo transversal, bajo los dominios de «imagen, orientación, palabra, acción», para un trabajo polifuncional, detrás del cual late la cosmología de Johannes Kepler.
De las religiones a la sociología, el historiador del arte que puja por una ciencia de la cultura, reconoce aquello que toca al destino humano, y el «espíritu del capitalismo» concebido por Max Weber le imprime su marca.
IV- La sangre del arte
En un capítulo fulgurante en lo que hace a la recuperación y repercusión del universo judío (el quinto), Despoix despliega las etapas y los lazos de la Biblioteca e Instituto Warburg, uniendo desde lo que va de la primera post-guerra mundial en Alemania, pasando por la República de Weimar (1918-1933), hasta llegar al ascenso del antisemitismo que precede y acompaña la irrupción del nacional-socialismo.
Si algo deja claro este ensayo de investigación es precisamente que la discriminación antisemita venía arrastrándose desde las décadas previas. En tal sentido, el nazismo no es el origen sino el resultado de aquel espíritu fatídico de una ideología del odio, aun cuando -como todos bien sabemos- Hitler y su partido lo llevan hasta las últimas consecuencias.
El círculo intelectual reunido en y por la K.B.W. hiló afinidades electivas (en el sentido de Goethe). Librar los libros del avance criminal del nazismo es su logro. Pues se trató de un verdadero grupo de excelencia que interpretó, acompañó, conjugó y asimismo completó y preservó el proyecto warburgiano; tuvieron la pasión y la voluntad necesarias para que este legado sin par se propulsara hasta hoy.
La visión del autor sobre ellos como una agrupación judía tácita echa luz sobre su alianza. Si la renombrada biblioteca realmente es una suerte de triunfo entre dos guerras mundiales, halla una verdadera cohesión entre sus miembros y funciona como resistencia.
Despoix nos recuerda cómo lo describe Gershom Sholem en sus remembranzas de la juventud, volcadas en su famoso libro De Berlín a Jerusalem (Von Berlin nach Jerusalem; Jugenderinnerungen), de 1977: “Ese círculo estaba […] casi exclusivamente constituido por judíos, cuya intensidad judaica oscilaba entre una simpatía moderada y un grado cero, e incluso inferior”. Y apoyándose en él afirma que, aunque Warburg era especialmente sensible hasta a las más mínimas expresiones de antisemitismo, jamás aquel círculo se definió por su condición judía y tampoco eran practicantes religiosos. Pero se dio el lugar, el tiempo, la biblioteca y la inteligencia, y ellos estaban ahí, juntos.

Warburg, Ernst Cassirer (1874-1945), Fritz Saxl (1890-1948), Gertrud Bing (1892-1964), Erwin Panofsky (1892-1968), Edgar Wind (1900-1971), Raymond Klibansky (1905-2005), conformaban un grupo de eruditos judíos.
Según esta propuesta revisionista, la emergencia de una comunidad académica judía, en cuyo seno se conjugó las más sólida erudición filosófica, filológica, literaria, histórica (fundamentalmente de historia del arte) e incluso científica, nada tendría de azaroso. Frente a la exclusión casi absoluta de los puestos universitarios, vivida por los graduados judíos durante la época wilhelminiana (es decir, la del último emperador alemán y rey de Prusia, Wilhelm II o Guillermo II), por contraste, con la creación de nuevas universidades favorecidas por la etapa de la República de Weimar, pudieron abrirse perspectivas de integración parcial y aquellos intelectuales alcanzaron su sitio.
Por lo tanto, es preciso ver en la formación de tal equipo un efecto indirecto de la marginación sufrida por la generación anterior, de la cual Warburg y Cassirer habían sido testigos.
El recorrido de la institucionalización y la “comunidad de trabajo” (Arbeitsgemeinschaft) interdisciplinario, entre la Biblioteca y la Universidad de Hamburgo determina asimismo un pasaje de lo cerrado a lo abierto, de un inmueble privado a una institución adonde puede acercarse quien lo desee, por lo cual la clasificación y catalogación de los 20.000 volúmenes iniciales y de la colección de imágenes debe hallar su lugar dentro de un sistema accesible al público. Este proceso es el que desglosa el autor de K.B.W., aludiendo al sistema de “vecindario” idiosincrático.
Así se organiza una serie de conferencias a partir de 1921. En su conjunto, Despoix explica que los historiadores del arte dominan la escena del Instituto Warburg, inmediatamente seguidos por los filólogos clásicos y los representantes de las ciencias de las religiones pero son muchos, desde distintas disciplinas, los que pasan por allí o se ponen en diálogo.
Los problemas de salud de Warburg hacen que éste participe a lo lejos de su propio espacio, hasta que reaparece públicamente en 1924 y en aquella ocasión agradece y explica el propósito de la Biblioteca, señalando de qué modo, gracias a Saxl y Bing, la colección de libros se había transformado «en un órgano vivo, que no quiere simplemente tomar la palabra sino igualmente aguzar el oído» (p. 184).
Afirma Despoix:
«Fue una comunidad de investigación animada por su carisma reconquistado la que se formó alrededor de él en Hamburgo. Pero para esta «escuela» paradójica, la elección de trabajar principalmente en torno a la posteridad de la imagen pagana se situaba en extrema tensión con los fundamentos de la no iconicidad de la religión judía. Esta fue «la herejía» del grupo señalada por Sholem. Las temáticas judaicas estaban, de hecho, prácticamente ausentes de las investigaciones encaradas en el seno de la K.B.W. Para este ambiente intelectual excluido de las instituciones antes de la guerra, se puede hablar de una comunidad heterodoxa constituida sobre la base de la experiencia negativa de un ostracismo siempre amenazante. Pero por mucho que esta conciencia latente pudiera contribuir a un tipo de percepción micrológica de fenómenos culturales hasta el momento considerados marginales, el ethos de investigación warburgiana se fundaba sin ambigüedad en el credo de la universidad alemana en la tradición directa de Humboldt» (p. 187).

Aquel campo intelectual que gira alrededor del centro warburgiano alumbra como tocado por la varita mágica de las artes, las letras, la historia, las religiones, las filosofías. Acaso su numen simbólico sea la belleza; su valor, la exégesis; su originalidad, la interpretación y el montaje; su creatividad, la superposición de mundos y culturas, de lenguajes y signos, que mientras recuerdan el paso de los tiempos, señalan al futuro de las mutaciones y las técnicas.
Ese extraño y gentil hombre, enriquecido casi sin quererlo, ese maestro de la ceremonia del Atlas, ese obrador de la musa memoria, el que se enferma sin olvidar, y el que sana y salva por saber, y nace y hace por vivir, ese estudioso que inclina su frente como El Pensador de Rodin o sostiene su barbilla como Nietzsche… es el Aby Warburg de la colección sin precedentes, el acaudalado de los siglos, el abigarrado de los dioses, el estimulado por los mitos, el ensimismado de las artes, el atrincherado de la vida.
Él abre -a través de las puertas de la locura, que a menudo se ha asomado a explorar, deslizándose entre edificios que podría ordenar Kafka- un soplo que, igual al del Renacimiento de su amor, no declina o cuando menos no se extingue. Y más allá de las esferas, los espejismos o las melancolías, ahueca el simulacro para darle un nuevo espesor de realidad a lo sabido, a lo ya visitado y lo ya dicho, hasta que al fin su nombre se consuma (y se consagra).
V- Orientarnos
El autor analiza lentamente la historia y la estructura arquitectónica de la K.B.W., se detiene en las imágenes de los paneles, recorre los vocablos primordiales, observa las alianzas entre los dioses y los personajes, sus funciones, símbolos, figuras, y afirma que el proyecto warburgiano comprende asimismo una dimensión política oculta. Entonces, robada por el ojo experto, va a aflorar en un segundo plano; ya lo vemos con los Hopi o lo vemos con su mirada modernizadora en alerta.
Así, este libro sobre la Biblioteca Warburg lo es también, inevitablemente, sobre su hacedor, como un continuum que se retroalimenta en los paneles escriturarios de Despoix. Constituye, en suma, una indagación persistente y minuciosa para todos los amantes de la obra del autor de los ensayos sobre F. Sassetti, D. Ghirlandaio, S. Botticelli, Giordano Bruno, el orientalismo o los indios Pueblo, entre muchos otros; añade a la bibliografía especializada (de la cual da cuentas con detalle) una napa fundamental, mediante un abordaje diferente complementario. Su vocación, entre la historia y la actualidad de las ideas, lo convierte en cierta forma en una culminación de la obra de Despoix en torno a aquel hombre excepcional y su círculo, y asimismo, en un aporte insoslayable para cualquier estudioso.
Con sus propias palabras de cierre, el espacio relacional defendido por Warburg implica una convocatoria a la reflexión acerca de «los efectos diferenciados de los medios sobre la extensión y la temporalidad de su campo de difusión».
El dispositivo fotográfico del atlas Mnemosyne de Warburg, que incluyó desde figuras de devoción masiva hasta símbolos del pensamiento ilustrado, había expuesto, según Despoix, «las configuraciones mediales de la transmisión de imágenes de la memoria y sus metamorfosis», resultando clave «la destrucción planificada de los intermediarios espaciales», hasta desnudar «la crisis irrevocable de orientación en el mundo» (p. 340).
Y si el trabajo del crítico es a su vez un orientador preciso para el universo del judío-alemán-florentino, la crisis sin embargo no quiere darnos tregua. Por ello que todavía aparezcan libros como éste, bajo las premisas y las prensas de lo real, casi parece un milagro.
* Philippe Despoix, K.B.W. La Bibliotheque Warbug, laboratoire de pensé intermédiale, Les Presses de l´Université de Montréal (PUM, Les presses du réel), 2024, 392 pp.
Foto de portada: vista interior de la famosa sala elíptica de la Biblioteca.