La frontera noreste de Israel: ¿el límite con otro Estado fallido?

Desde la caída de Al Assad, muchos israelíes miran hacia el noreste y se preguntan perturbados: «El enemigo de mi enemigo está luchando contra mi enemigo. Entonces, ¿a favor de cuál de ellos estoy yo?».
Por Leonardo Senkman, desde Jerusalén

Una lectura que incluya únicamente la turbulenta coyuntura actual que conmociona hoy el Medio Oriente resulta insuficiente para entender vorágines geopolíticas de larga duración. Es insuficiente, si deseamos comprender la guerra que se prolonga ya 14 meses de Israel contra Hamás y Hezbolá, y las batallas del “eje de resistencia” de Irán, para cercar al Estado judío. Y definitivamente insuficiente si necesitamos entender el dramático colapso del régimen Ba’ath alawita de Siria, erróneamente descripto como una caída “abrupta e imprevisible”.

El bloqueo impuesto por Israel en Gaza desde 2007 o la dictadura del régimen sirio, que parecían inexpugnables, se desmoronaron en cuestión de días: el 7/10 Israel sufrió una espantosa masacre y en once días una coalición de milicias insurgentes, supuestamente derrotadas durante 13 años de guerra civil, expulsaron al genocida Assad de Siria.

A pesar de sus inmensas diferencias, ambos colosales derrumbes recientes corresponden a procesos históricos enquistados durante lustros, pero decantados en pocos días; la segunda guerra Nagorno-Karabaj, que duró 44 días en 2020 con la victoria de Azerbaiyán sobre Armenia, también se explica por un proceso de larga duración.

El fin de la atroz dictadura de ambos Assad, padre e hijo, se definió luego de 13 años de guerra civil, con 600 mil bajas entre muertos y heridos, siete millones de refugiados en Turquía y Europa y otros siete millones de desplazados internos en la Siria fragmentada por violencias religiosas entre chiítas y sunitas; pero sobre todo acabó en un Estado-nación fallido con provincias insurgentes de árabes sunitas y de la minoría nacional kurda y sus diásporas trasnacionales del Kurdistán en Irak y Turquía.

Lejos de constituir un abrupto acontecimiento local, el derrumbe del régimen sirio se interconecta con grandes convulsiones que agitan la arena mundial. El momento elegido por las milicias islamistas y los kurdos para lanzar su decisiva ofensiva contra Assad coincide con el debilitamiento de Hezbolá e Irán, además de con el desgaste de Rusia por su larga guerra en Ucrania, principales aliados de Assad. No casualmente la ofensiva contra Assad fue lanzada el mismo día 27 de noviembre en que se firmó el alto el fuego de la guerra Israel-Hezbolá. Por su parte, Erdoğan alentó a sus milicias islamistas para que lograsen reasentar en el norte de Siria a los aproximadamente 3,5 millones de refugiados sirios que habían huido a Turquía desde el comienzo de la guerra civil. Las negociaciones de Erdoğan habían fracAssado porque Assad le exigía que retirase las tropas de la zona de seguridad que el ejército turco, junto con el SNA, habían ocupado en el norte de Siria.

Las consecuencias geopolíticas para Irán son enormes: Teherán pudo contar con una fluida proyección hasta el Mediterráneo gracias a un Irak en manos de milicias chiíes, la Siria de Al Assad, y Hezbolá en Líbano. La caída de Assad compromete la capacidad de abastecimiento, por parte de Irán, de la más poderosa milicia chií libanesa, incomparablemente más eficaz militarmente que sus otras milicias integradas por paquistaníes y afganos.

Tanto los efectos de la guerra civil como de las guerras regionales incitarían a pensar en una suerte de interregno tal como fue conceptualizado por Gramsci en 1930, pero aplicado a la escena internacional de hoy. El gran intelectual italiano escribió en sus Cuadernos de la cárcel: “La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en ese interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados”.

Los acechos del interregno posbélico

Caracteriza al interregno la imposibilidad de resolver una crisis de legitimidad mediante el mero recurso a la coerción, a la dictadura, y también retornando a consensos que dejaron de existir, al tiempo que no aparecen actores o proyectos nuevos con capacidad de ganar amplia aceptación y legitimidad.   

Desde 2010, la política internacional -no solo enMedio Oriente- ha estado sumida en un desorden de inestabilidad sistémica y erosionante de los consensos geopolíticos vigentes durante décadasprevias, tanto en el plano global como en el interior de los países (José Antonio Sanahuja, “Interregno. La actualidad de un orden mundial en crisis”, Nueva Sociedad 302 /noviembre-diciembre 2022).

En Medio Oriente, los estados de conmoción, de pérdida de hegemonía y de nuevos Estados fallidos cada vez se agudizan más. Siria parece no solo haber colapsado al cabo de 50 años de dictadura criminal; también colapsa como Estado después de 13 años de guerra civil. Pareciera que la coalición de milicias insurgentes que derrocaron al dictador colaborase, además, con la pérdida de control físico del territorio sirio y buscase terminar con él; todas ellas, características de los así llamados Estados fallidos poscoloniales. En 2024, un ranking internacional clasifica a Somalía como en estado de «alerta máxima», seguido por Sudán del sur y Siria como Estados en «gran alerta» (“Fragile States Index 2024”. Fund for Peace, 12 de julio de 2024).

¿Conseguirá el flamante gobierno de transición post Assad evitar que Siria sea declarado estado fallido de alerta máxima?

El derrocamiento del dictador y la promesa de liberad no fueron obtenidos por las fuerzas democráticas, sino por una coalición de milicianos fundamentalistas sunitas: un síntoma que solo puede ser tipificado de interregno, simétrico, pero inverso, al interregno provocado por el ascenso de fuerzas iliberales y de extrema derecha, también en países que parecían inmunizados por haber sufrido traumáticas experiencias autoritarias y fascistas.

Muchos israelíes miran hoy hacia el noreste y se preguntan: «El enemigo de mi enemigo está luchando contra mi enemigo, así que, ¿a favor de cuál de ellos estoy yo?». O, en otras palabras, «¿quiénes le gustarían menos a Israel si se estacionaran en su frontera con Siria? ¿Los fundamentalistas yihadistas chiítas respaldados por Irán o los yihadistas sunitas respaldados por Turquía?» (Herb Keinon, “The toppling of Assad’s regime in Syria may be bad news for Israel – analysis”, Jerusalem Post 6/12/24)

Al-Golani, líder del grupo insurgente más poderoso de Siria, Hayat Tahrir al-Sham (Organismo de Liberación del Levante, HTS, por sus siglas en inglés).

Paradojalmente, algunos asesores de seguridad estratégica ya no simulan que Israel va a extrañar al Assad débil, pero no derrocado, porque temen que su colapso conduzca al caos durante la lucha por el poder dentro de la coalición de varias milicias islamistas adversarias. Al-Golani, líder del grupo insurgente más poderoso de Siria, Hayat Tahrir al-Sham (Organismo de Liberación del Levante, HTS, por sus siglas en inglés), sirvió durante mucho tiempo como una rama de Al Qaeda en Siria, y su organización es aún considerada terrorista por la ONU y por Estados Unidos; sin embargo, las declaraciones públicas de Golani en la Mezquita mayor de Damasco fueron moderadas. Milicias rivales son las Fuerzas Rebeldes Sirias alineadas con Turquía, y también el temible Estado Islámico, que aún subsiste. Las milicias kurdas son adversarias poderosas. En 2012, los grupos rebeldes kurdos, temerosos de que un gobierno islamista los desplazara del norte de Siria, hicieron frente a los rebeldes en la ciudad de Ras Al-Ayn. El conflicto kurdo-islamista sirio fueun escenario de batalla importante en la guerra civil después deque estallaran los combates entre las Unidades de Protección del Pueblo Kurdo (YPG) y las facciones rebeldes islamistas. Las fuerzas kurdas lanzaron una campaña en un intento de tomar el control de las áreas controladas por islamistas en la gobernación de al-Hasakah y algunas partes de las gobernaciones de Raqqa y Alepo.

Terminada la guerra civil, no es improbable el retornode talesenfrentamientosporodio étnico y religioso de larga data.

La interconexión con la convulsionada geopolítica y el interregno post bélico también influyen en Hamás,que felicitó a la población de Siria “por su éxito a la hora de lograr sus aspiraciones de libertad y justicia”; asimismo,Hamás alerta a Israelrespectode cualquier intento por su parte de ocupar nuevos territorios sirioslindantes con su frontera norte. Las relaciones con Al Assad se habían roto hacía más de una década cuando Hamásrespaldó públicamente el levantamiento popularde la «primavera árabe» en 2011 contra el presidente sirio y abandonó su sede en Damasco en 2012. Pero lasrelaciones de Hamás y Assad se reanudaronen 2022, tras el acercamiento de Israel a Turquía y Qatar.

Durante la guerra en Gaza, Assad se abstuvo de abrir un frente adicional contra Israel con el fin de evitar darle un pretexto a Tzahal para atacar al ejército sirio. Unos 70 objetivos en Siria fueron atacados por la aviación israelí el año pasado, pero principalmente eran activos militares de Irán y de Hezbolá. Si bien Assad era un enemigo, Israel al menos sabía qué esperar de él: lo que podía y no podía hacer, lo que haría y lo que no haría. En cambio, un nuevo líder en la Damasco yihadista sunita sería totalmente impredecible para Jerusalén (según Herb Keinon, en “The toppling of Assad’s regime in Syria may be bad news for Israel – análisis”, Jerusalem Post 6/12/24).

Ahora bien: ante lo impredecible del nuevo escenario, voces de la derecha israelí y oficiales de Tzahal intentan influir en el futuro inmediato de la Siria post Assad, más allá de la reciente conquista del Hermón sirio. Irresponsablemente, algunos apoyan fantasías codiciosas de balcanización del Estado fallido sirio, sugiriendo la creación de zonas autónomas controladas respectivamente por kurdos y drusos, aliados históricos de Israel. Vuelven a recordar la época en que israelíes militares asesoraban al legendario Mustafá Barzani, líder de los insurgentes kurdos en Irak. (Yehuda Hamairi, “Siria, ¿Medio Oriente nuevo?”, Ha’aretz 9/12/24, Carta de un lector).

Efectivamente, se recuerda a Barzani, pero se olvida la constelación geopolítica que posibilitó la situación.

La primera guerra kurdo-iraquí (1961-1970) concluyó con un armisticio entre el gobierno de Ahmed Hasan al-Bakr y los insurgentes separatistas, y puso en marcha un proyecto que concedería la autonomía al Kurdistán iraquí.

Pero el acuerdo de paz de 1970 no duró demasiado, y en 1974 el gobierno iraquí dio inicio a una nueva ofensiva contra la insurgencia kurda en el norte del país, empujando a sus fuerzas hasta la frontera con Irán. Barzani recibió un importante apoyo militar por parte de Israel y del último sha de la dinastía Pahlavi en Irán. Israel consideraba al ejército iraquí como una posible amenaza en caso de una nueva guerra entre Israel y Siria, luego de la guerra de Yom Kipur donde Irak había intervenido activamente. La ayuda militar de Israel a los kurdos era transferida a través de Irán. Pero en 1975, luego de firmarse el acuerdo ente Irak e Irán por mediación de Argelia, el sha interrumpió su mediación e impidió la continuación de la ayuda militar israelí a las fuerzas combatientes kurdas.

Israel debe comprender mejor el actual interregno al acecho, en un escenario frágil posterior a la guerra en el Líbano y a semanas del derrocamiento de Assad.

Una política de codicia territorial en el actual Estado fallido sirio, bajo pretexto de consideraciones de seguridad en el Golán sirio, perjudican las relaciones con los países árabes vecinos. Egipto acaba de condenar este lunes la presencia militar israelí en la zona desmilitarizada entre Israel y Siria. Y el gobierno de Jordania ha denunciado también el despliegue de militares de Israel en territorio sirio adyacente a los ocupados Altos del Golán, en el marco de lo que las autoridades israelíes describen como la creación de una «zona de amortiguación». Ambos países árabes exigen respetar la integridad territorial de Siria conforme a las fronteras reconocidas internacionalmente.

Posdata

Israel no participó en la desgarradora guerra civil siria recientemente terminada, después de expulsar a la dinastía alawita que ha dejado aún más desoladas las ruinas del Estado fallido sirio.

A diferencia de las guerras de los Seis Días y de Iom Kipur, Israel carece de reclamos territoriales y debiera bregar por la integridad de Siria, no su balcanización post Assad. Fantasear con que Israel podría hacer la paz con un pequeño Estado kurdo autónomo y con otro pequeño Estado druso y no con el Estado árabe de Siria es volver a delirar con la política de bantustanes segregados para el Estado palestino fallido en los territorios de Cisjordania y Gaza.

Bastantes delirios mesiánicos y fundamentalistas bíblicos corroen ya a la coalición de ultra derecha kahanista que gobierna actualmente a Israel.

Precisamente, el lúcido escritor B. Michael ha parodiado magistralmente hoy, en su columna de Ha’aretz, la codicia de delirantes religiosos del gobierno acerca de las nuevas «oportunidades abiertas» en la frontera con Siria: “¿Por qué conformarnos con el Hermón sirio? En el pacto del Génesis, Dios le prometió a Abraham mucho más. ¡Es increíble cuánto más le prometió! Por cierto, queridos lectores, ¿sabían que, según una antigua y totalmente infundada tradición judía, Dios y Abraham se encontraron exactamente en el área recientemente liberada, entre el Hermón sirio y el monte Dov? Allí, entre varios cadáveres de animales, Dios le prometió a Abraham una tierra con fronteras como las de un imperio delirante: desde el Mediterráneo a lo largo del Nilo hasta Asuán…” (B. Michael, “¿Por qué conformarse con el Hermón sirio? Dios le prometió mucho más a Abraham”, Ha’aretz, 10.12.24)

Israel, un país algunas de cuyas fronteras no están totalmente reconocidas desde hace más de 75 años, en tanto varias están disputadas y son objeto de controversia, debe aspirar a lograr en el noreste la frontera internacional mutuamente reconocida con el Estado de Siria, y no límites delirantes con un Estado fallido.