No es posible la guerra eterna

Netanyahu actúa como si su país pudiera sostener una guerra eterna. Como si contara con recursos humanos infinitos, armamentos incontables y recursos financieros ilimitados. Sin embargo, está confundiendo y forzando las características de la sociedad que supuestamente lidera, y distorsionando completamente el sentido de la acción militar en Gaza. ¿Cuál es el horizonte político del actual gobierno? ¿Cuál es la viabilidad de un país que promete una vida “normal” y de progreso a su población, si en cambio está metido en interminables batallas -imposibles de ganar- contra todo su vecindario, todo el tiempo?
Por Ricardo Aronskind

El gobierno de Benjamín Netanyahu no quiere poner fin a la guerra en la Franja de Gaza, aunque demostró ser capaz de establecer una tregua de dos meses con el grupo Hezbollah en el Líbano.

Esta postura de intransigencia, incluso a costa de los aún 110 secuestrados en poder de Hamas, provoca creciente agotamiento en la sociedad, y un repudio cada vez más amplio en las cabezas de quienes están entrenados en el pensamiento estratégico.

Moshe «Bogie» Yaalon fue jefe del Servicio de Inteligencia del Ejército israelí, Comandante en Jefe del Ejército, y Ministro de Defensa del anterior gobierno de Benjamin Netanyahu, entre 2013 y 2016. No es precisamente un pacifista, sino un representante destacado del “establishment” de defensa israelí.

En una reciente entrevista, analizando las características del actual gobierno, recordó el plan de un grupo judío extremista de volar las mezquitas árabes en el Monte del Templo -frustrado por los servicios israelíes de inteligencia hace décadas-. El objetivo del grupo delirante era forzar una guerra generalizada, a todo o nada, entre el mundo islámico e Israel, lo que abriría, según las enfermizas mentes de los terroristas, una nueva era mesiánica.

Yaalon recordó ahora este grave precedente, porque entiende que los más peligrosos miembros del gobierno de Netanyahu comparten esa misma formación ideológica extremista mesiánica, y tratan de empujar mediante acciones políticas y militares concretas hacia una vuelta a la ocupación de una “Gran Israel” que sólo existe en su imaginación. Yaalon también afirmó, con toda claridad, que en Gaza se busca concretar una “limpieza étnica”. Esta afirmación generó enorme revuelo en Israel, porque ese crimen no figura entre los objetivos de la coalición gobernante, -no fue aprobado por ningún electorado- y llevaría al rechazo universal del país en el exterior.

Lo cierto es que los extremistas, con poder de presión sobre Netanyahu, apuestan a provocar un encadenamiento de sucesos que lleven a un “desenlace inevitable”. Provocan constantemente a la población palestina de Cisjordania, habiendo concretado ya algún “pogrom” y otras agresiones constantes contra habitantes y campesinos de las aldeas, intentando generar un clima de violencia generalizada que justifique la ampliación de la colonización y la legalización explícita de la anexión en esos territorios ocupados.

El Ministro extremista Smotrich, luego de la reciente caída del gobierno de Assad en Siria, reclamó abiertamente la conquista y ocupación permanente de la Franja de Gaza. El otro ministro extremista y racista, Ben Gvir, está repartiendo en nombre del gobierno miles de armas entre los colonos más radicales de Cisjordania.

Con enorme audacia, y aprovechando la pasividad de las formaciones políticas moderadas, buscan impulsar una dinámica político-militar en la que no cree ni quiere participar la amplia mayoría del público israelí, pero que al mismo tiempo carece de la cabal comprensión de lo que se está jugando, y de la lucidez necesaria para oponerse abiertamente para prevenir ese eventual desastre. El 7 de octubre lo tapa todo.

Guerra eterna

Netanyahu actúa como si su país pudiera sostener una guerra eterna. Como si contara con recursos humanos infinitos, armamentos incontables y recursos financieros ilimitados.

Sin embargo, está confundiendo y forzando las características de la sociedad que supuestamente lidera, y distorsionando completamente el sentido de la acción militar en Gaza.

Luego del pogrom realizado por la organización fundamentalista Hamas que gobernaba la Franja de Gaza el 7 de octubre de 2023, era inevitable que se produjera una acción militar que volviera a restituir la seguridad de la población civil del sur de Israel. No hay prácticamente nadie, a nivel internacional, que no entienda ese principio estatal luego de semejante agresión. Irán, en su relación con Israel, utiliza exactamente el mismo principio.

Pero los hechos de Gaza no se agotan allí. Hay operando otro elemento mucho más complejo, que comparten lamentablemente árabes e israelíes -y que fue y es extraordinariamente explotado por el gobierno israelí-, como es la necesidad de venganza de la “gente común”.

Si bien es entendible este tipo de reacciones emocionales en la gente de la calle, especialmente luego del tipo de ataque recibido -no fue contra bases militares, o contra símbolos de la opresión palestina, sino contra población civil, que incluso mantenía vínculos de solidaridad con los gazatíes-, no debería ser esa emoción turbia la que domine el rumbo de un gobierno, ni de los mandos militares, ni de políticos fogueados en la dura política de Medio Oriente.

La política militar debe estar siempre subordinada a la política general, en la cual deben primar los intereses estratégicos del país, y no los “climas” de la opinión pública. Pero el 7 de octubre no ocurrió bajo un gobierno “normal”, sino bajo este gobierno, que parece no reconocer límites tanto en sus ambiciones de permanencia en el poder como en cuanto a lo que puede fantasear sobre el formateo “a voluntad” de la realidad política regional.

La prédica guerrerista oficial, la manipulación informativa orientada para reforzar prejuicios antiárabes y debilitar resistencias morales (no se conocen en Israel las imágenes más crudas de la masacre de civiles en Gaza), y la neutralización política del campo de la paz (“el 7 de octubre confirma nuevamente que no hay con quien hablar”), legitimaron que la venganza fuera una meta aceptable en esta guerra.

Pero eso no paró allí: en ese clima de fuerte emotividad colectiva, no detenido por nadie, ni de adentro ni de afuera, se posicionaron los más extremistas -incidiendo directamente sobre Netanyahu y el gabinete de seguridad que toma las decisiones militares- para tratar de colar su propio proyecto de expulsión de parte de la población de la Franja de Gaza.

De ahí se explica no sólo la masacre de población civil, sino también la destrucción de la infraestructura tanto habitacional como de servicios, los sucesivos desplazamientos poblacionales forzados dentro de la Franja, y las insufribles carencias provocadas en materia de medicamentos, agua y alimentos. La intención parecería ser crear un cuadro cotidiano invivible, para que sus habitantes busquen escaparse a otro lugar.

La realidad se impone

Lo cierto es que Israel no puede sostener una guerra en “7 frentes”, como se vanagloriaba recientemente el primer ministro israelí, sin horizonte de finalización. No sólo por razones materiales.

Masivamente, la población israelí no vive allí para sostener una guerra eterna, ni mucho menos para forzar un Gog y Magog entre civilizaciones que chocan en las mentes más afiebradas. Los guerreristas mesiánicos israelíes siguen siendo una minoría reducida, que sólo en esta circunstancia muy particular, lograron tan alta presencia en la toma de decisiones.

¿Cuál es el horizonte político del actual gobierno? ¿Cuál es la viabilidad de un país que promete una vida “normal” y de progreso a su población, si en cambio está metido en interminables batallas -imposibles de ganar- contra todo su vecindario, todo el tiempo?

Si la muerte de Yahya Sinwar fue un hecho que pudo haber colmado simbólicamente la “sed de venganza” popular luego del 7 de octubre, la caída de la Siria de Assad, que hacía de puente político-militar del eje armado por Teherán entre la República Islámica y el grupo Hezbollah en el Líbano, es otro elemento político objetivo que resta argumentos a la continuación de la “guerra eterna”.

Durante ya demasiados meses Netanyahu ha conducido a su propio pueblo al desierto de la guerra y la catástrofe humana.

Ya es hora de que otros, más sensatos, vuelvan a conducir a la sociedad israelí a la tierra prometida de la paz, esa tierra que no incluye la enemistad eterna el pueblo palestino.

Foto de portada: Moshé “Bogie” Yaalon, ex ministro de Defensa de Israel.