Son muchos los espejos que aparecen en las múltiples galerías por las que la novela me lleva. Cada uno me muestra una imagen que perturba y fascina. En este brevísimo recorrido me voy a detener sólo en unos pocos.
La figura del personaje-narrador, el agente literario, Pepe o maestro Pepe como le gusta que lo llamen, invade desde el mismísimo título casi todo el espacio textual en un implacable proceso de metamorfosis. Editor de un “modesto sello casi desconocido pero eficiente para (…) dejar contento al candidato a escritor”, con una carrera de Letras incompleta y luego de un breve paso por Arquitectura y Sociología, se transmuta en coordinador de talleres culturales y literarios.
Pero el espacio que el agente literario construye en su taller no sólo responde al deseo de los talleristas de escribir, de ser leído y trascender. También representa el centro mismo del sueño, irrealizable, del agente literario: escribir, crear para alcanzar la fama, el éxito y la eternidad. Y en ese universo donde se fusiona el negocio editorial con los talleres literarios, los límites se diluyen, cambian, se alteran y se distorsionan de modo tal que le permiten al maestro Pepe/agente literario justificar y legitimar el plagio, no como una forma de robo sino como una suerte de intertextualidad posmoderna.
Ningún espejo distorsiona más que la memoria. Quien se erige, en la novela, en vocero de los curiosos vaivenes de la memoria, según diría Borges, es Jaim, “joven” promesa de la literatura argentina que ya ha pasado los setenta años y que aspira a escribir la “obra maestra”, la novela “total” judía de Argentina.
Jaim. Vida en hebreo. Un sustantivo plural que se encarna en un ser individual. De allí que Jaim sea el portavoz de todas las inquietudes, matices y contradicciones judías. Pero, además, como Virgilio (o como Beatriz), guía a las nuevas generaciones -los talleristas del maestro Pepe- por el parque de los espejos deformantes del perdido paraíso literario argentino del siglo XX.

Jaim nombra, describe, revive, alude, cuestiona a escritores, teorías, principios compositivos, procesos creativos, géneros y estilos. Competencias e incompetencias literarias, políticas, sociales y humanas. Se pregunta acerca de la responsabilidad de los intelectuales y si es posible separar la obra del ser que la produce y de sus circunstancias.
Disfruté cada apellido, cada nombre, cada apodo y cada guiño cómplice porque podía asignarle un cuerpo, una cara, una materialidad que tenía la cualidad tenue de un sueño, del eco de un texto o de una foto. Pedro Orgambide, Denevi y su Rosaura a la Diez, Abelardo Castillo e Ike Blaistein. Santos Lugares y la Librería Hernández. Y la respiración de Piglia que, como el espíritu del Génesis, flota sobre la faz de esta novela.
Este viaje que anula el olvido demuestra que detrás de las palabras vive la memoria que hace renacer el mismo placer que sentí cuando recorrí por primera vez ese perdido paraíso literario que es Adán Buenosayres, de Marechal. Placer revivido en la lectura de El agente literario.
Un mundo que Ricardo Feierstein se cuida muy bien de no vestir con la túnica de la nostalgia idealizada. Ricardo recupera ese mundo, pero lo hace chocar con irónica crítica contra el paredón del nuevo mundo que representa Gladys, la editora manipuladora que logra metamorfosear al agente literario en su alter ego; la fiera Capitana inescrupulosa que crea y conoce los códigos de la bestia que engendró este tecnológico y devastador siglo XXI.
Me explicaron los que saben (y no sé si entendí correctamente, pero les creo) que, si bien los espejos no pueden ver lo que hay detrás de un objeto, sin embargo, pueden verse los objetos ocultos porque la luz que rebota en ellos se dirige a todas las direcciones, y el espejo los refleja.
Tal vez el mismo efecto se produce cuando leemos los mini cuentos insertados, cuyos autores fueron “borrados” por el maestro Pepe, el depredador que se apropió de ellos. Parece que no están allí, pero, aunque sus identidades se hayan escamoteado, no desaparecen. En el mismo acto de invisibilizar al autor del texto, Ricardo escritor, con maestría, humor e ironía, recupera la huella digital escrituraria en cada uno de los “autores”, la peculiaridad de la voz, del tono, del registro.
Cada uno de los minicuentos merecen comentarios que dejo en manos de otros lectores, porque quiero dedicar unas palabras al último espejo: el diseño gráfico
Rubén Longas, juega en el interior de esta novela con elementos gráficos que modifican y alteran la representación canónica del diseño interior de una novela. Y, en definitiva, como bien dice el maestro Pepe: “¿Qué es hoy una novela?”
Los recuadros, los cuadros, los cambios de fuente nos van guiando y van transformando nuestra lectura de eso que el autor llama novela pero que se metamorfosea en textos didácticos, periodísticos; recuadros que insertan reflexiones, ejercicios, artículos de opinión, más en consonancia con la diagramación de una revista, una página web o de un Power Point que de una novela.
Entonces, de manera sutil, el efecto humorístico del diseño gráfico de El agente literario se fusiona con los espejos textuales de esta asombrosa novela que recorre, con humor e ironía, enormes y perturbadores interrogantes que, tal vez, no tengan respuesta.