Libros

Explorando “las fuerzas del cielo”

En septiembre pasado, apareció en Buenos Aires el libro “Las fuerzas del cielo. Argentina, Milei y los judíos”, un libro que se propuso -según plantean Raanan Rein y Pablo Mendez Shift, sus compiladores- indagar en distintas perspectivas “sobre un fenómeno que causa sorpresa y perplejidad en argentinos judíos y no judíos: el acercamiento de Milei hacia esta cultura milenaria, modelada en una forma y en un tono que no habíamos conocido antes de parte de un presidente argentino”. El volumen ofrece una multiplicidad de perspectivas, a partir del aporte de veintena de autores y autoras que abordan el fenómeno desde una perspectiva crítica y compleja: “No es un panfleto ni una proclama opositora, así como tampoco es un panegírico del actual presidente”, dicen los coordinadores en la introducción. El libro fue presentado por Tzavta y Nueva Sion el pasado 13 de noviembre, ante una muy nutrida concurrencia que debatió y profundizó en el intercambio. Hoy compartimos aquí uno de sus textos

Tzedaká: La estigmatización de la Justicia Social en el discurso libertario

Por Agustín Marcoff

El avance de las nuevas-viejas derechas reaccionarias alrededor del mundo vuelve a abrir debates que creíamos cerrados. Lo vintage siempre se pone de moda, tarde o temprano, para dar lugar a opiniones que habíamos dejado de escuchar. Claro que el hecho de haberlas percibido no implica que no hayan sobrevolado por lo bajo por los años, dejándose ver en la actualidad con una potencia insospechada. Mientras escribo estas palabras, a tan pocos días de un nuevo Pesaj, la fiesta del Éxodo de Egipto para la tradición judía, estas derechas han colocado en el discurso público a la libertad en el punto más alto de la plenitud humana, siempre con una salvedad: la referencia es a libertades individuales (más parecidas a un laissez faire que a lo que logró el pueblo de Israel al salir de la opresión del faraón). Este individualismo férreo que defienden a ultranza y que, según afirman, es la clave para el desarrollo de la humanidad, encuentra su némesis en el colectivismo, que ellos ven en cualquier forma de cooperación humana.

Podríamos decir que hasta acá no hay nada nuevo. Sin embargo, la figura de Javier Milei como presidente de la República Argentina, y su particular cercanía y coqueteo con el judaísmo, han despertado cierta incomodidad en buena parte de aquellos que formamos parte de este legado milenario, plural y heterogéneo. Esta sensación se hace especialmente evidente cuando el autodenominado primer presidente liberal libertario de la historia universal utiliza frases o conceptos extraídos de las fuentes judías para justificar su propia ideología anarcocapitalista. Pongamos el foco en uno de esos aspectos: la mirada de la Torá respecto a la justicia social y el rol consecuente del Estado.

Para Milei, el relato de la salida de Egipto hace referencia al resultado de la resistencia frente a la presión fiscal del gobierno egipcio, cuyas altas cargas impositivas frenaban el avance y crecimiento de los hebreos. Como los altos impuestos no fueron suficientes, los egipcios pasaron al plan B: la esclavitud de los hijos de Israel. El entonces diputado Milei sentenció al hablar sobre la festividad: “Es decir, caminaron 40 años para salir a la libertad, para salir del yugo opresor del Estado”.

Es cierto que los sabios del Talmud enseñan que interpretar un versículo de la Torá es como golpear una piedra con un mazo y que se rompa en muchos pedazos; de un solo elemento surgen diversos tipos de interpretaciones. También es cierto que esta forma de leer el texto bíblico no es más que una pobre justificación de las posturas ideológicas de Milei.

Para alguien como él, que no lee hebreo, pero suele subir a sus propias redes sociales fragmentos de la Torá (seguramente previamente masticados y enviados por sus referentes rabínicos) que lo personifican como un nuevo Moisés, llama la atención que no logre visualizar en el texto el contenido ético que es una de las bases de la revelación en el Sinaí. Particularmente, en su búsqueda dentro del camino del judaísmo y sus enseñanzas (la cual considero legítima y válida, por supuesto), es sorprendente que omita constantemente el poderoso mensaje que la Torá brinda para que el ser humano se eleve a sí mismo, elevando a aquellos que lo rodean. Hablamos especialmente de la Tzedaká, concepto central de la tradición judía que es continuamente denostado por líder libertario. Tzedaká viene de la palabra Tzedek, que significa Justicia. A lo largo de las generaciones, el pueblo de Israel ha entendido a la Tzedaká como justicia social, término aborrecido y despreciado por Milei en varias oportunidades quien, citando a autores como Hayek o Huerta de Soto, afirmó que “ni es justa, ni es social”. Para Milei, la justicia social es violencia, establecida en forma de un robo basado en la desigualdad ante la ley, que obliga a un individuo a despojarse de su propiedad para otorgárselo a otra persona contra su voluntad.

La base de la problemática se encuentra en el principio de propiedad utilizado por Milei, que no puede encontrar bases en la tradición bíblica. Los Salmos dicen: “De Dios es la tierra y todo lo que contiene…”, lo que establece un mensaje fundamental para la humanidad: somos poseedores temporales de la tierra en la que estamos, pero no somos sus dueños. El judaísmo comprendió esto en dos aspectos distintos: la responsabilidad de cuidar el mundo, pues “solo nos fue prestado”, y la plena conciencia de que la cesión de bienes personales en pos de la justicia social es en realidad la condición necesaria para poseer aquello que será nuestra propiedad.

La Torá, evidenciando una clara reacción frente a la pobreza y desigualdad de la época, plantea distintos mecanismos que beneficien a los sectores más vulnerables de la sociedad bíblica: la viuda, el huérfano, el extranjero y el pobre. Estos preceptos, tan obligatorios como las ofrendas que se realizaban en el Templo de Jerusalén, exigían la cooperación de aquellos más afortunados:

“Cuando siegues la cosecha de tu tierra, no habrás de concluir de segar el rincón de tu campo, ni espigarás en tu cosecha. Y de tu vid no rebuscarás, ni recogerás los frutos caídos de tu vid. Para el pobre y para el extranjero los habrás de dejar. Yo soy Adonai tu Dios”. (Levítico 19:9-10)

Presentación de «Las Fuerzas del Cielo. Argentina, Milei y los judíos», en Tzavta.

El libro de Levítico desarrolla de esta manera los preceptos de Peá, Leket y Shijejá respecto a las obligaciones de los terratenientes en épocas de cosecha. Una porción del campo (cuya cantidad es discutida luego en las fuentes de la Ley Oral) quedaba a disposición de los grupos vulnerables antes mencionados, permitiéndoles el acceso al alimento. Lo que resulta sorprendente es el versículo siguiente, que continúa la cuestión estableciendo una base legal para lo antes mencionado:

“No hurten, no cometan fraude ni mientan hombre contra su prójimo”. (Levítico 19:11)

Ibn Ezra, rabino español de la Edad Media, estableció la yuxtaposición entre estos versículos diciendo que el hurto sucede al negarse a entregar aquello que no le pertenece a uno mismo, siguiendo con la lógica señalada anteriormente.

La Torá establece más normativas respecto a la justicia social y este es el caso del Maaser Aní, el diezmo para los pobres. Lejos de constituirse como una sociedad “libre de impuestos”, como Javier Milei entiende del relato bíblico, el pueblo de Israel seguía la estructura de ciclos de siete años, que culminaban con el año de Shemitá (año sábatico, de descanso de la tierra). A lo largo de ese tiempo, los israelitas estaban obligados al pago de distintas porciones de su producción agrícola, entre los que encontramos el Maaser Aní (también conocido como Maaser Shení, el segundo diezmo) el cual se pagaba a los pobres, huérfanos, viudas y extranjeros en los años 3 y 6 de cada ciclo. El diezmo debía ser acompañado de una fórmula verbal, en la que el dador afirmaba que no había consumido de aquello que no le pertenecía.

Si bien la reglamentación de este diezmo, que no deja de ser una obligación tributaria que tenía como destino las manos de aquellos más necesitados, está desarrollada en las distintas fuentes de la Ley Oral, queda claro con esta nueva evidencia que, en la Torá, Dios establece una carga sobre el pueblo para perseguir la equidad. Es justamente este concepto el que el libertarianismo argentino rechaza fuertemente, pues para ellos buscar que todos tengamos las mismas oportunidades de vida no es más que una reproducción de políticas al estilo soviético. Nuevamente, cualquier atisbo de colectivismo es asociado al comunismo. Cabe preguntarse entonces, ¿por qué una persona terminaría formando parte de estos grupos vulnerables de los que habla la Torá? En sociedades agrícolas antiguas, el hecho de tener una mala cosecha por las inclemencias del clima podía ser motivo suficiente para convertirse en pobre; en sociedades patriarcales antiguas, cuando una mujer perdía a su esposo se encontraba muchas veces en situaciones de vulnerabilidad extrema; aunque no son las únicas razones, en las sociedades antiguas los huérfanos podían haber perdido a sus padres en alguna guerra, matanza o epidemia. Para un político como Milei, que no cree en el cambio climático, en la disparidad del lugar de la mujer en la sociedad respecto de los varones, en la paz entre todos los pueblos o en el acceso universal a la salud, ¿qué grado de responsabilidad podríamos esperar respecto a aquellos que menos tienen, y cuya “culpa” es haber nacido en las circunstancias en que lo hicieron y exigir, al menos, un poco de dignidad?

La responsabilidad es el punto clave en esta cuestión, y quizás sea momento de agregar el concepto a las enseñanzas judías que el presidente planea incorporar a su vida. Ninguno de los preceptos mencionados hasta acá tiene carácter de donaciones voluntarias ni de acciones motivadas por la bondad del corazón. La Tzedaká, en todas sus formas, es un elemento reparador que atañe a todas las personas (incluso a los pobres quienes, para la ley judía, también están obligados a dar de acuerdo a sus posibilidades). El quinto y último libro de la Torá, el Deuteronomio, remarca la obligatoriedad de la ayuda al necesitado de la siguiente manera:

“Si hubiera en ti necesitado, de uno de tus hermanos, en una de tus ciudades, en tu tierra, la que Ado-nai tu Dios, te concede a ti, no habrás de endurecer tu corazón ni habrás de cerrar tu mano, a tu hermano, el necesitado”.

El rabino Leo Baeck explicaba que “todos los hombres son responsables de las necesidades de cada miembro individual de la comunidad”. Y respecto al versículo citado de Deuteronomio, cuando dice “Si hubiera en ti…”, afirma de manera magistral:

“Quien vive en medio de nosotros no ha de hacerlo sólo física- mente sino también, como se afirma tan a menudo y significativa- mente, debe ‘vivir con nosotros’, éticamente unido y humanamente ligado a nosotros. (…) Las responsabilidades humanas y sociales están por encima de todas las otras tareas del Estado. El suelo común en que habitamos es la base de nuestra responsabilidad para con nuestros semejantes. Vivir juntos implica un vínculo ético que da a todos los grupos humanos el verdadero significado de su vida individual y su vida común”.

El primer paso para la justicia social es la visibilización de la otredad. Trabajar en pos de la inclusión de aquellos marginalizados y estigmatizados, a quienes generalmente se los considera por fuera de la sociedad. Responsabilidad en hebreo se dice Ajraiut, cuya raíz se encuentra relacionada con la palabra Ajer -otro-. Por eso la tradición judía sostiene que el otro, solo por el hecho de serlo, nos demanda la más profunda responsabilidad social y moral.

El espíritu de la responsabilidad es la pieza clave de uno de los conceptos más denostados por fuentes externas al judaísmo: el de pueblo elegido. De esta manera lo entiende el filósofo Emmanuel Levinás:

“Pero la revelación de la moralidad, que descubre una sociedad humana universal, le corresponde a quien recibe esa revelación. Privilegio que no está hecho de privilegios, sino de responsabilidades”.

Es en este sentido que la tradición judía aboga por la realización de un ser humano comprometido con el mundo y aquellos que lo rodean. La justicia social, a diferencia de las ideas que el presidente Javier Milei pregona, lucha contra las violencias que aquellos descartados por el sistema sufren a diario. Es la forma acabada de elevar la dignidad humana y, así, traer al presente el mensaje eterno de la Torá.