La estrella rutilante del momento era Shulamit Aloni, presidenta del partido Meretz. Jamás habló en femenino plural cuando le hablaba al público [como Merav Mijaeli, destacada feminista de Avodá en su cadencia en la Kneset] y sabía el Tanaj casi de memoria, pero sus posiciones eran conocidas por todos: bregar sin tregua por la igualdad plena de las mujeres y por anclar en la ley los derechos del individuo, y con la misma claridad, por la separación de la religión del Estado.
Después de las elecciones fue designada Ministra de Educación, función con la que soñó desde que era una joven estudiante del Seminario para Maestros en Jerusalén. Pero el feliz momento de cristalización de su sueño fue breve. Diez meses después se vio obligada a renunciar para mantener la coalición de gobierno. Sus expresiones a favor de la enseñanza de la teoría de la evolución irritaron a los miembros del partido religioso sefardí Shas, que era parte del gobierno, y Rabin, que los necesitaba para que se aceptaran los acuerdos de Oslo, le pidió que se sacrificara. Había además tejes y manejes en su propio partido, encabezados por Yosi Sarid, interesado en heredar su lugar como ministro de Educación y como presidente de Meretz. Ella pasó al ministerio de Comunicación y Cultura y permaneció en la Kneset hasta el fin de la cadencia del último gobierno de izquierda. Después del asesinato de Rabin, en las elecciones de 1996, ya no se postuló. Observó de costado la época de Netanyahu hasta su muerte en el 2014, a la edad de 86 años.
En la nueva serie documental «Shula y Geula» que aborda las figuras de Aloni y de Geula Cohen, dos mujeres que se abrieron camino en la política israelí para llegar bien arriba, cada una desde otro extremo ideológico, resalta el hecho de que la victoria de Aloni significó la amarga derrota de Cohen. El partido de extrema derecha que ella creó, Hatjiá, con el objeto de luchar contra el retroceso de los territorios y bregar por la fundación de más asentamientos, se borró por completo en aquellas elecciones. Entonces dijo Cohen, «Lo que no obtuvo el mínimo fue Eretz Israel Hashlemá», pero hoy, treinta años después, la situación se ha invertido. «Geula Cohen venció, ya que su camino es el del país hoy», dice el historiador Avi Shilón en la serie creada por Karin Kainer, que se transmite por el canal de la Kneset. ¿Y Aloni? «A grandes rasgos, diría que ella cayó en el olvido» dice su hijo Nimrod, Profesor de Filosofía de la Educación, «tanto ella como su legado».

Últimamente, se publicó un libro titulado, Shulamit Aloni, la mujer que irritaba doblemente, una vez cuando hablaba y otra cuando tenía razón, destinado a llenar ese vacío. El libro, cuya autora es Gai Ad y está ilustrado por Izhar Cohen, es para público infantil y adolescente y fue publicado con la colaboración del Fondo Aloni, que año a año premia a creadores judíos y árabes. Este es el segundo de la serie juvenil, fruto de la iniciativa de Merav Shaul, de la Editorial Asia, y de Adi Engelman de la ONG Marcel para alentar el arte y la cultura. «La historia es a nuestro juicio una historia inspiradora para los chicos”, dice Engelman. «Una niña que creció en la pobreza, en un hogar donde la pareja parental tenía una relación problemática, que trabajó desde tercer grado para ayudar a la familia, y así y todo fue pionera y luchadora por el bien general en varias áreas de la convivencia social».
También los adultos hallarán interés en el libro sobre Aloni. La descripción de su carrera política, sobre todo en estos días, se siente como una enorme pérdida para quienes creen en el humanismo, los derechos humanos y la libertad, pero para la autora Gai Ad, su figura es una evocación necesaria. «No era consciente de la profundidad de la autocensura en que estaba sumida hasta que empecé a trabajar en el libro», confiesa. «Al principio me dije, Shulamit Aloni, bueno, escribiré que estaba a favor de los derechos humanos, de las mujeres y los niños. En cuanto a los religiosos, veré. Temía teclear la palabra árabe, para que no me saltaran encima. Uno ya no logra pronunciar una frase entera que refleja lo que piensa».
Lo que la ayudó a liberarse de la censura, según ella, fue el proceso de investigación durante la prolongada estadía en el Archivo de Yad Yaari en Guivat Javiva, que es donde está el legado de Aloni. «Escribí en la época del intento de reforma de régimen y el mundo de Aloni despertó mi optimismo. Recordé que alguna vez hubo aquí gente como ella, parlamentarios extraordinarios que trabajaban por el bien de la comunidad. Ella tenía un principio muy claro: los derechos humanos ante todo. Nacimos, tenemos derechos. Toda su lucha se basa en eso. Ni siquiera aceptaba ser catalogada de feminista debido a que los derechos humanos no son una idea sectorial. Ella me recordó que puedo oponerme y manifestar mi opinión y que es importante adoptar una posición. Que uno va a manifestar porque es lo que se debe hacer. Me devolvió a mis principios morales. Es lo que traté de hacer en el libro, poner el foco en las cosas que pueden hacer pensar a los chicos».
Una líder dominante e ingenua
Shulamit Aloni nació en 1927, en Polonia, como Shulamit Adler. Siendo una niña emigró a Israel con sus padres y con su hermano menor, Mordejai. La familia se estableció en el barrio Nevé Shaanán, en el sur de Tel Aviv. Era una familia pobre, lo cual obligó a Shulamit a trabajar desde muy chica. Cuando estalló la Segunda guerra, los padres se alistaron al ejército británico, padres cuyas relaciones ya de por sí eran tormentosas y marcadas por separaciones y reuniones, y los niños fueron internados en instituciones. Mordejai murió a los doce años cuando saltó a la pileta casi vacía del Kfar Hanoar Ben Shemen. Años más tarde sugirió Aloni la posibilidad de que se hubiera suicidado. Más adelante sufriría ella otras graves pérdidas, entre otras, la muerte de su javer, Mordejai Lipkin, en la guerra de la Independencia.
Su complicada vida se describe sin concesiones, paralelamente a la sorprendente manera en que logró hacer de sí misma una mujer independiente y culta, estudió en el Seminario para Maestros porque sabía que después de la Shoá llegarían muchos niños que necesitarían ser educados, y estudió Derecho con la idea de introducir Educación Cívica en las escuelas. Paralelamente a una carrera pública que introdujo cambios en todas las áreas de los derechos individuales en el país, entre otros, derechos de la mujer, derechos de los niños y de los LGTBQ, derechos del consumidor, Aloni escribió también el primer Manual de Educación Cívica para los alumnos de Israel.
«Era muy importante para ella que también los niños comprendieran qué derechos tienen y qué obligaciones», dice Ad. «Hoy, toda la concepción ciudadana se basa en falsear la idea de la democracia como si se tratara del gobierno de la mayoría. Pero democracia es el gobierno del pueblo, y el pueblo no es sólo la mayoría, sino también la minoría, y para preservarla se necesitan leyes. Ella sabía que eso había que enseñarlo. Tuvo una infancia difícil y sufrió muchas desgracias, pero no se centró en su dolor. Pensó qué se podía hacer para mejorar este mundo. Comprendió que hay personas débiles en el mundo y que los más fuertes tienen que alzar la voz por ellos. Hizo mucho por los niños y creo que ellos se impresionarán con la semblanza de su figura».
Pero, el estado de su legado no brilla entre los adultos. «Hoy no hay voces claras que se pronuncien como continuadores de su camino», dice su hijo Nimrod. «Tal vez sea porque la gente está debilitada por la guerra y la pretendida reforma judicial. La lucha por el último de los marginados y oprimidos en la sociedad la hacen personas que no están absorbidas por la supervivencia diaria, sino quienes pueden alzar la vista y ver más allá de sus propios intereses, un programa opuesto al que se ve en la actualidad. Mi madre fue una servidora pública que se levantaba todos los días para luchar por el bien común. Es una mentalidad muy ajena a los políticos de hoy».
En algo coinciden todos los que conocieron y apreciaron a Aloni: no era buena política. «Su gran fracaso, y así también el de Yosi Sarid, Amnon Rubinstein y Yuli Tamir, que fueron ministros de Educación fue que no hicieron lo que los políticos de derecha hacen tan bien, que es ocupar áreas políticas», dice Nimrod Aloni. «Ellos no promulgaron leyes que aseguraran que la educación oficial fuera independiente como la educación religiosa. Eso fue cortedad de miras, ya que sin esa base legal nos han pisoteado y ese traspié sigue perjudicándonos en las Facultades laicas de Educación, que no consolidaron una visión que sirviera de alternativa a lo que hicieron las instituciones de la ortodoxia nacional. El frente liberal-humanista temió construirse una clara identidad porque todo el tiempo quería ser inclusivo. No creímos que en política no puedes ser Teherán y perdimos los centros de poder».
Si bien Aloni murió hace ya once años, su hijo sostiene que ella había detectado perfectamente los procesos que llevaron a la realidad actual. «En los últimos años de su vida, ella decía claramente que el Estado estaba bastante perdido», dice. «Ella creía que las fuerzas oscuras de la derecha fascista por un lado y los ortodoxos nacionalistas teocráticos por el otro pervirtieron todo el sistema y no toleraba la tibieza de Peres y los que lo sucedieron que constantemente renunciaban a la esencia. Con el asesinato de Rabin se acabó la narrativa de la Declaración de la Independencia y empezó la narrativa del mesianismo fascista. Antes no éramos perfectos, pero éramos una democracia plausible que todavía hablaba en términos de paz y de derechos humanos. Ella no creía que pudiéramos volver a aquello».
O sea, ¿nos queda arriar la bandera y huir?

«Yo la veo más tras las rejas que huyendo. Hubo un momento en que el Rav Cahana y varios de sus acólitos vinieron y nos amenazaron con quemar la cabaña donde vivíamos en Kfar Shmariahu, pero ella no tuvo miedo. Hoy estaría parada con nosotros en las manifestaciones porque era una luchadora. Ella no habría repudiado a quienes buscan hoy otras alternativas, otros horizontes, y se van. Pero ella habría optado por quedarse y pelearla».
La abogada Gaby Lasky, nacida en México, ex diputada de Meretz, conoció a Shulamit Aloni cuando presidía el Centro de Estudiantes del partido en la Universidad de Tel Aviv y se creó un estrecho vínculo entre ambas. Cuando Aloni falleció, la familia le pidió a Lasky que la despidiera en el entierro. «Fue uno de los momentos más dolorosos», dice.
¿Qué influencia tuvo ella en ti?
«Shula fue un faro casi único en el tema de Derechos individuales, en el debate y en la práctica. En tanto Ministra de Comunicaciones y Cultura, ella entendía la importancia de esas áreas para el fortalecimiento de la democracias, y hoy ves que el gobierno los utiliza para vulnerar la democracia en su esencia».
Según Lasky, a pesar de que pareciera que el tema de los derechos humanos se hubiera abandonado en el discurso israelí actual, el accionar de Aloni sigue siendo una base sólida que tiene vigencia en la actualidad. «Por ejemplo, ella abolió las leyes que prohibían el vínculo sexual entre hombres y gracias a ello, aun cuando hoy se hostigue a la comunidad LGTBQ, por lo menos tienen una defensa legal. Así también, la lucha contra las diferencias de salario entre hombres y mujeres es un legado suyo que sigue vivo, a pesar de que hay quienes tratan de devolvernos a la cocina».
¿Consideras que debió hacerse más para preservar el camino que nos marcó?
«Sin ninguna duda. No hay ninguna razón para que no exista un instituto Shulamit Aloni así como hay un Instituto Jabotinsky. No puede ser que no haya escuelas, instituciones culturales ni calles principales en cada ciudad con su nombre. La niñez israelí merece pasar por una escuela con su nombre y preguntar quién fue y que le cuenten».
¿Por qué eso no ha sucedido, en tu opinión?
«Por falta de valentía de quienes se suponía continuarían su camino. Políticos que, si bien adoptaron el núcleo duro de sus ideas, temen identificarse como izquierda y empezaron a arrastrarse a todo tipo de partidos de centro y eso afectó la capacidad de defender nuestros principios y nuestra ideología. El exceso de gobernabilidad mal entendida de los políticos de centro, aun si todo el tiempo reciben cachetazos, permite que se aprovechen de buena gente en aras del proyecto de ´reforma judicial´ y de destrucción del Estado».
Por otra parte, dice Lasky, parte de las ideas por las que abogaba Aloni están hoy en boca de sus contendientes ideológicos, pero de forma manipuladora. «Cuando nos oponemos al racismo, en la derecha dicen: ustedes propagan la libertad de expresión, entonces ¿por qué les parece mal que se diga ´muerte a los árabes´? Han adoptado el discurso de Shula de forma perversa, para vaciar de contenido sus ideas».
La última cadencia de Aloni en la Kneset fue la primera de Limor Livnat, del Likud. A pesar de las claras diferencias ideológicas, Livnat dice que valoró mucho a Aloni en virtud de su posición feminista. Ella recuerda para bien un gesto que hoy suena como ciencia ficción. «En 1994, Aloni era Ministra de Comunicaciones y yo una diputada nueva. Entonces se acostumbraba algo que hoy ya no se hace, que ministros de la coalición que viajaban en misión gubernamental al extranjero y necesitaban compensaciones de intercambio para votaciones, llevaban a diputados de la oposición. Cierto día, pasé por el puesto de bufet de la Kneset y ella me llamó: Jovencita, ven aquí. Era su estilo coloquial. Me acerqué y me preguntó, ¿Quieres viajar a Corea, China y a la India? Dije, Sí. Ella dijo, Dentro de tres semanas. Dije, De acuerdo. Ella me preguntó: ¿No quieres pedir permiso a tu marido? Una pregunta muy rara para una feminista como ella. Dije que no y viajamos juntas con una gran delegación, un viaje apasionante de dos semanas, durante las cuales nos acercamos mucho. Teníamos un lenguaje común».
¿Qué pensabas de ella?
«Ella era una pionera, un personaje especial, muy variopinto. Yo valoraba mucho su compromiso feminista. No era lo corriente en mi costado político. Tuvo muchos roces porque ella no ahorraba palabras y por eso se hacía difícil aceptarla, sobre todo para aquella época. Había entonces muy pocas mujeres en la política. Yo fui la sexta ministra desde el surgimiento del Estado».
Por cierto, en la Kneset había muy pocas mujeres y menos aún ministras, pero, según Livnat, las que estaban entonces eran mucho más feministas que las de la coalición de hoy, por ejemplo, la actual ministra para el Progreso de la Situación de la Mujer, May Golán, que se negó al pedido de Haaretz de ser entrevistada para esta nota. «Ni punto de comparación», dice Livnat. «El feminismo no es la preocupación de ninguna de las miembros de la coalición. Son totalmente negadas para eso».
¿Quedó algo, en tu opinión, del legado de Aloni?
«Mucho. Ella introdujo el feminismo al discurso y a la acción pública y política. Merece todo el reconocimiento por ello».
Rubi Rivlin, que fue electo como diputado por primera vez en 1988, recuerda a Aloni como multifacética. «Por una parte, era una líder inflexible, por otra, era ingenua como el último ciudadano del país. Por ejemplo, cuando Ran Cohen y Yosi Sarid discutían sobre quién de los dos integraría la Comisión de Exterior y Seguridad, ella les dijo: ´Si ustedes no se ponen de acuerdo, iré yo a la Comisión´. Por otra parte, compartí con ella la Comisión de Finanzas y su ingenuidad era tal que a veces no sabíamos si reír o llorar. Por ejemplo, cuando teníamos que confirmar una ley que establecía un impuesto, Aloni decía, ´Yo quiero saber si esa ley favorece o no a los ciudadanos´. Pero, ¿qué impuesto favorece a los ciudadanos? No conocí otro líder tan dominante con ese grado de ingenuidad. Yo lo veo con buenos ojos. Muchos lo verían como una debilidad».
¿Crees que tiene continuadores en la política israelí de nuestros días?
«No se puede comparar a los parlamentarios de hoy con los de entonces. Estamos en una situación en que aun cuando ves que es necesario cambiar a alguno, no aciertas a distinguir por quién podrías cambiarlo».
Dan Meridor fue el Ministro de Justicia que logró plasmar el anhelo de larga data de Aloni de establecer una ley de Derechos Humanos, aun si no en la versión que ella esperaba. «En tanto ministro de Justicia lideré lo que se llama la revolución constitucional y en el 92´ la Kneset aprobó la Ley Fundamental de Respeto por el Hombre y su Libertad», nos cuenta. «Aloni presentó una propuesta de ley que incluía temas maritales sensibles para los religiosos. Tuve que ser flexible para que la Ley fuera aprobada, y luego Amnon Rubinstein presentó mi propuesta como una propuesta particular y esa fue la propuesta que se aprobó. Queríamos que los religiosos sionistas y otros apoyaran. Aloni, que estaba en la oposición, los enfrentó sin concesiones».
Ella quería que el principio de igualdad fuera parte integral de la ley. Ustedes resignaron eso.
«Todos queríamos. Era la base. Lo repito desde entonces, hace ya treinta años, que no hay un país en el mundo en cuya constitución no figura que todas las personas son iguales ante la Ley. Sin igualdad, no hay democracia. Pero, no logramos hacer que se aceptara aquí porque hay quienes no aceptan que árabes y judíos son iguales, que varones y mujeres son iguales, que homosexuales y heterosexuales son iguales».
¿Qué fue lo que posibilitó la acción conjunta de políticos de todo el espacio político?
«Había un común denominador muy arraigado que son los valores básicos de la sociedad israelí. Hubo disensos y luchas políticas legítimas, pero los valores básicos no se ponían en duda. Hoy, cuando alguien habla de democracia, de derechos humanos, del gobierno de la ley, se lo considera de izquierda, pero esas eran palabras de Menajem Beguin. Entre Beguin, Shula Aloni y Mapam había una amplia base común de valores y de respeto por las instituciones investidas de los mismos. El discurso era el mismo. Hoy se ataca al sistema de valores pautado y aceptado».
¿También en cuanto a la índole de las personas había diferencias?
«Nunca hubo pureza absoluta. Cuando el Likud fue oposición llevó a cabo una lucha contra el proteccionismo de Mapai. Pero había vergüenza, no era el cinismo de hoy. Finalmente, deviene de la conducción, la gente sigue a la conducción que lo guía».
¿Cómo debería recordarse a Aloni?
«La cuestión es más amplia que Shula Aloni. ¿Se educa acaso según el sistema de valores sobre el que se levantó el Estado de Israel, tal como figura en la Declaración de la Independencia? Seguro que no. Yo no soy propenso a establecer memoria eterna de personas, ni de ella ni de otros, pero si se enseña la historia de la lucha por el carácter de la democracia en Israel, ella jugó un rol importante en esa lucha».

Beny Beguin, ex diputado del Likud y ex ministro, hijo de quien fuera Primer Ministro, Menajem Beguin, dice que recordar a Aloni le despierta una sonrisa. «Yo la quería mucho. Tenía independencia de pensamiento, sentido del humor y un abordaje entretenido. Mi padre también le tuvo cariño, a pesar de que ella solía clavarle sus estocadas». Recuerda que Aloni se le acercó en una oportunidad con la foto de un periódico donde se veía a su hijo, Avinadav, que era un niño entonces, con la oreja agujereada por cinco aros. «Ella se me acercó en el plenario gozosa y me dijo, qué bueno que se lo permitieron, qué liberales que son. Creía que si alguien crece en una familia revisionista se le impone la ideología a partir de los dos años», rio.
Beny Beguin señala también que la colaboración entre la izquierda y la derecha en temas comunes no es historia antigua. «El Dr. Bader, del movimiento Jerut, dijo: ´tengo amigos en Jerut y tengo amigos en Mapai´. Así fue incluso hace tres años cuando yo estaba en la coalición de gobierno. Dov Janin de Jadash (Jazit demokratit leshalom uleshivión, Frente democrático por la paz y la igualdad) no hubiera podido hacer aprobar decenas de excelentes propuestas ambientales sin la colaboración de diputados del otro lado. Las relaciones difíciles son sólo de esta Kneset y la anterior, con la cita de Miri Regev (en el período en que fue oposición, durante el gobierno de Lapid-Benett) que dijo algo así como, lo mismo da que se trate de invalidez, de soldados o de violaciones, hay que votar siempre contra la coalición. Espero que sea una anomalía pasajera, pero lo sabremos recién cuando haya otro gobierno».
En su opinión, ¿cuál fue el mayor logro de Aloni?
«La posibilidad que creó de tratar los temas del ciudadano. Hoy se diría, gestionar justicia y maximizar derechos. Fue una novedad. No se trata de los derechos civiles ordinarios comunes a todos, sino de los derechos del ciudadano menoscabado, avasallado. Ella lo logró con las relativamente pocas herramientas que tenía a mano, después de haber abandonado un partido grande. Mi padre me enseñó el concepto judío de permanencia del alma. En un caso, es lo que recuerdan tus nietos. En otro, la memoria se guarda entre tus colegas. En ese sentido, ella decididamente tiene presencia incluso después de muchos años».
No en las formas socialmente pautadas de preservación de la memoria, como institutos de legado, escuelas, calles…
«Cuando utilizan la palabra ´hantzajá´, me mueve a risa. Aquel que es eternizado, ¿tiene eternidad? ¿Tú sabes quién fue ese que dio nombre a la calle donde vives? Las formas concretas de hantzajá no son importantes. El 95% de las calles tienen nombres que pocos recuerdan lo que han hecho. Shulamit Aloni ayuda a las personas hasta el día de hoy».
Ejemplo de lucidez política
Con todo, tal vez honrar la memoria tiene algún sentido. La Doctora Sarai Aharoni, directora del programa de Estudios de Género en la Universidad Ben Gurión, sostiene que las personas por debajo de los veinticinco años no tienen por qué saber quién fue Shulamit Aloni y el libro que acaba de ser publicado es un suceso fuera de serie. «El trabajo más serio sobre ella fue el film ´La ciudadana Aloni´, de Anat Saragusti, 2008 (https://www.youtube.com/watch?v=ZTYd1yzy_dk&t=19s, en hebreo), y fuera de eso, casi nada».
«También su archivo personal en Yad Yaari responde a una iniciativa privada», dice Aharoni, Sin duda eso se debe también a que se trata de una mujer, y por eso la información sobre ella está menos organizada. Eso pasa con muchas mujeres, incluso el legado de Golda Meir es mucho más reducido que el de otros primeros ministros. Pero, en el caso de Aloni, tiene que ver también con su derrotero político. Una estudiante mía preguntó en el archivo de Beit Berl si tenían archivos sobre Shulamit Aloni y en la sala de lectura le dijeron, cómo se te ocurre, por qué deberíamos tener algo sobre ella».
¿Hasta qué punto se preserva, digamos, el legado de Yosi Sarid que falleció algo menos de un año después que ella?
«El archivo de Yosi Sarid está en la Biblioteca Nacional, y llegó allí vía el Majón Gnazim. El archivo de Aloni no está allí. Siempre hay alguna explicación técnica para esas cuestiones, pero, de últimas, Sarid está en la Biblioteca Nacional y Aloni, no».
No deja de ser extraño, sobre todo a la luz de todo lo hecho por Aloni también fuera de la política. Presentó exitosos programas de radio, escribió columnas en periódicos, publicó varios libros importantes, entre otros, Nashim kivnei Adam (Mujeres en tanto seres humanos), que fue el primero y recopiló todas las leyes relativas a la situación legal de la mujer en la ley israelí y demostró la discriminación contra la mujer en la ley, principalmente en lo que hace a la situación personal. Aharoni enseña hoy muchos de sus textos y considera que es necesario hacer un esfuerzo público para la difusión masiva de su legado. «Pocos saben, por ejemplo, que en 1977 ella presidió la primera Comisión que se ocupó de reformar la ley de penalización de violaciones, donde se consolidó un abordaje totalmente nuevo de la ley, de los derechos de las víctimas, del proceso de investigación. Desde el punto de vista de la legislación en temas de la mujer y sus derechos, su actividad en la Kneset a lo largo de los años 70´ se estima como punto de inflexión histórico».
¿Por qué no se la menciona hoy, ni siquiera como alguien a quien se añora?
«Tal vez por como terminó su carrera y el hecho de que no dejó continuadores indiscutidos, y porque el sistema político se volvió cada vez más conservador. Su lucha contra el establishment rabínico le deparó muchos enemigos, y no hay que olvidar que en Israel hay presupuestos para legado que se reparten de acuerdo a una clave política».
«Así es como se destinaron cinco millones de shekel para honrar la memoria del Rav Jaim Drukman, y luego en noviembre se promulgó la ley de honrar la memoria del Rav Ovadia Yosef, por un valor estimado de diez millones de shekel. Las prácticas de honrar la memoria de alguien, de archivar y difundir, sirven a la hora de contar la historia. En el caso de Aloni, se margina una voz disruptiva con el orden deseado. También sus compañeros de partido dijeron cosas duras sobre ella, tampoco a ellos les resultó fácil enfrentar a una mujer dominante, fuerte y obcecada».
¿En qué se equivocó?
«No leyó bien la intensidad del poder de la religión organizada y popular en Israel y no calculó las fuerzas necesarias para enfrentarla».
Según la diputada de Avodá, ahora los democráticos, Naamá Lazimi, los valores que marcó Aloni nos acompañan también hoy. «Ella fue un ejemplo de claridad política. Toda vez que se trata de reformar la ley de acoso sexual o algún intento de legislación pro LGTBQ, pro derechos humanos, derechos civiles, etc. avanzamos tras el faro de Shulamit Aloni. En ese aspecto, su legado tiene su lugar en la vida pública israelí, pero, por otro lado, los valores por los que abogó se encuentran hoy bajo un ataque feroz».

¿Qué diferencia hay entre los períodos en que ella fue parlamentaria y la actual Kneset?
«Hubo cadencias en que los diputados podían introducir reformas de avanzada, conducir cambios radicales en la sociedad israelí. Hoy estamos en un Parlamento desgajado, obsecuente, un lugar completamente distinto. Si le preguntas a alguien de la derecha de mi edad por Shulamit Aloni te hablará bien de ella. Entonces no había una deslegitimación tan dura. Ella era discutida, pero el odio y la polarización no eran como ahora y aun alguien discutido podía convencer y conducir. Hoy no».
Lazimi está convencida de que el nuevo partido creado de la unificación de Avodá y Meretz bajo la conducción del ex militar Yair Golán puede ser consecuente con el legado de Aloni. «En algún sentido, la decisión de la unión con Meretz, que se desdibujó como partido, responde también al deseo de revivir el compromiso con determinados valores, luchar por ellos y no ceder».
¿Hay suficientes votantes para esos valores?
«Cuanto más tiempo pasa se va viendo que es perentorio hablar políticamente, hablar de derechos, de justicia económica, de una sociedad igualitaria, pluralista, sin imposición ideológica, de todo lo que hace años venimos soslayando, y justo ahora no resiste más postergaciones, justo estando Israel en guerra. Hablar sobre cómo reforzar la democracia y defender nuestros derechos. No es una cuestión populista. El respeto de los derechos humanos nos cuida como sociedad».
Aloni trabajó junto con mujeres de derecha en la legislación de temas feministas. ¿Es eso posible hoy?
«May Golán, Tally Gotliv, Orit Strook, Limor Son Har Melej, que hacen campañas antifeministas bajo un paraguas feminista son la antítesis de todo lo que representó Aloni. No entienden que deben su presencia en la vida pública israelí a las luchas que Aloni, Marcia Freedman y otras llevaron adelante. Estamos en una Kneset regresiva, avasallada por fuerzas conservadoras que retrotraen nuestros logros y se ocupan de restringir el camino de las mujeres, como esas medidas de separación de géneros en las clases de las universidades, o la discriminación de servicios que se firmó en los acuerdos de la coalición. Es un gobierno que trabaja contra los intereses de la mujer, contra mi hijita de siete años que vaya uno a saber con qué derechos crecerá. Al tirar por la borda el legado de Shulamit Aloni, dan por tierra con los derechos que nos protegen».