En Uruguay, el gobernante Frente Amplio ratificó su condición de partido predominante, empujando hacia el ocaso a los tradicionales partidos Nacional (o Blanco) y Colorado. Sin sorpresas, fortalecidos por los altos niveles de aprobación popular del gobierno saliente de Tabaré Vázquez, dos ex-ministros de éste, José Pepe Mujica y Danilo Astori ocuparán la cima del estado por los próximos cinco años. A pesar de que fueron necesarios dos turnos para confirmar esta decisión, Mujica obtuvo más votos, en términos porcentuales y absolutos, que su predecesor y su fuerza retuvo el control del parlamento. Las pocas décimas que le faltaron para ganar en primera vuelta habilitaron un bis de la campaña electoral que lo único que aportó fue la ponzoña macartista del luego derrotado candidato blanco Luis Lacalle, que intentó azuzar el miedo de los uruguayos a elegir a un ex-miembro de la organización político-militar Tupamaros y terminó radicalizando su discurso de derecha con promesas de “represión” y de desmantelamiento de los planes sociales promovidos por el Presidente Vázquez. Poco más que un cambio de estilo presidencial se puede esperar del próximo gobierno, que hereda una buena situación económica y que tiene inmejorables condiciones para seguir desplegando iniciativas tendentes a la justicia social.
Bolivia fue arrasada por el huracán electoral del Movimiento al Socialismo (MAS), que logró la reelección de su líder Evo Morales, con casi dos tercios de los votos, diez puntos porcentuales por encima de lo que obtuvo para su primer mandato. A ello se sumó el control de ambas cámaras del parlamento para el MAS y sus aliados. También la victoria en seis de los nueve departamentos en que está dividido el país merece una mirada más detenida: aún si no alcanzó la victoria en tres departamentos situados al este del altiplano, en todos en los que el MAS fue derrotado obtuvo una votación cercana o superior al 40%. El reelecto presidente ya se había convertido en 2005 en el primero en más de dos décadas de democracia en superar el 50% de los votos, evitando pasar por la asamblea parlamentaria para alcanzar el sillón de Palacio Quemado. Se podría decir que para Evo el problema no es ganar, es decir, convencer a sus conciudadanos de que lo voten, sino gobernar con normalidad, obteniendo el respeto de su autoridad por parte también de los opositores. La contestación sediciosa de las autoridades departamentales de Beni, Pando y Santa Cruz de la Sierra puso en jaque el poder presidencial y fue fuente de violencia durante el primer mandato: nada indica que los líderes de la “media luna oriental” vayan a ser más respetuosos de este categórico triunfo de lo que lo fueron con el también contundente de 2005. Con turbulencias y todo, Bolivia creció económicamente por encima de la media histórica estos pasados cuatro años, con baja inflación, y exhibe un cuadro fiscal saludable, que permitirá continuar con los programas de ingreso ciudadano vigentes. La gran pregunta concierne el comportamiento futuro de la oposición: ¿se integrará finalmente al proceso democrático o seguirá intentando socavarlo?
También se votó en Honduras (bajo el régimen de facto que somete al país desde el 28 de junio pasado) y Chile. Ningún gobierno latinoamericano ha reconocido los resultados hondureños, con excepción de Panamá, Costa Rica y Perú. En Chile, la derechísta Coalición por el Cambio, ganó la primera vuelta con el 44% de los votos, por lo que su abanderado, el empresario Sebastián Piñera, deberá competir el 17 de enero contra el ex-presidente democristiano Eduardo Frei Ruiz-Tagle, candidato de la oficialista Concertación de Partidos por la Democracia. La derecha ha tenido resultados aún mejores en primera vuelta que en esta oportunidad, pero es la primera vez desde que Chile recuperó la democracia que su candidato alcanza el primer puesto. Para mantener el invicto concertacionista, Frei deberá sumar al 30% de ciudadanos que lo votó, al 6% de los comunistas (que regresan al Congreso después de 36 años y ya comprometieron su apoyo), pero sobre todo del 20% que votó al socialista díscolo Marco Enríquez-Ominami, símbolo de los desencantados con lo que éste denuncia como el quietismo de la Concertación. ¿Habrá sonado la hora del neopinochetismo?
* Co-coordinador, Programa de Política Internacional, Laboratorio de Políticas Públicas (http://www.politicainternacional.net)