Contra todos los pronósticos, el viernes 24 de junio de 2011 los jóvenes Marcela y Felipe Noble Herrera concurrieron al Hospital Durand permitiendo la extracción de muestras para ser comparadas con el material conservado en el Banco Nacional de Datos Genéticos. La decisión generó suspicacias en torno al por qué de la aceptación de la prueba, tras diez años de una rotunda negativa capitaneada por el mayor grupo multimedios del país. El 12 de julio se conoció finalmente el resultado del cotejo de las muestras con las de las familias querellantes: la prueba de ADN descartó que Marcela y Felipe tuvieran algún grado de parentesco con esas familias (aunque todavía queda pendiente la contrastación con el resto del banco). Aún están por escribirse las columnas de opinión que den por cerrado el tema, o abierto con final incierto, habida cuenta de que el BNDG no guarda registro del material genético de todos los familiares de las víctimas de la represión ilegal desatada a partir de mediados de los años ’70. El registro completo –sino imposible– demandará sin dudas de décadas de paciente y exhaustivo trabajo.
El caso de los hijos de los desaparecidos criados por sus apropiadores (o por las familias que éstos designaran según un probado plan sistemático) permite, en todo caso, y más allá de la coyuntura, otras comparaciones, casi evidentes para quien considera quela Toráilustra con calidad y poesía las más profundas y angustiantes tragedias humanas.
Moisés y la Religión Monoteísta
Una fina pero firme línea vincula a los nietos apropiados durante el Proceso con el profeta del credo monoteísta, libertador y legislador del pueblo judío: tanto Moisés como los nietos nacidos en los años ’70 salvaron su pellejo de la masacre (hecho de por sí milagroso), quedando librados a su suerte, adoptados por familias que se propusieron criarlos en un marco valorativo diferente al que los hubiera contenido en caso de haber permanecido junto a sus grupos primarios.
En los casos en que se produjo la restitución de la identidad, ello no sucedió en forma espontánea y sin resistencias, sino que supuso un proceso lento y complejo de reapropiación y resignificación de las historias de estos sujetos. La resultante de dicho proceso ha sido, sin más, la fundación de algo nuevo. En el caso de Moisés, su identidad restituida le permitió identificarse con y liderar a un conjunto de esclavos dispersos e inorgánicos, a quienes les otorgó un programa político diferenciado del poder egipcio, que con el tiempo dio en llamarse “judaísmo”.
Recordemos algunos hitos de su historia: Moisés nace en el seno de una familia esclavizada, y es depositado (luego de tres meses oculto por su madre) en las aguas del río Nilo por su hermana, Miriam. La canasta que lo conducía abreva en una playa en la que retozaban la hija del Faraón y sus cortesanas. La princesa, sabiendo que podía tratarse de uno de los miles de niños condenados por su padre, se compadece del niño y decide criarlo como propio. Moisés vive así su niñez y juventud en la corte del Faraón –junto a su hermanastro, el heredero del trono– ignorando su verdadero origen.
No queda del todo claro cómo se le plantean las dudas sobre su identidad al joven Moisés. Se sabe que, con la investidura de su rango principesco, solía frecuentar las canteras en donde los esclavos acarreaban pesadas cargas. También se sabe que un día, al ver a un contramaestre egipcio golpear cruelmente a un esclavo, se arrojó sobre él dándole muerte, hecho que le valió el exilio en el desierto. Es probable que la verdad sobre su origen le haya sido revelada por su hermana, Miriam quien lo anotició de que “él no era quien creía ser, sino otro muy distinto”.
Como todo apropiado, Moisés atravesará la negación, la crisis de identidad, y la disyuntiva de si aceptar (la verdad) y torcer el rumbo de su destino, ó rechazar las evidencias y sostener su vida tal cual estaba planteada hasta el momento. Decisiones de semejante carácter, aquellas que por propia voluntad trastocan el curso de la vida y de la historia, no suelen tomarse a la ligera ni están exentas de riesgos personales. Al retorno de un autoimpuesto exilio en el desierto, Moisés enfrenta a su hermanastro, ahora devenido en Faraón, quien no comprende el súbito despertar de su conciencia, calificándolo sencillamente de traidor.
Botín de guerra
Con los hijos de los desaparecidos, robados y distribuidos entre sus apropiadores, sucede algo análogo, sino calcado. Los testimonios de la centena de nietos recuperados coinciden en que la duda surge a partir de indicios, signos que se presentan en el modo en que perciben la realidad: el poco parecido físico con sus padres y hermanos, la ausencia de fotografías de sus declamadas madres en estado de embarazo, el cálculo y recálculo de fechas atribuidas que, sin embargo, no encajan en el rompecabezas de sus historias, y ya en la adolescencia, discusiones en las cuales se traspasan los límites razonables en el intercambio entre padres e hijos díscolos (violencia física y psicológica). Pero sobre todo, la íntima sensación de estar parado en un lugar inapropiado del mundo, en el seno de una familia quizás amada, pero extrañamente ajena. Resulta claro que aunque se pretenda barrer la realidad debajo de la alfombra, los hechos vitales emergen, son inocultables, y proyectan sobre los nietos apropiados la sombra de una duda que deben necesariamente afrontar. La identidad, esa pregunta tan sencilla y demoledora por el quiénes somos, hierve en los corazones de los seres humanos, de manera inapelable.
En el camino de la restitución, las Abuelas de Plaza de Mayo (desde hace unos años con apoyo del Estado Nacional) juegan un papel central, en tanto instancia legitimada de un colectivo social que busca la reconstrucción de la verdad histórica. Los nietos son, involuntariamente, la pieza clave para destrabar un escabroso y obliterado pasado. Muchos de estos nietos, superando hoy los treinta años de edad, han decidido involucrarse en la militancia política y social remontando, como lo hiciera Moisés, el camino transitado por sus padres y hermanos biológicos. Con ello plantean los fundamentos de un nuevo modo de concebir lo político y lo social, en el cual el respeto a los derechos humanos es un hecho insoslayable, en tanto que la revisión del pasado no es leída en términos de revancha, venganza o reconciliación, sino en clave de memoria, verdad y justicia. Hoy, la generación de los nietos escribe la historia, su historia, con una valoración crítica impensada en los primeros años de la democracia, o durante la gran amnesia de los años noventa.
“El pasado es presente” resulta una sentencia muy cierta cuando tomamos nota de los cientos de adultos que hoy transitan por la vida sin saber quiénes son. De este modo, el terrorismo de Estado proyecta sus efectos en este comienzo de siglo XXI. El intento de cerrar el pasado sin construir una verdad perdurable no hace más que arrojar sal sobre la herida. Los jóvenes Marcela y Felipe, como tantos otros, viven atrapados en el laberinto de un poder que pretende eternizar su impunidad.
Quizás la lectura atenta del Libro del Éxodo colabore a desatar los nudos de nuestra historia…
* Sociólogo, docente de la UBA